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Noé Germán Rendón Jara, de la Compañía teatral La Ciénega, nos relata cómo fue su encuentro con  el dramaturgo Alberto H...
07/02/2025

Noé Germán Rendón Jara, de la Compañía teatral La Ciénega, nos relata cómo fue su encuentro con el dramaturgo Alberto Huerta, en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS...

El Dramaturgo

“Hora de ir a sentarse
junto a su ventana
tranquila junto a su ventana
frente a otras ventanas”
De “Nana” de Samuel Beckett

Así conocí a Alberto Huerta: sentado en una butaca, mirando una adulta mayor en el escenario, sentada en una mecedora junto a una ventana que mira otras ventanas. Esto desde la tercera llamada hasta el obscuro final.
Huerta es, sin que nadie lo haya superado, el teatrista más prolífico, más constante y con mayor rigor que ha trabajado para la Universidad Autónoma de Zacatecas. Nadie ha vuelto a realizar temporadas de manera regular como él lo hizo por tantos años.
Asistiendo a sus funciones lo conocí por su trabajo en el escenario, algunos años antes de tomar la decisión de hacer del teatro mi forma de vida. Me contaba –y se contaba fácil con los dedos de las manos– entre los asiduos espectadores de sus obras. Por virtud y por defecto, las puestas en escenas de Huerta no eran populares: Por defecto para las estadísticas, porque no sumaba cuantitativamente; por virtud para sus espectadores, en quienes sembró la duda, la inquietud de desentrañar su poética.
Sin duda Huerta es un escritor, pero un escritor con dos lenguajes que usa para distintos fines. Su narrativa privilegia, por lo general, la anécdota y la construcción de personajes; mientras que en el escenario juega con elementos puramente teatrales, intraducibles a la litera. En la escena Huerta escribe con la luz, el espacio, el tiempo, el silencio, la pausa; lo que escribe no son anécdotas y sus personajes están llenos de una intensa vida interna que no se desborda en peroratas o acciones banales; Huerta es un creador de atmósferas.
Aún sin tratarlo personalmente se convirtió en mi maestro de teatro, aún sin darme cuenta, sin pretender siquiera dedicarme al teatro. Mis inclinaciones artísticas tenían más que ver con desear ser una estrella del canal de las estrellas, un chico Menudo o Timbiriche eran mis ideales, era un chico común y corriente; pero cuando me atrevía a entrar al Teatro Calderón y una obra de Huerta estaba en el escenario, el tiempo se detenía, la densidad del aire aumentaba, la mente se relajaba y se disponía a contemplar, era como estar en la iglesia.
Comencé mi carrera en 1995 con el Taller de Auto-producción Teatral (TAT) y bajo la dirección de Erasmo Nieto. De él aprendí a ser feliz arriba y abajo del escenario, aprendí a producir teatro con poco dinero y de relaciones públicas. Comencé, literalmente, con la chaquira y la lentejuela a todo lo que da, haciendo comedias musicales, un teatro popular que me embebió del placer del aplauso.
En 1997 fallece nuestro director y el TAT continuó gracias al Programa Nacional de Teatro Escolar y al Maestro Luis Félix Serrano que nos invitó a él. Teniendo como asesores a los maestros de Casa del Teatro, encabezados por Luis de Tavira aprendimos del teatro clásico, el teatro aristotélico y centrado en el drama. Este programa también nos enseñó a lidiar con las instituciones y convocatorias. Ana Perusquia se suma al TAT y evolucionamos a TAT A.C.
En el clímax del TAT A.C. tuvimos en comodato el Teatro del IMSS en Zacatecas, pudimos producir nuestras propias obras y así dirijo la primera obra de Iván Guardado, “Tras la madrugada”. Con esta puesta en escena puse en práctica todo lo que aprendí del teatro de Alberto Huerta, él fue a ver la obra y, contrario a su costumbre, espero al final para felicitarnos; ahí comenzó una breve, pero significativa amistad. Nos dimos el lujo de producir y actuar “Parece fácil”, obra escrita por Pilar Alba y Alberto Huerta, la última puesta en escena de Huerta de la que tengo memoria.

Noé Germán Rendón Jara.

Puedes descargar la revista en el primer comentario o adquirir la versión impresa en la Librería Zacatecas, frente a Catedral.

¡Regresa MUJERES LIGHT y Susana Dora Díaz Dueñas a TIEMPO DE ZACATECAS! Conoce el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedica...
07/02/2025

¡Regresa MUJERES LIGHT y Susana Dora Díaz Dueñas a TIEMPO DE ZACATECAS! Conoce el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escritor zacatecano Alberto Huerta y cómo estuvo el HuertaFest 2025...

