03/04/2023
I. Las Sagradas Escrituras* describen como el Padre Eterno considera la vida perfecta de Cristo y la muerte expiatoria de Cristo, como si fueran nuestras. En otras palabras, por Gracia, el Padre Eterno imputa en nuestro favor tanto los 34 años de la vida perfecta de Cristo, como las 18 horas de agonía y muerte eterna del Getsemaní al Calvario. Por gracia, somos considerados como si fuésemos totalmente santos, realmente justos, e inmaculadamente perfectos - tan perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto: * Romanos 5:9-21, 6:6-11; Efesios 2:5; 1 Corintios 1:30; Mateo 5:48.
II. Las Sagradas Escrituras** describen a Cristo Jesús como el epicentro del Evangelio de salvación. Cristo, y éste crucificado, es decir: su divina encarnación en Nazareth, su humilde nacimiento en Belén, y su vida prefecta en Palestina, así como, su cruel agonía en el Getsemaní y su ignominiosa muerte en el Calvario. Su gloriosa resurrección, así lo confirma. “Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” Note, somos salvos por la vida de Cristo y somos reconciliados por la muerte de Cristo. Porque “ciertamente Cristo llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores, fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” Note la doble imputación: toda nuestra pecaminosidad fue considerada como si fuera de Cristo y toda su perfecta santidad fue considerada como si fuera nuestra: ** Lucas 24:27,44; Juan 5:29, 46; 1 Corintios 2:2; Romanos 5:10; Isaías 53:3-12.
III. Las Sagradas Escrituras enseñan que el Espíritu Santo descendió a esta tierra con dos misiones específicas y puntuales: pregonar a Cristo y convencer al mundo. Pregonar a Cristo: “cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:13,14). Note, el Espíritu Santo no habla acerca de sí mismo, sino que habla solamente de Cristo Jesús. El Espíritu Santo también vino a convencer al mundo “de pecado, de justicia, y de juicio” (Juan 16:7-11). Imagínese a la divinidad tratando de convencer pecadores que, además de pecadores, son pecado, aunque “no” pequen. De hecho, en el libro de Levitico se describen dos tipos de sacrificios por el pecado: uno por lo que somos (culpa) y otro por lo que hacemos (yerro), ver Levitico 4:1-7:10. El Espíritu Santo también descendió para convencer al mundo de Justicia. Es decir, que Cristo Jesús es nuestra única Justicia, porque solamente a través de él recibimos perdón y salvación. El Espíritu Santo también descendió para convencer que el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado, vencido y condenado (cf. Juan 16:7-15). El único pecado que no tiene perdón (imperdonable) es rechazar a Cristo Jesús el único medio de salvación (Juan 16:9, Hechos 4:12). Este pecado es imperdonable, no porque se le haya terminado la paciencia a Dios, sino porque se ha rechazado el único medio de salvación. No rechacemos el regalo de Dios. Efectivamente, al no rechazar el regalo de la Gracia divina, la vida y la mente del creyente cambia de carnal a espiritual y como resultado se llena del “fruto del Espíritu, que es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 4:19-21 y 22-25). Ahora viviremos anhelando y esperando el sonido de la final trompeta, cuando “en un abrir y cerrar de ojos, esto corruptible sea hecho incorruptible y esto mortal sea hecho inmortal” durante aquel glorioso milisegundo de la glorificación (1 Corintios 15:45-57).