Panico historias de miedo.

Panico historias de miedo. Relatos E Historias De Miedo
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La Sombra de la DesesperanzaDiego y Valeria eran dos hermanos que habían conocido la adversidad desde muy jóvenes. Huérf...
26/08/2024

La Sombra de la Desesperanza

Diego y Valeria eran dos hermanos que habían conocido la adversidad desde muy jóvenes. Huérfanos desde temprana edad, la vida les había enseñado a depender el uno del otro para sobrevivir en un mundo que parecía indiferente a su sufrimiento. Vivían en una pequeña cabaña al borde del pueblo, rodeada de árboles que crujían bajo el peso del viento, como si sus ramas contaran secretos oscuros que nadie más se atrevía a escuchar.

Diego, el mayor, había asumido el papel de protector. Trabajaba largas horas en los campos, mientras Valeria cuidaba de la casa y de lo poco que tenían. Pero a pesar de sus esfuerzos, la pobreza los mantenía atrapados, como si una fuerza invisible los empujara cada vez más hacia el abismo de la desesperación.

Una noche, cuando el invierno se sentía más cruel que nunca, Diego llegó a casa después de un día agotador. Los árboles alrededor de la cabaña parecían susurrar su nombre, como si algo más que el viento habitara en aquel bosque. Valeria, que lo esperaba con una taza de té caliente, lo notó más abatido que de costumbre. El hambre había empezado a hacer estragos en sus cuerpos, pero no era solo eso lo que los atormentaba.

Desde hacía semanas, algo oscuro se cernía sobre ellos. Al principio, eran solo pequeñas cosas: sombras que parecían moverse por el rabillo del ojo, susurros que no podían comprenderse. Pero pronto, la presencia se hizo más evidente. La cabaña, que alguna vez había sido su refugio, comenzó a sentirse como una prisión, fría y oscura.

Una noche, mientras se acurrucaban juntos para darse calor, oyeron un ruido extraño fuera de la cabaña. Diego se levantó lentamente, tratando de no despertar a Valeria, y se acercó a la ventana. Afuera, en la penumbra, una figura oscura se perfilaba entre los árboles. Sus ojos brillaban con un resplandor antinatural, y su presencia emanaba un frío que se colaba hasta los huesos.

Valeria despertó de golpe, como si hubiera sentido el peligro. “Diego, ¿qué está pasando?” preguntó con voz temblorosa. Diego no respondió; estaba paralizado por el miedo. La figura se acercó lentamente, su forma cada vez más definida bajo la luz de la luna. No era un hombre, sino algo mucho peor, algo que parecía no pertenecer a este mundo.

El demonio, pues no había otra forma de describirlo, se detuvo frente a la cabaña. Su rostro era una máscara de terror, con ojos vacíos que parecían absorber la luz. Una sonrisa retorcida se dibujó en su rostro, mostrando dientes afilados como cuchillas.

“Diego, Valeria…” la voz del demonio era un susurro que retumbaba en sus mentes, más que en sus oídos. “He venido por ustedes.”

Diego se interpuso entre el demonio y su hermana, tratando de protegerla, pero su cuerpo temblaba de terror. “¿Qué quieres de nosotros?” logró preguntar, aunque su voz apenas era un hilo.

El demonio no respondió con palabras. En cambio, alzó una mano esquelética y señaló a Valeria. “Ella es la llave,” susurró. “Con su sacrificio, podrías tener todo lo que siempre has deseado, Diego. Riqueza, poder… la salvación de tu alma.”

Diego sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Sabía que estaba ante una elección imposible, una que lo destruiría sin importar la decisión que tomara. Pero antes de que pudiera reaccionar, Valeria se acercó a él, tomando su mano.

“No tienes que hacer esto, Diego,” dijo Valeria, con una serenidad que no correspondía a la situación. “No dejes que te manipule. Pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos.”

El demonio soltó una carcajada que resonó en la noche, helando el aire a su alrededor. “Ella es sabia, Diego. Pero la sabiduría no te salvará. Uno de ustedes debe caer, o ambos lo harán.”

Diego miró a su hermana, y en sus ojos vio el mismo miedo que sentía él, pero también vio amor y determinación. Sabía que no podía traicionarla, que preferiría morir antes que entregarla a esa criatura. Se volvió hacia el demonio y, con una voz que no parecía suya, dijo: “Nos enfrentaremos juntos, pero no cederemos a tus demandas.”

