18/12/2024
Cuando el amor de mamá no llegó como lo necesitábamos, es como si algo en nuestro corazón quedara congelado. Tal vez has sentido ese vacío, esa sensación de desamparo o esa constante pregunta: “¿Por qué no me amó de la manera que yo esperaba?”. Es un dolor profundo, uno que a veces nos acompaña sin darnos cuenta, moldeando nuestras relaciones, nuestra forma de amarnos y el mundo que construimos alrededor.
Lo que muchas veces olvidamos es que mamá también es hija de una historia, de un linaje que quizá también careció del amor que necesitaba. Muchas veces nuestras madres vienen cargando heridas tan profundas que no pudieron darnos aquello que no tenían para ellas mismas. No es que no quisieran amarnos; es que tal vez no sabían cómo hacerlo, porque nadie les enseñó o porque el dolor en su corazón no las dejaba vernos completamente.
Pero aquí está la verdad que puede liberarte: aunque el amor de mamá no haya llegado como tú lo necesitabas, no significa que no seas digna de amor. No significa que algo esté mal contigo. Tú naciste con el derecho de ser amada, porque eres amor en tu esencia más pura. Lo que te faltó no define quién eres ni el valor que tienes.
Sanar esta herida no es fácil, pero es el acto de amor más grande que puedes darte a ti misma. No se trata de culpar a mamá ni de buscar en ella aquello que no pudo darte. Se trata de mirar esa herida con compasión, de aceptar que el amor que buscaste afuera siempre ha estado dentro de ti, esperando ser descubierto.
Cuando miras a mamá desde su humanidad, no solo como “la madre que debería haber sido”, sino como una mujer con sus propias batallas, su propio dolor y su propia historia, algo en tu corazón comienza a suavizarse. Tal vez ella hizo lo mejor que pudo con lo que tenía. Tal vez no pudo darte más, no porque no te quisiera, sino porque no sabía cómo. Y ahí es donde tú puedes hacer algo maravilloso: romper la cadena, sanar lo que ella no pudo sanar, y comenzar a darte el amor que siempre has merecido.
Sanar no significa olvidar lo que faltó ni minimizar tu dolor. Sanar significa abrazarte en tu totalidad: reconocer tu herida, honrar tu historia, y aún así decidir que mereces una vida plena, llena de amor y paz. La sanación comienza cuando dejas de mirar hacia mamá esperando lo que no pudo darte y comienzas a mirar hacia ti misma con ternura. Cuando te das permiso de ser tu propia madre, de nutrirte, cuidarte y amarte de la manera que siempre soñaste.
Imagina por un momento abrazar a la niña que fuiste. Esa pequeña que esperaba un “te amo”, una caricia, o una mirada de orgullo. Dile que está bien sentir lo que siente, que su dolor es válido. Y luego dile algo que quizás nadie le dijo: “Eres suficiente. Eres digna de amor tal como eres. No tienes que hacer nada para merecerlo”. Ese acto de amor hacia ti misma puede empezar a llenar los vacíos que dejó el pasado.
Si eres madre, recuerda que no tienes que ser perfecta. Simplemente, sé presente. Escucha, abraza, y valida a tus hijos como te hubiera gustado que te validaran a ti. Pero también, recuerda que tus hijos no son responsables de sanar tus heridas. Esa labor es tuya, y al hacerla, les das el regalo más grande: una madre libre, amorosa y consciente.