Los días en esta ciudad suelen ser muy característicos, puedes contemplar a la gente caminando, alegre, sin preocupaciones. Si tienes suerte, y gracias al clima intempestivo, ves las cuatro estaciones en un par de horas; sin embargo, la noche es otra cosa. A diferencia del día, la oscuridad xalapeña abre espacio para la introspección. Es inevitable no pensar en uno mismo al caminar por las calles
adoquinadas de la ciudad, sentir sus historias en la piel, su melancolía. Por uno de esos vericuetos empedrados, en una noche normal, caminaban dos sujetos olvidados de sí mismos. Pensaban, como siempre, que la vida era injusta y las oportunidades no se daban para todos. Dolidos con el mundo, su visión de las cosas era muy limitada. Ellos trabajaban en un medio, dándolo todo. Creían en el periodismo de antaño, ese que ahora a casi nadie le importa. Kapuscinski era su tótem, su piedra sagrada. Soñaban ser él, vivir aventuras… cronicarlas. Eran, en resumen, idealistas. Unos entes extraños en un sistema que cada vez aprecia lo nuevo, lo rápido: desechable. En donde la calidad ha pasado a ser palabra extraña en un repertorio cada vez más desgastado. Pero esa noche, hartos de no hacer nada por ellos mismos, decidieron equilibrar la balanza. Alguien les dijo: “Inventa las reglas”. Esas palabras se colaron a sus mentes como una zumbido molesto para quedar grabadas al igual que un epitafio en la piedra. Cambiaron los quejidos por la fe de sus ideas, las noches vagabundas por las reuniones de trabajo: el conformismo y la tristeza, por la acción y la reacción. Descubrieron que las ideas eran curiosas, entraban para quedarse. Forjaron, de la nada de sus mentes, toda una plataforma comunicativa que tendría como base la cultura. “¿Un medio cultural? Van a morirse de hambre. Olvídenlo.” –decían–¿Cómo olvidas algo por lo que morirías, por lo que trabajaste tan arduamente? Cosas Olvidadas eran ellos. Una bella analogía de su condición como profesionistas, menguados por ideales que no eran los suyos, opacados y obligados a construir ideas que sabían no llegarían a ningún lado. Nuestros personajes se olvidaron de su fe en sí mismos y el olvido siempre duele. Por ello el nombre, un constante recordatorio de lo que fueron y que nunca querrán volver a ser.