El demonio dejó de sonreír. Su rostro se torció en una mueca de furia, y el viento alrededor de la cabaña se levantó con una fuerza sobrehumana, como si la misma naturaleza respondiera a su cólera. “Así sea,” rugió. “Entonces, ambos caerán.”

La oscuridad envolvió la cabaña, y el mundo pareció desvanecerse a su alrededor. Diego sintió las garras del demonio sobre su alma, y supo que estaban perdidos. Pero, en ese último momento, Valeria tomó su mano con fuerza y susurró: “No te dejaré, Diego. Siempre estaremos juntos.”

Y con esas palabras, la luz se extinguió, y la cabaña quedó en silencio. Al amanecer, los aldeanos encontraron la cabaña vacía, con la puerta abierta de par en par y el viento susurrando entre los árboles. Diego y Valeria habían desaparecido sin dejar rastro, pero se decía que en las noches más oscuras, sus espíritus aún vagaban por el bosque, tratando de escapar de la sombra que los había atrapado, siempre juntos, siempre luchando, pero sin hallar jamás la paz.

El Guardián SilenciosoAdriana y Tomás eran una pareja que irradiaba felicidad. Desde el día en que se conocieron, habían...
26/08/2024

El Guardián Silencioso

Adriana y Tomás eran una pareja que irradiaba felicidad. Desde el día en que se conocieron, habían compartido cada momento, construyendo una vida llena de sueños y risas. Se habían prometido que nada ni nadie podría separarlos, que su amor era eterno. Vivían en una pequeña casa en las afueras de la ciudad, rodeada por un bosque denso y antiguo, un lugar que consideraban su refugio del mundo.

Pero la felicidad, a veces, se ve truncada por lo inevitable. Una noche de tormenta, mientras volvían a casa después de una celebración, un accidente de coche cambió sus vidas para siempre. Tomás murió instantáneamente, dejando a Adriana en un estado de shock y desesperación. El mundo que habían construido juntos se derrumbó en un instante, y Adriana se encontró sola, atrapada en un dolor que no parecía tener fin.

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Adriana apenas salía de casa, sumida en una tristeza que la consumía lentamente. Pero en la quietud de la noche, comenzó a sentir una extraña presencia. Era como si Tomás aún estuviera con ella, como si su espíritu no hubiera podido abandonar el lugar donde habían sido tan felices. Al principio, pensó que eran solo alucinaciones, producto de su dolor. Pero las señales se volvieron más claras.

Las luces de la casa parpadeaban suavemente, como si alguien estuviera allí, jugando con ellas. El aroma familiar de Tomás llenaba la habitación sin razón aparente. Y a veces, en el borde de su visión, Adriana creía ver una sombra, alta y conocida, vigilándola con ternura. Le hablaba en la oscuridad, le contaba sus pensamientos, y en la profundidad de su dolor, encontró consuelo en la idea de que Tomás no la había abandonado del todo.

Una noche, mientras intentaba conciliar el sueño, sintió una presión suave en la cama junto a ella, como si alguien se hubiera recostado a su lado. No tenía miedo; al contrario, se sintió invadida por una cálida sensación de seguridad. Cerró los ojos y se dejó llevar por la idea de que, de alguna manera, Tomás había vuelto para cuidarla, para protegerla del dolor que la estaba destruyendo.

Sin embargo, lo que comenzó como una presencia reconfortante pronto se tornó en algo más inquietante. Las puertas comenzaban a abrirse y cerrarse por sí solas, y las ventanas se golpeaban con fuerza, incluso en noches sin viento. La figura de Tomás, que antes solo veía como una sombra en el borde de su visión, ahora parecía moverse por la casa, más tangible y real cada día. Su rostro, aunque amado, estaba pálido y desfigurado, marcado por las cicatrices del accidente.

Adriana trató de ignorarlo, pero la presencia de Tomás se volvió más insistente, más oscura. A menudo, se despertaba en medio de la noche con la sensación de que alguien la observaba, y sentía su respiración fría en la nuca. El amor que alguna vez los había unido ahora parecía mezclado con una obsesión que trascendía la muerte. Tomás no podía dejarla ir, ni siquiera en la muerte.

