Este escrito forma parte de una introducción que Srila Virabahu Maharaja comenzó a redactar en abril de 1997 para el libro “Srila Prabhupada en Venezuela” escrito por su hermano espiritual Jagat Caksur Das (ahora Bhakti Sundar Goswami).
Al comenzar a escribir esta introducción me encuentro en la India, en la dulce ciudad de Vrindavana. Recuerdo el verso “dharma-ksetre kuruksetre” y las palabras de Srila Prabhupada en el primer significado de su Bhagavad-gita. Ahí él nos habla de la influencia que puede tener un lugar sobre las actividades que en él se realizan. Espero que este sagrado lugar que Srila Prabhupada llamaba su hogar, me bendiga en esta difícil misión, la misión de honrar debidamente a mi amo y señor, Srila Prabhupada, nuestro maestro espiritual. Aquí en Vrindavana vivió Krishna Sus pasatiempos principales. Ello hace que éste sea el lugar más importante en el mundo de Conciencia de Krishna y, por ende, en el mundo que Srila Prabhupada creó, la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna. Ése es mi mundo, y Vrindavana es, pues, para mí, la ciudad principal. Hace unos días, poco después de mi llegada a este lugar espiritual del mundo material, Jagat-Caksur Prabhu me hizo el pedido de escribir esta introducción, lo cual, venido de un devoto como él y en este santo lugar, tomo como una orden divina. Jagat-Caksur y yo, así como muchos otros discípulos y seguidores de Srila Prabhupada, y así como muchas otras personas interesadas en la vida espiritual, tenemos algo en común en relación con esta santa ciudad de Vrindavana: la conocimos en Caracas. Y fue también en Caracas donde, por primera vez, muchos supimos de Srila Prabhupada. Ésa es la historia que me dispongo a relatar.
Para mí, todo comenzó hace 25 años, el 5 de Marzo de 1972. Era un día Domingo. ¿Cómo es posible que recuerde la fecha con tanta precisión?… Al día siguiente era mi cumpleaños. En esa época estaba cursando mi tercer año de ingeniería química en la Universidad Simón Bolívar. Había ido a Altamira(1) a visitar a Alberto, un amigo de la universidad que era músico y que tenía por hobby tocar en un conjunto de música moderna. Al llegar a su casa me encontré con la sorpresa de que el grupo estaba tocando en el sótano. Era la primera vez que los iba a escuchar. Yo era muy aficionado a esa música, así que me senté entre conocidos y desconocidos a disfrutar del momento. En particular me llamó la atención lo talentoso del pianista. Cuando pregunté quién era, tuve otra sorpresa: se trataba de Ilan Czenstochousky, alguien de quien ya había oído hablar mucho entre amistades que teníamos en común. Además de que era un músico que comenzaba a hacerse popular entre la juventud de la ciudad. Por su complicado apellido, más adelante adoptó en el mundo artístico el nombre de Ilan Chester. Al final de la sesión nos conocimos, y me pidió que lo llevara a su casa en mi auto. Me dijo que vivía en San Bernardino(2). Tomé la autopista de La Cota Mil, y a los pocos minutos ya Ilan me estaba hablando de la vida espiritual y de unos libros que tenía sobre la filosofía de la India. Lo cual de inmediato me interesó. En esos días estaba viviendo la crisis existencial que tarde o temprano nos embarga a todos. Y ya había acudido a la literatura oriental buscando respuestas, buscando llenar el gran vacío interior que la rutina diaria me dejaba. Lo poco que había leído había despertado mi fe en el Oriente, en particular en la filosofía de la India. La seguridad con la que Ilan me hablaba confirmaba mi sentir y me indicaba que él tenía algo de allá de mucho valor. Pocos minutos antes de terminar el recorrido me preguntó si hablaba inglés, a lo cual respondí afirmativamente. Los libros que él tenía estaban en ese idioma, y se le ocurrió que podíamos reunirnos con algunos de nuestros amigos en un grupo de estudio, y que yo podía traducir para todos. Me encantó la idea. “Mientras –me siguió diciendo–, puedes adquirir uno de estos libros, ‘El Bhagavad-gita’, que se consigue en una librería de Chacaíto. La edición que ahí venden sólo contiene el texto original traducido al español, sin el comentario de nadie. Es mejor leerlo así”. Ése fue el Ilan que yo conocí aquel domingo 5 de marzo.
