08/08/2024
El Acosador
Era una noche fría de invierno, y la oficina se había vaciado hace horas. Solo quedaba yo, atrapado en el interminable ciclo de trabajo y más trabajo. La luz fluorescente parpadeaba intermitentemente, sumando al ambiente una sensación de incomodidad que era difícil de ignorar. Finalmente, decidí que era hora de irme. Apagué mi computadora, recogí mis cosas y salí al pasillo desierto.
El silencio en el edificio era casi opresivo. Mientras caminaba hacia el ascensor, tuve esa sensación incómoda de estar siendo observado, pero la deseché rápidamente. Debía ser solo el cansancio acumulado. Sin embargo, cuando salí del edificio y me dirigí al estacionamiento, esa sensación regresó con fuerza. Aceleré el paso y, al llegar a mi coche, noté algo que hizo que el corazón me diera un vuelco: una figura oscura, apenas visible en las sombras, estaba parada a unos metros de distancia, mirando en mi dirección.
Sin pensarlo, subí al coche y cerré las puertas con rapidez. El motor rugió al encenderlo, y conduje hasta mi departamento con la mente en blanco, solo queriendo alejarme de lo que fuera que acababa de ver. Pero cuando llegué, el horror me golpeó de nuevo. Esa misma figura estaba allí, de pie junto a la entrada de mi edificio, inmóvil y sin rostro.
Mi corazón latía con fuerza, pero de alguna manera encontré el valor para salir del coche y correr hacia mi apartamento. Apenas podía respirar cuando cerré la puerta detrás de mí, y me quedé allí, con la espalda contra la madera, tratando de calmarme. No me atreví a mirar por la mirilla durante varios minutos. Finalmente, cuando lo hice, la figura había desaparecido.
Me convencí a mí mismo de que debía haber sido un malentendido, alguien que simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Intenté relajarme y dormir, pero en la madrugada, un ruido fuerte me despertó. El sonido provenía de la puerta principal. Me senté en la cama, con el corazón acelerado, y escuché atentamente.
El silencio se hizo presente nuevamente, pero entonces lo vi: una sombra, oscura y alargada, se movía detrás de la puerta. Se detenía, luego se deslizaba hacia un lado, como si estuviera esperando algo. Cada vez que me acercaba a mirar, la sombra desaparecía, dejando solo mi propio reflejo distorsionado en el cristal.
El miedo se apoderó de mí. Mi mente intentaba desesperadamente encontrar una explicación, pero solo podía pensar en esa figura que me había seguido. Y luego, mientras estaba allí, observando por la mirilla, lo recordé todo.
No era la primera vez que veía esa sombra. Lo había visto antes, muchas veces, pero desde el otro lado. Recordé los pasillos de la oficina, la sensación de poder cuando la miraba sin que se diera cuenta. Recordé su mirada cuando la seguí por primera vez, cómo había intentado ignorarme, como si no supiera lo que yo ya sabía.
Y luego, recordé lo que había hecho. Cómo la había esperado esa noche. Cómo la había seguido hasta su casa. Cómo había sentido ese mismo miedo en sus ojos cuando la confronté por última vez. La oscuridad de su apartamento. El frío en sus manos.
Un fragmento de memoria se abrió paso en mi mente: la última noche en su departamento, ella estaba en el suelo, sus ojos llenos de terror, sus labios temblando. “Por favor, no lo hagas”, me rogaba, su voz rota por el miedo. Y aún así, lo hice. Sentí la resistencia en sus manos, la lucha inútil por detener lo inevitable.
Volví a la realidad con un sobresalto, temblando, apenas capaz de contener el horror que me asfixiaba. Miré a mi alrededor, el apartamento vacío, el aire pesado con el eco de mi propia respiración. Me levanté lentamente, casi en trance, y caminé hacia el espejo del pasillo. Allí, en la penumbra, vi mi reflejo y comprendí: la sombra era yo.
Un sonido detrás de mí rompió el silencio. Una voz suave, casi un susurro, me preguntó: "¿Dónde dejaste el cuerpo?".
Me giré, pero no había nadie. Solo el eco de mis pensamientos, y la verdad que ya no podía ignorar.
Decidí que tenía que salir de allí, alejarme del lugar y de mis propios pensamientos. Pero al abrir la puerta de mi apartamento, mi corazón se detuvo. En el pasillo, entre las sombras, la figura estaba allí, esperándome. No era una ilusión, no podía serlo. Me miraba fijamente, inmóvil, como si esperara que diera el siguiente paso.
Cerré la puerta con un golpe, mi mente girando entre el pánico y la confusión. ¿Era esa figura una manifestación de mi propia culpa? ¿O era algo real, algo que había venido por mí, una especie de justicia por lo que había hecho?
Me senté en la oscuridad, esperando que amaneciera, pero en el fondo sabía que no podía escapar. La figura seguiría allí, acechando en las sombras, hasta que la enfrentara o... me enfrentara a mí mismo.
Porque en el fondo, no sabía si la sombra era algo externo o si yo mismo me estaba convirtiendo en mi peor pesadilla.