Una noche, cuando la tormenta rugía fuera de la casa, Adriana se despertó de repente. A su lado, Tomás estaba acostado, su cuerpo frío y rígido, su mirada fija en ella. "Nunca te dejaré, Adriana", murmuró con una voz que no era del todo humana. Ella sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral, y por primera vez, sintió verdadero miedo. Se dio cuenta de que Tomás no era el mismo, que el amor que había sentido por él en vida se había convertido en una cadena que ahora la atrapaba en una pesadilla.

Aterrorizada, intentó dejar la casa, pero las puertas no cedían, y las ventanas permanecían selladas como si una fuerza invisible las mantuviera cerradas. Tomás estaba en todas partes, en cada sombra, en cada rincón oscuro, susurrándole promesas de un amor eterno, pero teñido de una oscura desesperación. Adriana se sentía atrapada, presa de un amor que había cruzado los límites de la vida y la muerte, convirtiéndose en algo retorcido y peligroso.

Finalmente, en un acto desesperado, Adriana corrió al bosque que rodeaba la casa, intentando escapar de la presencia que la atormentaba. Pero, por más que corriera, sentía que él estaba justo detrás, siguiéndola, susurrando su nombre con una mezcla de amor y rabia. Exhausta y desorientada, cayó al suelo, la lluvia mezclándose con sus lágrimas.

En ese momento, sintió unas manos frías sobre sus hombros, levantándola suavemente. Tomás la miraba con esos ojos vacíos y dijo, "Siempre estaré contigo, Adriana. Ni la muerte puede separarnos."

Al día siguiente, encontraron el cuerpo de Adriana en el bosque, su rostro mostrando una extraña mezcla de paz y terror. Los vecinos dijeron que la casa estaba maldita, que el espíritu de Tomás había arrastrado a Adriana a la muerte para que estuvieran juntos para siempre. Pero otros susurraban que Adriana, incapaz de soportar la pérdida, había buscado consuelo en la muerte, esperando reunirse con su amado en el otro lado.

La casa quedó abandonada, pero las leyendas nunca murieron. Se decía que, en las noches de tormenta, se podía ver a una pareja caminando por el bosque, susurrándose palabras de amor eterno, sus sombras entrelazadas en una danza sin fin, atrapados para siempre entre el amor y la muerte.

Sombras del Primer AmorDesde el primer día que la vio, Lucas supo que Ana sería especial. Había algo en ella, en su sonr...
20/08/2024

Sombras del Primer Amor

Desde el primer día que la vio, Lucas supo que Ana sería especial. Había algo en ella, en su sonrisa tímida, en la forma en que su cabello oscuro caía sobre su rostro, que lo atrajo de manera irresistible. Ambos tenían quince años, y ese verano en el pequeño pueblo donde vivían estaba destinado a ser el mejor de sus vidas.

Se conocieron en una vieja librería, un lugar olvidado por casi todos excepto por aquellos que buscaban refugio en las páginas amarillentas de libros antiguos. Lucas era un ávido lector, y Ana, nueva en el pueblo, había encontrado en los libros una manera de sentirse menos sola. La conexión fue inmediata. Pasaban horas juntos, hablando de historias, de sueños, y de ese futuro que ambos imaginaban lleno de posibilidades.

A medida que las semanas pasaban, su amistad se transformó en algo más profundo. Lucas se enamoró de Ana, y ella, aunque reservada y melancólica, parecía corresponderle. Sin embargo, había algo en Ana que inquietaba a Lucas. A veces, cuando estaban juntos, ella se quedaba mirando al vacío, como si estuviera escuchando voces que él no podía oír, o viendo cosas que él no podía ver.

Una noche, mientras caminaban por el bosque cercano al pueblo, Ana le contó a Lucas la historia de su primer amor. Un amor que había perdido antes de mudarse al pueblo. "Era alguien muy especial para mí", dijo con un susurro. "Lo amé más de lo que puedo explicar, pero... lo perdí. No pude salvarlo". Lucas la abrazó, prometiéndole que nunca la dejaría sola, pero las palabras de Ana lo inquietaron. Nunca había mencionado a nadie antes, y la tristeza en su voz era tan profunda que parecía un pozo sin fondo.

