Asesinos Seriales

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Albert Desalvo, el Estrangulador de BostonViolador y asesino en serie estadounidense de Boston, claro, confesó ser el Es...
03/03/2024

Albert Desalvo, el Estrangulador de Boston

Violador y asesino en serie estadounidense de Boston, claro, confesó ser el Estrangulador de Boston (nada que ver con el Estrangulador de Scranton en The Office) que segó la vida de trece mujeres en el área de Boston entre 1962 y 1964. En 1967, DeSalvo fue encarcelado de por vida.

Entre junio de 1962 y enero de 1964 tuvieron lugar en Boston 13 cruentos as*****tos en serie que conmocionaron a la capital del estado de Massachusetts y a todo el país. La confesión de un hombre, al que todos consideraban una persona amable y perfectamente corriente, era lo único que tenía la policía para dar con el culpable. Durante 50 años, la controversia sobre la autoría de los crímenes**ompañó a este caso, hasta que por fin en 2013, los análisis de ADN despejaron la incógnita.

El asesino llamaba a la puerta de mujeres que se encontraban solas, conseguía que estas le invitasen a entrar y las agredía sexualmente para, a continuación, estrangularlas hasta la muerte. Los cadáveres eran hallados en posturas grotescas y todos compartían un elemento común: tenían un gran lazo alrededor del cuello, formado por medias, cinturones u otras prendas femeninas. Las cinco primeras víctimas fueron mujeres de edad avanzada, que habían sido atacadas sexualmente pero sin que existiera violación. Sin embargo, las seis siguientes eran jóvenes atractivas que sí fueron violadas.

Las autoridades investigaron a casi 5.000 individuos con conductas sexuales peligrosas e interrogaron a más de 400 sospechosos, pero solo en uno encontraron indicios claros: Albert DeSalvo.

DeSalvo había sido arrestado el 6 de noviembre de 1964 por, presuntamente, haber violado a múltiples mujeres. Se le conocía como “el hombre de verde”, ya que vestía pantalones de trabajo de ese color, y se le imputaban más de 300 ataques sexuales.
Forzaba la entrada de la vivienda, ataba a su víctima y la amenazaba con una navaja.

Albert había crecido en un ambiente violento. Su padre, alcohólico, maltrataba a su esposa e hijos y les obligaba a presenciar todo tipo de abusos. Cuando acabó el colegio, se alistó en el ejército y fue destinado a Alemania, donde conoció a su esposa, con la que tuvo dos hijos.

DeSalvo sentía que su mujer le despreciaba, por lo que se hizo pasar por cazatalentos de una agencia de modelos para acercarse a jóvenes estudiantes. Fue arrestado por allanamiento y, poco después de salir en libertad, comenzaron los as*****tos del estrangulador. En el momento de su detención como “el hombre de verde”, tenía 29 años y era considerado un hombre familiar y apacible.

El 9 de enero de 1967 comenzó el juicio contra Albert DeSalvo por los cargos de robo a mano armada y atentado contra el pudor. Su abogado había llegado a un acuerdo para que sus confesiones
como autor de los estrangulamientos, no se utilizaran más que para probar que sufría un trastorno psiquiátrico y lograr así que fuera declarado no culpable por enajenación mental. Su estrategia funcionó a medias, pues le salvó de la silla eléctrica, pero fue encontrado culpable y sentenciado a cadena perpetua. No obstante, se le condenó por los delitos del “hombre de verde”, nunca como el estrangulador de Boston.

DeSalvo fue recluido en el Hospital Psiquiátrico de Bridgewater, de donde se fugó apenas un mes después. Se entregó 38 horas más tarde, alegando que sólo lo había hecho para llamar la atención. Explicó que había confesado sus crímenes para recibir ayuda por su enfermedad mental, pero que nadie se la había prestado.

Fue trasladado a la prisión de máxima seguridad de Walpole, donde fue asesinado, supuestamente por otro recluso el 25 de noviembre de 1973.

La opinión pública siempre mantuvo dudas sobre la autoría de los estrangulamientos de Boston. Por ello, en 2001 la abogada de la familia DeSalvo, junto con varios parientes de Mary Sullivan, la última víctima, reabrieron el caso para intentar aclarar el asunto. Se exhumó el cuerpo de la joven y se encontró en él fluido seminal, que se comparó con el ADN extraído de objetos personales de DeSalvo. Las pruebas resultaron negativas.

Sin embargo, en 2013 se realizó un segundo examen genético a partir de semen encontrado junto al cadáver. Esta vez se desenterró al propio Albert DeSalvo y, por fin, se despejaron las dudas: el ADN encontrado junto a los restos mortales de Mary Sullivan coincidía con el de DeSalvo.

‘El Arropiero’: el mayor asesino en serieCometió 48 as*****tos en diferentes puntos de España y acabó ingresado en un ps...
28/11/2023

‘El Arropiero’: el mayor asesino en serie

Cometió 48 as*****tos en diferentes puntos de España y acabó ingresado en un psiquiátrico durante 25 años, aunque murió en libertad. Su apodo se debe a la profesión de su padre

Manuel Delgado Villegas, conocido como ‘el Arropiero’ o ‘vagabundo de la muerte’, porque sus crímenes se dieron de muchas partes de España, es considerado como el mayor asesino en serie de nuestro país. Trajo en jaque a la policía en los 60 y principios de los 70, ya que no relacionaban unos casos con otros, dada su trayectoria itinerante, lo que dificultaba tener pista de sus crímenes. Los cometió en Barcelona, Ibiza, Puerto de Santa María o Morata de Tajuña, entre otros lugares.

