La palabra justicia y la realidad que simboliza y genera es difícil y necesaria. Nos evoca dar a cada uno su derecho, darle a cada uno lo que es debido, aquello que por ley le corresponde. La palabra Justicia nos habla de una justa distribución, de una igualdad de medida para mi y para nosotros, de un cerrar los ojos a quien es la persona y abrirlos a que le corresponde a esa persona, cuáles son sus derechos.
Cuando los hombres y mujeres son justos generan una energía que les impulsa a establecer relaciones adecuadas con ellos mismos, con la naturaleza, con la comunidad humana.
La palabra justicia sugiere la injusticia por contrate. Y la injusticia es algo que salta a la vista… Es opresión, generadora de dolor, generadora de hambre y sed, porque hay millones de hombres que tienen hambre y sed porque nadie les ha hecho justicia, están hambrientos, faltos de justicia. La humanidad está sediento, como una tierra árida y seca, de esa agua de la justicia. Vivimos en un mundo estructurado, en gran parte, por la injusticia. En el primer mundo tenemos todas las estructuras legislativas y ejecutivamente judiciales para administrar justicia. Podemos afirmar y creer que muchos hombres y mujeres la administra rectamente, con honradez legal, con sensibilidad moral. En muchos países del Tercer Mundo la justicia es la gran ausente; ni siquiera los encargados de generar justicia lo hacen. Generan una apariencia pseudo-legal de derecho, pero detrás no está la realidad de la virtud de la justicia.
Nuestro mundo está definido y estructurado desde la carencia de justicia y ésta es una realidad de la que no podemos rescindir: norte-sur, riqueza-pobreza, economía neoliberal y sus nefastas consecuencias para los más pobres… Es decir, hoy es obvio que nuestro mundo está estructurado en gran parte por la injusticia. Es verdad que no podemos estar todo el día como Don Quijote peleándonos con los molinos de viento porque es una pelea tan desigual que agota casi inútilmente. Lo bueno es tener sensibilidad y ser lucidos, para descubrir como debajo de obras y organizaciones, creadas aparentemente para generar justicia, se puede estar generando disimuladamente una injusticia mayor. Es verdad que hay muchos signos de esperanza pero, o son demasiado pocos, o demasiado lentos para detener el avance implacable de la injusticia en el mundo, sabiendo que detrás de ella hay dolor, hambre, enfermedad, opresión, muerte.
La justicia es una relación de equilibrio entre dos realidades; se suele representar simbólicamente por una balanza. Justicia con uno mismo, con el otro, con los otros… No solo con el otro cercano que pertenece a mi mapa afectivo, sino con el otro, sin rostro y anónimo. La justicia es la posibilidad de que la mujer y el hombre se reconozcan con la dignidad de ser sujetos de derechos. Cuando eres justo con una persona le haces capaz de reconocerse como tal. Valorar el trabajo del otro y hacerlo con justicia, es permitirle que se sienta digno, valioso y apreciado.
La justicia no es solo darle al otro lo que es suyo sin darle mi sentido de la vida y mi opción por la justicia. No es solo una virtud moral, ética, sino algo más profundo que tiene que ver con el entramado de la existencia humana. La justicia es el amor estructurado y estructurante de las relaciones humanas que revela nuestra identidad personal. La justicia es un servicio que estructura las relaciones humanas de forma justa. Todo esto exige una sensibilidad a la injusticia, -saber donde falta la justicia-, conocer el mundo de los empobrecidos y hacerse presente humanamente, no dándoles de lo nuestro, sino no quitándoles lo suyo y devolviendoles lo que les hubiésemos quitado. Este acercamiento en clave de justicia lo llamamos solidaridad, pero la justicia es aún más profunda y estructurante que la solidaridad. Injusticia es siempre generadora de dolor. Es el gran mal de la historia de la humanidad. Amar, dar la vida, tiene que ver con acarrear justicia en los grandes surcos de acequias de la historia.
