07/02/2025
Crónicas de Don Ernesto Frayre de la O
La voracidad yanqui no se midió.
En nuestro pueblo, para acabar criminalmente con nuestros bosques fue necesario que abrieran vías ferroviarias para el lado de Pueblo Nuevo, la Ciudad, Navíos y Otinapá. La estación principal fue en el Salto; en las rancherías donde no pasaba el tren crearon bancos de madera para rapar todo lo que se pudiera, dejando en la pobreza total los bosques de Pastores, Corral de Barranco, Coyotes, etc.
Había aserraderos portátiles esparcidos por toda la sierra, ya fuera San Dimas, Canatlán, Pueblo Nuevo y hasta el municipio de Durango.
En los campamentos de los aserraderos portátiles, todavía hasta los 70's del siglo pasado, el trabajador rara vez veía el dinero. Le pagaban con vales; el encargado de la tienda y la mujer que los asistía se quedaban con los vales y al trabajador solo le quedaba la joda.
La Compañía Maderera tenía campamentos madereros en toda la sierra de Pueblo Nuevo, pero solo tenía un hospital exclusivamente para sus trabajadores, y los que no pertenecían a la se atendian con curanderos y yerberos; los había en toda las rancherías. Así mismo, también existían las famosas parteras, que trajeron al mundo a la mayoría de nuestros padres y abuelos.
Como ya se están imaginando, surge la pregunta: ¿cómo diablos se atendería a los trabajadores con un solo hospital?, que además contaba con un solo médico. -ya muy anciano por cierto, creo que se apellidaba Herrera-. Ante esta problemática por atención a la salud, se le instruyó a dicho doctor que escogiera a selecto grupo de hombres que supieran escribir y hacer cuentas para que los capacitaran lo mejor posible en enfermería y primeros auxilios, aunque fuese elementalmente. Además se les oriento en la interpretación del catálogo médico, donde estaban los nombres de las medicinas para curar las enfermedades más comunes que se laban en la región. Generalmente eran problemas estomacales por falta de aseo; también se desarrolló la tuberculosis y las pulmonías, éstas debido al clima de la sierra.
Pues bien, esta selección de salteños se esparció por todo el territorio instalando dispensarios médicos; los hubo en Pino Gordo, Chavarría Santa Lucía, La Ciudad, la Campana, -de los aserraderos más grandes-, Corralitos etc.
Como dije antes estos señores se capacitaron muy bien y fueron indispensables para la compañía, pues aprendieron a taponear heridas, a inyectar, a poner sueros, a sobar torceduras y otros tantos accidentes que se daban en el trabajo, pues las herramientas que usaban los jornaleros eran rudimentarias, como la sardina, el hacha y de lo más el machete. ¡Ah! pero lo más peligroso fue la dinamita que se empleaba para romper grandes rocas que obstruían el camino para sacar la trocería de los grandes cañones que tenemos en la sierra. Lo peligroso era que los dinamiteros -persona que preparaba los explosivos-, eran hechos al v***r, improvisados; no tenían experiencia pero si mucha necesidad, y con tal de llevar el sustento a sus hogares pues corrían el riesgo hasta de perder la vida como sucedió muchas veces. Muy seguido los cartuchos les explotaban en sus pies y manos. Todavía en los años 70's, a los jóvenes nos tocó ver a muchos adultos lesionados, algunos sin brazo, otros con su pierna de ocote (pino). Eran sobrevivientes de los accidentes al dinamitar. Hasta hoy, nunca supe que indemnizaran a las viudas o a los lisiados, a quienes seguían explotando ya como veladores hasta su muerte.
El doctor Herrera ya era un hombre viejo; llegó el tiempo que su condición física ya no le ayudaba y tuvo que retirarse a la vida privada. Entonces llego un sustituto del Distrito Federal recién egresado de la UNAM. Al principio, ante el panorama sombrío se le presentaba en el medio rural que por primera experimentaba, sintió ganas de regresar a la gran ciudad y las comodidades que esta le ofrecía, pero el ejemplo de los paramédicos improvisados por el doctor Herrera, le inyectaron ánimos. Le impacto ver su organización para trabajar en el sector salud, algunos de ellos con apenas la primaria, pero con gran celo profesional que ya quisieran los egresados de las universidades. Pues bien, este doctor fue el señor Don Jesús Landeros. Le echó muchas ganas a su quehacer en El Salto, tantas que hasta fue nuestro primer cronista deportivo. En el estadio "Jesús S. Silos" él nos narraba todos los encuentros de beisbol. Por cierto, después que se fue de El Salto, tomó hasta el final de sus días la difusión de los programas deportivos de radio. Junto con el cubano Pérez Squi, y un sacerdote, formaron un sensacional trío de cronistas.
Andrés Herrera, Genaro Betancourt, Delfino Ruiz Varela, Jesús Frayre Carranza y alrededor de ocho enfermeras más, fueron los héroes anónimos del sector salud. Atendieron con gran dedicación su obligación de ayudar a sanar a todos sus contemporáneos, hasta que en el año de 1958, el hospital de la compañía fue cerrado para dar paso al IMSS, el Seguro Social, que por mucho tiempo estuvo ocupando las mismas instalaciones de la compañía, hasta que el sector salud construyó las nuevas instalaciones del seguro social en el centro de la población. Se cancelaron las unidades militares que había en el cerro del fortín para dar paso al hospital del seguro social que hasta la fecha se conserva ahí. La labor de estos señores enfermeros y demás empleados del viejo hospital, fueron un ejemplo de honestidad y entrega en beneficio de todos los serranos.
