17/12/2024
¿Blanco?
Autora Esperanza Gómez Cornejo Bazán
—¡cómo han cambiado los tiempos!, Arequipa ya no es la misma de antes, toda la indiada se ha venido a vivir aquí —dijo mi abuela nostálgica y despectiva a la vez, sin duda tenía razones para ser altiva, en su juventud fue muy bonita, incluso ahora, recuerdo cuando nos despedimos en el aeropuerto y un HOMBRE como de su edad dijo:
—¡«Qué hermosa señora!»
—Sí, tengo la abuela más linda del mundo.
Cuando niño, comencé a gritarlo a los cuatro vientos:
—Mi abuelita es la más bonita, ¡ella será miss mundo! —Mis primos y yo hicimos una pancarta, después, tocábamos matracas por toda la casa, entonces, con tímida modestia nos decía:
—«No, hijitos, yo no soy la más bonita» —y se sonrojaba como en el aeropuerto. —«Ustedes son más guapos que yo»
—prosiguió.
Abuelita, la dulce abuelita, al volver después de tres años me di cuenta de que sigue siendo la misma aunque un poquito más mayor, su mirada profunda y cansada, conserva nítido el color azul, enojos acumulados de una vida en medio de sus ojos se retratan.
Ha vivido mucho, señales son las pinceladas del tiempo que surcan su frente, su nívea cabellera antes rubia, trigal que la nieve del tiempo cubrió.
Me alaga, me llena de atenciones, preparó mazamorra de quinua, mi postre favorito, sus manos DE PIEL MARCHITA; conservan la agilidad propia de la mujer laboriosa, sus pasos dibujan en CADA PISADA la fatiga de los años, el tiempo ha labrado su sonrisa haciéndola perenne entre dos líneas, ¡me alegra tanto estar de nuevo aquí!, aunque sé que siempre extrañaré Madrid, no hay nada como la patria, tener a los amigos de toda la vida y a la familia cerca, la familia, mi enorme familia, me da una calurosa bienvenida, me han sentado a la cabecera de la mesa y me llenan de preguntas, de recuerdos.
La huerta que contemplo a través de la ventana está casi idéntica a como la dejé, las calas junto al papayo, el tumbo enredado en la pared del fondo, lo único nuevo que hallé, es un equipo de sonido que toca un Cd de los Dávalos junto al ya inservible tocadiscos que la abuela conserva con la esperanza de conseguir una aguja para el torna mesa algún día.
—Hijo, ¡has estado en la madre patria! —Dijo mi madre abrazándome, sonriendo con una mirada de gran satisfacción, sin duda, soy su meta cumplida, el tiempo se ha detenido para ella, no tiene canas o quizás se las pinta, su cara embadurnada de maquillaje, ap***s deja ver una arruga en la frente, habla de la madre patria con el mismo entusiasmo de siempre.
—Madrastra, diría yo, otros países han apoyado a las naciones que fueron sus colonias, España no —dije, todos se quedaron callados.
—¡¿Hay países que apoyan a los que fueron sus colonias?!
—Sí, abuelita.
—
ero los españoles vinieron aquí a robar, Pizarro fue un simple criador de chanchos, si ellos no hubieran venido, seríamos un mejor país —dijo mi abuela, no estaba con ganas de dar una cátedra sobre los comentarios reales de los incas ni de estudios culturales así que dejé que siguiera hablando.
—Pero si yo parezco española, el cura de mi pueblo no creía que soy peruana, me tenía mucho aprecio porque encontró a alguien de su raza aquí —prosiguió con satisfacción, con la alegría de sentir que pertenece a algún lugar y el beneplácito de ser bien vista por un personaje importante, una autoridad espiritual.
—Sí, abuelita, pareces española y la más bonita de todas, si llego a ser un escritor exitoso, te llevaré a España —le dije, ella sonrió.
—Lo lograrás, hijo, lo lograrás, pero seguramente yo ya habré muerto—me dijo con esa expresión propia de los mayores.
—falta mucho para eso —respondí, en momentos así, ¡Cuánto me gustaría detener el tiempo!
Ya en la noche, cuando mi madre y yo estuvimos solos, decidí hacerle la pregunta que no me había atrevido a formularle por skipe, era demasiado delicada, necesitaba tenerla frente a mí, mirarla a los ojos sin que pudiera escapar.
—Mamá, dime la verdad, ¿soy adoptado?
—No, hijo, ¿por qué me lo preguntas? —Aunque trató de hablar con naturalidad, percibí en su voz la sensación de sentirse acorralada, se movió nerviosamente en la silla.
—necesito saber la verdad de mi origen, mamá, yo no soy blanco como ustedes —le dije.
Mi madre miró al vacío.
—Pero, este, si eres —titubeó.
—No soy blanco, mírame —insistí.
Yo mismo me sorprendí cuando en España me llamaron:
¡Hey!, tú, indio, la cola es por aquí.
—Es cierto, no soy blanco.
Mi piel, aunque no tan oscura, no es del color de la de mi familia, es cobriza, tengo la frente ligeramente hacia atrás, los ojos rasgados, la nariz pequeña, recta y ancha, los labios delgados y rectos, no, mis facciones no son de blanco.
