12/05/2024
l Cuando el cielo se encendió: la impactante Aurora Boreal de 1859, desde Álamos, Sonora
- Durante el siglo XIX, sucedieron varias tormentas solares geomágneticas, 1789, 1859 y 1861
Por: Jaime Almada Guirado*
En el verano de 1859, Álamos, un pueblo al pie de la imponente Sierra Madre Occidental, yacía sumido en la oscuridad de la noche. Las estrechas calles apenas eran iluminadas por tenues lámparas de aceite, dejando que el cielo nocturno se desplegara en todo su esplendor sin la perturbación de la luz artificial.
Esa noche, como ninguna otra, el firmamento se convirtió en un espectáculo deslumbrante. Desde las nueve en punto, una luz celestial comenzó a extenderse desde el norte, transformando gradualmente la noche en una sinfonía de colores. Un arco brillante de azul intenso surcaba el horizonte, mientras que el resto del cielo se encendía en tonos rojizos y dorados, como si la propia bóveda celeste estuviera ardiendo en llamas.
Para los habitantes de Álamos, acostumbrados a la monotonía de sus noches, aquel espectáculo fue mucho más que un simple fenómeno astronómico. ¿Qué pensarían al ver aquel prodigio en el cielo? ¿Se preguntarían si era obra de Dios o algún augurio de tiempos inciertos? ¿O se maravillarían ante la belleza de un universo que aún guardaba secretos insondables?
Mientras Bartolomé Eligio Almada observaba desde la plaza principal, la luz celestial envolvía todo a su alrededor, transformando los edificios y las figuras humanas en sombras danzantes. ¿Qué pensamientos cruzarían su mente mientras presenciaba aquel fenómeno? ¿Se sentiría asombrado, temeroso o simplemente maravillado por la magnificencia de la naturaleza?
Al retirarse a su hogar, la luz del fenómeno continuaba iluminando el cielo nocturno, dejando a su paso una estela de asombro y preguntas sin respuesta. ¿Qué sentirían los habitantes de Álamos al enfrentarse a algo tan extraordinario e inexplicable? ¿Se refugiarían en sus hogares, temerosos de lo desconocido, o se quedarían afuera, contemplando el espectáculo con reverencia y asombro?
Decenas de años después, se revelaría que aquel fenómeno en el cielo de Álamos fue parte del evento de Carrington, así llamado en honor al astrónomo Richard Carrington, quien lo describió por primera vez. Este evento, una intensa tormenta solar, causó auroras boreales en todo el mundo, incluyendo aquella que iluminó el cielo sobre Álamos, dejando una marca imborrable en la memoria de sus habitantes y llevando a Bartolomé Eligio Almada a consignarlo en su diario para la posteridad.
Cabe destacar, que existen diersos testimonios la presencia de estos eventos astronómicos, por ejemplo, en 1789 se registró una aurora boreal que fue vista desde distintos puntos de México, el astronómo y matemático, Antonio de León y Gama escribió en sus notas que la aurora boreal no sólo se vio en la ciudad de México, sino también en otras partes del país. “𝐿𝑎 𝑛𝑜𝑐ℎ𝑒 𝑑𝑒𝑙 14 𝑑𝑒 𝑛𝑜𝑣𝑖𝑒𝑚𝑏𝑟𝑒 (1789) 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑜𝑐ℎ𝑜 𝑦 𝑛𝑢𝑒𝑣𝑒, 𝑎𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑖𝑜́ 𝑢𝑛𝑎 𝑏𝑒𝑙𝑙𝑖́𝑠𝑖𝑚𝑎 𝑎𝑢𝑟𝑜𝑟𝑎 𝑏𝑜𝑟𝑒𝑎𝑙 𝑝𝑜𝑟 𝑒𝑙 𝑙𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑛𝑜𝑟𝑡𝑒. 