Cuando le detienen, él mismo hablaba de 48 as*****tos, aunque los agentes sólo consiguieron probar 7. El primero se produjo en 1964. Se caracterizaba por ser un hombre “muy despiadado” y frío, según afirma Alberto Albacete, profesor de Criminología en la URJC, Jefe de Policía Local de Valdemoro y autor de la serie de artículos ‘Mala mente’.

‘El Arropiero’ nació en el seno de una familia humilde. Su padre fabricaba dulces con arrope, de ahí el apodo por el que se le conoce, su madre falleció siendo niño, por lo que tuvo que ser su abuela quien le criara. Su infancia transcurrió en un ambiente duro. Era un niño que tartamudeaba y era disléxico, además, nunca llegó a aprender a escribir, ni a leer. Según fue creciendo se fue viendo su carácter violento y la delincuencia empezó a ser su modo de vida, una vida que hacía en la calle como vagabundo

‘El Arropiero’ mataba indiscriminadamente, casi por puro placer, hasta que cometió el error de asesinar a su propia novia, lo que le puso en el punto de mira de las investigaciones. Una vez detenido, recorrió parte de España explicando a los agentes dónde y cómo había matado a sus víctimas, que no tenían un perfil determinado.

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‘El Arropiero’: el mayor asesino en serie nuestro país
Cometió 48 as*****tos en diferentes puntos de España y acabó ingresado en un psiquiátrico durante 25 años, aunque murió en libertad. Su apodo se debe a la profesión de su padre
Crónica en negro 1x5: ‘El Arropiero’: el mayor asesino en serie nuestro país.

Crónica en negro 1x5: ‘El Arropiero’: el mayor asesino en serie nuestro país.
Pilar García

SER Madrid Norte
01/08/2023 - 9:00 h CEST
ValdemoroManuel Delgado Villegas, conocido como ‘el Arropiero’ o ‘vagabundo de la muerte’, porque sus crímenes se dieron de muchas partes de España, es considerado como el mayor asesino en serie de nuestro país. Trajo en jaque a la policía en los 60 y principios de los 70, ya que no relacionaban unos casos con otros, dada su trayectoria itinerante, lo que dificultaba tener pista de sus crímenes. Los cometió en Barcelona, Ibiza, Puerto de Santa María o Morata de Tajuña, entre otros lugares.

Cuando le detienen, él mismo hablaba de 48 as*****tos, aunque los agentes sólo consiguieron probar 7. El primero se produjo en 1964. Se caracterizaba por ser un hombre “muy despiadado” y frío, según afirma Alberto Albacete, profesor de Criminología en la URJC, Jefe de Policía Local de Valdemoro y autor de la serie de artículos ‘Mala mente’.

‘El Arropiero’ nació en el seno de una familia humilde. Su padre fabricaba dulces con arrope, de ahí el apodo por el que se le conoce, su madre falleció siendo niño, por lo que tuvo que ser su abuela quien le criara. Su infancia transcurrió en un ambiente duro. Era un niño que tartamudeaba y era disléxico, además, nunca llegó a aprender a escribir, ni a leer. Según fue creciendo se fue viendo su carácter violento y la delincuencia empezó a ser su modo de vida, una vida que hacía en la calle como vagabundo

Sus crímenes
‘El Arropiero’ mataba indiscriminadamente, casi por puro placer, hasta que cometió el error de asesinar a su propia novia, lo que le puso en el punto de mira de las investigaciones. Una vez detenido, recorrió parte de España explicando a los agentes dónde y cómo había matado a sus víctimas, que no tenían un perfil determinado.

Primero mató a golpes en la cabeza con una piedra a un jefe de cocina que estaba dormitando un rato en la localidad barcelonesa de Garraf, sin ni si quiera haber hablado con él, después en un chalet de Cam Plana deshabitado, asesinó a una estudiante francesa de 21 años y una vez mu**ta la violó y así continuaron sus crímenes a cual más horrible e indiscriminado.

Según Albacete, su paso por la Legión, donde ingresó con 18 años, le llevó a aprender un golpe que le serviría luego para sus crímenes y que se conoce como ‘el golpe del legionario’. Su crueldad se muestra en un comentario que realizó a los agentes que le acompañaban durante un traslado. Los policías comentaban entre ellos el caso de un sangriento asesino mexicano y ‘el Arrropiero’ les dijo entonces “denme 24 horas y les aseguro que ese mexicano no tiene nada que hacer al lado de un asesino español”, cuenta Albacete.

Una vez en prisión y tras seis año y medio sin juicio, la Justicia emitió un auto de sobreseimiento, siendo declarado inimputable, lo que le salvo de sufrir el garrote vil. Sin embargo, acabó estando en hospitales psiquiátricos durante 25 años, hasta que recuperó la libertad. Su muerte se produjo por una enfermedad pulmonar a causa del tabaco.

