05/01/2025
El consumo como ciclo metabólico de la hipermodernidad.
El consumo es un ciclo metabólico; es la lógica narrativa del capitalismo; es la subestructura sobre la que se soportan los estilos de vida, los modelos de producción, almacenamiento, distribución y desecho en la hipermodernidad. El consumo es una etapa más del capitalismo, de la industrialización, de la sociedad de la información, de la vida hipermediatizada.
El consumo pareciera la condición existencial y el fundamento de las relaciones humanas. Cada individuo construye, desde el consumo, un propio relato, un discurso, una expresión, una estrategia, un comportamiento y una experiencia existencial. Consumir convierte los deseos, anhelos, percepciones, disposiciones y motivaciones en una fuerza que coordina las relaciones humanas, estratifica al individuo y contribuye a la autoidentificación y proyección de identidad de las personas.
El consumo es deseo, interés, motivación, posesión, acumulación. El consumo de bienes, productos, medios, servicios y contenidos de orden simbólico es una forma de establecer una distancia, una aproximación hacia aquello que al sujeto le da seguridad, confianza, orden, normas y poder por periodos y ciclos particulares en su vida. En este contexto discontinuo y fragmentado, el consumo es una variable que permanece y sobre la cual hoy se integran y estructuran las identidades.
El consumo se ha vuelto una práctica, una forma de expresión, un estilo de vida, un camino hacia la inserción social, una vía de auto y heterorreconocimiento, una ruta de conformación de comunidades de significación.
Comprar, adquirir y consumir se han vuelto acciones circulares por excelencia. Particularmente las diversas generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial han construido un círculo que aspira al perfeccionamiento y al alpinismo interior pero ajustando su vida a un desarrollo casi lineal. Aunque se dicen partidarios de “buscar otro mundo posible” se han adaptado a vivir dentro de este; a adquirir y desechar. El consumo se ha vuelto una pulsión repetitiva, una representación cuyas estrategias de apropiación y desplazamiento son loops, secuencias cíclicas adscritas a categorías simbólicas que van cambiando según la oferta y la exposición mercadológica. El consumo nos ha vuelto sujetos en loops que agudizan sus contradicciones en cada nueva constelación de signos culturales que establecen.
Tiempo, espacios, prácticas, hábitos, representaciones, opiniones, gustos, valores, actitudes y comportamientos son escenarios privados y colectivos en que lo intersubjetivo, lo subjetivo y lo social convergen y se integran al ritual del consumo. Lo real, lo virtual y lo imaginario se organizan en ese territorio fragmentado.
Instituciones, grupos, personas y cuerpos son dimensiones, espacios, patrones y territorios en los que el consumo se hace presente... visible. Todos ellos son puertas de acceso y vitrinas de exhibición de bienes físicos y simbólicos. Como discurso práctico y estético, el consumo es material significante, espacio propio que busca autonomía y diferenciación.
Cultura, moda, estilos de vida, rituales colectivos, recursos de visibilidad son expresiones semánticas de un territorio que busca cargarse de sentidos y ser en sí mismo un significante para cada individuo.
Existe pues una biopolítica y una tecnoantropología del consumo como forma de mediación y estructuración social. La lógica del capital, las industrias culturales y las interpelaciones culturales son el texto, contexto y mercado en el que subjetividades y afectividades reorganizan la política, la economía y la cultura en el mundo.
Un nuevo sujeto ha surgido producto de este fraccionamiento articulado del mundo y reordeando por la búsqueda de diferenciación y deseo por participar en los espacios públicos globales en los que se hace evidente la distinción entre lo propio y lo ajeno. En ese territorio cada individuo ha tendido una estrategia para confrontar lo público y lo privado. En el siglo XXI la ciudadanía, como lo afirma Canclini, se construye en comunidades interpretativas de consumidores; comunidades imaginarias con afinidades que no son otra cosa que representaciones de la identidad.
Ante los procesos de hipermediatización de la vida y la cultura hoy estamos ante una generación de públicos que a su vez son productores, consumidores, emisores y destinatarios. En esta condición de prosumidores los consumos culturales se han vuelto el consumo de bienes simbólicos. Medios e hipermedios se han vuelto los contenedores naturales de este nuevo capital circulante. En ellos, las mismas identidades resuenan como derivadas del consumo, las prácticas y la apropiación de estos bienes.
El mundo se ha vuelto cada vez más abierto, acelerado, desbordado, fracturado, glocalizado y en movimiento. En él, la industrialización, las nuevas tecnologías, los agrupamientos sociales, las ciudades y los medios son lugares de encuentro para las representaciones sociales. En este nuevo mundo, las estrategias comerciales, corporativas e identitarias fluyen y confluyen. Producir, intercambiar, compartir y consumir significados son el eje de la acción comunicativa y participativa de la hipermodernidad. Consumir por tanto amplifica, reduce, fragmenta, jerarquiza, marca y territorializa al individuo. Con el consumo el sujeto se suma al contexto en constante transición.
El consumo, como toda práctica hipermediatizada es una forma de leer, conocer y aprender la manera como las personas orientan, valoran y encuentran respuestas a su existencia los individuos.
