07/02/2025
Miguel Tonatiuh Ortega nos explica el significado de Ojalá estuvieras aquí, el cuento más conocido de Alberto Huerta en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escritor...
“Ojalá estuvieras aquí”
o la memoria de nuestros ideales perdidos
Hacia 1971, el gobierno mexicano tenía una cuenta pendiente con los jóvenes estudiantes que consideraba disidentes del sistema. En ese momento, el gobierno encabezado por Luis Echeverría buscaba contener la fuerza de la intelectualidad juvenil que representaba esa masa de profesores y alumnos disidentes que estaban en contra de ese sistema paternalista que los reprimía y que destruía cualquier tipo de ilusión de un mundo mejor. Un ideal que se pagó muy caro en América Latina, puesto que la influencia de los movimientos comunistas fue reprimida de manera brutal por la intervención de Estados Unidos en las políticas y economías incipientes de los países centro y Sudamérica. México no fue la excepción.
Parte de esa memoria olvidada aparece en el libro Ojalá estuvieras aquí de 1977, escrito por Alberto Huerta y ganador del premio San Luis Potosí de cuento. Es extraña la memoria, especialmente la que muchos de nosotros aún preservamos como una herencia legítima de nuestros padres y que prescribe un acontecimiento nefasto, entre los políticos y los estudiantes. El libro de Huerta representa la forma más eficaz y legítima de preservar el grito estruendoso de una generación impulsada por el descontento: la desigualdad económica y la represión del estado contra la inteligencia, encausado por un puñado de jóvenes con ideales que de forma audaz se atrevieron a responderle al estado.
“Ojalá estuvieras aquí” es un cuento breve que da nombre a la compilación final. Nos hace recordar la pieza de Pink Floyd de 1975, I wish you were here, que evoca sin duda las formas más estruendosas de rebelión en una memoria de la derrota y la pérdida. Eran tiempos convulsos, no lo podemos negar, el tambaleante discurso histórico del poder que detentaban las élites priístas hacía, de los jóvenes idealistas, enemigos peligrosos para su estabilidad política. Fueron años difíciles. Desde nuestros padres a nuestros abuelos, que resultaron los testigos de un acto incruento que tenía tinte de venganza política. Así fueron los aciagos años 70 que arrastraban la memoria de los mu**tos del año 68.
El relato “Ojalá estuvieras aquí” posee una anquilosada huella de la memoria en la destrucción. Como obra, manifiesta un narrador en segunda persona que continuamente evoca la dualidad de las imágenes entre una realidad interior (en un espacio cerrado con lo más bello con lo cual puede compartir la vida) y otra mucho más profunda y dolorosa que es la realidad exterior de las calles en mitad de un mitin, entre las consignas, las pancartas y la propaganda con pequeños volantes que se repartían entre los distintos grupos sociales de esa década.
En el cuento “Ojalá estuvieras aquí”, el narrador testigo posee un discurso dinámico y envolvente. Prefigura al joven rebelde de aquella década violenta. Joven roto e idealista como al resto de los mexicanos que perviven hasta nuestros días. Se va mostrando en una situación profundamente caótica:
“Claramente vemos cómo los tiras comienzan a disparar y las balas a zumban a nuestro alrededor, sin embargo, no escucho ni las detonaciones, ni tu llanto, mucho menos tu voz de niña”, (p. 35).
Esa ese dinamismo nos coloca a un lado del testigo y somos parte de una persecución instantánea. La segunda persona del narrador nos incluye como lectores en cómplices de forma absolutamente involuntaria. Compartimos entonces el mismo vértigo.
“La calle adquiere tonalidades grises y nosotros corriendo como conejos buscando la salida dándonos cuenta de que nos tienen en dos fuegos” (p. 35). Así nosotros cumplimos con acompañar involuntariamente aquel que corre por su vida y que escucha las detonaciones de forma brutal. El motivo es que la brevedad apremia en un cuento. En tan sólo tres páginas el narrador transmite el vértigo y la desesperación con la cual escapa del fuego. Dentro de la narración descubrimos que está enamorado y que aún contempla la belleza de esa mujer joven detrás de un ventanal mirándolo derrumbarse por sus ideales. La paranoia que acompaña al movimiento va creciendo conforme el escenario parece más bien una memoria auditiva guardada en una cinta:
“Gómez grita: ¡No disparen, hijos de su p**a madre” (p. 35)
Esa es la imagen más difícil de todo el discurso narrativo, ya que se opone directamente a la contemplación inmediata y fragmentaria que aparecen después del punto. Es el ser amado o la mujer (la belleza) contempla lo que sucede: “Tú nos miras desde la puerta de la casa, pequeñita, paralizada, ahogando el grito con tus manos de niña, viendo como el cerco se cierra” (p.35).
