
06/04/2025
Mi esposo dijo que necesitaba un "tiempo fuera". Que estaba cansado de la familia, de la rutina, de mí. Y mientras él descansaba… yo me encontré a mí misma.
No llamó ni una sola vez. No preguntó si su hijo tenía qué comer. Si yo tenía cómo pagar la luz, el gas, el agua, aunque fuera del mes en que todavía vivía con nosotros. Nada. Silencio total.
—Estoy harto de ti, de la casa, de todo —me dijo seco—. Quiero vivir solo, aclarar mis ideas. Me aburres. Hace años que no estoy solo. Me voy a dar un tiempo.
Teníamos 10 años de casados. Los dos con 35. Nuestro hijo apenas cumplía 3 años. Seis años nos tardamos en lograr ese embarazo: estudios, tratamientos, calendarios, esperanzas.
Recuerdo cuando el test de embarazo salió positivo: lloró de rodillas, de alegría. El día que salí del hospital, la recámara estaba repleta de flores.
Y ahora estaba “cansado”...
Empacó sus cosas con toda calma. Solo dejó lo de invierno. No volteó a ver al niño que lo abrazaba de las piernas. Se servía tragos de coñac entre maleta y maleta. El alcohol, supongo, le daba valor.
Se fue. Yo me quedé. La casa era mía, la heredé de mi abuela. Al menos nadie me correría.
—Segurito ya trae otra —me dijo mi amiga Nena—. "Cansado", ajá. Le pesa el niño, pobre. Todos son iguales. No seas mensa. No lo esperes. Demanda pensión alimenticia. Puedes hacerlo incluso sin divorciarte.
Y sí. No tenía un peso. Me había salido del trabajo cuando el niño tenía año y medio. Él insistió:
—Esperamos mucho por este hijo, —me dijo entonces—. No quiero que crezca en guarderías. Quédate en casa, yo los mantengo.
Así lo hice. Me dediqué al hogar, al niño, a él. Vivía para ellos. Él ganaba bien y me daba para todo sin reclamar.
Una semana después de que se fue, fui al juzgado a pedir pensión. Y en casa me puse a buscar chamba como loca. Y tuve suerte. En mi antiguo trabajo justo se había jubilado una compañera. Podía empezar al día siguiente… pero el problema era que no teníamos lugar en la guardería. Nunca me inscribí.
Mi mamá, con su corazón enorme, me ofreció ayuda:
—Tráeme al niño. Sí, ya estoy grande y me va a costar trabajo seguirle el paso, pero ni modo. Solo ayúdame con algo de dinero para sus comidas.
Tenía sentido. Mi mamá vive con una pensión mínima. Le pedí prestado a Nena para los primeros días: había que comer, moverse, empezar de nuevo...
Mi esposo, ni una llamada. Nada. Ni preguntó si su hijo tenía leche. Nada.
Hasta que lo vi. “Nuestro tiempo fuera” tenía piernas largas y cabello negro, unos veintitantos. Estaban en una terraza cerca de donde yo trabajaba. Supongo que él jamás pensó que yo volvería a caminar por ese barrio.
Les tomé una foto con el celular. Y seguí mi camino.
Poco a poco, mi vida se fue acomodando. Y ¿saben qué? Me di cuenta de que sin él… estaba mejor.
La casa estaba más tranquila, más limpia. Ya no tenía que cocinar lo que a él le gustaba y a mí no. Nadie dejaba la regadera sucia ni la ropa tirada.
Y me descubrí. Me redescubrí. Ya no era la mujer del matrimonio. Era yo.
Me gusta más el hockey que el fútbol. El perfume que él adoraba… me daba asco. Detesto ese castaño aburrido que me hizo llevar años. Me corté el pelo. Me encantó. Me di cuenta que los tenis con vestido me encantan. Y que ese tono n**e de labial jamás fue para mí.
¿De verdad estuve 10 años anulándome?
Volví a trabajar. A los tres meses, me ascendieron y me aumentaron el sueldo. Tiré todos los vestidos que él amaba y me compré jeans, trajes ejecutivos, tacones bajos. Pinté toda la casa con colores que a mí me encantan.
Y pedí el divorcio.
Ocho meses sin un solo mensaje de él.
Dos días antes de la audiencia, se apareció. Con flores. Con una canastita de frutas.
—Pensé bien las cosas. Ya entendí todo. Quiero regresar —me soltó sin rodeos—. ¿Y qué onda con ese color tan raro en la sala? ¿Y por qué te cortaste el pelo? No te queda.
—Yo también pensé —le respondí—. Ese “color raro” es mi favorito. Y este corte me encanta. Por cierto… ¿cómo se llama tu "tiempo fuera"? ¿Te dejó?
Le mostré la foto en el celular.
—No quiero que regreses. También pensé… y entendí: estoy mejor sin ti.
Él empezó con que era yo la egoísta. Que no pensaba en nuestro hijo. Que qué clase de mujer se cree deseable casi a los 40, con un niño.
—Pensé en nuestro hijo todos estos ocho meses —le respondí—. Mientras tú "te encontrabas", yo pensaba cómo darle de comer, con quién dejarlo para ir a trabajar. Y sí. Soy egoísta. Y qué rico se siente.
Y sobre eso de que no valgo nada con casi 40… Estás equivocado. Sí valgo. Me valgo a mí misma. Y por mucho tiempo, no me tuve.
Le cerré la puerta.
No me arrepiento. Y no voy a dar marcha atrás. Cuando una relación es real… no necesita "tiempos fuera".