26/06/2023
Hoy te contaremos una historia interesante, muy real, que sucedió en marzo-abril de 1996, de Brooklin, Maine, es una historia que te va encantar se trata del Chelista de Sarajevo, que en medio de la muerte y la destrucción, se jugó la vida para hacer música en nombre de la paz.
El chelista esa noche de abril sería el mundialmente famoso Yo-Yo Ma, y detrás de la obra que interpretaría había una historia conmovedora.
El 27 de mayo de 1992, una de las pocas panaderías de Sarajevo que aún tenían harina seguía repartiendo pan entre la gente hambrienta y abatida por la guerra. A las 4 de la tarde había una larga cola en la calle. De repente, un proyectil de mortero cayó en pleno centro de la fila y, con una explosión de carne, sangre, huesos y escombros, mató a 22 personas.
No lejos de allí vivía un músico de 35 años llamado Vedran Smailovic, que hasta antes de la guerra había tocado el chelo en la Ópera de Sarajevo, profesión distinguida a la que anhelaba volver. Sin embargo, al ver por la ventana aquella carnicería ya no pudo seguir aguantando en silencio tantas atrocidades. Lleno de angustia, decidió dedicarse a lo que mejor hacía: la música; una música pública, audaz, en el campo de batalla.
Todos los días durante los 22 que siguieron, a las 4 de la tarde, Smailovic se ponía su traje de gala, tomaba su chelo y caminaba en medio de la batalla que se peleaba en torno suyo. Colocando una silla de plástico junto al cráter dejado por el proyectil, tocaba en recuerdo de los mu**tos el Adagio en sol menor de Albinoni, una de las piezas más tristes e inquietantes del repertorio clásico. Toco ante las calles desiertas, los autos destrozados y los edificios incendiados, y ante las personas aterradas que se escondían en los sótanos mientras caían las bombas y silbaban las balas. Entre edificios que volaban en pedazos, con una valentía asombrosa, Smailovic se manifestó así en defensa de la dignidad humana, los mu**tos de la guerra, la civilización, la compasión y la paz. Aunque los bombardeos persistieron, él salió ileso.
Cuando la prensa recogió la historia de este hombre extraordinario, el compositor inglés David Wilde quedó tan conmovido que también decidió hacer música. Compuso la obra para chelo solo El chelista de Sarajevo, en la que vertió los sentimientos de indignación, amor y fraternidad que compartía con Vedran Smailovic.
Esa noche Yo-Yo Ma tocaría precisamente el chelista de Sarajevo. Ma apareció en el escenario, saludó al auditorio y tomó asiento.
La música comenzó y, adueñándose furtivamente de los muchos oyentes, creó un universo sombrío y vacío, angustioso y perturbador. Poco a poco se transformó en un furor agonizante, estridente y violento, que nos aprisionó a todos hasta ceder por fin a un estertor hueco que acabó en silencio.
Cuando terminó, Ma se quedó inclinado sobre el chelo, descansando el arco en las cuerdas. Nadie en la sala se movió ni hizo el menor ruido durante un largo rato. Era como si nosotros mismos hubiéramos presenciado la horrenda masacre.
Finalmente Ma miró al público y extendió la mano para llamar a alguien al escenario. Un escalofrío electrizante nos recorrió a todos al darnos cuenta de que era Vedran Smailovic, ¡el chelista de Sarajevo!
Smailovic se levantó y caminó por el pasillo mientras Ma dejaba el escenario para ir a su encuentro. Se dieron un efusivo abrazo. Toda la sala prorrumpió en un emotivo estruendo de aplausos, gritos y vítores.
Y en medio de todos estaban aquellos hombres que, abrazados, lloraban sin reserva: Yo-Yo Ma, un desenvuelto y elegante príncipe de la música clásica, de ejecución y porte impecables, y vendrán Smailovic, vestido con un manchado y andrajoso traje de cuero de motociclista. Su cabello largo revuelto y su enorme bigote enmarcaban un rostro bañado en lágrimas y crispado de dolor, que aparentaba mucha mayor edad.
Quedamos despojados de toda exterioridad, en nuestra humanidad más descarnada y profunda, al encontrarnos con el hombre que había esgrimido su chelo frente a las bombas, la muerte y las ruinas, desafiándolas a todas. Era la espada de Juana de Arco, el arma más poderosa de todas.
De vuelta en Maine una semana después, fui a tocar el piano una noche a un hogar de ancianos, para acompañar ese concierto con los esplendores que había presenciado en el festival, y me saltaron a la vista las profundas semejanzas.
Con su música, el chelista de Sarajevo había desafiado a la muerte y la desesperación, y celebrado el amor y la vida. Nuestro coro de voces roncas y un viejo piano hacía lo mismo. No había bombas ni balas, pero sí otros sufrimientos verdaderos – pérdida de la vista, soledad, cicatrices acumuladas a lo largo de la vida-, y el único consuelo era los recuerdos que atesorábamos. Sin embargo, seguíamos cantando y aplaudiendo.
Tanto si la hacemos como si solo la escuchamos, la música es un don que puede calmarnos, inspirarnos y unirnos, a menudo cuando más lo necesitamos y menos lo esperamos.
En recuerdo de los mu**tos, Smailovic tocó el Adagio en sol menos de Albinoni, una de las piezas más tristes del repertorio clásico.
Paul Sullivan. Condensando de Hope.
(Marzo-Abril de 1996), de Brooklin, Maine
Tomado de la Revista Selecciones.