Cada vez la acción se vuelve más compleja y ahora el narrador preferiría reposar y tomar un instante de contemplación. inmediatamente se conectan las dos narraciones la dualidad se reúne en una sola imagen:
“Un agente te grita: “¡Quítese de ahí! Tú quedas junto al cristal, inocente, frágil inundando con tu desnudez todo el cuarto, impregnado lo con tu olor salado” (p. 36). El lector no descansa y detrás de un acto violento viene otro: “Gómez es el primero en caer, se lleva las manos a la cabeza, al pecho, yéndose para atrás, con la propaganda volando sobre él, cómo palomas blancas” (p. 36). Se percibe que la brutalidad inicial pertenece a una causa aún no descubierta dentro del texto. Los símbolos son claros: la juventud, el deseo y la propaganda sólo son pequeños indicios de lo que el cuento nos permite vislumbrar. Otro personaje, denominado Felipe, aparece entonces en esta realidad en la cual tenemos un acceso sumamente limitado a la información.
“Felipe toca todas las puertas de la calle, desesperado, gritando, pero nadie nos abre, da la impresión de que no hay nadie, que estamos en un pueblo abandonado, no obstante, nos sentimos observados. ¡Abran, nos están matando!, grita Felipe. Las puertas permanecen cerradas” (p. 36).
Y reconocemos las huellas de la persecución a la propaganda juvenil y de cómo se intercala con las imágenes de la belleza. Sin embargo, el narrador testigo no permite al lector un instante de reflexión. Así como sus personajes, el lector forma parte de esa comitiva que huye, todo se siente, todo hiere:
“Los guaruras se acercan sin dejar de disparar. Las piernas me duelen de tanto correr, aspiro y siento que una punzada atraviesa mi pecho en cuanto entra el aire frío en los pulmones. Algo caliente golpea mi cabeza y empiezo a caer, despacio con la lentitud increíble. La calle se fragmenta en cuanto mis piernas se doblan: todo deja de girar” (p. 36).
Simultáneamente sucede un acto sexual a ante la muerte eminente. Aquí, el narrador y por supuesto, Alberto Huerta, nos hace cómplices de una fulgurante percepción simultánea. La vida y la muerte en una sola escena. El deseo y la destrucción cómo los mecanismos indispensables de lo humano. “Siento un estremecimiento. Las balas zumbando a mi alrededor, escuchando cómo se acercan los agentes” (p.37). La muerte y el acto sexual parecen convertirse en una sola expresión vital. La reminiscencia de la vida en el recuerdo amoroso, es el único consuelo del personaje que languidece, como es el caso del narrador en “Ojalá estuvieras aquí”.
“(…) un gemido escapa de tu garganta, escuchó las detonaciones explotando en mi estómago, los intestinos; dejó de rodar” (p.37).
Sabemos al personaje, que acompañamos desde el inicio en la narración, herido de muerte y en ese instante nos habla en el abismo que divide la zona oscura de la muerte y la claridad de la vida:
“Escuchó el grito de Felipe. miro hacia el ventanal: ahí está tu ropa, el jardín con las plantas tropicales que trajiste (…)” (p.37).
La escena sigue:
“Acalambrado tocó la herida; siento moverse bajo mis dedos los intestinos, la sangre fluye a pausas, viscosa, caliente” (p.37).
El desenlace es una imagen brutal diseñada con extremo detalle, que propicia en el narrador los últimos instantes de lucidez. Los lectores, contemplando su caída, somos cómplices de un acto be***al y, por supuesto, de una impotencia declarada. El relato es tan veloz que como lector asumes el riesgo de seguir su paso firme o prefieres mejor cerrar el libro y dejar la lectura. No hay un lugar para mantenerse en medio. No existe ya un sitio seguro.
“Felipe me dice: ya me fregaron, compañerito, y la voz la escuchó, hueca, como si estuviera con la cabeza metida dentro de un cántaro” (p.37). El final no es nada: “Ojalá estuvieras aquí, pienso, y el zumbido cesa” (p.37).
El cuento termina sin revelarnos del todo el motivo inicial y la causa de la muerte del protagonista y sus dos compañeros Felipe y Gómez. Pero otros cuentos de la colección nos dan el escenario completo. El libro Ojalá estuvieras aquí está constituido de varios momentos (cuentos) en los cuales podemos descubrir los relatos de personajes múltiples acercándose peligrosamente al abismo desde distintas perspectivas. Al menos “Podríamos ser tan buenos juntos”, “Ojalá estuvieras aquí” y “Camino angosto” son historias que de forma natural se encuentran con los hechos históricos como simples actores de una ciudad que sumerge a los personajes en sus propias reglas.
El cuento de Alberto Huerta da un testimonio inusual, desde una expresión artística y la sensibilidad, que permite reconocer los eventos históricos que fueron negados por las autoridades de aquel tiempo. Huerta, quién también participó en movimientos disidentes en su juventud, nos regala un testimonio que ha pervivido en la historia, gracias al encuentro con una forma literaria extraordinaria como lo es el género del cuento. Eventualmente, reconocemos que no solo se le otorgó el premio en 1977 por un libro profundamente cuidado en su forma estética, sino por el valor de dar un testimonio profundo de los acontecimientos de 1971 en el Distrito Federal y que de manera reiterada habían sido negados. Una lectura de un tiempo perdido para nosotros.
Miguel Tonatiuh Ortega.
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