10/28/2025
Pensó que solo era un perro callejero atado a una cerca en una carretera desierta — pero cuando abrió el sobre que colgaba de su cuello, las palabras escritas adentro le helaron la sangre: “¿Todavía te acuerdas de mí?” 😱🐾
Algunas mañanas pasan inadvertidas — rutinarias, tranquilas, destinadas a confundirse con el ritmo silencioso de la vida diaria.
El martes pasado debía ser una de esas: conducir al trabajo, tomar café, responder correos.
Pero el destino casi nunca avisa antes de cambiarlo todo.
A mitad del camino, en el tramo vacío de la calle Los Álamos, noté un leve movimiento junto a la cerca de un terreno abandonado.
Un perro color arena estaba atado a un poste de madera.
No ladraba, no tiraba de la cuerda, ni mostraba miedo.
Solo esperaba, inmóvil, con una mirada inteligente fija en el horizonte, como si aguardara a alguien.
Ya eso era extraño. Pero entonces vi el sobre —uno color beige— cuidadosamente atado a su cuello con un hilo grueso.
En el frente, con letras firmes y desconocidas, estaba escrito mi nombre.
Durante unos segundos me quedé paralizado dentro del coche, el motor encendido.
Había algo inquietante en todo aquello: el perro, la cerca, incluso la posición del sol naciente… como si alguien hubiera preparado aquella escena con un propósito.
Finalmente, la curiosidad pudo más que el miedo.
Apagué el motor, abrí la puerta y bajé.
El perro no se movió cuando me acerqué.
Solo ladeó la cabeza, tranquilo, casi como si me esperara.
Cuanto más me acercaba, más fuerte era la sensación de familiaridad… como si esos ojos ya los hubiera visto antes, quizá en algún recuerdo de la infancia.
Desaté el sobre con los dedos temblorosos.
El papel estaba un poco gastado, pero seco, recién colocado.
La caligrafía —firme, intencionada, segura— hacía que el aire se volviera pesado, lleno de algo no dicho.
Lo abrí.
Dentro había una sola fotografía.
Al principio no entendí lo que estaba viendo.
Luego, el estómago se me encogió.
Era nuestra antigua casa, la que mi familia había dejado veinte años atrás, sin una sola explicación.
Todo estaba igual: la cerca blanca, los rosales que mi madre cuidaba cada domingo, incluso la grieta del escalón donde mi hermano se cayó cuando éramos niños.
Pero la foto no había sido tomada desde la calle.
Venía desde el bosque, detrás del patio.
Quien la tomó había estado lo suficientemente cerca como para ver dentro de las ventanas.
Y al final, escrito con tinta roja que se había corrido apenas sobre el papel, estaban cuatro palabras:
“¿Todavía te acuerdas de mí?”
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