Mujeres Light Zacatecas (O lo que es lo mismo ni Pà tras ni Pà delante)

“Huerta Fest 2025 homenaje a Alberto Huerta”

El Taller de Escritura Creativa “Alberto Huerta” reivindica la labor literaria y teatral del dramaturgo zacatecano a sus 80 años.
Sus integrantes destacaron con lectura y una breve representación escénica la brillante trayectoria del literato.

Para las nuevas generaciones es casi desconocida su obra, por ello el Taller de Escritura Creativa Alberto Huerta, coordinado por el escritor Joseangel Rendón rindió homenaje a quien fuera su maestro hace algunos ayeres en la Universidad Autónoma de Zacatecas UAZ. El objetivo primordial es que sea conocida su obra por la comunidad estudiantil y público en general en la actualidad.
El homenaje consistió en la lectura de algunos cuentos del libro “Ojalá estuvieras aquí”, obra galardonada en 1977, con el Premio Nacional de Cuento de San Luis Potosí. Se contó con lectura por parte de miembros del Taller de Escritura Creativa como Eréndira Covix, Karla Frausto, Arturo González, entre otros, además de Bernardo Araujo, quienes dieron lectura a títulos como “Chau, Gardel”, “De nuevo: Blues” Exit y más, con intermedios musicales como “Wish you were here”, de la banda de Rock Pink Floyd, canción que inspiró el título del libro, Además de otras melodías de la época interpretadas por Joseangel Rendón (que no canta mal las rancheras en inglés) y su hijo Pepe Relo. Además, uno de los cuentos de este libro contó con una dramatización por parte de Noé Germán, exalumno de teatro de Huerta.
Así, cuento, música y teatro se entrelazaron en el “HuertaFest 2025 Homenaje a Alberto Huerta”, autor que merece esta distinción, punto y aparte, la deferencia al dar a conocer su obra y sobre todo la propuesta de leerlo, en un país con bajo índice de lectura; bien por el director de la revista Pepe Rendón.
En este acto participó con una lectura el reconocido artista plástico Alfonso López Monreal, quien llevaba consigo algunos libros del escritor homenajeado y comentó conocer desde hace muchos años la gran labor literaria de Huerta, quien estuvo al tanto del evento desde Jerez, Zacatecas, donde pudo disfrutarlo en vivo por Facebook Live. Alberto Huerta agradeció a distancia el detalle de los participantes.
La tarde noche transcurrió amena entre anécdotas acerca del dogmático Alberto Huerta, que tuvo a bien narrar la periodista en cultura Janea Estrada, quien disfrutó la oportunidad de entrevistar, hace unos años, al literato, en el municipio de Jerez, Zacatecas, sitio donde el dramaturgo se autoexilió.
El HuertaFest 2025 no ha terminado, se tiene pensado realizar más eventos, como este número especial de la revista Tiempo de Zacatecas en su honor, nuevas lecturas e información en redes para conocer al autor, así como una obra de teatro y… hay más planes.
El Taller de Escritura Creativa Alberto Huerta sesionará semanalmente los sábados a partir del 9 de febrero del presente año, a las 17:00 horas, en los altos de la Librería Zacatecas, ubicada en Av. Hidalgo No. 613, Centro Histórico, Zacatecas; es un buen foro para todos los que desean entrar en la aventura de escribir.
De nueva cuenta esta Revista estará en circulación gracias al esfuerzo de Pepe Rendón, me precio de participar en esta nueva etapa y agradezco la oportunidad de llegar a los lectores a través de este medio de comunicación escrito “Tiempo de Zacatecas”.

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Tres poemas de Arturo González, Poly y Joseangel Rendón forman parte de este número dedicado a Alberto Huerta en el espe...
07/02/2025

Tres poemas de Arturo González, Poly y Joseangel Rendón forman parte de este número dedicado a Alberto Huerta en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS sobre el dramaturgo y escritor zacatecano...

Puedes descargar la revista en el primer comentario o adquirir la versión impresa en la Librería Zacatecas, frente a Catedral.

Cristian Ezau Luevano nos narra cómo conoció a Alberto Huerta en su obra. Lee el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicad...
07/02/2025

Cristian Ezau Luevano nos narra cómo conoció a Alberto Huerta en su obra. Lee el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escritor...