𝐶𝑜𝑚𝑒𝑛𝑧𝑜́ 𝑝𝑜𝑟 𝑢𝑛𝑜𝑠 𝑟𝑎𝑦𝑜𝑠 𝑏𝑙𝑎𝑛𝑞𝑢𝑒𝑐𝑖𝑛𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑐𝑜𝑏𝑎, 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑒𝑥𝑡𝑒𝑛𝑑𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑐𝑜 𝑎 𝑝𝑜𝑐𝑜 𝑦 𝑐𝑎𝑟𝑔𝑎𝑛𝑑𝑜 ℎ𝑎𝑐𝑖𝑎 𝑒𝑙 𝑛𝑜𝑟𝑡𝑒 𝑦 𝑛𝑜𝑟𝑑𝑒𝑠𝑡𝑒, ℎ𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑙𝑎𝑠 𝑜𝑐ℎ𝑜 𝑦 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎, 𝑒𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑓𝑢𝑒 𝑠𝑢 𝑚𝑎𝑦𝑜𝑟 𝑖𝑛𝑐𝑟𝑒𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜. 𝐴 𝑒𝑠𝑡𝑎 ℎ𝑜𝑟𝑎 𝑠𝑒 𝑣𝑒𝑖́𝑎 𝑒𝑛 𝑒𝑙 ℎ𝑜𝑟𝑖𝑧𝑜𝑛𝑡𝑒 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑧 𝑞𝑢𝑒 𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎𝑏𝑎 𝑙𝑎 𝑏𝑎𝑠𝑎 𝑑𝑒 𝑢𝑛 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑟𝑜𝑗𝑜 𝑦 𝑎𝑚𝑎𝑟𝑖𝑙𝑙𝑜, 𝑑𝑒 𝑐𝑢𝑦𝑜𝑠 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑠𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑐𝑖𝑏𝑖́𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑜𝑟𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑑𝑒 𝑐𝑖𝑟𝑐𝑢𝑛𝑓𝑒𝑟𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑚𝑎́𝑠 𝑖𝑙𝑢𝑚𝑖𝑛𝑎𝑑𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑙 𝑟𝑒𝑠𝑡𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑠𝑒𝑔𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑐𝑖́𝑟𝑐𝑢𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑟𝑒𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑎𝑏𝑎 𝑑𝑒 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑟 𝑟𝑜𝑠𝑎𝑑𝑜 𝑜𝑏𝑠𝑐𝑢𝑟𝑜, 𝑝𝑜𝑟 𝑢𝑛 ℎ𝑢𝑚𝑜 𝑑𝑒𝑛𝑠𝑜 𝑒𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑖́𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑟 𝑚𝑒𝑧𝑐𝑙𝑎𝑑𝑎 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑧…”
El gran historiador, Luis González, autor de la obra Pueblo en Vilo: microhistoria de San José de Gracia, relata como en aquél pueblito, sus habitantes recordaban las auroras boreales de 1789 y la de 1861, “𝐸́𝑠𝑡𝑎 𝑑𝑒 1861, 𝑐𝑜𝑚𝑝𝑎𝑟𝑎𝑑𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑑𝑒𝑐𝑖́𝑎 𝑑𝑒 𝑎𝑞𝑢𝑒́𝑙𝑙𝑎, 𝑛𝑜 𝑓𝑢𝑒 𝑚𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑚𝑎𝑟𝑎𝑣𝑖𝑙𝑙𝑜𝑠𝑎 𝑦 𝑡𝑟𝑒𝑚𝑒𝑏𝑢𝑛𝑑𝑎. 𝑆𝑒 𝑣𝑖𝑜 𝑒𝑛 𝑙𝑎𝑠 𝑚𝑎𝑑𝑟𝑢𝑔𝑎𝑑𝑎𝑠, 𝑎𝑙 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑛̃𝑜, ℎ𝑎𝑐𝑖𝑎 𝑒𝑙 𝑛𝑜𝑟𝑡𝑒. 𝐷𝑖𝑠𝑡𝑎𝑏𝑎 𝑚𝑢𝑐ℎ𝑜 𝑑𝑒 𝑠𝑒𝑟 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑧 𝑠𝑜𝑛𝑟𝑜𝑠𝑎𝑑𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑐𝑒𝑑𝑒 𝑖𝑛𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎𝑡𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑎 𝑙𝑎 𝑠𝑎𝑙𝑖𝑑𝑎 𝑑𝑒𝑙 𝑠𝑜𝑙. 𝐿𝑎𝑠 𝑑𝑎𝑛𝑧𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑙𝑢𝑚𝑖𝑛𝑖𝑠𝑐𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎𝑠 𝑣𝑖𝑠𝑡𝑎𝑠 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑐𝑖𝑒𝑙𝑜 𝑠𝑒 𝑎𝑠𝑒𝑚𝑒𝑗𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑎 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑒𝑚𝑎𝑛𝑎𝑑𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑙𝑢𝑔𝑎𝑟𝑒𝑠 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑒𝑠𝑜𝑟𝑜𝑠 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜𝑠, 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑠𝑢 𝑒𝑛𝑜𝑟𝑚𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑖𝑛𝑓𝑢𝑛𝑑𝑖́𝑎 𝑧𝑜𝑧𝑜𝑏𝑟𝑎. 𝐸𝑟𝑎 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑠𝑖 𝑠𝑒 ℎ𝑢𝑏𝑖𝑒𝑟𝑎𝑛 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑎𝑑𝑜 𝑎 𝑏𝑎𝑖𝑙𝑎𝑟 𝑡𝑜𝑑𝑜𝑠 𝑙𝑜𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠. 