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"El caníbal de Atizapán": el mayor feminicida en serie de México cuyo caso llega a la televisiónEl hombre de 72 años, ve...
22/11/2023

"El caníbal de Atizapán": el mayor feminicida en serie de México cuyo caso llega a la televisión

El hombre de 72 años, vecino de un barrio del municipio de Atizapán, al norte de Ciudad de México, conocía bien a Reyna González Amador, una mujer de 34 años a la que ayudaba ocasionalmente en su negocio y con quien incluso compartía sus fiestas familiares.

Es por eso que el 14 de mayo de 2021, parecía algo normal que González le dijera a su esposo que iría acompañada de Mendoza al centro de la ciudad para reabastecerse de productos para su local de celulares.

Pero ese día la mujer desapareció.

El hombre de 72 años, vecino de un barrio del municipio de Atizapán, al norte de Ciudad de México, conocía bien a Reyna González Amador, una mujer de 34 años a la que ayudaba ocasionalmente en su negocio y con quien incluso compartía sus fiestas familiares.

Es por eso que el 14 de mayo de 2021, parecía algo normal que González le dijera a su esposo que iría acompañada de Mendoza al centro de la ciudad para reabastecerse de productos para su local de celulares.

Pero ese día la mujer desapareció.

Su esposo, Bruno Ángel Portillo, un jefe de policía municipal en el Estado de México, comenzó una desesperada búsqueda que inició con un infructuoso interrogatorio a Mendoza.

Se dio entonces a la labor de rastrear las ubicaciones del celular de su esposa y revisar los videos de seguridad pública. Las imágenes lo llevaron a saber que González estuvo cerca de la vivienda de Mendoza, pero no quedaban claros sus últimos pasos.

Decidido a confrontar nuevamente a Mendoza, se presentó en su vivienda y, pese a la resistencia y amenazas del hombre, Portillo entró al lugar y se encontró con una terrible escena: Gonzalez estaba "mu**ta y desmembrada".

El horror del feminicidio no terminaría con el hallazgo de la mujer de 34 años.

Mendoza tenía un cuarto subterráneo en el que había enterrado a al menos a 17 mujeres, un niño y un hombre, según las investigaciones. Es el mayor feminicida serial que se conozca hasta la fecha en México.

Tras ser detenido, incluso confesó que había comido carne de sus víctimas, por lo que fue bautizado "el caníbal de Atizapán".

El caso estremeció a un país en el que se producen 10 feminicidios por día.

Pero también motivó al abogado y columnista Javier Tejado Dondé a producir una miniserie de televisión llamada "Caníbal, indignación total", la cual se estrena este lunes.

"Es tan alto el número de feminicidios en el país y de mujeres desaparecidas que estoy harto de que se conviertan en un número más de las estadísticas", le dijo Tejado a la agencia Efe.

De forma sorprensiva, la producción es auspiciada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que espera que esta "cambie la consciencia" del país sobre el feminicidio.

Mendoza Celis, originario del estado de Oaxaca, llegó a a la capital del país en la década de 1980.

Se sabe que en el pasado atendió una carnicería en Atizapán, pero en años recientes era mejor conocido por su activismo político vecinal, promoviendo la mejora del barrio y programas sociales.

Es por eso que los vecinos de su calle han dicho a la prensa que "el Chino", como le decían, era "buena gente", alguien cordial y con disposición de ayudar a los demás.

Sin embargo, puertas adentro en su vivienda, había una realidad siniestra.

Tras su captura, las investigaciones de la Fiscalía del Estado de México han determinado que Mendoza cometió sus feminicidios en las últimas tres décadas.

Con engaños o por la fuerza, llevaba a mujeres a su domicilio para quitarles la vida. No se sabe sí cometía violencia sexual, pero sí que desmembraba los cadáveres y los enterraba bajo el suelo de una habitación subterránea de su vivienda.

Era un espacio que estaba ubicado justo debajo de su recámara.

"Fue alguien que por más de tres décadas estuvo matando mujeres en total impunidad, una persona muy cruel que supo engañar a muchísima gente por mucho tiempo", según Tejado.

Se sabe que frecuentaba bares en los que intentaba seducir mujeres y pagaba por su compañía. El rechazo, por su edad o por su apariencia, lo tomaba muy mal y entonces actuaba en una suerte de "venganza".

También había atraído a algunas mujeres a su vivienda haciéndose pasar como facilitador de programas sociales, por lo que convenció a varias víctimas para que lo acompañaran.

La Fiscalía del Estado de México informó este lunes que en total han recolectado 4.600 restos óseos en la casa de Mendoza, correspondientes a 17 mujeres y dos hombres, uno de ellos un menor.

"Se arrepiente uno, pero ya demasiado tarde"
El hombre tenía una libreta en la que detallaba las características de las mujeres. Había varias identificaciones y pertenencias de ellas, así como decenas de fotografías instantáneas y videos de sus crímenes.

Mendoza, quien fue entrevistado para la serie documental producida por Tejado, habló con la prensa en 2021: "Las cosas que ya se hicieron hay que aguantarlas", le dijo a la cadena Multimedios.

"Ya no se remedia nada, ya lo que ya se hizo pues hay que aguantarse nada más. Se arrepiente uno, pero ya demasiado tarde".

