15/12/2024
Diciembre 14 de 1912 para empezar sábado en la tarde los de Huejuquilla empezaron a pelear🎶🎶🎶🎶🎶🎶🎶
El asalto a Huejuquilla.
Con motivo del 112° aniversario del asalto a nuestro pueblo les traigo dos relatos que se entrelazan entre sí, desde dos momentos y lugares diferentes.
El primero es el que Isauro Landa Rentería relata a Luis De la Torre en el libro "Pueblos del Viento Norte" de Luis De la Torre, Manuel Caldera y Xorge Del Campo. El segundo don Sebastián Arroyo Cruz relata lo que vivió días antes del combate, relato compilado en el libro "Mis Memorias" una recopilación de sus manuscritos, hecha por Jesús Sifuentes Guerrero.
• Isauro Landa Rentería
El domingo 8 de diciembre de 1912, al mediodía, don Miguel Romero mandó llamar a mi padre. Éste contestó al llamado al llegar a la tienda y le dijo:
- Don Arturo: Sé que hay mucha gente acampada en la Casa Blanca. Quiero que busques cuatro compañeros para ir a ver qué quiere esa gente armada, antes de que nos dejen entrar.
Mi padre le respondió:
- Mire, don Miguel: ahora mismo no tengo mi caballo en casa. Está suelto en el potrero. Ni siquiera tengo la mula, aunque no iría en semejante animal a hacer un negocio así. Tendría que ser en mi caballo o en uno muy bueno.
Entonces don Miguel, que tenía un caballo palomino muy bonito, estimado, desde la cuadra, le dijo a mi padre:
- Don Arturo, ¿le parece a usted poca cosa mi caballo?
- No, don Miguel, iré en su caballo -respondió. - Ahí está a vuestra disposición. Sólo falta ensillarlo.
Y mi padre fue y lo ensilló.
La Casa Blanca está a unos 5 kilómetros de Huejuquilla, al suroeste. Mi padre y sus hombres se acercaron desde cierta distancia, desde donde vieron a los que querían la guerra. Allí comenzaron a jugar a torearlos. Querían provocarlos. Les hacían llamamientos caracoleando los caballos y disparando algunos tiros, a distancia. Los hombres del otro lado, en cuanto los vieron, montaron en sus caballos y los dejaron venir. No había mucha gente. Digamos, unos cincuenta hombres.
Y así los trajeron al pueblo, haciendo esa especie de llamamientos. Mi padre llegó con sus cuatro compañeros a la plaza. La gente del pueblo ya estaba armada, encima de los fortines y los negocios habían cerrado sus puertas. No se veía un alma en las calles. Todos los hombres permanecieron en sus fortines mientras el enemigo ya estaba allá arriba, en La Mesita, todo el tiempo. Entonces comenzaron los gritos y los primeros disparos, y enseguida vinieron corriendo tres hombres por la calle de Abajo. En cuanto llegaron al frente de la casa de los Puente, les dispararon fuerte desde la torre donde estaba don Trinidad Caldera con otros buenos tiradores. Y uno cayó. Otro, herido, sólo tiró de las riendas y junto con el tercero regresaron a todo galope hacia La Mesita. Seguramente su informe fue que estaba muy pelón entrar al pueblo, así que sólo dispararon un ratito y comenzaron a despedirse haciendo caravanas con sombreros y promesas de volver muy pronto. Habían dejado un mu**to y se llevaban un herido. Ese fue el primer encuentro.
El mu**to fue velado allí en la cárcel, donde estaba el banco de armas. Hubo unas mujeres que se quedaron en el velatorio toda la noche para darle cristiana sepultura al día siguiente. La gente de aquella época era de buen corazón. Los rumores seguían inquietando a la gente: “que venía mucha gente… que no llegaban porque traían muy mala caballada... que porel lado de Valparaíso, que por el lado de Durango, que por El Mezquital, que por la Sierra de Avellanas”… La verdad es que toda esa gente se estaba concentrando en San Juan Capistrano.
