26/07/2023
A PESAR DEL TIEMPO QUE SE FUE
Regresaste después de ese tiempo que durmió tu figura bella; te trajo el viento en una nube la noche fría del mes de agosto; y llegaste como paloma inquieta batiendo tus alas. Me buscaste al hacer un requiebro en tu vuelo pausado, y te posaste a mi vera. Te vi radiante, con esa tu mirada de niña dulce, con tu pelo medio largo impregnado en aroma de nardos, coqueteándole a la brisa con tu sonrisa fresca, inquieta, y nerviosa.
Con paso tenue, pero resuelto, acortabas distancia moviendo tu figura bella; no sé qué buscabas entre el tumulto en aquella media luz y el murmullo del puerto. Con mirada ávida hurgabas en los lugares; el ubicarme no fue tarea fácil para ti.
El tiempo deja huellas al llevarse lo mejor de la juventud; pero va dejando madurez, conocimiento, y experiencia, y siempre estarán allí los trazos genéticos, el porte, la mirada y los sentimientos para reconocer aún con la variante de los años.
Frente a frente nos miramos en silencio; no sé que tiempo duro aquel trance, ni que nos hizo romper la quietud. Lo increíble del reencuentro fue tan sorprendente que abrió las puertas del presente para agitar el corazón. Un abrazo nos envolvió en el encanto de un minuto que parecía un siglo; se rompió como una copa de cristal ese tiempo que te llevo para el olvido, y despertamos del sueño que fue tu ausencia.
Entrelazados así, mil recuerdos se apretaban por revivir tantos momentos que hacían latir desmedidamente el corazón. Un cafetín que adornaba el lugar en la acera de esa gran avenida que florecía en el transitar de tanta gente, fue el motivo para una pausa. Una tasa caliente de manzanilla corrió el telón para el diálogo, y la alegría sé troco en necesidad del saber de ese espacio, de tu vida y de la mía que se perdió en el tiempo.
¿Qué fue de tu vida? Pregunte acariciando tus manos. Hubo respuestas que llenaron mi entendimiento; pero más aún decían tus ojos, sobre la necesidad de ese amor que latía pidiendo a gritos la tibia caricia de un beso.
Aún siento el ardor de tus labios y el temblor de tu talle, aún siento tu necesidad compartiendo la mía. Esa noche partí sin sofocar tus anhelos y deseos; y te fuiste con gente que no conozco, levantando la mano para decirme hasta luego, y un, espérame que mañana he de volver, a esta misma hora y en este mismo lugar.
El tiempo a menudo trae momentos que dejan raíces, ellos, como recuerdos florecidos, se aumentan y profundizan, permitiendo arrullar amorosamente el presente, más aún cuando la ternura y el amor es torrente que no se detiene muy a pesar de la ausencia; todo hace sentir cuando se abre la puerta para los sentimientos que los años dejaron dormidos, añejados, pero latentes.
El reencuentro y la placidez de tu figura bella, muy dulce y delicada, me llevo a los pequeños detalles de nuestra juventud; en esa etapa donde es placentero el susurro y la media voz; allí donde se buscan palomas para que en el revuelo se aletarguen las caricias y se aviven los aromas de la inquietud y lo desconocido. Todo en esos tiempos era propicio para recibir y tomar las alegrías, para disfrutar lo bello y lo dulce y recíproco del amor.
En esos tiempos que aún añoro, nuestra vehemencia florecía como fuerza poderosa, porque, era afanoso vivir a prisa para g***r de las delicias de los instantes, sin temor a los miedos que creaban fantasmas, solo importaba el galopar sin pensar en el trote que detenía nuestro avance.
Hoy llegaste nuevamente a mí, por ello, me siento embriagado de felicidad, porque Dios te escogió para mí en ese diluir del tiempo, porque eres el complemento afín e ideal que me permitirá el descanso cuando avance la noche, y en el despertar florecido, cuando navegue floreciendo el día, porque más allá de tu ausencia, siempre has estado en lo profundo de mis pensamientos, y en la totalidad de mis sentimientos. Y vendré mañana a esta hora y en este mismo sitio, para escuchar de ti de ese tiempo perdido.
Así mismo para decirte, lo que siempre escuchaste de mis labios: Que eres mi pequeña estrella que iluminaba la oscuridad de mis inquietos anhelos, que tu presencia fue constante, y que crecías para mí hasta ser un sol que cubría todos los espacios de mi vida; por eso te ame intensamente.