El feminicida recibió una sentencia de prisión vitalicia a comienzos de este año por el as*****to de González. Pero todavía pesan sobre él otras investigaciones de las mujeres que han podido ser identificadas.

Tejado explicó que primero pensó en escribir un libro sobre este caso, pero después pensó en que hacer documental podría generar más conciencia sobre los feminicidios en el país.

"Llevé la investigación periodística al presidente de la SCJN y le dije que la Suprema Corte bajo su mandato era una institución que estaba siendo muy progresista y abrazando muchos derechos de las mujeres en México (...) pero que de nada servía si a las mujeres las seguían matando como las están matando", le contó Tejado a Efe.

De manera inédita, la serie recibió el apoyo del máximo tribunal del país -que tiene su propio canal de televisión- y presenta los testimonios de las familias de las víctimas y de quienes participaron en la investigación.

El presidente de la SCJN, Arturo Zaldivar, dijo en un mensaje en Twitter que la producción "cambiará consciencias sobre el feminicidio en México".

"Nos invita a una reflexión profunda sobre la tragedia colectiva de los feminicidios en México y a formar una alianza de todas y todos para revertir esta lamentable situación".

Trinidad Ramírez, la tamalera María Trinidad ya no lo dudó: estaba cansada, harta de aquel círculo del in****no en que s...
21/11/2023

Trinidad Ramírez, la tamalera

María Trinidad ya no lo dudó: estaba cansada, harta de aquel círculo del in****no en que se había convertido su vida al lado del peluquero Pablo Díaz. Lo miró. El hombre roncaba, dormido frente al televisor. Era el momento; difícilmente volvería a tener una oportunidad así. La mujer echó mano de un bat de madera que estaba en un rincón del cuarto. A Pablo le gustaban los deportes, y nunca supo que eso fue su perdición.

No hubo remordimiento, solamente una ira que le nacía de muy dentro a aquella mujer; un hartazgo que le daba fuerzas para empuñar el bat. Con todas su energía golpeó en la cabeza al hombre dormido, que cayó al suelo. Ya no había vuelta atrás. María Trinidad descargó un golpe más, luego otro. Su víctima ya no volvería a insultarla ni a golpear a sus niños. No moría aún, pero el peluquero Pablo Díaz no volvería a maltratar a su mujer, ni a sus hijastros, ni a nadie. Ya no era de este mundo.

Así empezó uno de los casos policiacos más estremecedores de los años setenta. Era julio de 1971 y María Trinidad Ramírez, mujer humilde que se ganaba la vida vendiendo tamales afuera de una panadería, en la ciudad de México, decidió, a punta de batazos, cambiar su existencia. Nadie le volvería a echar en cara las travesuras de sus tres pequeños, nadie le volvería a amenazar con abandonarla para sustituirla por una mujer más joven. Nadie volvería a golpearla. María Trinidad, en el umbral de la nueva década, tomó el control de su destino, para bien y para mal.

María Trinidad Ramírez era como tantas otras mujeres mexicanas que no habían tenido la oportunidad de estudiar o de hacerse de un oficio que le permitiera ganarse la vida con dignidad. Sucesivas relaciones la habían convertido en madre soltera, a la que los hombres con quienes hizo vida en común, la abandonaban, sin detenerse a mirar siquiera a los hijos procreados con ella. El resultado, en 1971, es que tenía dos hijos mayores, Pedro, de 17 años, y María Elena, ya casada y con vida aparte. Una segunda relación, también fracasada, le había dejado otros tres hijos, que eran pequeños en edad escolar la noche en que su madre se convirtió en homicida.

Tres años atrás, se había aparejado con el peluquero Pablo Díaz. Todo comenzó de manera sencilla: ella era una madre que llevaba a los chicos a que les cortaran el cabello. Empezó una conversación entre la mujer y el peluquero. Él necesitaba quien le hiciera el lavado y planchado de las blancas filipinas propias de su oficio. María Trinidad, a la que no le iba mal con la venta de tamales, pensó que no le caería mal un dinero adicional, y se ofreció a prestar el servicio.

Aquellos dos simpatizaron, empezaron a platicar. El peluquero se había separado de su esposa, pero no le contó a María Trinidad las razones. La tamalera encontró simpático a aquel hombre corpulento, aficionado a los deportes, que empezó a cortejarla. Era atento, pensó. “No tenía vicios”, siguió pensando. Pablo no fumaba ni se emborrachaba. Era la oportunidad de tener una nueva vida, de que los niños crecieran con la autoridad de un hombre en la casa. Poco a poco se dejó convencer. Se fueron a vivir juntos. Con modestia, sí. Parecía que aquella familia podría prosperar.

Pero el encanto se fue acabando poco a poco. En efecto, el peluquero Díaz no bebía ni fumaba, pero era un hombre violento que no tardó en darse cuenta de que Trinidad, con su labor diaria de preparar y vender tamales, podía ganar más de lo que él obtenía con su trabajo. Y entonces decidió que no había necesidad de tallarse el lomo en la peluquería. ¿Acaso no eran suficientemente buenas las ganancias por los 200 tamales diarios que su mujer vendía diariamente? ¿Para qué desgastarse en el aburrido trabajo de la peluquería, donde había días muy buenos y otros completamente miserables?

