05/05/2022
Las motivaciones de las personas para tener cuenta en Twitter, Facebook o Instagram son múltiples: ser visibles ante los demás, reafirmar la identidad ante el grupo, estar conectadas a los amigos o intercambiar fotos, vídeos o música. A su vez, el WhatsApp puede facilitar el enganche porque es gratuito y a menudo no se desconecta por hábito (al mirar la hora, ya se sabe si una persona tiene avisos e incluso la entradilla de los mensajes) y porque permite controlar a los demás (si han leído el mensaje, si están en línea, a qué hora ha sido su última conexión).
Pero una cosa es el mal uso de las redes y otra la adicción. El término de adicción a las redes sociales es controvertido porque no figura como tal (de momento) en las clasificaciones psiquiátricas. Sin embargo, más allá del mal uso, se puede hablar de adicción cuando su utilización supone una pérdida de control, una absorción a nivel mental y una alteración grave en el funcionamiento diario de la persona afectada. El adicto disfruta de los beneficios de la gratificación inmediata, pero no repara en las posibles consecuencias negativas a largo plazo. Por ello, el abuso de las redes sociales puede facilitar el aislamiento, el bajo rendimiento, el desinterés por otros temas e incluso los cambios de conducta (por ejemplo, la irritabilidad), así como el sedentarismo o las alteraciones del sueño.
La adicción acaba por consolidarse cuando se produce un uso abusivo descontrolado pero el problema ocurre cuando se detecta que se dejan de lado el resto de las obligaciones propias de una vida social normal (estudiar o trabajar, hacer deporte u otras aficiones, salir con amigos o relacionarse con la familia) Hay personas más vulnerables a las adicciones. Si bien las redes sociales están disponibles para todas las personas, sólo una pequeña parte de ellas presenta problemas de abuso.