06/07/2021
Trato de recordar algo bonito de ir en 4°, en el colegio Ecab de Cancún, pero a veces los recuerdos se nublan. Lloro, porque sí hay recuerdos hermosos de estar fuera de la escuela, de pescados a la tikinxik en Isla mujeres, e idas a la playa sorpresa saliendo de ahí; había teatro por las tardes y seguridad en las calles, había mejores amigas en mi cuadra, y almendros que me cubrían del sol. Habían viajes en barco, y snorkel que me hizo por momentos, una con el mar.
Pero las lágrimas nublan esos soles, esas aguas cristalinas. Esas lagrimas cubren todo, con el gris de lo que no debo recordar, con todo lo que debí esconder de mí misma para proteger ya ni sé a quién.
Los golpes, gritos, el miedo constante, la negligencia y abandono, la culpa, pero, sobre todo, el miedo.
Lloraba bajito, lloraba abrazada de mi perra, pidiéndole me protegiera, le pedía ayuda para encontrar ese amor que decían en la TV debería de existir en las familias.
Pero nada, yo era la niña abandonada, y por eso aquel hombre, mi maestro, mi abuelo en la obra de teatro, mi protector, el adulto en quién más confiaba y más quería, pudo abusar de mí en pleno salón de clases.
Sabía quién era mi papá y quién era mi mamá, los llamaba amigos y sabía los secretos oscuros que no se les cuentan a los cuates porque su esposa era la directora, esa que ve y escucha lo que nadie más, y así fue que él supo que yo era otro de sus casos perfectos, nadie lo notaría.
Las otras maestras no me creen, en Cancún es secreto a voces, pero prefieren ser cómplices a pesar de que saben que no soy la única y que vienen detrás de mi, muchas más.
Pero por hoy soy yo la loca, hoy soy la desacreditada, la que pasa por lo que les hacen a las mujeres cuando hablan, son tiradas a una esquina, llamadas mentirosas, y luego olvidadas.
Pero escúchalo bien Enrique Velasco Garibay, no soy mentirosa, loca ya estoy y jamás dejaré que me olvides, ni un sólo día de tu vida.
Y empezaré a llenar mi memoria de nuevas experiencias en el caribe, en el mar, a limpiar las viejas y a perdonarme a mí por no saber decir que no, por no gritar, por no hacer valer mi voz y a perdonar a quienes no me protegieron, a quienes no me creyeron y a quienes ciegos ni siquiera pueden del tema hablar.
Soy una mujer, y merezco recuperar esa parte de mi infancia, esa que marcaste con tus manos y tu dedo.