21/08/2023
LA MUERTE LEJANA DEL PADRE DE LA PATRIA
José de San Martín murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne sur Mer (Francia) donde residía con su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce, y sus dos nietas, Mercedes María y Josefa Dominga. A comienzos de 1848, el movimiento revolucionario que sacudió a Francia persuadió al anciano general de que lo mejor era abandonar París y buscar un sitio menos agitado para pasar sus últimos días. El lugar elegido fue aquella ciudad, a la vera del canal de la Mancha.
Poco antes de la mudanza, Mercedes logró convencer a su padre de que posara ante una cámara hasta que su imagen, digna y recia, quedara impresa en la chapa del daguerrotipo. Afortunadamente, una de las dos placas obtenidos aquel día se conserva en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires (imagen).
En Boulogne alquiló los pisos altos de la residencia señalada con el número 105 de la Grand Rue, con cuyo propietario —el abogado Adolphe Gérard, que ocupaba la planta baja— entabló una sincera amistad. Llevaba una vida apacible y austera; solía dar largos paseos por la orilla del mar en compañía de sus nietas, con quienes tenía una relación entrañable. “De qué valen estas condecoraciones si no sirven para callar el llanto de un niño”, había dicho a Mercedes cuando su hija recriminó a las pequeñas por jugar con sus preciadas medallas. Cuenta Vicuña Mackenna que conservó un perro que le habían regalado en Guayaquil y pasaba horas enseñándole trucos y piruetas que solazaban a los visitantes. El número fuerte consistía en “fusilarle con su bastón después de haberle condenado como desertor, agudezas que el animal ejecutaba a maravillas siendo el favorito de la casa, hasta que murió de vejez”.
Lo que más lamentaba era no poder leer y escribir como solía hacerlo por la enfermedad de cataratas que lo aquejaba; Mercedes le leía los periódicos y la correspondencia y escribía las cartas que le dictaba en tanto que sus nietas hacían de lazarillos durante las salidas. Sus dolencias crónicas —reuma, gastritis y asma— seguían presentes; casi no frecuentaba a personas ajenas al círculo familiar ni recibía visitantes, salvo a su vecino Gérard.
Su vida se iba apagando lentamente. Según Bartolomé Mitre, uno de sus biógrafos, el 6 de agosto de aquel año, salió a recorrer la costa del canal de la Mancha en carruaje, porque casi no caminaba. Fue entonces cuando sufrió alguna dolencia que le obligó a interrumpir el paseo. Regresó a su hogar visiblemente desmejorado: “Es la tempestad que lleva al puerto”, susurró en francés con apenas un hilo de voz al oído de Mercedes, que lo recibió consternada y lo ayudó a llegar a sus aposentos.
En los días que siguieron estuvo postrado y casi no probó alimentos. El sábado 17 de agosto, sintiéndose algo mejor, pidió ser trasladado a la habitación contigua para que le leyeran los periódicos. Allí le sobrevino una nueva crisis. Con visible dificultad, pidió a Mariano que lo llevara de regreso a su alcoba, donde expiró a las 3 de la tarde, la hora en que, según se afirma, se detuvieron las agujas del reloj.
“Conservó hasta último momento la lucidez de su ánimo y la energía moral de la que estaba dotado en alto grado”, dijo su yerno. Fue velado en esa misma casa. De allí partió el día 20 un reducido cortejo hacia la Catedral de Nuestra Señora de Boulogne, donde el ataúd quedó depositado hasta noviembre de 1861, cuando fue trasladado al panteón familiar en el cementerio de Brunoy, donde se mudaron sus deudos.
En 1844 había escrito de puño y letra su testamento. Además de legar el sable corvo a Juan Manuel de Rosas, expresó el deseo íntimo de que su corazón descansase en Buenos Aires. La repatriación de sus restos se cumplió recién en 1880, siendo presidente Nicolás Avellaneda. El expresidente Domingo Faustino Sarmiento pronunció un discurso memorable antes de que el féretro fuera depositado en un magnífico mausoleo erigido en una de las capillas laterales de la Catedral de Buenos Aires, donde continúa hasta hoy, custodiado por efectivos del Regimiento de Granaderos a Caballo.
Mercedes falleció en París en 1875, en tanto que su esposo, Mariano Balcarce, murió en 1885. La mayor de las nietas pereció en 1860; en tanto que Josefa Dominga vivió hasta 1924, sin dejar descendencia. Fue ella quien le remitió a Mitre el archivo de su abuelo, que sirvió de fuente para la “Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana”. También fue Josefa quien, en 1899, envió a la Argentina los muebles del dormitorio del general que había conservado, junto a un croquis para que se los colocara respetando su disposición original, tal como se hallan exhibidos en el Museo Histórico Nacional.
En 1909 se inauguró en Boulogne sur Mer la estatua ecuestre del Libertador, a orillas del mar. Ese día, tras correr el velo que la cubría, el poeta Belisario Roldán pronunció el memorable rezo laico que comienza: “Padre nuestro que estás en el bronce…”