Empiezan los problemas
Llegamos a su casa, y al despedirnos acordamos comunicarnos de nuevo para organizar las reuniones de estudio. Las cuales comenzamos en esos días con “El Bhagavad-gita Tal Como Es” de Srila Prabhupada. Los más constantes éramos Alberto, Roberto con su novia y sus tres hermanas, Julio y su prima, Horacio y su novia, Ilan y este humilde servidor que traducía. A veces nos reuníamos en los jardines o en los pasillos de la Universidad Central (para algunos, la Simón Bolívar era muy lejos). A veces en el Parque Los Caobos(3), y otras en uno de los parquecitos de Prados del Este. O en las canchas del Valle Arriba(4). O en la casa de Julio. O en la casa de Alberto. O, las más de las veces, en la casa de Roberto. Todos lo estábamos tomando muy en serio, y empezamos a introducir cambios radicales en nuestra vida. Y empezaron los problemas. En un sentido, a mí me fue un poco más fácil. Los estudios universitarios me habían mudado de Maracaibo a Caracas, lejos de mi familia. Mis nuevas costumbres, como la de ser vegetariano, no tenían que chocar a diario con las de mis familiares. Como sí estaba ocurriendo con los demás del grupo. Lo cual había creado grandes tensiones en sus relaciones. De todos modos, y como decimos ahora, “por misericordia de Krishna”, poco a poco las cosas se fueron ajustando lo suficiente como para que pudiéramos continuar. Y continuamos.
NOTAS
(1) Céntrica urbanización de Caracas
(2) Barrio judío y donde actualmente está ubicado el templo de ISKCON
(3) Parque ubicado en la zona de los museos más importantes de Caracas.
(4) Famoso club de golf.
“El perro aquél”
Cantar Hare Krishna se volvió para mí uno de los placeres más grandes de la vida. Cuando no había otra cosa que hacer, buscaba una guitarra y cantaba Hare Krishna. En cualquier lugar. Esta práctica me llevó a tener asombrosas experiencias. Un sábado, había ido a buscar a Julio para ir juntos a una de nuestras reuniones en un parque. Al llegar a su casa me dijo que lo esperara ya que aún tenía que ducharse y prepararse para la reunión. Me quedé conversando con su hermano menor y lo invité a cantar Hare Krishna. Tomé la guitarra de Julio y salimos a la puerta y nos sentamos a cantar en los escalones de la entrada. Al comenzar a cantar, observé que el perro de la casa de enfrente corría desde el fondo de la casa hacía el portal de entrada de la misma. Había olvidado a este escandaloso perro, y ahora pensé que nos iba a estropear el momento con sus insoportables ladridos. ¡Cuál no fue nuestra sorpresa al ver que el perro se sentó en el portal a aullar emotivamente acompañando nuestro canto! De ahí en adelante, cada vez que visitaba a Julio y teníamos tiempo, nos poníamos a cantar Hare Krishna con el perro. Tuvimos así una confirmación palpable de algo que le habíamos oído decir a Srila Prabhupada en uno de los cassettes en los que él mismo cantaba: Este canto de Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare, Hare Rama, Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare, procede directamente del plano espiritual, sobrepasando todos los estados inferiores de la conciencia, es decir, el plano sensual, el mental y el intelectual. No hay necesidad alguna de entender el idioma del mantra, ni es necesaria alguna especulación mental ni ningún ajuste intelectual para cantarlo. El mismo brota automáticamente del plano espiritual, por lo que cualquiera puede participar de la vibración de este sonido trascendental y bailar con éxtasis, sin necesidad de ningún requisito previo. Lo hemos visto en la práctica. Incluso un niño puede participar del canto, y hasta un perro puede participar de él.
