10/05/2024
Cuando el sol se pone triste
Tengo cuatro o cinco años, me dejan bajo la sombra de un mango a la orilla de la milpa, de lejos veo que mi mamá levanta la mirada y voltea a verme, tal vez para asegurarse que el duende no me ha llevado, regresa la mirada al jirón; sentado en una piedra escucho los papanes, son muchos. Ya me quité mis chanclas y juego con los dedos de mis pies en la tierra; hay muchas conchitas de caracoles quebradizos en el milcahual. De repente todos se acercan, mamá viene a patear mi chancla, me la acerca al pie para que me la ponga, baja el morral que había colgado en una rama del mango y se sienta en otra piedra, me da una enfrijolada en la boca y después un trago de café que guarda en un envase de vidrio, con el tapón de un bolote. ¡Qué rico sabe todo frío! Mi mamá también come; mientras el sudor le escurre por la frente, corta una hoja de mesis y la muerde, sin cortar la mata de la tierra; los demás aprovechan para limar su azadón, mientras comen entomatadas o bocoles. Un poco tristes, todos voltean a ver las matas de maíz, el sol está muy fuerte, las hojas del maicito parecen marchitarse. No hay señal de lluvia. Mi mamá se levanta de la piedra donde estaba sentada, va al otro lado de la milpa y corta unas naranjas, con el machete empieza a pelar una, la rebana, el machete aún tiene un poco de tierra, pero no importa, me da la naranja y se va caminando junto a los demás al jirón que sigue. Yo me quedo con mi naranja, pero al poco rato me doy cuenta que las hormigas ya andan en busca de comida, me levanto porque siento que me pica una y mi mamá corre con el machete en todo lo alto preguntando: ¿Qué tienes? Ya estando cerca, cierra los ojos y se ríe, me cambia de piedra y me pone un trapo en las piernas para que no me piquen los zancudos.
Ya es tarde, de esas tardes tristes, de esas donde hasta el sol se arrepiente por haber maltratado a todos por igual. Todos regresan a donde yo estoy sentado, es momento de ir a casa, mamá solo me da una palmada en la espalda, yo voy delante de ella, feliz de volver a casa, para eso, a la orilla del camino, se echa un tercio de leña a la cabeza, me da una leña que yo cargo con las dos manos. El sol sigue triste… cada vez más triste. Llegando a casa mamá se pone a juntar la lumbre en el fogón, después de poner el comal, pone el café, se sienta un rato en una silla del jacal, yo le quiero quitar sus huaraches, pero no puedo, ella se los quita con el otro pie, me da una caricia en la cabeza y yo me recargo en sus piernas; con las pocas fuerzas que le quedan, me carga, me sienta en sus piernas, yo huelo su sudor, ese olor es tan hermoso, veo su frente quemada por el sol, le quiero dar un beso y me dice: No, estoy cochina. Me baja y me quedo sentado en el suelo, el café ya hirvió. Se va al otro jacal a preparar la comida, yo sigo sentado, pero decido tirarme en el suelo; veo que por los otates entra un poco de sol, ya demasiado triste, muy triste, casi queriendo llorar porque se va a ir a dormir. De repente despierto, ya no soy un niño tirado en el suelo del jacal. Extraño esas tardes tristes, entiendo que el sol también se ponía triste de ver el trabajo de mamá.
D.R. © Maska de la Cruz
Dedicado a las mamás huastecas.