La justicia no es fácil de vivir. Hay personas mas sensibles, mas lucidas, para reconocer por donde pasan los caminos y las estrategias que generan más justicia. Muchas veces nuestra vida te tensiona entre las nostalgias de un paraíso terrenal que nunca existió y las prisas de utopías que no acaban de encontrar su lugar en la historia. Pensamos el mundo como un paraíso terrenal (como unas idílicas vacaciones en el Caribe), creemos que esa es la justicia pero, en realidad, es una mitología que está ahí nostálgicamente anclada en el corazón del hombre. El mundo nunca será un paraíso terrenal. Nosotros creemos que la utopía estructurante de la humanidad puede ir creciendo lentamente para llegar cada día a mas personas de una manera definitiva. Necesitamos paciencia histórica para que la justicia vaya creciendo en la realidad humana. Para que en lugar de reinar el dinero, el poder, el máximo de lujo y la posesividad, reine un amor que, como decía un gran juez, ame apasionadamente la justicia. Ese amor es el que dará a cada uno lo necesario para vivir con dignidad de mujer, de hombre.
La justicia llega hasta los enemigos en forma de perdón. La amnistía, el indulto, no están reñidos con la justicia, pertenecen a las posibilidades inmensas del corazón humano.
El hombre y la mujer maduros, tienen que ocuparse o preocuparse de sembrar en su corazón el deseo y el esfuerzo por ser justos.
Cuando el profeta Miqueas se le revela lo que Dios espera del hombre, lo concreta: “se te ha comunicado, hombre, lo que Dios espera de ti: que ames con ternura, que practiques la justicia y que camines humildemente de a de, tu Dios” (Miqueas 6, 8).
Es cuestión de preguntarnos por nuestro orden de valores. Si priorizamos algunos valores: ¿donde colocamos la justicia? Ser justo es practicar la justicia en nuestras relaciones interpersonales y estructurales. Estas relaciones justas son generadoras de paz; la paz auténtica se asienta sobre la justicia. La justicia es un problema de amor lúcido y honesto, de libertad auténtica. Ser tan libre que pueda ser justo. Cuando no soy libre estoy aferrado a cosas que me esclavizan: mi dinero, mi vanidad, mi prestigio… No puedo ser justo si tengo mis manos enfangadas, todo lo que toquen mis manos lo mancharan de injusticia.
La justicia tiene que ver con la pobreza. Pobreza a todos los niveles. El otro me ayuda a ser justo, el carente, el que tiene hambre y sed me ayuda a practicar la justicia. Si tengo una tarta y viene a verme un amigo mío tengo un amigo y media tarta. Si vienen dos, tengo dos amigos y un tercio de tarta. Conformarse, en una cultura de la austeridad, no se decide a solas en el desierto, nos ayudan a ser justos, los que conviven con nosotros, motivándonos hacia la justicia e impulsándonos en su dirección.
La justicia exige, como decíamos, una sensibilidad para la injusticia, una percepción no defensiva de la realidad. Que cuando pasa algo injusto, aunque no te pase nada a ti, lo sientas como si te afectase. Ser sensible no solo a las injusticias que nos hacen, sino a las injusticias que se hacen en nuestro favor.
Optar por la justicia hoy, sobre todo de forma pública y denunciando la injusticia, acarrea el dolor, la persecución, la marginación y tal vez, la muerte. En un mundo injusto optar por la justicia es arriesgado y peligroso. Muchas veces somos injustos; no por malos, sino por la debilidad que genera nuestra pertenencia a un mundo injusto; por miedo, por conservar nuestras situaciones económicas, familiares, grupales, decimos sí a situaciones injustas para sobrevivir. Tenemos que ser comprensivos con nuestra debilidad.
Ser justos es la posibilidad de estar en paz con nosotros mismos, con la naturaleza (ecológicamente justos con los demás). Ser justos es fortaleza y también debilidad; es perder algo de tu “aprobación indebida” que tal vez ha justificado la legalidad pero no la justicia.
A veces la defensa de la justicia puede llevar a situaciones de violencia, como contraviolencia ante la estructura agresiva que despoja injustamente de sus derechos a grandes masas humanas. Con diálogo prudente, abierto y generoso, debemos evitar la violencia que tanto dolor y muerte generan, pero este diálogo ha de estar alentado con realismo y sensatez por el amor a la justicia. Ante el compromiso con la realidad, solo un corazón lleno de amor puede, de verdad, humanamente, practicar y realizar la justicia.
La justicia es uno de esos hábitos del corazón que la persona madura debe cultivar ce una manera connatural, integral en el eje de su vida. Al ser justo no solo creces tú, sino que das esperanza de que el hombre, la mujer, son posibles; la convivencia en paz no es una utopía ilusoria y todo eso porque la justicia dice en tu vida, en la vida, una palabra amorosamente definitiva.
Bibliografía
Treinta palabras para la madurez. Jose Antonio Garcia-Monge.