07/12/2024
ARENILLA
CARTA A MARIANA, CON LA VENTANA DE LA MEMORIA
(Publicada en el DIARIO DE COMITÁN - NOTICIAS A DIARIO).
Querida Mariana: muchas personas recomiendan no volver al lugar donde fuiste feliz. Sus razones tendrán. No coincido con ese dicho, al contrario, digo: volvé cuantas veces podás, porque es la oportunidad de rescatar piedras preciosas mentales.
Imaginá si quienes añoramos el pueblo donde nacimos no regresáramos. Dios mío, ¿quién no regresa al Paraíso?
Vos sabés que anduve una temporada fuera del pueblo. Fui a radicar a Puebla. Durante el tiempo que viví allá disfruté mi estadía. Pero, en algunos momentos, estaba en el zócalo, sentado en una banca, tomando un helado de fresa y un aire de nostalgia volaba al lado de las palomas cerca de la fuente. Era apenas una ligera raya en la burbuja del cielo, pero bastaba para oscurecer tantito mi ánimo y decirme: ¿qué chingados estás haciendo acá, añorando tu tierra? Un rato después la línea del recuerdo se evaporaba y seguía viendo la vida cotidiana poblana, disfrutándola, dando gracias a Dios. La nostalgia regresaba días después, era un sentimiento con horma de rueda de la fortuna, bueno, rueda del infortunio. ¡Qué sensación tan jodida! No hay peor cosa, dicen los que saben de cosas de enamoramiento, estar con alguien pensando en otro, esto se aplica a los lugares: no hay peor cosa que estar en un lugar deseando estar en otro. Yo pensaba en mi Comitán y deseaba volver al lugar donde había sido tan feliz (bueno, con sus salvedades, con momentos ingratos; ya sabemos que El Paraíso también tiene sus manzanas con veneno).
Así que cuando mi querido maestro Jorge me abrió la ventana para regresar, mi espíritu se iluminó y comencé a preparar el retorno a la tierra amada (al lado de mi Paty, mi mamá y Fer).
Y volví. Ahora procuro no salir del pueblo. Ah, me da una tremenda hueva salir de Comitán, sobre todo porque pedí volver y no deseo perderme un instante de beber su aire, su cielo, sus calles, sus casas, sus plazas y parques, su gente con su ingenio, sus anécdotas y sus travesuras lingüísticas. Regresé y disfruto cada momento, me siento afortunado por estar en esta tierra. La manera de agradecer esta bendición es con mi aporte de un granito de arenilla. Que mi estancia no sea el simple estar, sino el ser para estar.
Volví a lo que soy, a lo que he sido. Volví para pepenar las esencias de mi infancia. ¿Hacer una relación de todo lo bueno que acá encuentro? Uf, se agotaría el espacio de esta carta y no diría ni el cinco por ciento. Como en todos los pueblos del mundo, en Comitán hay mil cosas por hacer, para hacer, para disfrutar, para comprobar que este es un pueblo mágico, de siempre, por siempre.
A mí no me vengan con eso de “no volver al lugar donde uno fue feliz”. Durante mi estancia en otra ciudad también aporté mi talento, trabajé en el periódico Síntesis, uno de los mejores diarios de Puebla, ahí fui el cartonista oficial e hice caricaturas de los más prominentes personajes de la política y de la cultura. Pero, en medio de la fiesta, sin beber (porque ya no bebía) me llegaba ese sentimiento donde los bolos comienzan a llorar. Eso no es felicidad, la felicidad siempre despierta los labios que se extienden en la hamaca de la sonrisa.
Disfruté la exquisita gastronomía poblana, probé el mítico mole y los maravillosos chiles en nogada. Comí las chalupas que son muy distintas a las comitecas y, en una ocasión, pedí el mole de caderas (estuvo de rechupete) y cemitas, muchas cemitas con pápalo.
Gocé los actos culturales que son costumbre en esa gran urbe; asimismo viajé con frecuencia a lugares cercanos: Cuernavaca, Ciudad de México, Tlaxco, Tlaxcala (con su zona arqueológica y su plaza de toros). Supe que la gran ventaja de estar cerca del centro político y cultural es la posibilidad de asistir a ferias de libros, a conciertos y a exposiciones de artes plásticas que, ni por asomo llegan a nuestro pueblo.