Nos dejaron anécdotas de su paso por la sierra, como aquella vez que don Jesús Frayre, fue a levantar un fallecido a la comunidad de Chavarría Nuevo. El cadáver tenía tres días tirado y cuando don Jesús lo levantó, este soltó un escandaloso resuello. Con este susto don Jesús, regresó a El Salto más pálido que una vela. El doctor en turno lo atendió, explicándole que solo era aire que el cadáver no soltó al morir.
Don Delfino, el boticario, recetaba y bien; a tal grado que todos lo llamaban "médico", sin serlo, ahí en su botica la Guadalupana. Recibía más pacientes que el mismo Seguro Social.
El doctor Landeros, muy afecto a bromear con la gente, se encontró a don Delfino, diciéndole: "buenas tardes, doctor sin título", a lo que don Delfino, ni tardo ni perezoso, le respondió: adiós "título sin doctor". Este dicho duró mucho tiempo en la memoria de la gente.
Con la llegada del seguro social, nos empezaron a mandar más doctores y enfermeras, así como personal administrativo. Esto representó un organigrama completo de un hospital debidamente establecido. Solo dejaron de planta a las enfermeras más experimentadas, y del cuerpo de paramédicos, solo dejaron a don Jesús, pues este señor conocía perfectamente la sierra, y las costumbres de los serranos. Era necesario para la institución porque la gente lo quería, y le tenía confianza ilimitada en sus tratos con los enfermos. Fue así como don Jesús Frayre Carranza, se convirtió en el empleado con mayor duración laboral dentro del IMSS hasta que lo pensionaron.
Los nuevos doctores eran puros jóvenes pasantes que en su mayoría eran "Júnior's", "hijos de papi", que nada tenían que ver con los viejos doctores. Poco se parecían a los antiguos doctores, como el Dr. Herrera, el Dr. Landeros, el Dr. Cardona y otros de igual importancia que siempre velaron por la salud de los habitantes del Salto.
Entre estos jóvenes hubo su excepción, el doctor Conde. Procedente de la ciudad de México, nacido en barrio pobre, no tuvo dificultad para adaptarse con los jóvenes del Salto. No traía dinero ni lujos. Una tarde después de un juego de básquet, -deporte que jugaba bastante bien-, se sinceró con nosotros y nos comentó su preocupación pues el cuarto donde vivía ya se lo habían pedido, ya que no completaba para pagar la renta. De inmediato todos nos unimos para ayudarlo, y nos fuimos turnando para ofrecerle alojo en cada uno de nuestros hogares; así estuvimos hasta que el profe Mundo y el profe David se ofrecieron para ayudarnos y le consiguieron un cuarto en la casa de doña Tirsa. Llevó a feliz término su práctica profesional en el hospital. Tiempo después regresó, ¡ya muy cambiado! Ya le estaba yendo bien allá en el D.F. Ya traía "bocho" del año, y lo traía repleto de artículos deportivos para regalarnos; y además nos invitó a los tacos de doña Carmen, ahí junto al cine modelo. El doctor se fue llevándose un buen recuerdo de la gente Salteña. Supo que no éramos matones ni "huevones"; supo que éramos gente buena, y sincera a más no poder. Esos somos los Salteños, ¡qué caray, cómo no!
Con la llegada del Seguro Social, también el municipio puso su hospital, que funcionaba como Secretaría de Salubridad y Asistencia Social, comenzando así el cuidado de la salud pública en la administración municipal.
Lo primero que se debía hacer era concientizar a la población en el cuidado del medio ambiente, pues han de recordar que sufríamos por la falta de los principales servicios de salubridad; no se contaba con el sistema de drenaje y agua corriente, los desechos corporales eran depositados en rudimentarias letrinas, que a su vez eran recicladas por los marranos que deamulaban por montón por todo el pueblo; estos marranitos se alimentaban libremente de desechos humanos. Una vez que el propietario veía que ya estaban listos para el sacrificio, lo limpiaba alimentándolo con maíz por lo menos por un mes y luego lo castraba, que para que la carne no supiera amarga; pero las ladillas que adquiría con su mala alimentación se iba en las carnitas y chicharrones que sabrosamente engullíamos. Hubo muertes por estos microbios que invadían el cerebro de los humanos. El ganado ese si estaba más o menos limpio, pues cuando lo sacrificaban era porque ya estaba flaco rendía; a menos que agarraran microbios en el insalubre rastro con que contaba El Salto. Por cierto, yo nunca vi que el Moclo, el Cherris y otros carniceros se asearan para desollar las reses que la población comería posteriormente.
Criminalmente dejaban correr todos los desechos al arroyo del Salto. Ahí por el puente negro nadaba alegremente toda la porquería del rastro, aunado a la porquería que arrojaba la población. En general todo vagaría por la quebrada causando daños hasta llegar al mar.
Nuestro mercado municipal, por mucho tiempo fue también un foco de infección. La basura que producía en grandes cantidades, sin separar plásticos, metales, papeles, comida, bueno, ¡de todo!, la amontonaban a un lado, donde se ponía el elotero, y ahí llegaba una destartalada carcacha apodada "la múcura", cargaba con todo e indiscriminadamente iban y la vaciaban en la quebrada, entrando por el panteón municipal sin que las autoridades tomaran cartas en el asunto. Contaminaban grandemente el subsuelo y las aguas de la quebrada. Al cuestionar al presidente municipal sobre el tema, despreocupadamente decía: "al cabo ya que llueva el agua se lleva toda la cochinada, así que no hay de qué preocuparse".
Fuente: Un Pueblo En El Cielo
Novela Narrativa
Por: Ernesto Frayre de la O