La sorpresa de Ravi Shankar... y la nuestra
En Junio de 1972, nos enteramos por el periódico de que Ravi Shankar, el famoso sitarista hindú, iba a presentarse en el Teatro Municipal. Como “todo lo de la India es Hare Krishna”, fuimos con grandes expectativas a uno de los conciertos, tanto para disfrutar de lo que ahora considerábamos “nuestra música”, como para conversar con Ravi y ver si nos daba noticias de los devotos de Krishna. El teatro estaba lleno de par en par. En esos años, los Beatles John Lennon y George Harrison, así como otros famosos músicos del momento (Carlos Santana, “Mahavisnu” John McLaughlin), se habían interesado mucho en la cultura hindú. George, en particular, se había encariñado con los devotos de Krishna. Sus canciones y las portadas de sus discos lo anunciaban a los cuatro vientos. “Mi dulce Señor”, que concluía con el mantra Hare Krishna, se volvió uno de los éxitos musicales más grandes de todos los tiempos. Por el lado filosófico, George buscó la guía de Srila Prabhupada y la compañía de sus discípulos; por el lado musical, estableció una gran amistad con Ravi Shankar. Fue así que la India se puso de moda entre la juventud del mundo. El mismo mundo del que era parte Caracas y su juventud. Después de momentos de mucha expectativa, Ravi y sus músicos acompañantes entraron al escenario, recibiendo un emocionado aplauso de bienvenida. Sin mucho preámbulo se sentaron en el suelo, tomando sus respectivos instrumentos. Hablando en inglés, Ravi solo les pidió a los jóvenes que no fumaran (había mucho olor a ma*****na), y de inmediato él y su grupo llenaron el recinto de los celestiales sonidos místicos de su música. Pasaron dos o tres minutos, y pararon. El público irrumpió en un estruendoso aplauso, mucho más fuerte que el anterior. “Thank you, thank you” –dijo Ravi–. “Estábamos afinando”. La música de Ravi Shankar nos llegó muy dentro. Al terminar el concierto nos fuimos “flotando” hasta los camerinos, que estaban en la parte posterior del teatro. Abrió la puerta el virtuoso de la tabla, Ustad Alla Rakha, también muy famoso, por cierto. Ilan le preguntó en inglés por Ravi Shankar. Mientras lo buscaba, observamos con desconcierto y desilusión que, en la parte de atrás, el que tocaba la tamboura ¡estaba fumando! “Todo lo de la India no es Hare Krishna” –fue la lección inmediata–. Que quedó confirmada al llegar un Ravi sonriente a la puerta. “¡Hare Krishna!” –lo saludó Ilan–. Con lo cual a Ravi se le congeló la sonrisa. Fue amable con nosotros, pero era obvio que no le gustó ser identificado con Hare Krishna. Ya era muy tarde para dar marcha atrás, así que Ilan le preguntó si conocía a Swami Bhaktivedanta Prabhupada y sus discípulos. Él contestó que sí. Le pedimos que si los veía les dijera que tenían seguidores en Caracas y que enviaran aquí a algunos representantes de su movimiento. A lo cual Ravi accedió muy cortésmente, y nos despedimos gesticulando con las manos juntas, como es la costumbre hindú.
