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25/05/2024
Les voy a contar una historia que les va a volar la mente. Esto me pasó hace unos años y hasta el día de hoy me cuesta creerlo. Estaba en el desierto de Nazca, en Perú, explorando las famosas líneas. Había estado viajando por Sudamérica, y estas líneas eran uno de los puntos altos de mi viaje.
Llegué al desierto justo al atardecer, cuando el sol comenzaba a bajar y las sombras de las figuras se hacían más largas y más nítidas. Me habían dicho que la mejor forma de ver las líneas era desde el aire, pero yo, necio como siempre, decidí que tenía que verlas desde el suelo primero. Estaba caminando, siguiendo lo que parecía ser una figura de un colibrí gigante, cuando de repente, la temperatura bajó bruscamente. No era una bajada normal, sino una de esas que te erizan la piel.
En medio de esa bruma, comencé a ver luces. Al principio pensé que era un camión o algo así, pero luego me di cuenta de que no había camino, ni sonido de motor. Solo las luces, brillando intensamente en el aire. Mi corazón empezó a latir a mil por hora, pero mi curiosidad fue más fuerte que el miedo.
De pronto, una de las luces se acercó. Era como una esfera flotante, del tamaño de una pelota de fútbol, pero con una superficie metálica que reflejaba todo a su alrededor. Sentí una fuerza extraña, como si me estuviera llamando, atrayéndome hacia ella. De repente, todo mi cuerpo se sintió ligero, y antes de darme cuenta, me encontraba flotando a unos metros del suelo. Estaba en el aire, viendo las líneas desde arriba, justo como había querido, pero no de la forma en que lo había planeado.
La esfera comenzó a emitir una especie de zumbido, y de la nada, vi una serie de imágenes en mi mente: estrellas, planetas lejanos, y seres que no parecían humanos pero que, de alguna manera, entendía. Era como si estuvieran comunicándose conmigo, mostrándome su hogar, su historia. Todo duró unos minutos, pero se sintió como una eternidad.
De repente, todo terminó tan rápido como había comenzado. Me encontré de nuevo en el suelo, con el corazón latiendo a mil por hora y la cabeza llena de preguntas. Miré a mi alrededor, esperando ver alguna prueba de lo que acababa de vivir, pero todo estaba en silencio, solo el desierto y yo.Nunca he podido explicar lo que pasó esa noche en Nazca, pero desde entonces, sé que hay algo más allá de nuestro entendimiento. Cada vez que alguien menciona los alienígenas, solo puedo sonreír y pensar en esa noche mágica y aterradora en el desierto.