20/10/2024
Texto completo de mi reflexión en el Encuentro Internacional de Misioneros Digitales
Capilla Clementina, Vaticano, 20 de octubre de 2024
Queridos amigos:
Os saludo con inmensa alegría, a todos los que participáis en este Encuentro internacional de misioneros digitales, en la Jornada Mundial de las Misiones. Ciertamente la tecnología digital hace que las distancias se acorten y los espacios se reduzcan. Pero lo que verdaderamente une es la cercanía del corazón de quienes creemos en Cristo Jesús. Que no es una idea, un mandato o un concepto y mucho menos un "avatar", una identidad meramente virtual. Es una persona viva. Él es la razón de nuestra vida, quien la llena de sentido. En él, por él y con él estamos hoy aquí.
El mundo digital debe estar habitado por cristianos. No nos encierra en burbujas de seguridad, en reductos de fantasía, sino que nos impulsa para llegar más allá, más lejos, testigos siempre del Evangelio. Como los antiguos navegantes y exploradores vosotros sois los pioneros de un mundo nuevo. Por eso quiero daros las gracias personalmente. Gracias de corazón por encarnar una Iglesia atenta al tiempo en el que vive; gracias por superar las dificultades de todo tipo, propias de quienes desean avanzar por caminos nuevos; gracias por evitar el localismo y hacer posible una red, una familia, que supera las fronteras; gracias por mostrarnos la juventud de espíritu y la valentía propia de los misioneros; gracias por vuestra implicación, vuestro servicio y vuestra creatividad.
Hace dos años, dentro del proceso sinodal, iniciábamos juntos una aventura: “La Iglesia te escucha”. Hoy, en esta Jornada Mundial de las Misiones contemplamos el camino recorrido. Podemos decir que la misión digital tiene carta de ciudadanía en la Iglesia de hoy. Está presente en los documentos, encuentros y reflexiones sinodales; se va asumiendo en las diócesis, conferencias, asambleas y otras estructuras de la Iglesia; se reconoce su importancia hasta el punto de constituir nada menos que un continente, sin límites geográficos. Pero no nos quedamos en una contemplación estática y autocomplaciente: nuestra mirada se dirige principalmente al futuro.
El Evangelio que acabamos de escuchar (Mt 22, 1-10) nos habla de la alegría infinita que Dios nos regala, de su amor sin límites. Al comparar el Reino de Dios con el banquete de bodas, se resalta el gozo compartido: porque la fiesta se celebra en comunidad, con los demás, no de forma solitaria. Pero la participación es siempre voluntaria, porque el amor nunca se impone, sino que se propone, debe ser aceptado. Y nuestra vida cristiana es, fundamentalmente, una historia de amor. Sorprende la universalidad del encargo: “Vayan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Sí, quedémonos con estas dos palabras, estos dos mandatos: vayan, inviten. “Ir” supone abandonar comodidades, egoísmos, seguridades mundanas; asumir el dinamismo, el riesgo, la vida. Cristo nos pide todo, porque lo da todo. “Invitar” hace referencia a la tarea evangelizadora para compartir la alegría del Señor Jesús, comunicándolo, dando testimonio de él con el entusiasmo de los enamorados. Y exige personalizar y acompañar. No se trata de crear grupos selectos, élites arrogantes y autosuficientes, sino de acoger a los discípulos del Resucitado, a todos los miembros de su familia, tan grande como el mundo entero. Entonces comprenderemos que la misión nos obliga a mancharnos con el polvo del camino, con el barro de la historia. Porque Cristo se transmite por ósmosis, por contagio, no por aprendizaje: la vida no se cuenta, se comparte, se experimenta. Vayan e inviten. Y, entonces, la sala nupcial se llenará de convidados. Y se iniciará la fiesta.
Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos, misioneros digitales: se nos convoca a colaborar para hacer realidad el sueño de una Iglesia coherente y abierta, inclusiva y misericordiosa, cercana y solidaria, implicada y corresponsable, fraterna y alegre, la Iglesia del Evangelio, la Iglesia de Jesús, que es familia, hogar común. Sigamos adelante en el camino, avanzando juntos, Pueblo de Dios, impulsados por el Espíritu en este tiempo lleno de esperanza.
Amén. Dios os bendiga.
+ Luis Marín de San Martín, O.S.A.