“Dulce Hogar”
Fue también en esta época que Ilan decidió componerle una canción a Krishna. La llamó “Dulce hogar” y, como en “Mi dulce Señor” de Harrison, le había puesto un coro que decía “Hare Krishna”. Ilan nos llevó a sus amigos Hare Krishna al estudio de Radio Continente a servirle de coro en esa parte, y pocas semanas después pudimos escuchar nuestras voces en un disco de 45 rpm que produjo. Si bien nuestra amistad con Ilan nos llevó a “aparecer” en ese disco, por lo general éramos solo parte del público que escuchaba a los conjuntos en los que participaban él y los otros músicos de nuestro grupo: Roberto y Alberto. A la par de nuestras reuniones de estudio, ellos seguían activamente involucrados en el mundo de la música, y en esa época participaron de unos conciertos de música moderna que se organizaron en el teatro Paris. Resultó ser una ocasión muy feliz y emocionante para todos nosotros. Ilan había conseguido un juego de diapositivas con las ilustraciones Hare Krishna que aparecían en los libros de Srila Prabhupada. Durante toda la presentación de su grupo, las mismas eran proyectadas en la gran pantalla del teatro, para deleite de los cientos de jóvenes asistentes, ávidos de experiencias místicas. Para nosotros, la satisfacción era la de estar haciendo la primera promoción pública y en vivo en Caracas de esta cultura espiritual.
Faltaba algo
Día a día, a través de las reuniones y nuestra lectura individual, los libros de Srila Prabhupada nos iban enseñando la filosofía de conciencia de Krishna. Y día a día también nos crecía el gusto por cantar Hare Krishna. Pero sentíamos que nos faltaba algo. Estábamos andando a tientas por un camino que todos desconocíamos. Necesitábamos de una guía. Algo que Srila Prabhupada explica insistentemente en todos sus escritos, desde el primer texto de su Bhagavad-gita. “El Bhagavad-gita es la muy leída ciencia teísta que se resume en el Gita-mahatmya (La Glorificación del Gita). Ahí se dice que uno debe leer El Bhagavad-gita muy detenidamente CON LA AYUDA DE ALGUIEN QUE SEA DEVOTO DE SRI KRISHNA y tratar de entenderlo sin interpretaciones motivadas por intereses personales”. (El Bhagavad-gita Tal Como Es 1.1, Significado) Las Escrituras hablaban de lo esencial de tener un maestro espiritual, por lo que ello se volvió primordial para nosotros. Ilan se encargó de escribir al templo Hare Krishna de Nueva York, pidiendo que al menos le asignaran un maestro espiritual a Caracas. Envió varias cartas por correo. Envió mensajes con amigos y conocidos que viajaban, y que a su regreso nos traían libros y esperanzadoras promesas. Mas el maestro nunca llegaba.
Ayuno, Barbas y Chop-suey
Transcurrieron unos meses más en esa forma que para nosotros había tomado la vida: seguimos con nuestras reuniones y con nuestra lucha por seguir las regulaciones de un devoto de Krishna. Dos veces al mes, en día sábado, ayunábamos hasta las cinco o seis de la tarde para observar Ekadasi. Otra muestra más de cómo habíamos “especulado” nuestro propio proceso. Los devotos de Krishna ayunan dos veces al mes, el undécimo día después de la Luna creciente, así como de la Luna menguante. “Ekadasi” significa en sánscrito “el día once”. Lo más tradicional es ayunar por completo, incluso sin ingerir agua. Además, los más estrictos permanecen despiertos toda la noche, orando y cantando sobre Krishna y Sus pasatiempos. Pero si todo ello no es posible, al menos es imperativo en esos dos días no comer granos ni legumbres. Entre otras cosas, en las Escrituras védicas se explica que esto crea un balance natural en el mundo, de modo que siempre haya suficiente comida para todos. Nosotros no sabíamos nada de eso. Solo sabíamos que había que ayunar dos veces al mes. Escogimos, como ya dije, que fuera en día sábado. Y como solo aguantábamos hasta las cinco, esa se volvió la hora oficial de romper nuestro ayuno. Y la comida oficial para romperlo era el Chop-Suey (vegetariano) de algún restaurant chino. El día de nuestro “Ekadasi” comprábamos el Chop-Suey e íbamos a alguno de los parques a ofrecerlo al Señor Krishna. El asunto no es solo ser vegetariano: todo lo que uno come debe ser prasadam, la gracia o misericordia de Krishna. Para lo cual entendíamos que antes de comer había que poner la comida frente a un cuadro de Krishna y cantar Hare Krishna mientras el Señor la aceptaba. Eso era precisamente lo que hacíamos en el parque en esos sábados de ayuno. Para sorpresa de todos los demás seres humanos que ese día se encontraran por ahí. Me imagino que era todo un espectáculo. Julio y yo llevábamos el cabello al estilo “afro”. Además, yo me dejaba la barba, al igual que Horacio. Alberto llevaba el cabello largo hasta los hombros. Los únicos que se veían “normales” eran Ilan y Roberto. Todos sentados en un banco del parque alrededor de un cuadro de Krishna puesto frente a un plato de Chop-Suey, cantando Hare Krishna frenéticamente al son de mi guitarra. ¡Qué espectáculo! Afortunadamente, teníamos muy claro que debíamos conseguir un maestro espiritual. Así que seguimos buscando y esperando.