Empezó por quitarle el dinero para “administrarlo” él. Es cierto: el peluquero “no tenía vicios”, salvo uno: el de las apuestas. Soltaba lo esencial para que no se murieran de hambre y para la preparación de los tamales. Lo demás se lo gastaba yéndose a las funciones de box y luchas en la Arena Coliseo, y gustoso apostaba cuanto llevaba en el bolsillo. Cuando ganaba, hasta espléndido se ponía, y les tocaban unas monedas a los niños de María Trinidad. Cuando perdía, volvía enojado, frustrado: no era extraño que la golpeara a ella, y que los niños se llevaran su tanda de cinturonazos por faltas pequeñas. A la tamalera se le empezó a acabar el amor cuando vio que el peluquero “sin vicios” podía ser temible cuando se enojaba.

No solo la explotaba, sino que se volvió despectivo y no vacilaba en decirle que estaba vieja, que no era atractiva, que su única gracia era el dinero que ganaba. Con el tiempo, María Trinidad se enteró de que Pablo se había separado de su anterior mujer porque se enredó con una muchacha más joven. El peluquero había sido cruel con su primera esposa; también la maltrataba y hacía alarde, ante ella, de su infidelidad. Llegó, incluso, a llevar a la joven amante al hogar conyugal. Cuando se hartó de hacer un in****no de la vida de su esposa, la abandonó. La mujer joven también fue asunto pasajero. Entonces apareció en su vida María Trinidad, que aguantó tres años de violencia, amenazas y miserias.

Con lo que no contaba Pablo Díaz, es que la tamalera podía soportar muchas cosas, menos que golpeara a los niños. Los pleitos de la pareja eran frecuentes. No era extraño que la vida se desarrollara a gritos y sombrerazos. Pedro, el hijo mayor de María Trinidad, que todavía vivía con ella, se había enfrentado al peluquero en varias ocasiones, intentando frenar la ira de aquel hombre. Una o dos veces, llegaron a los golpes. Entonces, furioso, Pablo amenazaba con sacar al muchacho de la casa y no permitirle volver. Poco a poco, el rencor nació en el alma de la mujer. Cada nueva agresión hacía más profunda y más oscura esa mezcla de hartazgo y de cansancio que crecía en el corazón y en el cerebro de María Trinidad Ramírez. En 1971, aquel oleaje interno se transformó en un torrente al que ningún dique podía contener.

“NADIE PRUEBA LOS TAMALES YA”
La noche del 17 de julio de 1971, Pablo Díaz golpeó a los hijos de María Trinidad porque ensuciaron algo de ropa al brincar en una cama. Los mandó a dormir sin cenar, renegando en voz alta, amenazando con largarse para siempre de aquella casa, porque estaba harto de los chamacos. Ya le había quitado a la tamalera el fruto del trabajo del día, y, de regreso de sus paseos sabatinos, empezaba a adormecerse ante la modesta televisión.

¿Fueron los golpes a los niños? ¿Fue, simplemente el cansancio mezclado con la ira? Un impulso, una decisión que transforma el curso de una vida, hizo que María Trinidad empuñara el bat y golpeara con todo el rencor acumulado, a aquel hombre que no había estado a la altura de sus promesas.

El peluquero era un hombre corpulento. Ella declararía después que no había otra que rematarlo, porque si recobraba la conciencia, serían los niños o la propia Trinidad los que morirían, porque no podrían escapar a la venganza de aquel hombre.

Así que, viéndolo inconsciente, con graves lesiones en la cabeza, pero respirando apenas, María Trinidad resolvió que ella sola no podría deshacerse de aquel hombre. Fue con una vecina, le pidió prestada un hacha para, dijo, partir la madera de ocote para hacer el fuego y poner a cocer los tamales que vendería al día siguiente.

Quizá el primer golpe fue el más difícil. Luego, pensó que era ya cosa de supervivencia: era él o era ella y los niños. Empezó a desmembrar al peluquero. Luego, metió los restos en un costal -que la prensa apuntaría, con macabra precisión, que era de productos de la Conasupo-. El tiempo avanzaba. Pensó que tiraría los restos en la calle, transportándolos en el carrito con el que acarreaba los bártulos de su puesto. Exaltada, ofuscada, no se le ocurrió otra cosa que colocar la cabeza en uno de los botes alcoholeros que empleaba para cocer los tamales.

Salió de su casa, en el número 15-bis de la calle Pirineos, y caminó un buen trecho para abandonar el costal en la vía pública.

A la mañana siguiente, una vecina pidió a su sirvienta que moviera el s**o, pensando que era una más de las gracias de la pollería cercana, que no esperaba el paso del camión de la basura para que se llevara los desperdicios. La empleada gritó de terror al ver que no era basura, sino un cuerpo humano destazado. Naturalmente llamaron a la policía.

Fue una investigación eficaz: las autoridades examinaron el cadáver, hallaron identificación y rastrearon al peluquero Pablo Díaz, quien resultó tener antecedentes penales por robo y lesiones.