𝐴𝑞𝑢𝑒𝑙𝑙𝑜 𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑖́𝑎 𝑢𝑛 𝑐𝑜𝑚𝑏𝑎𝑡𝑒 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑞𝑢𝑒 𝑆𝑎𝑛 𝑀𝑖𝑔𝑢𝑒𝑙 𝑦 𝑠𝑢𝑠 𝑎́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝑎𝑟𝑟𝑜𝑗𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑟𝑎𝑦𝑜𝑠, 𝑐𝑒𝑛𝑡𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠 𝑦 𝑏𝑜𝑙𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑢𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎 𝑒𝑙 𝑒𝑗𝑒́𝑟𝑐𝑖𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑒𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠.” (González: 1968)
La aurora boreal (tormenta solar electromagnetica) de 1859, que aquí presentamos, se basó en el hecho consignado en el libro "Bartolomé E. Almada. Diario (1859-1863), publicaciones y correspondencia (1856-1871)", escrito por el historiador Ignacio Almada Almada. En esta obra, el protagonista, Bartolomé Almada, dejó testimonio de eventos cotidianos y momentos históricos de gran relevancia, como la aurora boreal de 1859 y la batalla de Puebla, además de sus relaciones con Benito Juárez.
En medio de estas crónicas, se encuentra el misterioso espectáculo celestial que cautivó a Bartolomé y a todos aquellos que presenciaron la aurora boreal en aquella noche memorable.
1 𝘥𝘦 𝘴𝘦𝘱𝘵𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘥𝘦 1859
𝘓𝘢 𝘢𝘶𝘳𝘰𝘳𝘢 𝘣𝘰𝘳𝘦𝘢𝘭, 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘰𝘣𝘴𝘦𝘳𝘷𝘢𝘥𝘢 𝘦𝘭 28 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘦𝘴 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘥𝘰, 𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰́ 𝘨𝘳𝘢𝘥𝘶𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘰 𝘧𝘶𝘦 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘶𝘳𝘴𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘶́𝘭𝘵𝘪𝘮𝘢. 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘣𝘢𝘯𝘤𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘱𝘭𝘢𝘻𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘦𝘯𝘻𝘰́ 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘢𝘱𝘳𝘰𝘹𝘪𝘮𝘢𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘢𝘯̃𝘢𝘯𝘢, 𝘺 𝘭𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘪𝘣𝘢 𝘦𝘹𝘵𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘤𝘶𝘣𝘳𝘪𝘳 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘯𝘰𝘳𝘵𝘦, 𝘢𝘷𝘢𝘯𝘻𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘭𝘦𝘨𝘢𝘳 𝘮𝘶𝘺 𝘭𝘦𝘫𝘰𝘴 𝘩𝘢𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘭 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘺 𝘦𝘭 𝘰𝘦𝘴𝘵𝘦, 𝘥𝘦 𝘮𝘰𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘢́𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘪𝘵𝘢𝘥 𝘥𝘦𝘭 𝘨𝘭𝘰𝘣𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘳𝘯𝘰 𝘢𝘳𝘥𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘪𝘣𝘢 𝘮𝘢́𝘴 𝘢𝘭𝘭𝘢́ 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘦𝘯𝘪𝘵. 