Mi madre entristeció.
—Pero eres muy inteligente, me dijo con ese tono compasivo que se usa para consolar, siempre les ha dicho a todos que soy inteligente, ahora que lo pienso, mi madre nunca le ha dicho a nadie que soy guapo, recuerdo que la gente nos miraba a men**o en la calle sorprendida, seguramente se darían cuenta de la diferencia.
—Pero no soy blanco, mamá, soy cholo, indígena, como quieras llamarlo, ¿por qué?, si me adoptaron, dímelo.
—¡No! —exclamó, me dio lástima, le cogí las manos.
—Los hijos adoptados nacen del corazón, no te preocupes, te querría más.
—No, hijo, no eres adoptado, lo que pasa es que —dijo a p***s.
—¿Qué?
—Saliste a tu abuela paterna —dijo tímidamente.
—Ahora entiendo todo, siempre supe que era moreno a lado de ustedes y eso de que me bronceé por andar el día entero en el sol o que hay blancos trigueños, claro, pero yo no soy blanco por ningún lado —le dije.
—Bueno, pero lo que más importa es lo de adentro, además, sin duda tu abuela no tenía proceder de india, más bien tu papá salió a la familia de su padre y lo más probable es que tú tengas un hijo blanco, en realidad tu pareces blanco por tu comportamiento, eres profesional, has hecho una maestría en España, eres culto, carismático —decía mi madre como tratando de compensar algo que a esta altura de mi vida no es necesario.
—Mamá, enséñame la foto de mi abuela.
—Huy, no sé en dónde está, tendríamos que buscarla —me dijo, de echo estuve detrás de eso durante una semana hasta que, de una de las maletas ya vieja y olvidada, entre periódicos antiguos y papeles, emergió el retrato de la que fue mi abuela, tenía aproximadamente treinta años.
—¡Hay Dios!, si no fuera que soy hombre, diría que somos iguales, mamá, hasta tengo sus orejas pequeñas, ese cabello tan negro, brillante y rebelde, parece mi madre, tú no.
¡¿para qué dije eso?!, me arrepentí al ver su expresión dolida.
—La sangre llama, además, como tu papá dice, quizás heredaste de ella eso de ser escritor, en su pueblo, tu abuela era la que componía décimas para la virgen y en las festividades recitaba.
—Pero debió decirnos que era indígena, es injusto que lo haya ocultado.
—¡no le vayas a decir eso a tu padre nunca!, él siempre les ha dicho a todos que su madre era blanca.
—¡¿Qué?!, pero mira bien su foto, es imposible. —Hasta su ropa era la de una pueblerina, llevaba un sombrero de paja, una blusa sencilla de manga larga, no sé de qué color será porque la foto es en blanco y negro, pero asumo que debe ser de un color más o menos claro
—Entonces, mi papá se avergüenza de ella.
—No, pero la primera vez que me mostró su foto orgulloso no supe qué decir, siempre me había dicho que era blanca, no me quedó más que seguirle la corriente para que no se sintiera mal, hay hijo, la verdad es que no sé qué tendrá en la cabeza tu padre, ¿qué pensará realmente?, pero no le digas nada, ¿ya para qué?
—yo sí diré la verdad.
—Pero hijo.
—Tengo derecho a mi identidad.
—Pero mejor, este.
—Hace tiempo que dejé de hacer el ridículo, mamá, la vez que les dije a mis amigos que cuando yo choleo, choleo bien, se rieron y Lucía me dijo:
—Entonces, tú debes cholear todos los días.
v—Es lógico mamá, todos los días me miro en el espejo del baño.
—Esa lucía, ¡siempre me ha caído mal!, no sé cómo puede ser tu mejor amiga.
—Nunca habías dicho eso, además, no tiene por qué caerte mal, es blanca, jajajaja —le dije burlonamente y ella me miró con una expresión indescriptible.
—¿Me estás diciendo ra***ta? —preguntó como si no pudiera escapar.
—No, para nada —le dije y no pude evitar soltar la carcajada. —Tú sabes que somos una familia ra***ta, mamá, claro que yo, bueno, no sé —dije con esa confusión que tengo ya hace algunos años.
En España, me gané un lugar entre los estudiantes, acudía a los círculos literarios, allí soy el joven escritor peruano, vuelvo a mi patria y no sé bien quién soy, mi familia no ha cambiado, me pregunto si mi abuela me habrá visto de manera ra***ta alguna vez, la realidad de mi país, mi propia realidad emerge aquí dentro difusa, dejándome una estela de melancolía, pero no, mi dulce abuelita siempre fue la misma, yo, soy su nieto querido.
—¡Mi abuela!, quedé con ella para ir a comer rocoto relleno, ya son las doce, no encontraremos sitios vacíos en la picantería —dije y salí corriendo a la calle con la agilidad propia de mis veinticinco años.
—La billetera, ¡olvidé la billetera! —Volví a la casa, la saqué del maletín y salí nuevamente a la calle despidiéndome a p***s de mi madre.
FIN