Hoy conocí a un escritor

Me quitaron un tumor en el costado izquierdo, cerca de las costillas. Parecía estar en el pectoral, pero no era así; era una bola carnosa de menos de tres centímetros. El médico me pidió reposo y me dio indicaciones. En un par de papeles anotó los nombres de mis medicamentos. El primer día no tomé los analgésicos; creí poder soportar el dolor, pero no pude. Me hice el macho durante ese día, pero por la noche tomé lo que debía. Desperté para descubrir que el dolor no es eterno y que una nueva cicatriz me acompañaría.
Durante la segunda tarde, el dolor persistió. Es menor, pero no me duele la herida, sino el brazo, un daño colateral de la cirugía. La posición durante la operación fue incómoda, y sigue siéndola. No puedo cargar cosas pesadas, no puedo levantar a mi gata por encima de mi cabeza, no puedo permitirme abrazos fuertes, excavar tumbas coloniales, cambiar el garrafón de agua en casa, manejar a un grupo de rehabilitación, beber alcohol ni nadar.
Intenté escribir, pero tampoco pude. No fue por culpa del dolor, al contrario, me ayudó a distraerme. Para escribir, me puse a leer. Terminé un libro de un francés llamado André Gide. Me gustó su nombre, pero el libro no tanto. Lo compré porque la traducción la hizo Julio Cortázar. No fue suficiente. Proseguí con La tregua de Mario Benedetti. Me hizo soñar con una chica de mi escuela: fuimos de paseo por el parque. Sé que la invité, pero no sé por qué aceptó; al fin y al cabo, era un sueño. Nos subimos a un barco de pedales para dos personas. Dentro del sueño, imaginé que la salvaba de ahogarse, pero ella sabe nadar, y mi inconsciente lo sabe, por eso no la hizo resbalar. Sin embargo, me permitió ver su rostro iluminado por el sol, revelación de una fantasía sin consuelo. Nos besamos. Decidí no leer más a Benedetti.
A pesar del dolor, leí los mensajes que enviaron a mi grupo de taller literario. Ya los había ignorado demasiado, incluso fui indiferente con un artista visual que había mu**to. Mucha gente habló bien de él. Se pusieron de acuerdo para escribir poemas y pegarlos en las calles de la ciudad. No supe de quién hablaban hasta que vi varias hojas pegadas con su foto, ilustraciones suyas y los escritos de sus amigos. Yo estaba en Durango cuando eso sucedió, y una mujer murió en el camión que abordé de regreso. Estuvimos una hora a las afueras de la ciudad, junto a un puesto de barbacoa. Su hija la vio morir, y sus nietos vieron a su mamá llorar por la muerte de su abuela. Pensar en pegar hojas con poemas dedicados a un hombre que conocía me pareció innecesario. Siempre vi sus dibujos pegados en las paredes de los camiones. Supe que el nombre que escogió para firmar era el de una expareja. No sé si sea cierto. Ese es el problema de la indiferencia: no sabes nada y no sabes por qué.
Para no pasar por lo mismo, presté atención al próximo evento. Le harían un homenaje a un escritor zacatecano. No era Ramón López Velarde. Me alegré al saberlo. Lo que harían era leer su obra en un establecimiento sobre una librería. Compartirían sus anécdotas. Fui porque el dolor en soledad es el primer paso para el sufrimiento en compañía, como un niño chiquito que no llora hasta que lo van a recoger. Fui porque no quería ser un niño chiquito.
Hubo frituras en una mesa, junto a salsa y refresco. El coordinador del taller organizó el homenaje. Él fue uno de los últimos alumnos del escritor. El evento resultó inspirador. Escuchar los cuentos de una onda diferente a la mía fue interesante. Por momentos, juzgué mal el trabajo de los demás. He asistido a varias presentaciones de arte contemporáneo: vi a una chica gritarle a una lata de chiles vacía, y fuera de ese lugar, otra muchacha se maquillaba para presentarse cuando su compañera terminara. Pero varias personas le tomaban fotos y vídeos. La admiración de quien no sabe reconocer entre una presentación, un performance y un maquillaje previo al show es algo que me inhibe. Por eso, reconozco la obra de un escritor que sabe lo que hace, y que quienes lo siguen hicieron una buena interpretación de su obra.
El evento duró más de lo que creí. Me fui temprano. La gasa que cubría la herida comenzó a caer. El mezcal que trajo uno de mis compañeros del taller no consiguió que me quedara. Lo último que supe sobre el escritor fue que nos miraba a través de la transmisión en vivo realizada por redes sociales. Nos mandó saludos a todos los presentes, incluyendo a un conocido que se había sentado a leer uno de sus cuentos. Contaba con un vaso de plástico lleno de mezcal blanco. Sorbió un poco, empezó a leer y yo salí de la habitación sin dolor y con una reflexión: hoy día conocí a un escritor. Siempre tuve su nombre muy cerca: Alberto Huerta. Pensé que solo era el nombre de mi taller literario. Me equivoqué.