A partir de ese momento, Lucas comenzó a notar cosas extrañas. Sombras que se movían en los rincones de su visión, susurros que parecían llamarlo por su nombre cuando estaba solo. Ana, por su parte, se volvió más distante, más absorta en sus propios pensamientos. Empezó a evitar a Lucas, desapareciendo por días sin dejar rastro.

Desesperado, Lucas decidió confrontarla. Una tarde, la encontró en la librería, hojeando un libro antiguo. Sus ojos estaban vacíos, como si el brillo que tanto le había atraído hubiera sido extinguido. "Ana, ¿qué está pasando? ¿Por qué te alejas de mí?", preguntó, su voz llena de angustia.

Ana lo miró con tristeza. "No quería que te involucraras, Lucas. Pero no puedo evitarlo. Él me llama, y yo... no puedo resistirme. Lo siento tanto". Antes de que Lucas pudiera responder, Ana salió corriendo de la librería, dejándolo solo con el libro que ella había estado leyendo. Era un diario, viejo y polvoriento, con páginas llenas de garabatos y notas incoherentes.

Esa noche, Lucas comenzó a leer el diario. Pertenecía al primer amor de Ana, un joven llamado Gabriel que había vivido en el pueblo muchos años antes. Las últimas entradas describían cómo Gabriel había comenzado a escuchar voces, cómo sentía una presencia oscura que lo seguía a todas partes. La última página estaba escrita en una letra temblorosa, casi ilegible: "Ella vendrá por mí. No hay escapatoria. Estoy condenado".

Con el corazón acelerado, Lucas se dirigió a la casa de Ana. Cuando llegó, encontró la puerta entreabierta y el interior en penumbras. "Ana", llamó, pero solo el silencio respondió. Avanzó por el pasillo, sintiendo cómo el aire se volvía más pesado, más frío. Al llegar a la habitación de Ana, lo vio.

Gabriel estaba allí, o lo que quedaba de él. Una figura oscura, envuelta en sombras, con ojos vacíos que brillaban con un fuego espectral. Ana estaba frente a él, susurrando palabras que Lucas no podía entender. "Ana, no", gritó, corriendo hacia ella.

Pero era demasiado tarde. Las sombras envolvieron a Ana, y su cuerpo se desplomó en el suelo. Lucas intentó alcanzarla, pero fue detenido por una fuerza invisible, una oscuridad que lo atrapó, sofocándolo. Lo último que vio fue a Ana mirándolo con lágrimas en los ojos antes de ser arrastrada a la oscuridad.

Cuando la policía encontró a Lucas al día siguiente, estaba inconsciente en la habitación, con el diario de Gabriel en sus manos. Ana nunca fue encontrada, y la casa, que había estado vacía durante años, fue cerrada para siempre. Nadie volvió a hablar de lo que había sucedido, pero Lucas nunca pudo olvidar. La presencia oscura que había reclamado a Ana nunca lo dejó, y él vivió el resto de su vida perseguido por las sombras de su primer amor, sabiendo que en algún lugar, Ana estaba esperando, atrapada entre este mundo y el otro.

Y cada vez que el viento susurraba su nombre, Lucas sabía que su destino estaba sellado, que algún día las sombras lo reclamarían a él también.

Mi nombre es Ana Paula, y soy arquitecta. Siempre he sentido una profunda conexión con los espacios y las estructuras, p...
20/08/2024

Mi nombre es Ana Paula, y soy arquitecta. Siempre he sentido una profunda conexión con los espacios y las estructuras, pero nunca imaginé que esta sensibilidad me llevaría a una experiencia aterradora. Esta es la historia de mi viaje desde Ensenada a Mérida, Yucatán, un recorrido que cambiaría mi percepción de la realidad para siempre.

Comencé mi viaje con entusiasmo. La idea de recorrer el país en coche, visitando hoteles y disfrutando del paisaje, era algo que siempre había querido hacer. La primera noche, tras un largo día en carretera, me detuve en un acogedor hotel en el norte de Sinaloa. Fue allí donde lo vi por primera vez: un hombre alto, vestido de negro, de aspecto anciano y mirada inquietante. Estaba parado en la gasolinera frente al hotel, mirándome fijamente. Su presencia me perturbó, pero traté de ignorarla.