Al volver a Comitán entendí que debía valorar la cultura original, la esencia pueblerina y debía contribuir, aunque fuera en mínimo aporte, a abonar en el árbol de la cultura. Supe que regresaba al pueblo donde vivió Rosario Castellanos; supe que ella está en cada calle, en cada zaguán, y es obligación moral de los pobladores de esta ciudad poner esos detalles en una ventana que los lleve a todo el mundo.
Supe que no estaba en ninguna de las grandes urbes del mundo; que no estaba en Nueva York ni en Dubai, estaba en un pueblo modesto, pero enormísimo en tradición cultural.
Regresé en 2008, de entonces a la fecha he sido testigo de la transformación de Comitán, el pueblo ha crecido, ha crecido en su población, ha crecido en empresas que le dan vida selecta, ha crecido en mañas, ha crecido en su pérdida de valores. La ciudad ya no es la pichita inocente de antes, hoy es una muchacha liberada, que anda (como todo adolescente) metida en la confusión, ha perdido el hilo de la identidad y vuelve la vista hacia modelos extranjeros, sin dejar la tierra se ha vuelto una migrante que anhela el “american dream”, sin saber que su esencia no está en modelos ajenos sino en la propia riqueza.
Volví para apreciar todo, sus bondades y sus defectos; para sopesar su cultura, para decir a los amigos de fuera que este pueblo tiene características que lo hacen único, magnífico.
No sé el porqué del dicho de no volver al sitio donde uno fue feliz. Digo que sí debemos regresar porque la cuerda de esa felicidad sigue colgada en el árbol y no es para ahorcarse sino para soportar el columpio y disfrutar la vida.
Volví porque supe que mi destino no era estar lejos sino siempre en casa. Jamás he tenido espíritu aventurero, me siento tranquilo en mi estancia, donde no hay las grandes concentraciones urbanas, ni los grandes emporios.
Volví porque, aunque muchos no lo admitan, el gran destino de los seres humanos está en la parcela mínima. No hay grandes extensiones, todas las personas no tienen más que su burbuja, el mínimo espacio donde se concentran todas nuestras emociones, las alegrías y las tristezas. Siempre convivimos con otros, pero los otros siempre son los cercanos. Ahora, a través del Internet y de las redes sociales, tenemos la impresión de que los lejanos están cerca de nosotros, pero es un espejismo social, la única certeza es que el prójimo es quien, de manera física, está a nuestro lado. Comitán es mi pueblo amado, el más cercano, el único, por esto trato de descubrir todos sus aromas y sus esencias. Como dije, hoy el pueblo ya perdió su inocencia, pero aún conserva su cara bonita y el buen ritmo de su andar y de sus bailes y de sus ganas de disfrutar la vida. Comitán sigue siendo un pueblo que ama el disfrute, que a todo le encuentra la gracia y lo llena de picardía. Comitán sigue siendo el pueblo de gente jodoncita, de gente animosa, con un agregado del núcleo de cabroncillos que ni son tantos ni tan malignos. Como siempre dicen los optimistas: los buenos somos más, mucho más, y este superlativo es lo que nos hace grandes.
Conozco a miles de personas que añoran a Comitán (es una exageración, en realidad son pocas, pero sintetizan el regusto de muchos). Viven, por mil circunstancias fuera del pueblo donde nacieron, viven bien, satisfechos, muchos se engañan diciendo que donde viven viven mejor que cuando vivieron acá, pero dentro de su burbuja de alegría, de vez en vez, les llega la misma niebla que me llegaba a mí, entran al Internet y buscan imágenes del pueblo y recuerdan. Ah, el pi**he ejercicio del recuerdo es la grieta que mete luz, mucha luz, donde hay oscuridad, pero esa luz está lejana, no está cerca, por eso, la vida tiene algo como una máscara que nos impide respirar a todo pulmón.
Posdata: regresé al pueblo, mi pueblo, trato de no joder al prójimo, no caigo en la trampa de la convivencia infinita, porque eso impediría, como te lo platiqué el otro día, cancelar mis propuestas de creación. Disfruto mi pueblo y trato de cocinar guisos culturales con su día a día. Es mi manera de disfrutar Comitán, mi manera de decirme que soy hijo de este pueblo, que acá me siento bien, a pesar de que ahora ya no es el mismo pueblo de antes. Te conté una vez el gran descubrimiento: detrás de las fachadas modernas y contemporáneas, aún existen viejos pilares de madera, los pilares que siguen sosteniendo el techo del espíritu sin igual.
¡Tzatz Comitán!