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Marielena Bañuelos fue compañera de prepa de Alberto Huerta, en este cuento nos relata una anécdota de aquellos días. Le...
07/02/2025

Marielena Bañuelos fue compañera de prepa de Alberto Huerta, en este cuento nos relata una anécdota de aquellos días. Lee el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escritor...

Los tres prepos

Alberto, Arturo y yo tomábamos clases en la prepa del instituto (las generaciones anteriores le decían colegio, porque fue el colegio jesuita donde estudió Núñez de Miranda el confesor de Sor Juana), recién convertido en universidad por obra y gracia de Díaz Ordaz, asesino confeso de estudiantes del 2 de octubre, acontecimiento en el que no participamos en absoluto, debido a la intercepción del gobernador a los delegados de la UNAM, con la colaboración del líder estudiantil zacatecano.
Sin embargo, nosotros ignorábamos en aquel momento ese y otros detalles determinantes para el buen funcionamiento gubernamental de “la dictadura perfecta,” Vargas Llosa dixit.
Pasábamos las horas entre clases, sentados en una banca del pasillo del segundo piso del patio de honor, platicando de cosas agradables de nuestra vida juvenil, Alberto fumaba, nosotros no y no hubo nunca una invitación de su parte para iniciarnos en el vicio. Supongo que no son los amigos los que inducen, más bien son los enemigos.
Alberto ocasionalmente nos daba a leer algo de un cuaderno, siempre le decíamos que nos parecía bien, pero la verdad yo no entendía porque escribía tantas cosas fuera de la lógica formal, ni porque perdía tanto tiempo escribiendo en lugar de memorizar la anatomía.
En ocasiones hablábamos de tópicos desagradables relativos a la conducta también dictatorial de los maestros del área de ciencias biológicas o peor aún del acosador rabo-verde de dibujo anatómico, del que no me sabía defender y ellos solo se burlaban, en su ausencia.
Arturo tenía su familia clásica, compuesta de papá, mamá, hermanos y hermanas; yo vivía al lado de mi mamá y Alberto presumía estar solo (satisfecho de la soledad) en una casa aledaña al Mesón de Jobito donde únicamente una hermana lo visitaba esporádicamente. No conocí la casa por dentro, pero supongo que debe haber sido la típica casa grande del centro en Zacatecas, hoy convertida en hotel.
Cierto día de primavera, organizamos una excursión al cerro de las Manzanillas ellos lo conocían, yo no y nunca he vuelto, caminamos mucho a través del cerro de La Virgen y más allá, Arturo llevó a su hermana y ella su guitarra. Comimos, bebimos refrescos y cantamos canciones de protesta, fue la primera vez que oí: “Ahí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia, Comandante Che Guevara”.
El regreso fue más penoso que la ida, porque se acumuló el cansancio, pero ambos muy caballerosos me fueron a dejar hasta mi casa. No como un pretendiente holgazán que cuando lo rechacé cerca de mi domicilio, casi se puso a llorar por todo lo caminado, hasta que le di un tostón para pagar el camión amarillo.

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Joseangel Rendón dedica este cuento a Alberto Huerta en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escr...
07/02/2025

Joseangel Rendón dedica este cuento a Alberto Huerta en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escritor...

¿Qué estás leyendo?

