04/02/2025
🟧 La Espíritual de la Cruz
Un día como hoy, pero del año de 1903, Nuestra Madre Espíritual Conchita se encuentra con el Padre Félix de Jesús Rougier, un sacerdote francés de la Congregación de María. Fue un encuentro providencial y fecundo. Sellado por la Cruz.
EL ENCUENTRO
“Hace unos días me platicaron que en el templo del Colegio de Niñas vive un sacerdote, parece que es el superior de los Padres Maristas, lleno de buen espíritu, y no sé por qué, me entró un ansia de venirlo a buscar y hablarle de las Obras de la Cruz. Nunca lo he visto, ni siquiera estoy segura de su nombre. Ahora en la mañana me resistía a venir, y para que me quitara la tentación me fui temprano a confesar a Sto. Domingo. Luego hice una visita a mi mamá, y con el pendiente de una de las niñas que tengo enferma, compré unas medicinas en la botica y tomé el tranvía para regresar pronto a casa. Pero al pasar frente al templo, me bajé sin más. ¿Ahora qué hago? ¿Entro o me voy? Me confesaré de nuevo. No, ya me confesé en la mañana. Mi hija está enferma. No sé el nombre del padre. Ahí viene otro tranvía, mejor me voy. No, no puedo subirme, algo me lo impide. Mejor me confieso, y me voy rápido a casa. La Iglesia sola. Me acerco al confesionario que está en la Capilla de Lourdes. Toco el timbre. Al llegar el sacristán pregunto:
-¿Quién confiesa aquí?
-El Padre Félix
Mientras tanto, el P. Félix estaba por salir a la calle. Ya parece que se iba y sin embargo regresaba. Tal vez algo se le había olvidado. Pero no, tres veces quiso salir, y no podía, era como si algo o alguien lo detuviera. Por esos días venía rezando una novena al Espíritu Santo para que se dignara llenarlo de un campo de mayor perfección. El Espíritu Santo contestó su plegaria ofreciéndole la Cruz. Y así fue, porque en ese momento, llega el sacristán llega y le dice:
-Padre Félix, una señora quiere confesarse con usted
Conchita:-¿Es usted el Padre Superior?
P. Félix:-A sus órdenes, señora.
Cuenta el Padre Félix: “Se confesó brevemente, y después comenzó a hablarme de mi alma, segura de sí misma y como si nuestro Señor la impulsara, de todo mi interior, diciéndome lo que en mí no le gustara, sin haberme conocido nunca, y algunas otras pocas cosas que le gustaban. Sentí en mi alma claramente la verdad de lo que me decía. Me descubrió todos los pliegues y repliegues de mi alma, y las gracias que yo había recibido, los abusos que de ellos había hecho; me habló de las disposiciones más íntimas de mi alma, me reveló mis pensamientos y me dijo que era necesario salir del letargo espiritual en el que me encontraba y darme decididamente al servicio de Dios mediante una vida nueva. Yo estaba admirado, estupefacto, indeciblemente conmovido. Entonces comenzó a hablarme de las Obras de la cruz y del espíritu propio de ellas. El Apostolado de la Cruz, para todos los fieles, ya aprobado por el Papa León XIII, y las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas hace 5 años. Y entonces le pregunté: ¿Hay una congregación de hombres?
Conchita: No pero lo habrá. Hágase santo. Le pido que haga oración y penitencia por las Obras de la Cruz. Ya me voy padre, ya lo habré cansado.
El P. Félix: A mí nunca me cansa hablar de Dios.
La entrevista había durado 2 horas. El reloj de la torre marcaba las 12:00. Era el 4 de febrero de 1903. ¿Quién sería la señora enlutada que salió del templo con unas medicinas en la mano? ¿Cómo se llamaba? ¿Dónde un caso de una mujer casada y mística, una vida ordinaria de hogar y una extraordinaria vida espiritual?
Una vez que la Sra. Concepción Cabrera Vda. De Armida subió al tranvía para ir a su casa se quedó pensando: “Yo siento que el Padre Félix quedó herido por la Cruz en lo más hondo de su alma y que dará mucha gloria a Dios en sus Obras. Nunca había encontrado una materia tan dispuesta, una correspondencia tan pronta, una remoción tan activa, un poder de gracia tan grande. Yo siento que Dios lo ha tocado”.