Al día siguiente, continué mi viaje hacia el sur. Las carreteras serpenteaban entre los estados de Nayarit y Jalisco, ofreciendo vistas espectaculares. Esa noche, en un hotel en Michoacán, volví a ver al mismo hombre. Estaba en la estación de servicio adyacente, su mirada oscura fija en mí. Comencé a sentir un escalofrío correr por mi espalda. ¿Era posible que me estuviera siguiendo?

El tercer día, mientras cruzaba el hermoso paisaje de Veracruz, la inquietud se apoderó de mí. Cada parada revelaba su presencia: en gasolineras, peajes, incluso en pequeños cafés junto a la carretera. Empecé a dudar de mi cordura. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué quería de mí?

Al llegar a Mérida, pensé que la pesadilla había terminado. Pero una noche, al salir a una tienda de autoservicio, lo vi reflejado en el espejo retrovisor de mi coche, sentado en el asiento trasero, sus ojos vacíos y oscuros fijos en mí. Mi corazón latía descontrolado. No había forma de que hubiera entrado sin que me diera cuenta. Corrí a la tienda, buscando refugio.

Desde ese momento, la figura del hombre se convirtió en una constante en mi vida. Lo veía en las sombras, en los reflejos de los espejos, siempre siguiéndome. Empecé a sentirme atrapada en una pesadilla interminable. No podía hablar de ello con nadie; nadie entendería. La soledad y el miedo se convirtieron en mis constantes compañeros.

Una noche, mientras intentaba dormir, escuché un susurro en mi habitación. "No puedes escapar", decía una voz ronca y fría. Me quedé paralizada, sin atreverme a abrir los ojos. ¿Era la muerte quien me seguía? ¿O algo aún más oscuro y incomprensible?

Ahora, cada vez que miro por el espejo retrovisor, temo ver esos ojos sin vida observándome, recordándome que nunca estoy sola en mi viaje. Y cada noche, en la oscuridad de mi habitación, escucho sus susurros, prometiendo que nunca me dejará.

EL TESOROJaime y Jesús, obsesionados con la promesa de riquezas ocultas, se lanzaron a la búsqueda de tesoros enterrados...
20/08/2024

EL TESORO

Jaime y Jesús, obsesionados con la promesa de riquezas ocultas, se lanzaron a la búsqueda de tesoros enterrados en un pequeño pueblo de México. Armados con tecnología de punta, exploraban cada rincón, pero la fortuna les daba la espalda. Sin embargo, una tarde gris, la suerte pareció sonreírles en una hacienda abandonada. Bajo el suelo polvoriento, encontraron un cofre antiguo, lleno de oro y joyas, reluciendo con una intensidad casi hipnótica.

Cuando abrieron el cofre, un viento gélido llenó la habitación, y de las sombras surgió una figura. La aparición era una mujer espectral, con un rostro cadavérico y ojos vacíos que irradiaban oscuridad. Su piel era pálida como la cera, y su cabello se movía en todas direcciones como si estuviera vivo. Su voz resonó como un eco distante, anunciando que el oro era suyo, pero solo si cumplían una condición: una tercera parte debía ser entregada a la familia de la que ella provenía. "Si no lo hacen," advirtió con un tono sepulcral, "perderán lo que más aman en este mundo."

Aterrorizados, Jaime y Jesús juraron cumplir la promesa. Sin embargo, la codicia pronto nubló su juicio. Ignorando el pacto, se sumergieron en una vida de lujo y placeres, olvidando por completo el siniestro aviso.

Meses después, en una noche sin luna, Jaime viajaba por una carretera solitaria, acompañado de su esposa y su pequeña hija. La neblina envolvía el camino, reduciendo la visibilidad a casi nada. De repente, en medio de la carretera, la figura espectral apareció. Sus ojos vacíos lo taladraron, y en un instante de pánico, Jaime perdió el control del volante. Mientras el coche se deslizaba fuera de la carretera, alcanzó a ver cómo la figura fantasmal se alejaba, sosteniendo de la mano a su hija, que gritaba aterrada mientras se desvanecía en la oscuridad.

