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05/12/2024
El Mitsubishi Diatone D-160 es un gigante entre los subwoofers, una máquina que parece más salida de un sueño de ingenieros obsesionados con el poder absoluto del sonido que de una fábrica. Con un cono de 160 cm, diseñado como un panal de abeja para ser ligero pero resistente, este coloso no solo reproducía sonido; creaba un terremoto controlado, una experiencia visceral que muchos solo podían describir como sentir la música desde el núcleo de la Tierra.
El D-160 no era un subwoofer común. Sus bajos llegaban a los **8 Hz**, un rango subsonoro que se percibe más con el cuerpo que con los oídos. En las décadas de los 80 y 90, los entusiastas de audio que pudieron escucharlo hablaban de paredes que vibraban, vidrios que temblaban, y una inmersión total que hacía que todo lo demás pareciera un juguete barato. Capaz de soportar hasta **3000 watts de potencia máxima**, el D-160 no pedía permiso: se adueñaba de la habitación, de la casa, y, en algunos casos, de la cuadra entera.
Transportarlo era una aventura por sí sola. Pesando más de 1.5 toneladas y con dimensiones de 2.4 x 2.3 x 1.4 metros, moverlo requería no solo equipo especializado sino la determinación de alguien dispuesto a lidiar con un mastodonte de casi 150,000 dólares. Aunque su precio original lo convertía en un artículo exclusivo para ricos obsesionados con el audio, en 2011 uno de estos apareció en Craigslist por apenas $550 dólares. El único detalle: el comprador debía recogerlo, una tarea que probablemente costaba más que el propio subwoofer.
Dicen que en las ferias de audio donde se exhibía, el D-160 no solo se escuchaba; se sentía. Los ingenieros lo usaban para pruebas en estructuras y auditorios, dejando a los asistentes con anécdotas de vibraciones que parecían sacadas de una película de catástrofes. Algunos foros de audio aún lo mencionan con reverencia, como el santo grial del bajo profundo, un objeto de culto para los puristas del sonido.
Quienes tuvieron la suerte de enfrentarse a este monstruo hablan de él como una experiencia trascendental, algo que te recuerda que el sonido, en su esencia más pura, no es solo para escucharse. Es para vivirse.
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