• Sebastian Arroyo Cruz
En diciembre de 1912, primer año de casado, fui a sembrar maíz a un rancho que se llama Bernalejo en la Sierra Madre Occidental, o mejor dicho, ya estaba alli y ya andaba piscando el maíz. El día 12 de ese mes fui a San Juan a ver qué había pasado de mi hermano Félix que no regresaba.
En el rancho La Fábrica supe que la Hacienda de S. Juan estaba llena de gente revolucionaria, no vayas me dijo el caporal, acabo de llegar de allá, fui a dejar 25 reses que pidieron, tan luego como llegué me las arrebataron, todas las mataron a un tiempo y no completaron, es un mundo de gente, yo no le hice caso, ya era de noche, iba yo en un punto que se llama Corralitos cuando de repente, quien vive. Era una de las avanzadas que había salido e iba a la Fábrica de donde yo había salido. Me echaron la viga muy feo y me amagaron con matarme porque yo era un espía de los de Huejuquilla el Alto.
Hacia tres días que en Huejuquilla habían peleado con una gavilla de gente, el jefe de esa gavilla era el coronel Antonio Herrera, era de los derrotados en Relleno, Conejos y Bachimba. Alli le mataron tres soldados, el salió y otro capitán que se llamaba Francisco Jaques, ese era de S. José de Gracia, cerca de Chalchihuites. Los dos estaban heridos. Volvamos con los que me asaltaron: me regresaron con ellos a La Fábrica, allí cenaron, toda la noche estuve parado en la puerta de la cocina, no me quise bajar del macho en que yo iba. Como a las cuatro de la mañana, después de muchas súplicas me dejaron libre, vete me dijeron, les dices a los de Huejuquilla que mañana nos la van a pagar lo que hicieron con Herrera, no van a quedar ni perros en ese pueblo, veras los montones de esos desgraciados, viejas y todos los que alli viven no se escaparan.
Estaba oscura la mañana todavia, salí de allí y luego le clave las espuelas al macho por entre el monte, apenas iba como a unos 50 metros cuando me empezaron a gritar, párate tal por cual, algún día me paraba, pique más las espuelas y me perdi entre el monte, yo conocía todo aquel terreno, no me volvieron a ver.
Me volví otra vez para San Juan Capistrano, todavía no amanecía, ya iba yo por el camino real, cuando de repente, quien vive, pero esta vez no me paré, corrí por entre el monte, me tiraron muchos balazos, pero no me detuve, eran los mismos que me habían dado libre hacía rato, ya venían de vuelta, si me han agarrado, me truenan, esta vez me escape.
Amaneciendo, ya casi de día, deje el macho escondido allí cerquita de la Hda., entre el monte y me fui a pie. Efectivamente, la hacienda estaba repleta de revolucionarios, era Cheché Campos, Benjamín Argumedo, Justo Ávila, los Anguiano y otros, todos generales llevaban mil novecientos hombres, era el día trece de diciembre de 1912.
Entré a mi casa apenas había amanecido, mis hermanas y hermanos se asustaron, pero qué andas haciendo, no ves cómo estamos aquí. Allá en la casa estaban acuartelados como unos cincuenta. Se asustaron cuando le platiqué los sucesos de la noche anterior y porque no te fuiste para el rancho, te viniste al peligro estando afuera. Apoco me iba sin ver el borlote, les dije, se rieron de mi ocurrencia y yo sali a ver dicho borlote.
Esa tarde del trece empezaron a salir tropas con rumbo a Huejuquilla. Los de alli estaban resueltos a pelear, mis hermanos les mandaron decir que no les hicieran frente, que se salieran, que eran 1900, los defensores de Huejuquilla apenas si llegaban a 80.
• Isauro Landa Rentería
Paso el viernes, todo en paz, pero el sábado 14 la población amaneció con la noticia de que "ora sí, ai vienen". Don Miguel se veía desesperado y mandó a llamar a mi abuelo materno, Doroteo Landa, que era un veterano del tiempo de los franceses. Él había peleado con los chinacos, allá por la hacienda de El Cubo y siempre se le había reconocido como un hombre de mucha valía en cuestión de armas. Tenía buena historia, pues. A mí el me platicaba muchas cosas de cuando había andado con el guerrillero Lozada, de Nayarit, que se había acercado por estos rumbos.