Las trampas
Mientras, por nuestra ignorancia empezamos a caer en ciertas trampas en las que suelen caer los principiantes. La primera fue la de creer que todo lo que era de la India era Hare Krishna. La segunda fue la que se conoce en conciencia de Krishna como “la especulación”: tratar de deducir verdades filosóficas en base a lo que nos dicta la lógica y nuestra experiencia y limitado conocimiento. Yo particularmente solía caer en esto. Ya mencioné que había leído otros libros sobre la filosofía de la India, y cuando algo que Prabhupada decía no nos quedaba claro, yo lo explicaba según eso otro que ya conocía, creyendo que era lo mismo. “Al fin y al cabo, todo es uno”. Lo poco que Ilan había estado con los devotos de Israel y Nueva York le había enseñado al menos que no se podía “especular”. Esto hacía que de vez en cuando él y yo tuviéramos unos acalorados intercambios de palabras, que rompían la atmósfera de espiritualidad que tratábamos de crear en nuestras reuniones. Pero todo se arreglaba con la guitarra y el canto de Hare Krishna al terminar la reunión. Ilan hacía lo que podía –y hasta donde sabía– para preservar la pureza del conocimiento que estábamos recibiendo. Pero no era suficiente. Sin el maestro espiritual ni sus representantes estábamos siguiendo nuestra propia versión de la filosofía de conciencia de Krishna. Entre otras cosas, ninguno estaba logrando seguir estrictamente las regulaciones que debíamos observar. A mí, por ejemplo, me estaba resultando muy difícil dejar de fumar. O muy fácil: ahora estaba dejando de fumar casi todos los días. Afortunadamente, teníamos muy claro que debíamos conseguir un maestro espiritual. Así que, seguimos buscando y esperando.
El maestro del OM
Seguíamos, así pues, nuestra vida en nuestras respectivas ocupaciones. Hasta que un día del mes de Septiembre de ese mismo año, ocurrió finalmente lo que por tanto tiempo habíamos anhelado. Bueno, eso creímos. Ilan nos llamó por teléfono para darnos la muy ansiada noticia: ¡había conocido a un maestro espiritual de la India! Siendo Ilan el más estricto de todos nosotros en cuanto a lo que era Hare Krishna y lo que no lo era, no dudamos ni por un momento de lo que nos decía. “Esta tarde pueden ir a verlo en un apartamento de Las Palmas en donde va a estar de visita”. Y por supuesto que fuimos. Alberto, Julio, Roberto, Evelyn, Nora y yo llegamos alrededor de las cinco de la tarde. Ilan nos había dado la dirección de esta familia que ninguno de nosotros conocía. No sabíamos qué iba a ocurrir. En lo particular, me puse muy circunspecto. Le temía al momento de encontrarme con un maestro espiritual. Me parecía que querría tomar el control de mi vida, y no estaba yo en ese nivel de entrega. Me conforté mentalmente, diciendo para mis adentros: “¿Por qué me preocupo? Solo vinimos a mirar”. Se abrió la puerta y nos atendió una señora mayor. Un