Porque me alimente de tu alegría, porque contigo conocí la tibieza del primer beso; eras la sangre que mi corazón recibía para latir como motivo y razón de mi vida joven. Nunca supe de otro sentimiento que fuera tan profundo y maravilloso, como el amor que nos unía. Éramos como un río corriendo praderas, que incrementaba su caudal sin querer acabar su camino. Éramos dos aves sin horizonte definido, que planeando con la brisa disfrutábamos de caricias susurrando promesas.
Este maravilloso cuento que empezó como jugando en un día de aquella nuestra juventud, se hizo tan fuerte y poderosa como férreo yugo que nos unía marcando la ruta de nuestro camino. No fueron necesarios juramentos para profesar fidelidad; pero sí la manifestación dadivosa de ternura y dulzura para engrandecer nuestro amor bendito.
Pero el tiempo pasa y deja descarnado lo fortuito que rompe el cristal de lo sublime y perfecto; él, cierra puertas y ventanas poniendo a prueba el amor. Todo hace languidecer porque falta el alimento para madurar; para entender y acortar distancias, para corregir actitudes, para retomar el maravilloso camino de leches y mieles. Pero muchas veces el primer amor es frágil, con alas endebles; no hay por ello el vuelo poderoso de la seguridad y la firmeza para buscar el sol de la tolerancia y la prudencia, para ser único y para toda la vida.
Siempre en las horas idas, aquellas que marchita el tiempo por la ausencia, se busca con afán los motivos para justificar y entender las causas que pausan lo maravilloso del amor; esas primaveras no dejan flores, ni frutos; porque el pozo del agua fresca de los sentimientos, se seca por la ausencia creando soledad que deprime los instantes haciendo fenecer la vida; por ello, hay tropezones que llevan al silencio, y con ello a la vejez.
Cuando al amor le salen alas sin fortificar por la poca fe, y con dudas, se le ve remontar vuelo hacia destinos desconocidos; es momento de aquietar el corazón, de respirar en calma, muy a pesar del dolor por el abandono, para entender que lo fortuito y lo imponderable tiene lo desconocido que rompe cadenas. Ello es boleto que no tiene regreso en el tren de la vida; solo queda aspirar el aroma de los recuerdos y entibiar los sentimientos que aún dolidos están con ardor por la ausencia.
Cuando el tiempo cure, será necesario retraer la mirada, para agradecer, porque el tiempo tiene prisa para asomar con nuevas brisas de sosiego y tonificante paz; para con ello, llevar los sentimientos a flor de piel, porque ellos son eternos.
Por ello, siempre será necesario hacer pausas en el devenir de los días, porque ante lo fortuito y lo imponderable quedan esperanzas del retorno, para apacentar el alma cerrando los ojos, para saborear complacido el bouquet de la presencia y del encanto de aquella que propicio el amor con la tibieza de sus besos.
Esa noche me fue difícil conciliar el sueño, pensé mucho en el reencuentro; tenía aún latente aquel recuerdo en que se fue para no volver.
El nuevo día vino florecido en esperanzas; quería, al verla, preguntarle tantas cosas, por eso, planifique estar antes de la hora fijada y en el mismo sitio de ayer. Llevaría un ramo de rosas encarnadas, y pediría el mejor lugar para tomar un café. Fui caminando hacia el cafetín; no podía calmar la emoción, mi corazón palpitaba muy acelerado, por ello, hice más corto y lento mis pasos; el sosiego vino pronto y me sentí calmado. Todavía tenía tiempo para llevar más temprano que la hora acordada.
Al cruzar la avenida hacia la acera del cafetín, me quede pasmado, porque al llegar, la vi en la misma mesa del día anterior esperándome para el reencuentro. Estaba radiante, y muy alegre, sonreía achinado sus ojos bellos; se levantó y fue a mí; mire sus labios buscando los míos, y un beso tierno fue el saludo amoroso, y un te extrañe, después de ello. Tomo mi mano y al sentarnos, ella fue resuelta a narrar sobre el tiempo perdido, y tomo el libro que tuvo en sus manos, lo abrió y me entrego una carta, su sobre estaba amarillento y poco ajado por el tiempo, y me dijo:
Abre esa carta después de que me escuches; como verás, ella tiene todo el tiempo en que nos separamos, y no fui yo la que me aparte de ti, sino que fue mi padre al tener conocimiento del gran amor que nos unía. El amor terco y egoísta de mi padre, me llevo a tierras extrañas apartándome de ti; llore hasta que no hubo lágrimas, y el dolor por tu ausencia fue tanto que enferme; así postrada escribí esa carta pidiéndote, rogándote que me liberaras de aquel tormento y me llevaras de regreso a tus brazos, pero mi padre encontró la carta antes de enviártela, y me enrostro su amargura diciéndome:
He querido detener el tiempo a mi antojo y mantenerte pequeña, acaparando tu inocencia, tus inquietudes y el cariño de tu niñez. Pero el tiempo y la realidad me apartaron de tantos momentos bellos. Ese tiempo duro e insensible me enseño que todo esfuerzo y sacrificio era en vano, porque todo tu crecer traía muy abrigada tu preciosa vida y también tus sueños y sentimientos.
