03/11/2024
FERNANDITO TÚPAC AMARU BASTIDAS
El niño que ese aciago 18 de mayo de 1781 fue obligado a presenciar la atroz ejecución de sus padres José Gabriel y Micaela, y de su hermano Hipólito. Un hecatombe de extrema crueldad que golpeó su memoria el resto de su vida. Esa mañana el niño lanzó un grito sollozante que se escuchó en toda América. Un bramido de inocencia e impotencia.
Tras el sacrificio de nuestros padres y de Fernandito, el niño fue condenado al destierro en una prisión de África. Pasados tres años, en 1784 se procedió a su expulsión de su tierra, junto a su abuelos, tías, tíos, su hermano Mariano, primos, es decir toda la genealogía de la familia Túpac Amaru /Bastidas. Caminaron setenta días del Cusco a Lima para ser encerrados en el Castillo Real Felipe, del Callao, y meses después embarcados por los delicuentes invasores en un navío repleto de oro y plata con destino a Cádiz.
Mientras toda la familia de los Túpac Amaru eran desterrados de su identidad e territorio, en la cárcel de Lima quedaban recluidos los hombres comprometidos con la rebelión. Dos de ellos – el clérigo Vicente Centeno y el negociante Miguel Montiel – murieron al año siguiente víctimas del ensañamiento con que fueron tratados por los foráneos salvajes.
La vida atormentada del menor de los Túpac Amaru fue un verdadero calvario. Sólo una pluma avisada como la de José Luis Ayala puede contarnos esta odisea. Con muchas tribulaciones en el viaje, llegaron a Río de Janeiro, allí repararon el barco para atravesar el Atlántico, y ya frente a las costas de Portugal, en Peniche, la nave naufragó al entrar al ojo de una tormenta.
No sabía nadar, pero como querían con vida como trofeo lo ayuda uno de los jóvenes oficiales, nuestro hermanito se salvó. Al llegar a tierra, una astucia hace que no lo tomen prisionero, al decir a las autoridades que él había sido “ayudante de un oficial ahogado”. Deambula en las costas de Peniche, al final decide entregarse a las autoridades españolas, pensando que por este gesto lo iban a librar de los castigos y las p***s, que luego sufrió.
Así continúa este viacrucis de Fernandito Túpac Amaru, llegando con sus quince años a Cádiz. Encadenado, echado a las mazmorras de San Sebastián y luego a la de Santa Catalina, una prisión lúgubre y húmeda en la punta de una cuasi-isla de esta ciudad. En ese confinamiento sobrevive a los asaltos de su memoria. Gracias a la mediación de un sacerdote, al cumplir los 17 años le escribe al Rey Carlos III pidiéndole su liberación, expone que su único delito era el haber nacido en la familia de los Túpac Amaru y que eso en sí mismo no era un pecado pues nadie escoge en qué familia nacer. Tiempo después es trasladado para estudiar en las escuelas Pías de Getafe y de Lavapiés, no muy lejos de Madrid.
Este cautiverio y agonía sin fin, libro/memoria que nos honramos elucidar, está construido a partir de información verídica( mensajes, notas, facturas, cartas, recibos, reclamos etc.), escritos por el propio Fernando Túpac Amaru, que obran hoy en los registros españoles, en particular en el Archivo General de Indias. En Getafe, tal apunta el autor, el adolescente lleva una vida martirizada, aislado, mal comido, mal dormido, llegó a odiar las noches porque al buscar el sueño se precipitaban en su memoria ese festín de crueldad en el cuerpo de sus padres, recuerdos que golpeaban sus sienes, se repetían una y otra vez en la oscuridad, volviéndose una pesadilla cotidiana.Olvidadada por la historieta invasora, perdido entre la maraña de la gesta Tupacamarista, el autor pone ante nosotros el dolor de el vástago héroe Tupac amarista. La historia de la humanidad no registra castigo semejante contra un infante, como este de obligarlo a ser testigo de la atroz ejecución de su propia familia: Fernandito tuvo que presenciar el odioso cumplimiento de ese feroz Protocolo Borbónico, establecido para crímenes considerados de Lesa humanidad, que estableció descuartizar con cuatro caballos a José Gabriel, ajusticiar a Micaela en el garrote, y a su hermano mayor en la horca.
Este recuerdo lo persiguió implacable por todas partes y todo momento y acabó con su propia vida. Esta existencia extremadamente ardua y compleja aparece clara en la prosa de José Luis Ayala: reconstruye en detalle la vida cotidiana de Fernando, rescata del olvido su interés por el estudio, por el dibujo, hurga en los documentos más diversos, repasa – sin ánimo metafórico - los lugares en Cádiz, en Getafe, en Madrid, incursiona en las cárceles de San Sebastián y de Santa Catalina, para impregnarse de los espacios y ambientes donde discurrió la vida el héroe infante.