humo blanco y espeso salía del apartamento, lo cual me alarmó. Luego supe que justo en ese momento estaban quemando hojas de eucalipto para purificar y refrescar el ambiente. Me sorprendió agradablemente la naturalidad con que la señora nos hizo pasar a su casa, pese a que éramos unos desconocidos. Justo al entrar, el “maestro”, sentado en una butaca en un extremo de la sala, estaba hablando de Krishna y Arjuna y El Bhagavad-gita. En esa época ésas eran para nosotros palabras mágicas. Eran como una indicación “del más allá” de que estábamos en el lugar correcto. Nos sentamos en unos cojines que había en el suelo, al igual que todos los demás visitantes. El maestro era un hombre de Trinidad de ascendencia hindú, pasado de los cuarenta años. Era bastante robusto y tenía el cabello largo y gris, y una barba gris también larga y espesa. Vestía una camisa de corte hindú blanca, y pantalones blancos. En la camisa, llevaba en toda la región del pecho un gran dibujo anaranjado del símbolo “OM”, que es la palabra que representa a la Trascendencia en la filosofía hindú. Tenía él, pues, toda la apariencia que conforma la tercera trampa típica en que caen los neófitos: un guru, o maestro, debía verse así. Después de contestar unas consultas personales que otros le habían hecho, se dirigió a nosotros. “¿Y ustedes…? ¿En qué podemos servirles?” Yo estaba bastante nervioso, temiendo quedar comprometido de alguna manera, por lo que iba a contestar: “Solo vinimos a conocerlo”. Pero antes de que pudiera abrir la boca, Julio profirió las temidas palabras: “¡Queremos ser sus discípulos!”. Todo se me revolvió por dentro. ¡Jamás habíamos acordado que íbamos a decir eso! Pero ya era muy tarde. La respuesta de él fue inmediata: “¿Ah, sí? Muy bien, ahora yo tengo que ver si quiero ser su maestro. Deben pasar un mes comiendo únicamente frutas. Al cabo de ese mes, regresen y veremos”. Mientras nos íbamos reponiendo de nuestro asombro inicial, hicimos algunas preguntas en relación con esa exigente prueba. El maestro aclaró que durante ese mes también podíamos tomar leche y miel, y comer tomates y aguacates. “Todo lo que crezca por encima de la tierra. Ni tubérculos, ni raíces, ni nada cocinado”. Nos despedimos, y salimos del apartamento. Pese a mi renuencia a rendirme a un guru, decidí hacer el ayuno junto con los demás. Julio y yo acordamos ayudarnos en el esfuerzo. El encuentro había tenido un efecto adicional en mí: me había confrontado de modo definitivo con mi adicción al ci******lo. Pensé en este maestro como un juez de mi sinceridad: “Hace meses que acepté esta filosofía. Ya es hora de que lo cumpla todo”. Al llegar a mi cuarto me saqué del bolsillo de la camisa mi última cajetilla. Quedaba en ella un ci******lo. La puse en una de las gavetas de mi escritorio. Meses después pasó de ahí al basurero. ¡Finalmente me había librado del vicio!