Gómez los dejó en la barra y se llevó los panfletos. Eres el único del bar que lee un libro.
Tus ojos se escabullen al Brandy Presidente que busca una garganta desesperada a la izquierda. Es Felipe, lo ignoras. Desciendes la vista como alunizando la nave nodriza de tu entendimiento.
El cantinero se incomoda. Ignora si tu bebida favorita es en realidad lo que está bebiendo el protagonista: Cacardí. No sabe –ni por un momento- que tú eres el protagonista de la historia que aún no se escribe fuera de la historia.
Los hielos desgastados del vaso de Felipe repican por más brandy. Su atención pierde de vista tu lectura. Das vuelta de página. Trata de recordar la marca del servicio anterior mientras te mira de reojo, desde el otro lado de la barra.
Bebes un sorbo y levantas la vista evitando salir del libro, como lo has hecho 27 veces a cada inicio de página.
El cantinero llena de más el vaso old fashioned y regresa para notar que tu piel se eriza. Hay una historia que intenta salir de las páginas y el servidor de bebidas espera atraparla.
Una mujer –¡Qué mujer!– levanta la mano desde una de las mesas para atraer la atención del sirve-copas. Sus ojos emanan un deseo más candente que el color de sus labios. Inmerso a media página, navegas con intención de ir más aprisa. No escuchas la voz candorosa. El cantinero tampoco. Su memoria conecta en automático con el logotipo de la cerveza que la dama pidió mientras mordía su labio inferior y levantaba un poco más su falda. Ella te mira como si intentara que la vieras.
El salto al siguiente párrafo te estremece. El cubero desea preguntarte si quieres otra tanda de tu bebida, pero silencia al tratar de seguir el ritmo de tus ojos. Pestañean imperceptiblemente cada nosécuántas palabras, pero caminan solos como oleaje que golpea arrecifes.
Llegan más clientes junto a ti. Dos de ellos van armados y el del centro viste ropa elegante. Extiendes tu mano derecha al borde superior derecho del ejemplar. Siente que le vas a pedir algo y le hace una seña a los nuevos parroquianos de que esperen. Uno de los guardaespaldas lleva su mano a la funda sobaquera. Felipe se va temeroso, sin pagar y sin decirte nada. Das vuelta a la hoja. El hombre tras la barra se acerca esperando que hables. Bebes otro sorbo sin perder el hilo de la acción.
Los clientes que aún no atiende el mozo del bar te miran. Él se acerca más. La dama con cerveza –de la cual equivocó la marca pedida– se tambalea al levantarse. Ambos guaruras sacan sus armas y el hombre elegante los detiene para ponerte atención. Todos te rodean. Tus hombros hacen movimiento pausado de acercarse a tu pecho y circundar el libro.
El sirve-copas no se mueve. Pareces sudar. Tus dedos sostienen el libro a cada extremo con un temblor que lo recorren de abajo hacia arriba. No levantas la vista. Ni siquiera notas que estás rodeado a cada vértice de la barra. Frente a ti, él se agacha acercándote su cara.
¿Qué estás leyendo? Te pregunta.
Sabes que el cantinero no es real. Lo eludes. Casi llegas al final.

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¿Cuáles son los 5 mejores libros que ha escrito Alberto Huerta? descúbrelo en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicad...
07/02/2025

¿Cuáles son los 5 mejores libros que ha escrito Alberto Huerta? descúbrelo en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escritor...

