10/07/2024
(UN MONSTRUO EN EL ESPEJO.)😰💀💀
Cuenta la leyenda que, a sus cuarenta años, la hermosa y malvada condesa Erzebeth Bathory, al contemplarse en los espejos de su castillo, comenzó a notar que sus facciones cambiaban. Al principio se trataba de mínimas variaciones, aunque en cada una de ellas su faz, otrora espléndida, se afeaba un poco más.
Al cabo de un tiempo su cara ya no se reproducía como tal en los cristales. Y no era sólo que había envejecido atrozmente, sino que en sus delicados labios se dibujaba una espantosa mueca; hilos sanguinolentos fluían por las comisuras y sus dientes, blancos y perfectos, ahora semejaban los colmillos de un animal feroz.
Unos ojos enajenados escrutaban salvajes desde los espejos. Su busto de senos voluptuosos ya no estaba allí, y su lugar lo ocupaba el torso huesudo de un cadáver viviente. Tiempo después, el proceso macabro se aceleró aún más, y tan sólo un esqueleto descarnado y putrefacto se reflejaba.
Se dijo que en realidad la mujer no era capaz de ver ese terrible aspecto. Eran sus sirvientes, quienes al mirar hacia los espejos cuando pasaban por detrás de su absorta ama, resultaban mudos testigos de aquel horror.
Ella no podía observar ese esqueleto de muerte que era su alma reproducida en los cristales, pues aquella podredumbre física expresaba la fiel copia de su ruindad interior. La condesa únicamente captaba los pequeños cambios del humano proceso de envejecer, pero esa comprobación bastaba para llenarla de rabia y odio.
Si perdía su juventud y belleza sería el fin de su poder y riqueza, según la habían persuadido los hechiceros y nigromantes que servían en su corte.
Un día, como castigo por un nimio error, arañó a una de sus doncellas, y unas gotas de sangre de la chica la mancharon. Sin lavarse, se dirigió a un espejo y creyó que su piel había rejuvenecido en la zona donde recibió la salpicadura. Ese era el elixir de la juventud, creyó. Nada más tenía que atraer a jóvenes campesinas y asesinarlas, pensó con cinismo. Las vírgenes eran quienes portaban la sangre más apropiada para su propósito de rejuvenecer, le aseguraron, a su vez, sus compinches.
A partir de entonces se desató la demencial cacería. Pero aunque la perversa noble tomaba ducha tras ducha de fluido hemático, sus sirvientes temblaban de pavor, al mirar detrás suyo, cuando se contemplaba frente a los espejos.
El monstruoso rostro, convertido ahora en una calavera, se veía en los cristales por más que la patricia dama, ya sumida en la locura, fuese incapaz de advertirlo.
Hasta aquí la leyenda.
La historia oficial, por su parte, nos informa que el monstruo proyectado en los espejos, es decir: la aristócrata húngara Erzebeth Bathory, nació en el año 1560 y pertenecía a la más rancia estirpe de su país. Era prima del Primer Ministro de Hungría y sobrina del Rey de Polonia, además de poseer una inmensa fortuna.
Contrajo nupcias a sus quince años con Ferencz Nadasy, uno de los magnates de la región. Luego de la boda la pareja se instaló en la localidad de Csejthe, región de los Cárpatos, en uno de los diecisiete castillos de su propiedad. Se trataba de una fortaleza encaramada en las alturas de una montaña, que se transformaría en escenario de increíbles desmanes.
Si bien esta extraña mujer siempre mostró un temperamento sá**co y solía azotar sin motivo a sus criadas, su furia demencial se desató al superar sus cuarenta años ante el temor de perder su belleza y lozanía. Para entonces se había aficionado a las prácticas de brujería y satanismo, y llegó a convencerse de que sólo quedaba un remedio para conservar su atractivo y obtener la eterna juventud.
Esta receta mágica consistía en impregnar su piel con la sangre de sus doncellas, en especial si éstas eran vírgenes. A tal efecto, dispuso que sus numerosos esbirros le proporcionaran mozas para su servicio a quienes atraían mediante falsas promesas. Una vez prisioneras en el castillo, Bathory las sometía a diabólicos suplicios.
Su ideal consistía en tomar un baño con la sangre de estas desgraciadas, y, para extraerles el esencial flujo, mandó construir un muñeco mecánico hueco abierto al medio, cuyas dos planchas metálicas se cerraban. En el interior de la trampa estaban fijos múltiples pinchos agudos que desangraban atrozmente a las inocentes víctimas, introducidas allí a la fuerza.
Ese vesánico artificio era izado a través de unas poleas. La aristócrata se ubicaba abajo, desnuda dentro de una tina de porcelana, para recibir su anhelada ducha sangrienta; haciendo caso omiso a los ruegos de clemencia y a los alaridos de dolor proferidos por las jóvenes atormentadas.
Pero todo llega a su fin, y también tuvieron su término las inconcebibles crueldades de la pérfida aristócrata. Los pobladores comenzaron a quejarse frente a las autoridades y -aunque el monarca húngaro al principio hizo oídos sordos-
emprendieron una revuelta tan extensa y amenazante que el mandamás se vio obligado a tomar cartas en el asunto a efectos de impedir el caos generalizado en sus tierras. Así fue como en el año 1610 el Rey Mathías envió al castillo una tropa capitaneada por el propio primo de Erzebet a fin de aclarar qué era lo que en verdad estaba sucediendo en su interior.
Detuvieron a la Condesa y a sus súbditos, y de inmediato surgieron a la luz pruebas concluyentes de las prácticas horrendas que se verificaban en aquel lúgubre recinto.
Fue arrestada junto a sus secuaces y condenada a sufrir una dieta de hambre que la llevó a la tumba cuatro años más tarde.
* Texto de autoría de Gabriel Antonio Pombo.
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