30/06/2024
Mi sueño de infancia que no se cumplió
Por
En mis días de infancia, los sueños rondaban mi vida. No había mucho que hacer en Medio Rancho por esa época. Era un pueblito perdido en el departamento de Córdoba, en el norte de Colombia, con una carretera de por medio que llevaba a mundos que yo no conocía
En la mitad del pueblo, un parquecito con una virgen convertía la carretera en una ye y las vías se desparramaban con rumbos opuestos
Una gran ceiba dominaba el panorama en ese lugar. Allí se reunían los adultos del pueblo, mientras que los niños jugábamos en los grandes patios correteando gallinas, cerdos o patos. Eran días sin preocupaciones.
Cada tanto, todos los días, los buses de palo, como llamaban por allá a aquellos vehículos que llevaban pasajeros, pero que sus estructuras eran básicamente en madera, transportaban a los lugareños desde esos pequeños pueblos, incluyendo Medio Rancho, hasta Planeta Rica, el municipio que domina la zona.
Con alegría esperaba por ellos. Cuando pasaban, los veía alejarse con cierta nostalgia. Pero al rato, otro bus pasaba levantando la polvareda en la carretera
Mis padres, Miguelina y Salustiano, cuyos nombres, estoy seguro, salieron del Almanaque Bristol, viajaban a Planeta a las fiestas patronales o a hacer diligencias. Muchas veces me llevaban, junto con mi sobrina-hermana, a esos paseos a la ciudad.
Eran días felices. Los globos de colores. Los algodones de azúcar. Las ruletas dando vueltas infinitas. Los helados y las fotos. Era casi una obligación tomarse la foto que luego entregaban en un aparatico que había que ponerse en un ojo y taparse el otro para poder mirar el resultado
Dentro del bus, me parecía interesante el trabajo de aquel muchacho que iba de puesto en puesto cobrando los pasajes, con los billetes y monedas en las manos.
Pero eso no era lo maravilloso. Lo verdaderamente llamativo era cuando el bus se llenaba “hasta las banderas”, como decían aquellos narradores de béisbol, y el cobrador debía colgarse del pasamanos de la puerta y viajaba como racimo de plátano colgado y recibiendo la brisa
Siempre me llamó la atención eso de ir colgado del bus. De grande, muchas veces lo hice en Sincelejo, cuando el bus de servicio urbano se llenaba hasta las banderas. Esperaba en la parada ser el último en subir para quedarme colgado del pasamanos de la puerta. Ahí, también fui feliz
Cuando las fiestas en Planeta Rica se acababan , volvíamos a Medio Rancho en aquellos viejos buses que sonaban como si se fuesen a desarmar
En la medida que crecía, más me llamaba la atención estar en un vehículo de esos que llevaban y traían personas. Luego entendí que ese era mi sueño: ser cobrador de bus.
Un día mis padres salieron del pueblo, aterrizamos en Coveñas, al lado del mar y mi sueño se quedó allá en aquellas polvorientas carreteras.
Después vinieron los estudios. La mudanza a Sincelejo y la vida cambió.
Con ese cambio vinieron nuevos sueños. Hoy estoy aquí, cumpliendo ese que me convirtió en periodista y que me ha hecho feliz por más de treinta años.
Pero muchas mañanas, recuerdo con nostalgia ese sueño de infancia de ser cobrador de bus que nunca se cumplió.