23/01/2024
RECORRIENDO LUGARES, DESATANDO RECUERDOS
Por Samuel OJEDA
Hace unos días visité mi pueblo. Más allá del triste motivo, recorrer sus calles, saborear una “mestiza”, resultó placentero. Su gente, mis amistades de antaño y de siempre me siguen brindando su rostro afable, franco, sin poses, donde destella la cordialidad y el afecto. Grato fue saludar de nuevo a Manuel, con su humildad y su alegría; invariablemente lo encuentro en el centro del pueblo; en antaño vendía mariscos, luego paletas, pero hoy gratuitamente me ofreció su mano, un abrazo y su cariño, con lo que se estrechan nuestros lazos familiares: hijo de mi tía “Duce”, hermana de mi abuelo materno. De igual manera, conversé con mis entrañables amigos y amigas de secundaria, siempre joviales pese al paso de los años.
También “las paredes me hablaron”: sus viejas casonas me siguen platicando sobre las reliquias de su pasado. Vislumbré de lejos paisajes conocidos y me invadió la nostalgia: deshilvane de la memoria mis juveniles recorridos por las ruinas de la antiquísima hacienda y el gozo que me prodigaba la sombra que me ofrecía su fiel guardián: aquel huanacaxtle que majestuoso dominaba el silencio del paisaje y desde el suelo alzaba su amplio ramaje como queriendo alcanzar el cielo. Ese cielo transparente que exhibía su inmensidad y que, de vez en vez, era invadido por parvadas de aves que parecían collares con alas que engalanaban su eterea figura. Momentos cuando mi alma se poblaba de murmullos y coloridas flores.
Ya desbordados los sentires y añoranzas, imposible olvidar esas noches pueblerinas, apacibles y placenteras, donde la luna me regalaba su luz de inocencia y las luciérnagas lucían sus danzas destellantes. Noches limpias donde dialogaba con mi soledad y mi pensamiento clareaba esa oscuridad como una aurora. Instantes cuando soñar no costaba nada. Mi alma evoca aquel tiempo feliz e incierto donde revoloteaba la esperanza.
Es mi pueblo un amasijo de vida, donde se fermentó mi personalidad y la de mis paisanos. Ese pedazo de patria, guardián de recuerdos, que cada vez que lo recorro con la mirada me satura de nostalgias, gozos, ilusiones y desazones pretéritas que aderezaron mi ser. Este pequeño rincón que siempre me espera franco, que generoso mitiga mis fatigas, que me brinda descanso y hace que fugazmente olvide el egoísmo humano.
Con Pericos me une un amor viejo, perdurable y lleno de ternura. Un pueblo que siempre me abre sus brazos. Que generoso olvida y perdona mi viaje a otros puertos. Sabe que mi nave tiene regreso.
Estuve casi un día. Me retiré, la ciudad me esperaba, cambié de paisaje, de atuendo, pero extraño e imposible sería que cambiara mi alma, porque no quiero ser nube que pasa sin dejar rastro ni recuerdo. Por distante y alto que sea el vuelo siempre es grato volver al nido. Porque -como escribiera el poeta peruano José Santos Chocano- conservo un hondo deseo:
Quisiera ser árbol mejor que ser ave,
quisiera ser leño mejor que ser humo;
y al viaje que cansa
prefiero terruño
Hace unos días visité mi pueblo. Más allá del triste motivo, recorrer sus calles, saborear una “mestiza”, resultó placentero. Su gente, mis amistades de antaño y de siempre me siguen brindando su rostro afable, franco, sin poses, donde destella la cordialidad y el afecto. Grato fue saludar...