Anna G. Jónasdóttir
El punto de partida debe ser la perfecta igualdad
entre hombres y mujeres; de aquí emanan las
demás formas de igualdad.
(Weeks, 2007: 7)
El amor –o más precisamente el concepto del "poder del amor"– se encuentra en el centro de mi análisis teórico del "patriarcado formalmente igualitario": un intento de explicar por qué los hombres siguen siendo dominantes en las sociedades contemporáneas de Occidente. Comencé este proyecto en 1980 y publiqué Love Power and Political Interests. Towards a Theory of Patriarchy in Contemporary Western Societies en 1991 (de aquí en adelante LP o, cuando cito, Jónasdóttir, 1994).1 Sin embargo, en un principio "el amor", sexual o de otro tipo, no fue el centro de mi interés.2 Entré en este campo a través de una aplicación crítica y reconstructiva del método de Marx (sus premisas materialistas y su teoría social general) a las cuestiones feministas que surgieron en diversos países desde los años noventa sobre la persistente desigualdad entre mujeres y hombres. El uso de dicho método me llevó a identificar al amor y al poder del amor como una capacidad humana creativa–productiva –y explotable– de importancia comparable a la del trabajo o a la del poder del trabajo. En otras palabras, las relaciones sociosexuales (alias relaciones de género), las prácticas amorosas, así como la lucha y el control sobre los usos del poder del amor en el proceso de producción–reproducción de personas comprenden una dimensión social particular, identificable como tal para el estudio de las sociedades y del cambio social.
Trabajar con Marx me llevó a desarrollar un dominio teórico social y político particular –"la sexualidad política"– dentro del cual delimité y respondí a la pregunta de investigación más específica que expuse anteriormente (y en la cual también deben incluirse y explorarse otros cuestionamientos relacionados con las diversas causas, consecuencias y posible superación de la desigualdad de género). Mi vinculación con el materialismo histórico en torno al "punto de entrada de la producción" en lugar de ser a través de la "reproducción per se" (Jónasdóttir, 2009a: 67) conceptualiza la economía (la producción de medios de subsistencia) y la sexualidad (la producción de vida) como procesos sociales tanto distintos como internamente relacionados; no como estructuras separadas o relacionadas sólo externamente. Por medio de esta re–interpretación he sostenido (Jónasdóttir, 2009a) que en la variante marxista del materialismo histórico cabe asumir que no sólo el trabajo humano sino también el amor humano puede y debe entenderse como "una actividad práctica humano–sensorial" y una "capacidad creadora de mundos".3 Esta afirmación fundamenta una reconstrucción feminista de la perspectiva de la producción del materialismo histórico (Jónasdóttir y Jones, 2009b). Proporciona una manera de teorizar la sexualidad, las relaciones de género y los intereses de género, el poder, la agencia y la política, en la que dichos elementos se perciben como vinculados entre sí en un marco teórico social y político general, con múltiples niveles y dimensiones. Al evaluar cuidadosamente las limitaciones que encontramos en la teoría feminista posestructuralista (tan dominante durante los años ochenta y noventa), y sin negar sus fortalezas, Kathleen Jones y yo sostenemos que el nuevo "giro" que esbozamos puede ser útil para llevar a cabo el trabajo sobre la teoría feminista más allá de las nociones tajantes o excluyentes que aún son un gran obstáculo para los debates del materialismo versus la teoría de la cultura (Jónasdóttir y Jones, 2009b).
Mi teoría del amor ha sido aplicada de manera empírica y desarrollada por otros investigadores (véanse en particular a Jakobsen, 1999; Axelsson, 2009; Barriteau, 2008 y el capítulo 5 del presente volumen; Gunnarsson próximamente). También ha suscitado preguntas críticas, muchas de las cuales me las hice yo misma y las he contestado de forma preliminar en otras publicaciones. Una que ha sido recurrente tiene que ver con el hecho de que me he enfocado en las relaciones entre mujeres y hombres. ¿Significa acaso que doy por hecho la organización heterosexual de la sociedad?; ¿es posible abordar el amor no heterosexual desde esta perspectiva? En cuanto a la última pregunta, creo que es posible pero debe investigarse en concreto, así como la teoría de la sustentabilidad en general. Mi argumento era y sigue siendo que la organización patriarcal de la heterosexualidad es crucial porque "es la forma dominante de organización sexual" y como tal "funciona de manera opresiva tanto internamente como en relación con las personas que participan en otro tipo de encuentros sexuales". También afirmo que hablar del amor sexual —en el sentido de prácticas interactivas que hacen que las personas se relacionen real y potencialmente como sexos— "implica que la manera en la que se practica el amor sexual influye significativamente tanto en la forma en que se manejan otras relaciones amorosas (por ejemplo, aquellas entre padres e hijos), como también en la [manera en] que las personas llevan a cabo sus relaciones interpersonales en otros contextos sociales" (Jónasdóttir, 1994: 219–221).
En este capítulo retomo mi trabajo anterior para elaborar algunos aspectos de mi teoría, especialmente el concepto del poder del amor y la diferencia que hace el amor, en mi opinión, tanto para explicar la dominación masculina en las sociedades formalmente igualitarias como, en términos más generales, para el desarrollo de una nueva teoría social organizada alrededor de la sexualidad en un sentido amplio. Esta perspectiva supone una visión compleja de la manera en que puede aplicarse la "interseccionalidad", no sólo a personas de múltiples facetas [multi–faceted selves] o a las subjetividades, sino también a los procesos y contextos sociales multidimensionales. En mi afán por clarificar la compleja pregunta sobre qué clase de poder es el "poder del amor" también retomo "la explotación" como un concepto teórico polémico y como una realidad social compleja.