El consumo es una dimensión altamente relacionada con el género, la etnia, clase social, estilo de vida, aspectos, disposiciones, rituales, prácticas y representaciones de cada individuo. El consumo es parte sustancial de la narrativa que cada sujeto emplea para la construcción de la biografía personal. Por tanto, el consumo es una articulación compleja y multidimensional que implica lo cultural, social, económico y político; es parte de una simbiosis discursiva que abona fuertemente a la construcción de identidades.
Los individuos territorializan, vigilan, controlan, fragmentan, restringen, se vinculan, se mezclan, conviven, socializan, interactúan, participan, construyen un universo de consumo simbólico. Desde el consumo es posible entender la intersección del tiempo vivido, el tiempo histórico, la experiencia generacional, la relación entre el yo y el cuerpo, la autoimagen, el cambio social, el impacto mediático, la formación de identidad, los valores culturales, los juicios estéticos, los marcos de referencia, las perspectivas valorativas y las prácticas cotidianas de cada persona. El consumo nos define y son los medios los que instrumentalizan el consumo.
Gusto, sensibilidad, belleza, estilo son imperativos marcados por la relación objeto-simbolo-identidad-comunicación-construcción de la realidad. Ser en el mundo y estar en el mundo convergen con el consumir en el mundo.
Los medios, como simulación dramatizada de la identidad y la existencia son el hábitat simbólico de las conexiones públicas y domésticas que establecemos desde el consumo. Los medios son la forma expresiva y amplificadora de los deseos, las pasiones, la seducción, el éxtasis del yo y del otro; son el ritual, la interpretación, la textura y el espejo. La producción, circulación y consumo de la significación de la vida social se hace desde ellos.
El consumo como sistema de relación simbólico-social establecido entre el objeto y el sujeto fluye entre los procesos de mediación. La acción emocional, la discriminación, la domesticación, socialización y significación pasan por este proceso. El consumo, por tanto, es un mapa de significados desde el cual se está reorganizando la cultura. Codificación y decodificación pasan por este tamiz. El consumo lo abarca todo, se ha engranado con la misma realidad.
La vida hipermoderna e hipermediatizada se construye en la satisfacción inmediata, en la gratificación que produce comprar, tener, poseer y llenar el vacío del presente y el futuro. La compulsión actual se da en el presente absoluto y perpetuo del hombre que vive en el aquí y ahora, del que renueva su compulsión en el simulacro, en lo volátil.
La fragilidad del hombre actual está en la del que compra y vende recuerdos, emociones, imágenes, sentimientos que le evoquen el pasado y a objetos que enmarquen momentos y épocas en las que se sintió feliz. El valor de uso y de cambio es un valor emocional-rememorativo. Valores estéticos, emocionales, lúdicos se anclan al consumo, a esta lógica secular del individuo.
Interpretar al mundo y valorar al mundo pendulea en esta paradoja; en esa necesidad de llenar la propia vida de todo cuanto sea posible para darle sentido.
El consumo como construcción de sentido, como significación y lenguaje nos ha colocado en un discurso ordenado y seductor, en un acto sistemático de manipulación de signos, en un escenario de representación, simulación y espectacularización de uno mismo, del otro y de lo social.
Apropiarse de los bienes de consumo es construir puentes de significación, es una vía de recuperación del sentido cultural desplazado; es una forma de acercarse a lo que está fuera del alcance. Adquirir es manipular simbólicamente, es objetivar, incorporar y transformar. Cuando el individuo consume, construye su identidad, traza límites, establece mecanismos vinculantes.
La hipermodernidad nos envolvió en su racionalidad instrumental en que el signo-mercancía se incrustó en todos los aspectos de la vida. El intercambio simbólico en el que estamos inmersos, configurado en comunidades de significación y mediación nos exhibe en una imaginería espectacular semionírica y exótica.
Hoy somos signos sobrecargados, mercancías que se negocian, se clasifican y reclasifican.
El homo signis digitalis, es parte de ese imaginario, de lo hiperreal, de lo estético y lo alucinante, de lo artificioso y lo trascendente, de lo corpóreo y la imagen, de lo temporal, lo poético y el espectáculo.
El homo signis digitalis es ilusión y montaje, narrativa, embriaguez, goce, éxtasis y vértigo. La vida hipermediatizada nos hizo parte de la experiencia simbólica de la acumulación, la estetización y encantamiento. Los medios nos colocaron en el centro de la ilusión referencial; en el corazón del sistema simbólico. Somos signo, significante y significado; un yo mediado, yo mediación y yo mediático a la vez. Somos un yo ejecutante, medio y espectador.
En el hipermercado cultural somos texto y contexto; signo e imaginería; simulacro y realidad. El homo signis digitalis está el corazón de una nueva trama social y cultural figurativa, sensitiva, experiencias y simbólica en que la vida fluye entre consumir, desechar y adquirir.
El sujeto se ha descentrado y en los hipermedios busca multiplicarse, tematizarse, espectaculizarse, convertirse en objeto de interés para tratar de encontrar sentido a su existencia.