12/08/2024
Luchar por relaciones fraternas entre los pueblos, implica luchar contra el imperialismo
El proceso ininterrumpido de creación de los bienes materiales, del alimento, vestido, calzado, de los llamados elementos indispensables para el desarrollo de nuestra vida, nos obligan al establecimiento de relaciones. K. Marx señala de forma contundente que: “en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase del desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a las que corresponden determinadas formas de conciencia social”.
El hombre no puede transformar la naturaleza para obtener su sustento de forma individual, requiere hacerlo apoyado en la colectividad. La historia del desarrollo de la humanidad así lo demuestra. Desde los periodos de la infancia del género, de las hordas primitivas en los que la recolección de alimentos y la defensa del grupo se convirtieron en tareas vitales, se puso de manifiesto la necesaria colaboración entre los individuos. La naturaleza del ser social es hoy uno de los postulados indispensables que nos permiten hacer frente al desmedido y dañino individualismo propagado por la burguesía y sus ideólogos.
El avance de la tecnología ha demostrado, entre otras cosas, que la cooperación entre los trabajadores de una misma empresa o pequeño taller es necesaria, sin embargo, también nos ha dejado en claro que más allá de la fábrica esa relación de cooperación también sigue siendo vigente; se requiere la colaboración de otros individuos que laboran en distintas regiones del país, aunque este fenómeno no se observe de manera directa, y más aún; para los elevados niveles de producción que se han alcanzado en la actualidad, es indispensable la colaboración de aquellos otros que producen en distintas partes del mundo; la necesidad de contar con materias primas y elementos auxiliares elaboradas en otros países para la fabricación de productos y mercancías en otro país determinado es ya una condición importante.
Los productos y mercancías son la materialización del esfuerzo humano, del trabajo, así que el intercambio de materia prima, incluso la más sencilla, representa en el fondo, un intercambio del esfuerzo de los distintos trabajadores radicados en diferentes partes de la ciudad, del país y del mundo; hoy la globalización de esos esfuerzos, es más evidente.
Sin embargo, los trabajadores realizan el proceso de transformación de la materia sobre un tipo de propiedad de los medios de producción que se puede caracterizar de forma general de dos tipos: propiedad social, en la que todos los trabajadores son dueños y la propiedad privada, que es la que distingue a la producción que se desarrolla en el sistema de producción capitalista y en donde, la riqueza creada por los obreros y empleados, se concentra en manos de los grandes empresarios.
Estos grandes empresarios son los que, con el paso del tiempo, han acumulado la riqueza producida por sus trabajadores de tal manera que se han convertido en un poder económico capaz de conquistar el poder político que gobierna sobre la población; de esta manera han sometido a su voluntad a los gobernantes, diputados, senadores y otros representantes populares. Por otro lado, la incesante producción de mercancías propia del sistema capitalista, además de materias primas para su elaboración requiere también de su movilización a diferentes partes del mundo para su venta, de otra forma, habría una crisis de sobreproducción que pondría en peligro la existencia del propietario acaudalado.
Por tanto, bajo el dominio de la gran empresa y con la imperiosa necesidad de defender sus ganancias, se obliga a los gobiernos a establecer relaciones y tratados comerciales con los gobiernos de otros países y, de esa manera pacífica, encontrar nuevos mercados para dar salida a sus mercancías. Los representantes de los gobiernos juegan en este caso, el papel de defensores de las ganancias de las empresas de sus respectivos países; en el fondo, están protegiendo esos intereses y no los de su pueblo.
Las guerras mundiales han sido un claro ejemplo de la lucha entre los intereses imperialistas de los grandes monopolios en la búsqueda del dominio de los territorios para la extracción de materia prima y el control de los mercados.
Sin embargo, las rivalidades entre las grandes empresas de los diferentes países, que obliga a sus gobiernos correspondientes a enemistarse, no son, de ninguna manera rivalidades entre sus pueblos. A pesar de la difusión del chovinismo y del exacerbado nacionalismo que la clase dominante difunde entre una población y que hace mella en algunos desubicados, los pobres, los trabajadores del mundo reconocen que tienen idénticos intereses.
Como bien se señaló en la conferencia para conmemorar los cien años de las relaciones entre la URSS y México impartida por el Ingeniero Aquiles Córdova Morán, hay una diferencia sustancial entre las relaciones diplomáticas entre los gobiernos y entre los pueblos. Las relaciones entre los gobiernos de los países son relaciones formales. Los gobiernos cuidan de los intereses de sus empresarios y en una sociedad dividida en clases sociales, los intereses de los empresarios no son los mismos que los que enarbolan los trabajadores.
Al empresario le interesa la venta de sus mercancías que es el momento en el que se materializa la plusvalía, la ganancia, no importándole en lugar en donde se realice. Sin embargo, este interés del capitalista, como propietario privado, es diferente al que aspiran a corto plazo los trabajadores, como el aumento real del salario o a un mejor nivel de vida y muy divergente del interés estratégico del proletariado, a saber, la eliminación de toda explotación.
Las relaciones entre los pueblos no precisan ser, de manera forzosa, de índole económica. A través de la historia se han presentado ejemplos de relaciones fraternas y solidarias no solo en las catástrofes naturales, sino también en la lucha sostenida por el pueblo de un país determinado por librarse de alguna tiranía. Habrá que recordar el apoyo que el pueblo mexicano ofreció al nicaragüense, salvadoreño, guatemalteco, cubano y por supuesto, al español en tiempos del general Lázaro Cárdenas del Río.
Si este tipo de relaciones se han podido desarrollar es porque, de alguna manera hay un reconocimiento de la condición social de los pueblos, de sus sufrimientos y de la causa común de sus pesares sin importar el país en el que habiten y porque al no tener posesiones que cuidar, estas relaciones no están condicionadas por el frío cálculo económico. Un pueblo encuentra un aliciente en la solidaridad de otro.
Los países con un alto de desarrollo económico, pero con los medios de producción en manos privadas, no pueden desarrollar otro tipo de relaciones más que las de explotación y vasallaje, siempre con el objetivo de obtener ganancia. El imperialismo que busca expandir el dominio de sus magnates principalmente, obliga a los países débiles económicamente a aceptar desventajosos tratados comerciales que se convierten en un impedimento para su crecimiento económico, recordemos lo que sucede con el recientemente ratificado T – Mec entre los Estados Unidos de Norteamérica, Canadá y México.
La esencia de las relaciones que caracterizan al capitalismo, se extiende también al campo de las relaciones internacionales, sin embargo, siempre serán de usura, explotación y nunca de fraternidad entre los hombres y los pueblos del mundo.
Contrariamente, los principios sobre los cuales se sustentan las relaciones entre los países como China o Cuba en donde se desarrolla la propiedad social de los medios de producción, se caracterizan principalmente por la ayuda fraterna, la estrecha colaboración en la esfera económica, política y cultural, la plena igualdad entre los Estados grandes y pequeños y la no injerencia en los asuntos internos de cada uno.
Con el nuevo intento de desestabilización en Venezuela, manipulando a los elementos simpatizantes de la política de los oligarcas yanquis y bajo la mascarada de la defensa de la democracia, el imperialismo norteamericano demuestra que esos principios, como la no injerencia, salen sobrando cuando de lo que se trata es de mantener avasallado al pueblo y extraer hasta los últimos vestigios de sus recursos naturales.
Es necesario establecer relaciones fraternas entre los individuos y para ello es necesario luchar contra un sistema social injusto que establece las condiciones económicas para el sometimiento de los pueblos por un puñado de capitalistas.
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