25/09/2024
EL BAÚL
Mi baúl era grande y de lindo color;
era mi costumbre dejar en él,
la ropa pequeña, los libros ya leídos,
los cuadernos envejecidos,
algún juguete roto, la pelota de trapo,
las fotos de la abuela, mis zapatos de lona,
y uno que otro escrito loco.
Eran tiempos de mi niñez,
en que las inquietudes explosionaban
buscando horizontes y sus atajos,
para lo desconocido y lo intrépido,
para los conocimientos y las experiencias,
aquellas que se tornaron rutinas,
haciendo vivir a prisa, en esa inocencia
que era el regalo más preciado de Dios.
Fue que entre el amanecer y la noche
vi crecer a mis hermanos,
y a mis padres envejecer.
Eran otros tiempos en que
la curiosidad empujaba a lo desconocido,
y a mayores espacios para el regocijo y la alegría.
Y un día, sin darme cuenta me hice grande
como mis hermanos, cogí maletas,
y partí tras de mis sueños.
Deje atrás muchos recuerdos bellos
y alguna lágrima de dolor
por la partida del amigo más querido,
y por dejar en esos tiempos,
tantos requiebros del corazón.
Hoy que vuelvo tras de mis pasos
añorando esos recuerdos bellos,
veo mi baúl en un rincón, allí donde se ponen
las cosas sin valor; muy oscurecido y apolillado.
En su apertura, vi que no era tan amplio,
pero sentí que de su contenido
emanaba la historia de mi pequeñez,
de esos momentos que no he de olvidar
y que muy emocionado me los hacía recordar.
Eran bellas vivencias
que permitían las puertas abiertas
para lo distinto hacia lo expectante
colorido y misterioso.
Ese divino tesoro de la niñez y la juventud,
creaba añoranzas que floreaban caminos
para disfrutar complacencias
y regocijar el alma con el escaso
combustible del conocimiento,
la verdad, y el razonamiento.
Esos momentos eran para vivir a prisa
aprovechando los instantes
en que se adormecía el tiempo
por el cansancio de su rutina.
Esos instantes de vehemencias y afanes
hacían crecer sin razonar
por la prisa para anegar y aletargar
la coqueta niñez, y la expectante juventud.
Nunca en esos tiempos sentí diferencias,
porque siempre saboreaba esos
minutos que rompían el silencio
con la travesura que hacia volar la inocencia.
Nunca me fije en el avance de las horas,
y siempre goce desde el amanecer
hasta el atardecer y muchas veces
con la paciencia de la noche.
Hoy, apretando esos momentos vividos,
valoro ese pasado que me llevó
entre susurros a este expectante presente
que me proyecta sin tempestades,
que me refresca con gratitud y templanza,
pero por sobre todo, para proyectarme
hacia el futuro con inquebrantable fe.
Prohibida su reproducción total o parcial.
Ricardo Ayestas Butler.