Para esto que les cuento mi abuelo tenía setenta y siete años de edad. Lo concluyo porque, seis años después, yo le pregunté que cuántos había cumplido y él me dijo que ochenta y tres. Bueno. Pues ya lo mandó llamar don Miguel y le dijo:
-Oiga, don Doroteo: quiero que me haga el favor de ir hasta la puerta de El Romerillo a desengañarnos de los rumores y ver si es cierto o no que viene toda esa gente. Quiero que me traiga un informe exacto.
Mi abuelo no se negó. Fue. Tenía muy buen caballo y todo. A mi me parecía ya muy viejito, pero el hombre conservaba su vigor, así que llegó hasta más allá del sitio indicado. Estuvo durante un tiempo observándolo todo, a fin de llevar una noticia exacta. Efectivamente, en aquel lugar se había concentrado mucha gente armada. Los campamentos estaban situados abajo de la cuesta de El Romerillo, en el camino que va para San Juan Capistrano. Mi abuelo hizo sus cálculos viendo los movimientos y concluyó que aquella gente se disponía atacar Huejuquilla. Cuando vio que se dejaron venir en oleadas de cientos de hombres a caballo, mi abuelo se hizo a un lado del camino, hacia El Cerrito de los Conejos, ya en propiedad de don Trinidad Caldera. Ahí permaneció semioculto hasta que emparejó enfrente de él la cabeza de columna. Ya no tuvo dudas. Los rumores eran del todo ciertos. Entonces emprendió una rápida travesía derecho al rancho El Pimiento para salir por Santa Rosalía a medio galope y ganándoles mucha delantera llegó mucho antes que ellos a Huejuquilla para dar su informe. Los rurales que estaban a la defensa del pueblo, les decía, eran cincuenta y cuatro mientras los armados eran treinta y cinco. La Defensa consistía, pues, en ochenta y nueve hombres. Por eso el corrido que compuso Elidio Pacheco dice: " Los afortinados no eran ni noventa.." El pleito se perdió, pues, porque los que venían a atacar eran como mil ochocientos. Eso se sabe porque los mismos atacantes lo dijeron. En fin, cuando mi abuelo llegó hasta la plaza, don Miguel Romero le gritó desde el fortín:
-¿Qué nos dice, don Doroteo? ¿Qué noticias nos trae?
Él les contestó:
-Ora sí es de a de veras. Tras de mí viene una columna muy gruesa de gente armada. En menos de una hora la van a tener por aquí, así que todavia es tiempo de que salgan del pueblo y dejen la plaza. Es por demas que hagan frente. Son cerca de dos mil hombres.
Don Miguel le dijo:
-Ya estamos en nuestros puestos. Hasta morir o vencer. Meta usted su caballo y venga a afortinar.
Mi abuelo le dijo, calmado:
-Sí, orita vengo. Sólo voy a asegurar las puertas de mi casa: Y se fue hacia el puente del Santuario. La casa de mi abuelo es la misma que ahora es propiedad de Javier Madera, mi sobrino. Encontró que la casa estaba cerrada y siguió de paso. Seguramente se dijo: "Ai peléense ustedes". El ya tenia mucha experiencia en esas cosas. Y tomó rumbo a La Mesa, ai por Las Cuevas; dio vuelta allá por El Salto, por El Salitre, y se encaminó a su rancho.