Esas horas de esos tiempos los avizoro con serenidad, y soy consciente de esta realidad y mi pecado. El tiempo debe seguir su caminar, y tu hija mía, ahora que estoy en las puertas de la muerte, ve y sigue tu crecer en madurez con el hombre que te guiara con amor y responsabilidad, en razón de vida, sin embotellar tus sentimientos como lo hice yo con mi deleznable egoísmo.
Quiero pedirte amado mío, si aún hay alguna duda en ti, abre el sobre de esa carta, veras que está sellada y tiene fecha, en ella leerás de mí llanto y mis angustias, pero también, todo lo que significas para mi:
La vi compungida y algo temerosa, pero accedí a su pedido y rasgué el sobre con mi nombre, y cogí las hojas que tenían tus escritos con letra menuda, en ella decía:
Amado mío, si te es posible, aparta de mí este sufrimiento y ven de donde quiera que estés; llévame contigo y libérame del egoísmo de mi padre, que me tiene encadenada a sus caprichos, apartándome de ti, de tu luz, y de mis inquietos anhelos, manteniéndome en la oscuridad sin tu presencia que me hacía crecer cubriendo todos los espacios de mi vida.
Hoy en amargura, sin el alimento de tu amor, esta opaca mi alegría, y me siento vacía, porque contigo conocí la felicidad del primer beso. Eras la sangre que mi corazón recibía para latir como razón y motivo de mi vida joven. Nunca supe de otro sentimiento que fuera tan profundo y maravilloso como el amor que nos unía. Éramos como un río recorriendo praderas, que aumentaba su caudal sin querer acabar su camino. Éramos dos aves sin horizontes definidos, que planeando con la brisa disfrutábamos de caricias, susurrando promesas.
Este maravilloso cuento que empezó como jugando en una noche fría del mes de agosto, en un día de aquella de nuestra juventud, sin necesarios juramentos para profesar fidelidad, sin resquebrajamientos; pero si la manifestación dadivosa de ternura y dulzura para engrandecer nuestro amor bendito con leches y mieles.
Pero el tiempo trajo diferencias sentimentales de familia que agrietaron la esencia personal paternal, rompiendo lo perfecto filial, por estas actitudes se cerraron las puertas y ventanas poniendo en tela de juicio el respeto y el madurar para entender y acortar distancias, para corregir y retomar el maravilloso camino que traza la vida. No se entendió que el corazón es la fuente que produce el amor y la magnitud de su producción, porque hay decisiones que se entretejen creciendo y añejando el tiempo para ser feliz aún con lo poquito que se recibe, dejando a un lado la esclavitud, la indiferencia y el egoísmo.
Al concluir amado mío, ruego para que persista en ti el amor que nos unió, y vengas a mí que muero sin tu presencia. Pero si te sientes desdeñado y muy dolido por mi ausencia, lo entenderé, y solo te bendeciré, porque hoy sé que el alma deja su blancura y se matiza con la aridez sofocando por la desesperanza, porque cuando no hay la razón del amor, se es como un río seco, se es como una lámpara sin combustible que intenta vanamente iluminar.
Tuya para siempre.
Amada mía, tu carta llena mis sentimientos, porque estás en mí y no hay nadie en tu lugar, muy a pesar del tiempo y la distancia; entiendo el egoísmo de tu padre, pero no lo justifico, porque la familia es la semilla germinada que Dios complacido ama, alimenta, protege, y bendice; en este entendimiento, es ineludible compromiso el integrar, unir y preservar, porque es el mayor tesoro que regala Dios; pero también es necesario entender que el cariño y el amor, difieren en esencia sustancialmente, como difiere la inteligencia y la sabiduría.
Hoy regresas a mí, y yo también regreso a ti, para retomar el gran amor que nos une, y no abran diferencias, porque su bouquet aromatizara el camino de nuestros días, y nada lo perturbara; porque solo habrá dulzura, placidez e indescriptible complacencia para estar juntos, y para siempre.
Por esto amada mía, deja dormida tu inquietud, quédate así recostada en mi hombro, con los ojos cerrados, y en silencio recorre nuevamente las maravillas que se quedaron en ese tiempo de tu ausencia, y no intentes decir nada; solo sonríe ante este tumulto de querencias, que hoy en este presente complacen con algarabía tu corazón, tu alma, y también la mía.
Ricardo Ayestas Butler.
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