
04/03/2025
EL CELULAR MA***TO
Marta se mudó a su nueva casa con la ilusión de empezar de cero. Era un lugar pequeño, pero acogedor, en las afueras de la ciudad. El primer día, mientras desempacaba sus cosas, encontró un celular viejo debajo de una tabla suelta del piso. Era un modelo antiguo, con la pantalla rayada y sin batería. Pensó que tal vez era de los dueños anteriores y decidió guardarlo en un cajón, sin darle mayor importancia.
Las primeras noches fueron tranquilas. Marta se sentía feliz en su nuevo hogar, lejos del ruido y el caos de la ciudad. Pero todo cambió una madrugada.
Eran las 3:30 AM cuando el sonido de un celular la despertó. Marta se incorporó en la cama, confundida. El timbre era estridente, como si viniera de todas partes a la vez. Siguió el sonido hasta el cajón donde había guardado el celular viejo. Con manos temblorosas, lo tomó. La pantalla mostraba un número desconocido.
—¿Hola? —contestó, con la voz aún cargada de sueño.
Nadie respondió. Solo un silencio pesado, como si alguien estuviera al otro lado de la línea, escuchando. De repente, la llamada se cortó.
Marta intentó convencerse de que había sido una broma o un error. Pero al día siguiente, a la misma hora, el celular volvió a sonar. Y otra vez, nadie habló.
Las noches siguientes fueron iguales. Siempre a las 3:30 AM, el celular sonaba. Marta comenzó a sentir una presencia en la casa, como si alguien la observara desde las sombras. Las llamadas se volvieron más inquietantes. A veces, escuchaba susurros ininteligibles; otras, solo respiraciones lentas y profundas.
Una noche, después de otra llamada, Marta escuchó algo que la paralizó. Provenía del viejo armario que estaba en la esquina de su habitación. Era una respiración agitada, como si alguien estuviera allí, escondido.
Con el corazón latiendo descontroladamente, Marta se acercó al armario. La respiración se hizo más fuerte, más desesperada. Sus manos temblaban mientras agarraba el pomo de la puerta. Con un movimiento rápido, la abrió.
No había nadie.
Pero la respiración seguía allí, como si viniera de las paredes, del suelo, del aire mismo. Marta no pudo soportarlo más. Tomó sus llaves y salió corriendo de la casa, sin mirar atrás.
Pasaron varios días antes de que Marta se atreviera a regresar. Había pasado la noche en casa de una amiga, intentando convencerse de que todo había sido su imaginación. Pero algo la llamaba de vuelta, como si la casa no estuviera dispuesta a dejarla ir.
Esa noche, mientras empacaba algunas cosas para irse definitivamente, el celular volvió a sonar. Marta lo miró fijamente, sabiendo que no debía contestar. Pero algo en ella, algo más fuerte que el miedo, la obligó a levantar el teléfono.
—¿Hola? —susurró, con la voz quebrada.
Esta vez, hubo una respuesta.
—Ayúdame… —dijo una voz débil, casi un susurro.
Marta sintió cómo el frío la recorría de pies a cabeza. La voz provenía del armario. Con un esfuerzo sobrehumano, se acercó y abrió la puerta.
Dentro, colgando del gancho donde solía poner su abrigo, estaba el cuerpo de una mujer. Su rostro estaba pálido, sus ojos abiertos y llenos de terror. La mujer extendió una mano hacia Marta, como si intentara alcanzarla.
—Ayúdame… —repitió, antes de que un grito desgarrador llenara la habitación.
Marta salió corriendo, pero esta vez no llegó muy lejos. Al día siguiente, su amiga fue a buscarla, pero la casa estaba vacía. El celular yacía en el suelo, la pantalla rota y manchada de sangre.
Nunca más volvieron a ver a Marta.
destacados