La identificación de cuerpo y huellas digitales llevaron a la policía a Pirineos 15-bis. Ahí hallaron la escena del crimen, y, oculto, el bote con la cabeza de pablo Díaz. Como la policía se llevó a toda la familia a la delegación, señalando como sospechoso principal al joven Pedro, María Trinidad empezó a hablar. Confesó todo: sus esperanzas deshechas, la explotación, los malos tratos, los golpes a los niños. Luego, narró el arranque final. Las fotos del bote con la cabeza del peluquero aterraron a los mexicanos. Quién sabe cómo, una línea del informe del forense se coló en la prensa: la cabeza de Pablo Díaz se veía como “ablandada”, como “macerada”. Era resultado de los golpes de bat, pero no faltó quien especulara con que Trinidad había hervido la cabeza para deshacerse de ella… ¿en los tamales?

Lo cierto es que María Trinidad Ramírez sí mató a Pablo Díaz, pero nunca hizo tamales con la carne de la cabeza de aquel hombre. Pero la leyenda nació y perduró. Un epigramista de esos días no dejó de señalar que, en ese verano de 1971, a todos los capitalinos se les había quitado, súbitamente, el antojo de tamales.

El   de las bebidasinfusiones, tes, bebidas calientesAna y Julia se van a tomar algo juntas. Ambas piden la misma bebida...
01/09/2023

El de las bebidas

infusiones, tes, bebidas calientes
Ana y Julia se van a tomar algo juntas. Ambas piden la misma bebida: té de limón, con cubitos para que esté fresquito. Además, el té proviene de la misma jarra. Ana tiene mucha sed así que se bebe 5 vasos en menos de un minuto. Julia no está tan sedienta así que tarda 10 minutos en beberse un solo vaso. Al poco, Julia cae fulminada al suelo. Ha mu**to. Envenenada por las bebidas. ¿Cómo es posible que ella muriera envenenada pero Ana no?

Leo sus respuestas...

Wayne WilliamsMilton Harvey cogió su bicicleta amarilla de diez velocidades y se fue al banco a hacer unos recados para ...
01/09/2023

Wayne Williams

Milton Harvey cogió su bicicleta amarilla de diez velocidades y se fue al banco a hacer unos recados para su madre. Tenía que entregar un cheque de 100$ para pagar una factura de la tarjeta de crédito. Sin embargo, el adolescente, de 14 años, jamás llegó a su destino. Un desconocido lo secuestró y asesinó brutalmente. Dos meses después de su desaparición, en noviembre de 1979, su cadáver fue encontrado por un indigente cerca de un basurero. Milton fue la tercera víctima del denominado ‘asesino de los niños de Atlanta’, un serial killer que mató a veintinueve personas –la mayoría menores- entre la comunidad negra de esta ciudad norteamericana.

El único acusado y condenado por dos de estos as*****tos fue Wayne Williams, un conocido fotógrafo y cazatalentos musical al que la Policía relacionó gracias a unas fibras de alfombra y pelo de su mascota. Sentenciado a dos cadenas perpetuas, el ahora sexagenario todavía clama por su inocencia y señala que fue un chivo expiatorio del Ku Klux Klan. La cadena HBO hará una serie documental con su historia.

“Un niño prodigio”. Así describió el periodista español José María Carrascal a Wayne Bertram Williams durante su etapa como corresponsal en Estados Unidos. Nacido el 27 de mayo de 1958 en Atlanta (Estados Unidos), creció en una familia modesta y con buenos valores donde sus padres se dedicaban a profesiones de lo más creativas. El padre, Homer, era fotógrafo del diario Atlanta Daily World, y la madre, Faye, trabajaba como profesora.

Gracias a esa mezcla, el pequeño comenzó a desarrollar un especial interés por la fotografía, aunque la radio y el periodismo terminaron por encandilarlo. Tanto es así que, con trece años, construyó en el desván de su casa su primera estación radiofónica casera, la WRAP. Diariamente, Wayne mezclaba la retransmisión de música con la locución de noticias. Aquellas dotes comunicativas le hicieron muy popular en su barrio y en dos años, logró que su emisora progresase.

En 1973, la WRAP creció en potencia y en inversión publicitaria convirtiéndose en la WRAZ. El muchacho logró que los padres de sus amigos, algunos conocidos e, incluso, los dueños de tiendas de la zona, invirtieran algo de dinero en esta estación radiofónica. El éxito fue tal que la WRAZ llegó a unirse a una red de emisoras mayor y a retransmitir a una gran audiencia. Por entonces, el muchacho ya era toda una celebridad en Atlanta, pero una mala gestión económica hizo que declarasen a esta radio en bancarrota y que Wayne tuviese que reinventarse.

Se matriculó en la Universidad de Georgia (jamás terminó la carrera de periodismo), trabajó en programas de radio, también como fotógrafo y reportero para televisiones locales, y emprendió proyectos como freelance. Uno de estos tenía que ver con el mundo de la producción musical. Wayne buscaba jóvenes talentos para formar grupos de éxito como, por ejemplo, The Jackson Five.

Ideó Gemini y se dedicó a deambular en su vehículo por los distintos barrios de la comunidad negra de Atlanta en busca del nuevo Michael Jackson. Se acercaba a menores de edad, charlaba con ellos, les pedía que hiciesen una audición… Todo ello ocurrió al mismo tiempo que numerosos niños negros desaparecieron y murieron asesinados de forma misteriosa.