Krishna, la Persona Suprema
Fue una dura prueba, pero la pasamos. Después de un mes de frutas, visitamos al maestro de nuevo en ese apartamento de Las Palmas. Le informamos que éramos seguidores de Srila Prabhupada y el movimiento Hare Krishna. Se mostró complacido y nos dijo que él también cantaba Hare Krishna, y al instante profirió el Maha-mantra. Sin embargo, comenzó primero con la parte del Hare Rama, seguida de la parte de Hare Krishna. En ese momento no le dimos mayor importancia. Más adelante supimos que ello es característico de otras escuelas de la filosofía hindú diferentes de la que habíamos estado siguiendo. Una manera de clasificar a los seguidores de los Vedas es, por ejemplo, en personalistas e impersonalistas, cada uno de los cuales tiene otras subdivisiones. Los libros de Srila Prabhupada explican con todo detalle la diferencia entre estas dos corrientes. Sin el debido maestro no habíamos entendido el asunto, y seguíamos creyendo que “todo es uno”, una de las premisas más conocidas del impersonalismo. “El maestro del Om” era impersonalista. La filosofía que él seguía y la que nosotros queríamos seguir eran mutuamente excluyentes. Nosotros no lo sabíamos y él no lo mencionó, pues para ellos, todo es aceptable. En fin de cuentas, “todo es energía”. Pero para nosotros Dios es Krishna, una persona. Más no como cualquier otra persona: Él es la Persona Suprema. De Él emana esa energía de la que hablan ellos. Fue alrededor de estos días que el subdirector de la policía convocó a todos los de nuestro grupo original. Algunos de los familiares se habían puesto de acuerdo y habían ido a quejarse con él de que estábamos siendo influidos por una filosofía extraña traída por un maestro. Uno de nuestros padres era muy amigo de este funcionario, y le pidió el favor de que nos hablara. Fuimos al cuartel general de la policía y tuvimos nuestra entrevista con el subdirector en cuestión. Nos expresó la preocupación de nuestros mayores. Le explicamos lo que estábamos haciendo y de lo que se trataba la filosofía que seguíamos. Estuvo satisfecho y nos despidió amistosamente, no sin antes decirnos que los menores de edad no podían continuar participando de las reuniones sin el consentimiento de sus padres. El menor de nosotros tendría 19 años, pero la ley declaraba la mayoría de edad a los 21 años para los varones, y a los 18 para las mujeres.
Hare Krishna en la U.S.B
La relación con este maestro y esta nueva restricción creó un gran cambio en nuestro grupo Hare Krishna original. Ahora empezamos a formar parte de otro grupo más grande, y no todos nuestros amigos y amigas estaban igualmente interesados en la nueva situación ni tenían todos la edad indicada, como ya dijimos. Además, establecimos nuevas amistades. Fue aquí y en ese entonces que conocí a mi esposa, Karta Dasi (Kellyn, en aquella época). Nuestras antiguas reuniones de lectura y canto disminuyeron considerablemente. Ahora algunos de nosotros participábamos de las reuniones de este maestro, donde también se leía el Gita y se cantaban mantras. Y había algo más: se hacía lo que en Occidente se conoce como yoga. Después de varios meses tratando de seguir la filosofía de vida de conciencia de Krishna, estar en este nuevo grupo nos resultó fácil. Como el maestro no era muy exigente, le perdí el temor a acercarme, y en poco tiempo me convertí en uno de los íntimos del grupo. Nosotros, “los Hare Krishnas”, seguíamos todo estrictamente, y por ello nos destacábamos entre los demás. El maestro era igual de estricto, pero los demás solo tenían que hacer hasta donde pudieran. Lo que hacíamos nosotros era para los “avanzados”. Nuestro encuentro con este grupo ocurrió justo cuando empezaban a formalizar su asociación. Hacia fines de Octubre alquilamos un apartamento en el piso trece del edificio Cedíaz, donde pasaron a realizarse las reuniones devocionales y las clases de yoga. Era curioso como nosotros manteníamos nuestra identidad Hare Krishna dentro del grupo. Ahora el maestro y todos los demás cantaban con nosotros el Maha-mantra a nuestra manera: Hare Krishna Hare Krishna Krishna Krishna Hare Hare Hare Rama Hare Rama Rama Rama Hare Hare El hecho de que hacíamos hatha-yoga, que en apariencia es como la gimnasia, me permitió organizar un club de estudiantes en la universidad. En Noviembre empezó a operar oficialmente el Club de Hatha-Yoga Hare Krishna Universidad Simón Bolívar... Aunque sólo por poco tiempo.
Fuente: http://www.virabahumaharaja.cl/