27/01/2022
...y se sentía muy cansada; sus hermosas piernas que tantos hombres admiraron, ya no eran las mismas, le dolían horriblemente desde hace tiempo. Cada vez le costaba más trabajo caminar hasta La Alameda para sentarse en la banca y mirar con sus bellos ojos a todos los transeúntes que la veían con curiosidad. Algunos la reconocían, otros pensaban que se trataba de una mujer de la alta sociedad venida a menos, tal vez en situación de calle. Pobres ilusos, no sabían que ella fue la mujer más bella de su época, la más liberal, una mujer dotada de una inteligencia única, musa de pintores, poeta, pintora, modelo, la mujer que sonrojaba al mar con su mirada.
En su banca preferida rodeada de sus gatos y sus perros, observó las esculturas que adornaban los jardines, a lo lejos alcanzó a ver la cúpula de El Palacio de las Bellas Artes brillar con el sol, vio también el Hotel del Prado que trajo a su memoria el nombre de Diego Rivera, ¡Diego! Ya casi todos sus amigos habían mu**to, al igual que su vida social, que sus ganas de vivir. Se puso de pie mientras suspiraba, era hora de irse, la tarde estaba pardeando, su caminar fue más lento, era como si le costara dejar su lugar preferido, las hojas de los álamos se movían susurrando: adiós. Se despedían de esa mujer de ropa pasada de moda, maquillada con polvos blancos y chapas rojas que trataban de simular juventud en sus mejillas arrugadas por los años.
La anciana de ochenta y tres años, llegó a la casa que le había heredado su padre en Tacubaya, le dió de comer a sus gatos, a sus perros, vio algunas fotografías y se acostó para no levantarse más.
El 23 de enero de 1978 los brillantes ojos de Carmen se cerraron para siempre. Dejando de herencia sus escritos, sus fotografías, su poesía, sus estudios científicos, pero sobre todo la libertad.
“Y la madre tierra me parirá y naceré de nuevo,
de nuevo ya para no morir”.
Carmen Mondragón
Texto: Historias de tierra sagrada, mi México