Se trata de un libro dedicado a las nuevas generaciones, para que los niños y jóvenes del Perú y América, sepan lo que ha costado la Libertad y la Independencia. Como estos ideales movilizaron a los pueblos: José Gabriel Tupac Amaru, encabezando la primera revolución de instauración del Tawa inti suyu que remeció el Virreinato del Perú, de la Plata, la Capitanía de Quito y el resto de América. Fernandito fue parte de ese pensamiento y así lo entendió en el cúspide de su juventud,fue un aliciente para su vida, una esperanza, y lo prosiguió con sus lecturas y sus estudios en las Escuelas Pías, de Getafe. Allí se esforzó por formarse con esmero, aprendiendo gramática, retórica, latín, filosofía, matemáticas y dibujo. En razón de un aprendizaje de las artes de gobierno, pidió ejercer un trabajo como administrador en Madrid, pero nunca se le permitió. Los celadores temían que en este joven se acendraran las nuevas ideas de la Ilustración y sabían que estaba al tanto de los sucesos que ocurrían en París en ese año decisivo de 1789. Seguía de cerca la Revolución Francesa y los conceptos del derecho natural, de igualdad de los Hombres, y de auto determinación de los pueblos, estas ideas eran alimentos para su vida. Los independentistas que actuaban en América y en Europa sabían de su existencia, supieron que había estado recluido en Cádiz y luego en Getafe, y que era el último de los Túpac Amaru, que pertenecía al linaje de los INKAS. Por eso hombres como Francisco de Miranda hablaban de restablecer una monarquía indiana, y Juan Pablo Viscardo y Guzmán informó a la corte inglesa de la rebelión de Tupac Amarú, tal vez pensando en algún momento recurrir a un Príncipe Inca para legitimar un movimiento de independencia. Es probable también que los jóvenes oficiales que estuvieron en Cádiz, como Bernardo O´Higgins, José de San Martin y Carlos Alvear, conocían la historia del joven Túpac Amaru.
Fernando Túpac Amaru murió en agosto de 1799 a los treinta y un años, 19 años después de la rebelión Túpacamarista y a una década posterior a la Revolución Francesa. Al morir sabía que en Celta estaba detenido su tío Juan Bautista Túpac Amaru, quien quince años después regresó vía Buenos Aires y se convertió en uno de los referentes del proceso de independencia de las Provincias Unidas del Sur. En sus Memorias Juan Bautista habla con cariño de su sobrino, de su encarcelamiento en el Cusco, su destierro a España y de los estudios que allí realizó.
Sólo una escritura que asimila recursos de la novela y la crónica ha podido plasmar este retrato viviente de Fernando Túpac Amaru. Presentado como una ficción, se basa sin embargo en documentos reales. El autor se ha preocupado por insertar estos documentos al principio de cada capítulo, en cursiva y en negrita; son transcripciones de los escritos de y sobre Fernando que ahora están en los Archivos de España.
Así, los documentos históricos sirven para impulsar el despegue narrativo del autor, proceso que José Luis llama la “Cronivela”, género hibrido que viaja entre la crónica -relato de la realidad- y la novela -constructo ficcional. Pueda que con este tipo de recursos sea posible acceder a la vida íntima de ese niño, adolecente y joven adulto, que permite revelar esa larga noche de todos los días, acercarse a su dolor más profundo, asomarse a sus angustias, sentir los sufrimientos del destierro y tratar de entender los delirios de sus últimos años, cuando se instala en una “profunda depresión y tristeza”, como certificó el médico a su muerte.
Sus últimos días fueron seguramente muy difíciles, rumiaba su pasado, recordaba su niñez en Pampamarca, en Tinta, en Checacupe, evocaba sus juegos infantiles con sus hermanos Mariano e Hipólito, soñaba que debía tener familia, una mujer, una novia y haber tenido hijos. José Luis señala que a Fernando le hicieron una castración para que no tuviera descendientes. Todo este universo sale a la luz gracias a un libro que nos conmueve y nos interroga, tanto la historia del niño mártir como sus ilusiones sobre la Independencia, lo que resulta un mensaje esperanzado al porvenir.
Esperamos el momento de los grandes cambios, cuando la gobernanza del Presente no esté de espaldas a la Historia, entonces junto a la gestión sostenible de los recursos naturales y la recuperación de piezas arqueológicas –como las de Machu Picchu- se repatriarán también los documentos históricos peruanos dispersos por el mundo – ¿cuándo veremos los originales de ese testimonio excepcional que es la Crónica de Guaman Poma o los escritos completos de Juan Pablo Viscardo y Guzmán. Sin duda la restitución mayor sería el retorno de los restos olvidados del joven Fernando Túpac Amaru, a quién la Nación en pleno deberá recibir con los Honores de Jefe de Estado, como correspondería a la dignidad del último de los Túpac Amaru.