Los 5 mejores libros de Alberto Huerta

Es muy difícil hacer una clasificación tipo Top sobre la obra del escritor y dramaturgo zacatecano Alberto Huerta, por la cantidad de su obra publicada: 13 libros (10 de cuento, 2 de teatro y una novela), participación en unas 15 antologías y colaboración en una veintena de medios escritos, locales y nacionales; pero sobre todo porque su bibliografía abarca tres etapas diferentes de su vida, donde la narrativa fue adquiriendo diferentes matices, sin perder la calidad.
Todos dirán que el número 1 es Ojalá estuvieras aquí, el más premiado (Joaquín Mortiz, 1978, Premio Nacional de Cuento SLP 1977), que es también el libro más representativo y más difundido de Alberto Huerta. Pero, por lo mismo, no es de las colecciones de cuentos favoritas del autor, “parece que nomás escribí ese libro” dice cuando lo mencionan, a manera de reclamo ante toda su obra que no hemos leído o ha tenido menos difusión.
Este mismo libro marca las tres etapas dentro de la obra de Alberto Huerta: La tallerística, con Miguel Donoso Pareja, que le otorgó una gran cantidad de recursos y herramientas (“el cajón de sastre” diría él) para enriquecer su narrativa, darse a conocer y ganar los primeros reconocimientos.
El viento en contra es la segunda etapa reflejada en su obra. Esta se da cuando al grupo de poder hegemónico (el tricolor de antes) no les parecía su narrativa “de izquierda” y la promoción de su obra mermó, como lo asegura Arturo Trejo: “Motel Paraíso, de Alberto Huerta, debería de haber sido bien valorada en su momento, de ser leída con atención por la crítica cuando apareció, pero en ese instante no sucedió … en tomo a ella y a su autor se colocó esa pesada losa de la "conspiración del silencio", de la que hablaba Elías Nandino, por tratarse de un autor que no forma parte de un grupo instalado en el poder y que además escribe desde alguna ciudad de la provincia”.
El rigor, podríamos llamar a la tercera etapa de la obra de Alberto Huerta, donde al autor no le interesó el rechazo y se dedicó a escribir sin medias tintas y formar escritores y dramaturgos en sus talleres de la UAZ. Esta es una etapa de madurez que también ha sido la más prolífica. Aquí va el Top 5:
5: Mírame a los ojos (2001, en colaboración con Pilar Alba). Víctor Roura hace una importante valoración de este libro, que abre la tercera etapa de Huerta como escritor, al hacer mancuerna con una de sus aprendices. “Alberto Huerta sigue escribiendo, pero como es costumbre suya lo hace desde las sombras de la literatura, lo cual no significa que él permanezca en la oscuridad narrativa. Perteneciente a la generación de José Agustín, quien cambiara drásticamente la ruta escritural en el país a fines de los años sesenta, Alberto Huerta es también uno de esos autores que contribuyera a la renovación literaria mexicana a partir de aquella década”, abre el artículo recordando los orígenes. El libro no fue escrito en partes “sino literalmente a cuatro manos, sentados ambos y escribiendo al alimón, conjuntados” en unidad de pensamiento.
Existen relatos referidos al amor, que poseen una manita recargada de femineidad, deduce Roura. “No es el Alberto Huerta de otros libros” dice, “pero hay un paso, sin duda, hacia otros territorios, acaso no explorados por el zacatecano”. En este libro se nota un gusto por escribir las cosas.
4: Almohadón de vientos (1987), Aun respirando el Boom de Ojalá estuvieras aquí, Huerta logra un libro de relatos potentes que merecen una lectura cuidadosa. “Es un libro redondo, bien logrado y narrado, con textos intensos y plenos, donde se nota la escritura de madurez de Alberto Huerta” menciona Arturo Trejo Villafuerte.
3: Motel Paraíso (1980). Esta novela es una continuidad a ojalá estuvieras aquí, tanto en el estilo, como en algunos personajes, pero narrada con mayor sapiencia de autor.
2: Ojalá estuvieras aquí (1977). La intensidad de esta obra valió el premio. Una colección de cuentos que retratan hasta el hueso a los jóvenes setenteros, ante la represión de esa época. Personajes que buscan a escondidas el amor, la justicia y la verdad que el poder se había apropiado. La prosa exacta de Huerta entreteje narraciones alternas donde la realidad está en duda. Este pensamiento envolvente fue el sello de su narrativa en las siguientes publicaciones.
1: El aliento amoroso de la nada (2010). Luego de dominar de forma maestra las situaciones y atmósferas, Alberto Huerta logra un tono muy personal, dando vida a personajes que jamás pierden vigencia y están a nuestro lado o en nosotros mismos.
A Alberto Huerta hay que leerlo para captarlo en todos los sentidos. Tiene una gran cantidad de obra inédita en espera de formar nuevas colecciones. Habrá que esperar. Conociendo su historia llegamos al germen de sus narraciones.

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Miguel Tonatiuh Ortega nos explica el significado de Ojalá estuvieras aquí, el cuento más conocido de Alberto Huerta en ...
07/02/2025

Miguel Tonatiuh Ortega nos explica el significado de Ojalá estuvieras aquí, el cuento más conocido de Alberto Huerta en el especial de TIEMPO DE ZACATECAS dedicado al dramaturgo y escritor...