A esto se sumó que a finales de los setenta, la población negra experimentó una importante brecha social y económica con respecto a los ciudadanos blancos. Aumentaron los índices de pobreza, solo los caucásicos ostentaban cargos relevantes, la represión policial fue especialmente dura y autoritaria y, se inició una ola de racismo aplaudida por grupos activos del Ku Klux Klan. Atlanta fue un hervidero de odio hacia los negros y las desapariciones, el detonante para sus habitantes. Se sentían impotentes.

El primero de los crímenes que se atribuyó al llamado ‘ATKID’ (la sigla que el FBI puso al ‘Atlanta Child Murders’, el ‘asesino de los niños de Atlanta’) fue el de Edward Hope Smith. Desapareció en julio de 1979, con apenas catorce años, y su cuerpo se descubrió una semana después en una zona boscosa. Recibió un tiro en la espalda. Cuatro días después y no muy lejos de allí, localizaron el cadáver de Alfred James Evans, de trece años. Fue estrangulado.

A Milton Harvey, de catorce, se lo encontraron cerca de un basurero tras salir a hacer recados en su bicicleta. En cuanto a Yusef Ali Bell, de nueve años, lo estrangularon y dejaron su cuerpo en una escuela abandonada. La Policía tan solo contaba con una única pista: el testimonio de un vecino que aseguró ver cómo se subía a un “coche azul”.

A partir de marzo de 1980 y hasta casi el mes de noviembre, las autoridades investigaron una docena más de as*****tos de jóvenes afroamericanos, la mayoría menores de edad, que tras ser secuestrados fueron golpeados, estrangulados o disparados y a los que encontraron en parajes boscosos o cerca de contenedores de basura. La prensa, que ya se refería al responsable de estos crímenes como el ‘asesino de niños de Atlanta’, provocó que el FBI quisiese tomar cartas en el asunto ante la inacción de la Policía de Atlanta para encontrar y seguir pistas.

Durante los tres años que duraron los as*****tos, la ciudad se sumió en el pánico, los padres prohibieron a sus hijos jugar en la calle e, incluso, desde el Ayuntamiento se impuso el toque de queda.

De la mano de los analistas del FBI Roy Hazelwood y John Douglas procedentes de Unidad de Ciencias del Comportamiento en Quantico, se desarrolló un perfil de la persona que estaba matando a los niños. Al igual que sus víctimas, el responsable era afroamericano porque, según el informe, una persona blanca “no podía viajar fácilmente en vecindarios negros sin crear una gran sospecha”. Y todo pese a que “un asesino en serie afroamericano era inusual”.

Otros rasgos que destacaron del autor fueron: no tenía un trabajo fijo, poseía una inteligencia superior a la media y su figura inspiraba cierto respeto y autoridad. Respecto a esto último, el informe apuntaba que el sospechoso sentía cierta admiración por la Policía, algo que se traducía en un aspecto que imitaba a los agentes. Es decir, que podía llevar gafas oscuras, bigote grande, conducir un vehículo similar a los coches patrulla o, incluso, tener por mascotas a perros policiales. El fin del asesino era la búsqueda de poder.

En cuanto al patrón de sus víctimas era siempre idéntico: mayoritariamente niños y jóvenes afroamericanos que vivían en el mismo área de Atlanta y que se conocían entre sí. Todos los detalles de lo que el FBI bautizó como el caso ‘ATKID’ trascendieron a la prensa y llevó a la comunidad negra a formar patrullas ciudadanas provistas de bates de béisbol, las ‘bat patrolls’, para recorrer las calles en busca del asesino.

Entonces, el patrón de los crímenes cambió. El serial killer jugó al despiste y comenzó a buscar otros perfiles de víctimas y a abandonar los cadáveres en el río Chattahoochee. Hasta ahora, las evidencias que poseían las autoridades eran varias fibras: una especie de tejido de alfombra y otra de pelo de perro. Pero con los cuerpos en el agua, el hallazgo de pruebas se complicaba.

Cuando los as*****tos alcanzaron la cifra de 24, Douglas propuso que los agentes de la zona hiciesen turnos para vigilar puentes que diesen al río. El analista del FBI estaba convencido que el responsable volvería a actuar y que podrían pillarle in fraganti. Y así fue.

Una patrulla vigilaba un puente sobre el río Chattahoochee cuando uno de los policías escuchó un “fuerte chapoteo”. “Sonaba como un cuerpo entrando al agua”, aseguró el agente Bob Campbell en la CNN. Observaron el lugar y vieron cómo un Chevrolet blanco del año 70 daba la vuelta y cruzaba el puente. Eran casi las tres de la madrugada del 22 de mayo de 1981 y, al volante, se encontraba Wayne Williams, de 23 años.

Los oficiales detuvieron el vehículo y le preguntaron el motivo de su viaje. Williams respondió que estaba comprobando la dirección de un local donde tenía previsto hacer una audición a una cantante a la mañana siguiente. Les facilitó el nombre del pueblo y el de la joven, además de un teléfono. Lo dejaron marchar. Pero dos días después, otro cadáver apareció en el río. Era Nathaniel Cater, de 27 años.

