20/12/2024
👏🏻👏🏻👏🏻
La Presidenta Claudia Sheinbaum tiene un 76% de aprobación popular, y creo que no basta el obradorismo, al que orgullosamente pertenezco, para explicar esto.
Sí, es evidente: el resultado electoral le permitía a la Presidenta iniciar con ventaja y fuerza, pero hagamos una pausa.
Con la base dura del obradorismo y los simpatizantes blandos, considerando que no hubiera perdido un solo apoyo respecto a López Obrador, lograríamos explicar que un 60% del país la respalde, cifras cercanas al resultado electoral.
Eso, de por sí, ya es un logro, pero también es un hecho: todos los que apoyamos a López Obrador estamos firmes con Claudia Sheinbaum, no falta ni uno.
Nada mal. Pero aquí no está la magia, pues retener nuestra simpatía era sencillo: quienes creemos en esto conocemos la trayectoria de la Doctora, confiamos en ella, y con un tanto de continuidad política-ideológica, hubiéramos quedado satisfechos.
Lo difícil es retener a la totalidad de tu base social, sin alejarte de los que no lo son, por eso creo que el obradorismo es un factor determinante, pero no el único, pues no nos explica políticamente cómo 2/3 se transforman en 3/4 en pocos meses.
De nada sirve pensar que existe cierto optimismo y credibilidad de inicio de sexenio, tal cosa como un “bono democrático”. Esas explicaciones sencillitas no me gustan, porque México no se puede explicar con un manual.
Mi teoría es arriesgada, pero me atrevo a decir que Claudia Sheinbaum logró ampliar el espectro político en el que el obradorismo hace sentido y funciona políticamente.
El obradorismo tal y como lo conocíamos encontraba varios muros:
- Estaba topado electoralmente entre las mujeres, y se encontraba en riesgo de perder su fuerte presencia entre los jóvenes (la eterna tragedia de la falta de cuadros dedicados a lo suyo, y el secuestro de los pocos que hay en los gobiernos).
-Nunca logró atender o entender (yo tampoco), a esa extraña generación que tiene entre 39 y 59 años, y que aspiraba (individualmente) a tantas promesas pendientes, especialmente si esta se sentía parte de esa difusa categoría llamada “Clase Media”.
Por varios motivos se rompieron esos muros, y el primero, también es evidente: tenemos a la primera PresidentA de nuestra historia, lo que, simbólicamente, ya es profundamente poderoso.
Y eso no solo mueve a las mujeres, activa el sentimiento de justicia e igualdad de las y los jóvenes, revitaliza el diálogo con los movimientos sociales, y da una nueva forma a la interlocución con otros sectores sociales.
Sin embargo, también hay elementos de personalidad, narrativa y discurso que han cambiado, y desarticulan ciertos miedos de la clase media: la Presidenta aprovecha espacios como el G-20 para proyectar su liderazgo en públicos distintos, le gustan las relaciones internacionales y ha suavizado el diálogo con ciertos sectores empresariales, sin concesiones que hagan sentir incomodidad a los sectores más a la izquierda del movimiento.
Y aunque no sabemos qué tan fuerte sea el compromiso de los nuevos sectores que se suman al proyecto político, parece claro que la Presidenta contará con tiempo para trabajarlos, pues logró aprobar casi la totalidad de su programa electoral en un legislativo bien articulado y en pocos meses, lo que la librará del enredo de andar buscando estrategias alternativas para evitar los bloqueos de viejo régimen.
Sí: la Presidenta Claudia Sheinbaum logró consolidar el capital político de un gigante como López Obrador, pero todo lo demás, es de su propia cosecha. Y no hay margen para regateárselo.