𝘌𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰́ 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘯𝘰𝘳𝘵𝘦 𝘶𝘯 𝘢𝘳𝘤𝘰 𝘮𝘶𝘺 𝘣𝘳𝘪𝘭𝘭𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘢𝘻𝘶𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰, 𝘺 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘴𝘵𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘭𝘰𝘳 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢; 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘶𝘦́𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘰 𝘴𝘶𝘳𝘨𝘪𝘰́ 𝘶𝘯 𝘳𝘢𝘺𝘰 𝘭𝘶𝘮𝘪𝘯𝘰𝘴𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘹𝘵𝘦𝘯𝘥𝘪𝘰́ 𝘱𝘰𝘳 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰, 𝘺 𝘮𝘢́𝘴 𝘺 𝘮𝘢́𝘴 𝘴𝘪𝘨𝘶𝘪𝘰́, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘵𝘰𝘤𝘢𝘳𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘦𝘤𝘭𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘪𝘢𝘯𝘰, 𝘺 𝘭𝘢 𝘢𝘶𝘳𝘰𝘳𝘢 𝘴𝘦 𝘷𝘰𝘭𝘷𝘪𝘰́ 𝘮𝘢́𝘴 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘰𝘴𝘢. 𝘓𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘢𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳; 𝘭𝘰𝘴 𝘦𝘥𝘪𝘧𝘪𝘤𝘪𝘰𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪́𝘢𝘯 𝘪𝘯𝘥𝘪𝘴𝘵𝘪𝘯𝘵𝘰𝘴, 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘪𝘨𝘶𝘢𝘭𝘦𝘴 𝘢 𝘭𝘰 𝘭𝘦𝘫𝘰𝘴, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘦𝘭 𝘴𝘰𝘭 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘢 𝘢 𝘴𝘢𝘭𝘪𝘳, 𝘺 𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪́𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘴𝘦 𝘳𝘰𝘮𝘱𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘳 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘦 𝘢𝘳𝘤𝘰. 𝘓𝘢𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘳𝘪́𝘢𝘯 𝘴𝘦𝘳 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘪𝘥𝘢𝘴 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘮𝘶𝘺 𝘭𝘦𝘫𝘰𝘴 𝘷𝘪𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘢 𝘮𝘦𝘥𝘪𝘢 𝘭𝘶𝘻, 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘢𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳. 𝘌𝘴𝘰𝘴 𝘳𝘢𝘺𝘰𝘴, 𝘲𝘶𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘰́ 𝘶𝘯𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘦 𝘥𝘦 𝘢𝘶𝘳𝘦𝘰𝘭𝘢, 𝘴𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘷𝘢𝘯𝘦𝘤𝘪𝘰́ 𝘺 𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰́ 𝘥𝘦 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘰 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘴𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘷𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳𝘴𝘦 𝘺 𝘳𝘦𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘦𝘳 𝘤𝘰𝘯 𝘮𝘪𝘭 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘰𝘴 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘥𝘢. 𝘈 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘳 𝘥𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘭𝘰𝘴 𝘳𝘢𝘺𝘰𝘴 𝘴𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘺, 𝘴𝘪𝘯 𝘦𝘮𝘣𝘢𝘳𝘨𝘰, 𝘭𝘢 𝘢𝘵𝘮𝘰́𝘴𝘧𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘦 𝘩𝘪𝘻𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘣𝘳𝘪𝘭𝘭𝘢𝘯𝘵𝘦, 𝘪𝘯𝘷𝘢𝘥𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘤𝘢𝘴𝘪 𝘵𝘰𝘥𝘢 𝘭𝘢 𝘣𝘰́𝘷𝘦𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪́𝘢 𝘩𝘪𝘦𝘳𝘳𝘰 𝘢𝘭 𝘳𝘰𝘫𝘰 𝘷𝘪𝘷𝘰 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘪𝘰́. 𝘛𝘢𝘭 𝘦𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘤𝘰𝘭𝘰𝘳 𝘢𝘳𝘥𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘭𝘶𝘻, 𝘲𝘶𝘦 𝘪𝘯𝘤𝘭𝘶𝘴𝘰 𝘴𝘦 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘪́𝘢 𝘤𝘢́𝘭𝘪𝘥𝘰. 𝘋𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘢𝘯̃𝘢𝘯𝘢 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘦𝘭 𝘢𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳 𝘭𝘰 𝘰𝘣𝘴𝘦𝘳𝘷𝘦́ 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘤𝘢𝘮𝘢.
• El autor es historiador por la Universidad de Sonora