El nuevo crimen y que Williams mintiese sobre su coartada fueron el detonante para su inmediata detención. Además, en los registros de la casa y del coche hallaron pelo de perro y fibras de alfombra compatibles con las encontradas en una de las últimas víctimas. Las pruebas incriminaban directamente al productor musical.

Tras su arresto el 21 de junio de 1981, tan solo fue acusado de los cargos por as*****to en primer grado de Nathaniel Cater y Jimmi Ray Payne, los hombres hallados en último lugar. La Policía de Atlanta y el FBI no pudieron demostrar que Williams perpetró los otros veintisiete crímenes.

El juicio contra el cazatalentos se inició el 6 de enero de 1982 en el condado de Fulton y durante cinco meses, tanto el juez afroamericano Clarence Cooper como los doce miembros del jurado (ocho personas negras y cuatro blancas), escucharon el testimonio de testigos oculares que relacionaban al acusado con sus víctimas antes de los homicidios y vieron las pruebas circunstanciales en cuanto a las fibras se refiere (finalmente, se desecharon). “No se puede condenar a una persona con simples pruebas de fibras textiles”, dijo una de las asistentes al juicio.

De hecho, los familiares de las otras veintisiete víctimas llegaron a creer en la inocencia de Williams y la necesidad de “investigar hacia otros caminos” para encontrar al culpable. “Estoy convencida de que Wayne Williams es inocente”, dijo Camille Bell, madre de uno de los niños asesinados.

La abogados del acusado encauzaron su defensa hacia la inocente apariencia de su defendido y de la imposibilidad de que el joven, muy bajito y si apenas fuerza, pudiese asesinar y, menos aún, estrangular a dos hombres con dimensiones mayores a la suya. Respecto al interrogatorio que le hizo el fiscal Jack Mallard donde le preguntó “¿qué sentiste al sujetar a tus víctimas por el cuello? ¿Te horrorizaste?”, el joven solo atisbó a decir un casi inaudible “no”.

También hubo momentos donde se pudo ver a Williams completamente encolerizado y gritando a los presentes. “¡Usted pretende hacerme coincidir con ese perfil del FBI, pero yo no voy a ayudarlo!”, chilló a Mallard. No fue la única salida de tono. El procesado llamó “gorilas” a los policías que llevaron el caso y a los fiscales los tachó de “ineptos”, unos arrebatos que no encajaban con esa aparente inocencia y tranquilidad que describía la defensa.

Aquellos instantes de alteración, descontrol y violencia calaron en los miembros del jurado que, tras doce horas de deliberación, lo declararon culpable de los as*****tos de Cater y Payne. Pese a ese “soy inocente” que llegó a musitar el acusado, el juez lo condenó a dos cadenas perpetuas consecutivas y a cumplirlas en la prisión estatal Hancock (Sparta, Georgia).

El impacto social que tuvieron los as*****tos de los niños de Atlanta calaron hondo en la cultura estadounidense. Personajes de la talla de Frank Sinatra y Sammy Davis Jr. o, grupos como The Jackson 5, realizaron conciertos en honor a las víctimas y la recaudación fue entregada a las familias de las víctimas. Inclusive, Robert De Niro lució una cinta verde en su solapa en solidaridad con el caso al recibir el Óscar al mejor actor en 1981.

Mientras tanto, Williams mantuvo su inocencia y, a finales de los noventa, presentó una petición de hábeas corpus en la que solicitó un nuevo juicio. El magistrado del Tribunal Superior del Condado de Butts se lo negó.

En 2004, el condenado volvió a solicitar un nuevo juicio argumentando que miembros del Ku Klux Klan estaban detrás de todos los as*****tos y que las autoridades prefirieron acusarle formalmente para evitar que creciese aún más la tensión racial. Así fue cómo se convirtió en el chivo expiatorio. Las autoridades, según Williams, querían evitar a toda costa que hubiese un baño de sangre. La solicitud volvió a ser denegada en octubre de 2006.

El 21 de marzo de 2019, el Departamento de Policía de Atlanta, la Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Fulton y la Oficina de Investigación de Georgia se unieron para reabrir los 27 casos de as*****to aún sin resolver. Querían reanalizar todas las pruebas gracias a una innovadora tecnología de ADN. “Puede ser que no quede nada por probar. Pero creo que la historia nos juzgará por nuestras acciones y podremos decir que lo intentamos”, explicó la alcaldesa Keisha Lance Bottoms ante los medios de comunicación.

Las autoridades mantienen la certeza de que Williams es el único responsable de todos los crímenes. “Él sigue siendo una amenaza para la sociedad. No se arrepiente”, declaró Danny Agan, uno de los detectives que investigó algunos de los casos. La justicia norteamericana está convencida de su culpabilidad. De ahí que en diciembre de 2019 le denegasen la última apelación para obtener la libertad condicional. Hasta noviembre de 2027 no podrá presentar un nuevo recurso.

Mientras tanto, el ahora sexagenario se pasa los días leyendo novelas de espías, viendo los deportes en televisión o hablando por teléfono con algunos de sus familiares. Tal y como aseguran algunos de los funcionarios de prisiones que le conocen, Williams es un “buen recluso” con una vida marcada por el crimen. Esta llegó a la pequeña pantalla gracias a la serie de Netflix Mindhunter y, próximamente, lo hará a HBO con una serie documental sobre su persona.

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