Y nos fuimos, ai nomás rumbo al norte del pueblo. 'Toda la bola bajamos a pie hacia el arroyo: mujeres, hombres y chamacos hasta que llegamos arribita de Los Sabinos. Como a las seis de la tarde se empezaron a ofr los primeros gritos allá en el pueblo y los primeros disparos. Me acuerdo como si ahorita lo estuviera viendo. Voltié para el lado de La Mesita. Se estaba metiendo el sol por lo que se vefa todo como lentejuela. Era el brilladero de armas a lo largo del camposanto, hasta el camposanto viejo. Un gentío que se veía. Y en cuanto a la gritadera, no sabía uno Si era por gusto de morirse o por miedo. Empezó el combate y allá vamos nosotros apretujados por todo el arroyo rumbo a El Bajío de las Flores. Se oía una tronadera pavorosa. Subimos al potrero de mi padre, que le dicen La Zapatera y ahí, en un puentecito, en medio de un cerrito, nos patamos, Me acuerde que tendieron unas cobijas para todos los chamacos, los mas chicos. Ya estaba oscureciendo, pero desde ahí divisabamos el pueblo que quedaba como a tres kilometros de distancia, de modo que se oían perfectamente los gritos y los disparos Todo el pueblo se veía iluminado con la pura fusilería. Era un fuego muy intenso, Las mujeres, asustadas contemplaban el espectáculo arrodilladas y a rece y rece, pues todas tenían parte de sus familiares en la Delensa. De vez en cuando se oían unas detonaciones muy fuertes. Empezaron a arder algunas casas y Huejuquilla entero quedó alumbrado y a la vez cubierto de humo, todo en llamas y el griterío que no cesaba.
Al otro dia, domingo, amanecimos pensando que no habían quedado ni las torres de la iglesia. Las mujeres estaban inconsolables. Acaso suponían que la noche en el pueblo se había convertido en un in****no. Pero no, al amanecer aún continuaban peleando. La resistencia duró todo ese domingo hasta que oscureció y todavía se oía muy fuerte y tupido el combate. Al cumplirse veintiocho horas de pelea, todo se calmó de repente. Más tarde se oyeron todavia algunos disparos, pero ya graneaditos, salteados. Esos disparos eran de los vencedores que ya habían entrado al pueblo y andaban en las cantinas, borrachos de gusto. La noche transcurrió ya sin disparos, pero el pueblo entero parecía un puro incendio. Muchas casas y comercios estaban en Ilamas, todo cubierto de humo, muy feo.
Al lunes siguiente, cuando empezó a salir el sol, don Virgilio Madera se abrazaba del encinito que estaba frente a la cueva donde nos habíamos ocultado y lloraba como una criatua. Entre lagrimones le decía a mi padre:
-Mire, don Arturo, mi casa está ardiendo y ahí dejé todo mi dinero, escondido arriba, en el techo.
Y bien que se divisaba su casa envuelta en una humareda negra con los vivos de las llamas que salían por las ventanas, Hacia las ocho de la mañana, se sintió como una gran calma interrumpida por gritos de los que habían ganado el combate, aunque el fuego continuaba en muchos puntos del pueblo. De pronto oímos allá por el cerro del Temachaco una balacera nutrida, cerrada, y como si una caballada muy grande hubiera entrado abruptamente a un rastrojal, "Y qué será y qué será" Salimos todos de la cuevay los hombres grandes, de experiencia, gritaban: "¡Es el auxilio! iEs el auxilio!" Luego se soltó otra balacera acá por La Mesa de las Codornices y se entabló un cuatrocientos hombres Por recio combate entre unos tres o bando. La gritería Ilegaba hasta Los Tepetates y a la Mesa de Piedra. Los federales que habían llegado al auxilio de Huejuquilla corretearon a los otros cuesta arriba hasta La Cruz de Piedra. Los azuzaban a gritos y poco a poco los fueron empujando hasta que los acorralaron. Ahí los teníamos ya cerca de nosotros. Gritaban, hacían alaridos como apaches, mientras las descargas de algunas armas hacían: ta-ta-ta-ta-ta--tat. Y al ratito otra vez: ta-ta-ta-ta-ta--tat. Todos los armados que habían tomado el se escurrieron para salvar el pellejo. Cuando se concentraron en el pueblo las tropas del auxilio, empezaron a levantar el campo y acarrear a todos los mu**tos hacia el camposanto.