“Ojalá estuvieras aquí”
o la memoria de nuestros ideales perdidos

Hacia 1971, el gobierno mexicano tenía una cuenta pendiente con los jóvenes estudiantes que consideraba disidentes del sistema. En ese momento, el gobierno encabezado por Luis Echeverría buscaba contener la fuerza de la intelectualidad juvenil que representaba esa masa de profesores y alumnos disidentes que estaban en contra de ese sistema paternalista que los reprimía y que destruía cualquier tipo de ilusión de un mundo mejor. Un ideal que se pagó muy caro en América Latina, puesto que la influencia de los movimientos comunistas fue reprimida de manera brutal por la intervención de Estados Unidos en las políticas y economías incipientes de los países centro y Sudamérica. México no fue la excepción.
Parte de esa memoria olvidada aparece en el libro Ojalá estuvieras aquí de 1977, escrito por Alberto Huerta y ganador del premio San Luis Potosí de cuento. Es extraña la memoria, especialmente la que muchos de nosotros aún preservamos como una herencia legítima de nuestros padres y que prescribe un acontecimiento nefasto, entre los políticos y los estudiantes. El libro de Huerta representa la forma más eficaz y legítima de preservar el grito estruendoso de una generación impulsada por el descontento: la desigualdad económica y la represión del estado contra la inteligencia, encausado por un puñado de jóvenes con ideales que de forma audaz se atrevieron a responderle al estado.
“Ojalá estuvieras aquí” es un cuento breve que da nombre a la compilación final. Nos hace recordar la pieza de Pink Floyd de 1975, I wish you were here, que evoca sin duda las formas más estruendosas de rebelión en una memoria de la derrota y la pérdida. Eran tiempos convulsos, no lo podemos negar, el tambaleante discurso histórico del poder que detentaban las élites priístas hacía, de los jóvenes idealistas, enemigos peligrosos para su estabilidad política. Fueron años difíciles. Desde nuestros padres a nuestros abuelos, que resultaron los testigos de un acto incruento que tenía tinte de venganza política. Así fueron los aciagos años 70 que arrastraban la memoria de los mu**tos del año 68.
El relato “Ojalá estuvieras aquí” posee una anquilosada huella de la memoria en la destrucción. Como obra, manifiesta un narrador en segunda persona que continuamente evoca la dualidad de las imágenes entre una realidad interior (en un espacio cerrado con lo más bello con lo cual puede compartir la vida) y otra mucho más profunda y dolorosa que es la realidad exterior de las calles en mitad de un mitin, entre las consignas, las pancartas y la propaganda con pequeños volantes que se repartían entre los distintos grupos sociales de esa década.
En el cuento “Ojalá estuvieras aquí”, el narrador testigo posee un discurso dinámico y envolvente. Prefigura al joven rebelde de aquella década violenta. Joven roto e idealista como al resto de los mexicanos que perviven hasta nuestros días. Se va mostrando en una situación profundamente caótica:
“Claramente vemos cómo los tiras comienzan a disparar y las balas a zumban a nuestro alrededor, sin embargo, no escucho ni las detonaciones, ni tu llanto, mucho menos tu voz de niña”, (p. 35).
Esa ese dinamismo nos coloca a un lado del testigo y somos parte de una persecución instantánea. La segunda persona del narrador nos incluye como lectores en cómplices de forma absolutamente involuntaria. Compartimos entonces el mismo vértigo.
“La calle adquiere tonalidades grises y nosotros corriendo como conejos buscando la salida dándonos cuenta de que nos tienen en dos fuegos” (p. 35). Así nosotros cumplimos con acompañar involuntariamente aquel que corre por su vida y que escucha las detonaciones de forma brutal. El motivo es que la brevedad apremia en un cuento. En tan sólo tres páginas el narrador transmite el vértigo y la desesperación con la cual escapa del fuego. Dentro de la narración descubrimos que está enamorado y que aún contempla la belleza de esa mujer joven detrás de un ventanal mirándolo derrumbarse por sus ideales. La paranoia que acompaña al movimiento va creciendo conforme el escenario parece más bien una memoria auditiva guardada en una cinta:
“Gómez grita: ¡No disparen, hijos de su p**a madre” (p. 35)
Esa es la imagen más difícil de todo el discurso narrativo, ya que se opone directamente a la contemplación inmediata y fragmentaria que aparecen después del punto. Es el ser amado o la mujer (la belleza) contempla lo que sucede: “Tú nos miras desde la puerta de la casa, pequeñita, paralizada, ahogando el grito con tus manos de niña, viendo como el cerco se cierra” (p.35).
Cada vez la acción se vuelve más compleja y ahora el narrador preferiría reposar y tomar un instante de contemplación. inmediatamente se conectan las dos narraciones la dualidad se reúne en una sola imagen:
“Un agente te grita: “¡Quítese de ahí! Tú quedas junto al cristal, inocente, frágil inundando con tu desnudez todo el cuarto, impregnado lo con tu olor salado” (p. 36). El lector no descansa y detrás de un acto violento viene otro: “Gómez es el primero en caer, se lleva las manos a la cabeza, al pecho, yéndose para atrás, con la propaganda volando sobre él, cómo palomas blancas” (p. 36). Se percibe que la brutalidad inicial pertenece a una causa aún no descubierta dentro del texto. Los símbolos son claros: la juventud, el deseo y la propaganda sólo son pequeños indicios de lo que el cuento nos permite vislumbrar. Otro personaje, denominado Felipe, aparece entonces en esta realidad en la cual tenemos un acceso sumamente limitado a la información.
“Felipe toca todas las puertas de la calle, desesperado, gritando, pero nadie nos abre, da la impresión de que no hay nadie, que estamos en un pueblo abandonado, no obstante, nos sentimos observados. ¡Abran, nos están matando!, grita Felipe. Las puertas permanecen cerradas” (p. 36).
Y reconocemos las huellas de la persecución a la propaganda juvenil y de cómo se intercala con las imágenes de la belleza. Sin embargo, el narrador testigo no permite al lector un instante de reflexión. Así como sus personajes, el lector forma parte de esa comitiva que huye, todo se siente, todo hiere:
“Los guaruras se acercan sin dejar de disparar. Las piernas me duelen de tanto correr, aspiro y siento que una punzada atraviesa mi pecho en cuanto entra el aire frío en los pulmones. Algo caliente golpea mi cabeza y empiezo a caer, despacio con la lentitud increíble. La calle se fragmenta en cuanto mis piernas se doblan: todo deja de girar” (p. 36).
Simultáneamente sucede un acto sexual a ante la muerte eminente. Aquí, el narrador y por supuesto, Alberto Huerta, nos hace cómplices de una fulgurante percepción simultánea. La vida y la muerte en una sola escena. El deseo y la destrucción cómo los mecanismos indispensables de lo humano. “Siento un estremecimiento. Las balas zumbando a mi alrededor, escuchando cómo se acercan los agentes” (p.37). La muerte y el acto sexual parecen convertirse en una sola expresión vital. La reminiscencia de la vida en el recuerdo amoroso, es el único consuelo del personaje que languidece, como es el caso del narrador en “Ojalá estuvieras aquí”.
“(…) un gemido escapa de tu garganta, escuchó las detonaciones explotando en mi estómago, los intestinos; dejó de rodar” (p.37).
Sabemos al personaje, que acompañamos desde el inicio en la narración, herido de muerte y en ese instante nos habla en el abismo que divide la zona oscura de la muerte y la claridad de la vida:
“Escuchó el grito de Felipe. miro hacia el ventanal: ahí está tu ropa, el jardín con las plantas tropicales que trajiste (…)” (p.37).
La escena sigue:
“Acalambrado tocó la herida; siento moverse bajo mis dedos los intestinos, la sangre fluye a pausas, viscosa, caliente” (p.37).
El desenlace es una imagen brutal diseñada con extremo detalle, que propicia en el narrador los últimos instantes de lucidez. Los lectores, contemplando su caída, somos cómplices de un acto be***al y, por supuesto, de una impotencia declarada. El relato es tan veloz que como lector asumes el riesgo de seguir su paso firme o prefieres mejor cerrar el libro y dejar la lectura. No hay un lugar para mantenerse en medio. No existe ya un sitio seguro.
“Felipe me dice: ya me fregaron, compañerito, y la voz la escuchó, hueca, como si estuviera con la cabeza metida dentro de un cántaro” (p.37). El final no es nada: “Ojalá estuvieras aquí, pienso, y el zumbido cesa” (p.37).
El cuento termina sin revelarnos del todo el motivo inicial y la causa de la muerte del protagonista y sus dos compañeros Felipe y Gómez. Pero otros cuentos de la colección nos dan el escenario completo. El libro Ojalá estuvieras aquí está constituido de varios momentos (cuentos) en los cuales podemos descubrir los relatos de personajes múltiples acercándose peligrosamente al abismo desde distintas perspectivas. Al menos “Podríamos ser tan buenos juntos”, “Ojalá estuvieras aquí” y “Camino angosto” son historias que de forma natural se encuentran con los hechos históricos como simples actores de una ciudad que sumerge a los personajes en sus propias reglas.
El cuento de Alberto Huerta da un testimonio inusual, desde una expresión artística y la sensibilidad, que permite reconocer los eventos históricos que fueron negados por las autoridades de aquel tiempo. Huerta, quién también participó en movimientos disidentes en su juventud, nos regala un testimonio que ha pervivido en la historia, gracias al encuentro con una forma literaria extraordinaria como lo es el género del cuento. Eventualmente, reconocemos que no solo se le otorgó el premio en 1977 por un libro profundamente cuidado en su forma estética, sino por el valor de dar un testimonio profundo de los acontecimientos de 1971 en el Distrito Federal y que de manera reiterada habían sido negados. Una lectura de un tiempo perdido para nosotros.

Miguel Tonatiuh Ortega.

Puedes descargar la revista en el primer comentario o adquirir la versión impresa en la Librería Zacatecas, frente a Catedral.

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