Jesús, por su parte, tampoco escapó del destino. Su esposa, una mujer saludable, comenzó a enfermarse misteriosamente. Ningún médico encontraba la causa de su deterioro, y en su lecho de muerte, entre delirios, le susurró que una señora estaba esperando para llevarla. Jesús, sintiendo un terror helado en sus venas, comprendió de inmediato: era la misma aparición que habían traicionado. En ese momento, la mujer soltó su último suspiro, y Jesús quedó solo en la habitación, con el eco de la risa espectral resonando en sus oídos.

Los dos hombres, consumidos por la culpa y el miedo, entendieron demasiado tarde que algunos pactos no se rompen sin un precio terrible. Y así, el oro que tanto ansiaron se convirtió en una maldición, robándoles lo más preciado y condenándolos a vivir en una oscuridad que jamás podrían dispar.

Autor: AJC

El amor de mi vida es una brujaJoel había conocido a Helena en una tarde de otoño, cuando las hojas caían como lágrimas ...
20/08/2024

El amor de mi vida es una bruja

Joel había conocido a Helena en una tarde de otoño, cuando las hojas caían como lágrimas doradas sobre el pavimento. Desde el primer momento, algo en ella lo cautivó, como si sus ojos oscuros escondieran un mundo antiguo y olvidado. Era hermosa, pero de una belleza que no pertenecía a esta era; sus palabras eran suaves, pero cargadas de una sabiduría que solo el tiempo podía conceder.

A medida que pasaban los meses, Joel se enamoró profundamente de Helena. Sin embargo, había algo en ella que siempre se mantenía a la sombra, un secreto que nunca compartía, incluso en los momentos más íntimos. Joel notaba que a veces Helena desaparecía por días sin explicación, regresando con un brillo inquietante en sus ojos y un aire de melancolía que lo hacía estremecer.

Una noche, Joel decidió seguirla. Con el corazón palpitante, la vio adentrarse en un bosque oscuro, donde la luna apenas tocaba el suelo con su luz pálida. La siguió a distancia, oculto entre los árboles, hasta que llegó a un claro donde un antiguo altar de piedra se alzaba en medio del terreno. Allí, Helena desató su largo cabello negro y comenzó a recitar palabras en un idioma que Joel no reconoció. Las sombras a su alrededor parecían cobrar vida, moviéndose con una intención maligna.

De repente, lo entendió todo: Helena no era una mujer común. Era una bruja, una criatura antigua que había dominado las artes oscuras y ahora buscaba algo más allá del entendimiento humano. Joel sintió un frío que le heló la sangre, pero su amor por Helena lo impulsó a acercarse.

Helena, al notar su presencia, no mostró sorpresa, solo tristeza en sus ojos. “Sabías que había algo diferente en mí, ¿verdad, Joel?” le dijo con una voz quebrada. “Lo siento tanto, pero no puedo seguir ocultándolo. Mi amor por ti es real, pero también lo es la maldición que cargo.”

Joel, confundido y aterrado, quiso retroceder, pero Helena lo detuvo con una mirada llena de súplica. “No puedes dejarme, Joel. No puedo soportar la idea de perderte, de verte envejecer y morir mientras yo permanezco eternamente joven. Te amo demasiado para dejarte ir.”

Antes de que Joel pudiera reaccionar, Helena pronunció un hechizo en voz baja, y la oscuridad lo envolvió. Sintió un dolor agudo en su pecho y todo se desvaneció.

Cuando Joel despertó, se encontró en un lugar sombrío, su cuerpo débil y frío. Se miró las manos y vio que estaban pálidas, casi traslúcidas. Se levantó con dificultad y notó que Helena estaba a su lado, mirándolo con una mezcla de amor y desesperación.

“Te he traído de vuelta, Joel. No permitiré que la muerte nos separe,” dijo con lágrimas en los ojos. Pero algo estaba terriblemente mal. Joel sentía un vacío dentro de él, una oscuridad que lo consumía lentamente. Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía como antes. Sus manos, su piel... no eran suyas. Eran trozos, partes cosidas, unidas con hechizos oscuros para formar un cuerpo que no era completamente humano.

Helena lo había reconstruido con partes de otros cuerpos, una abominación que desafiaba las leyes de la naturaleza. La bruja había logrado devolverle la vida, pero era una vida maldita, una existencia atrapada entre la vida y la muerte.

Con el tiempo, Joel se dio cuenta de que su amor por Helena se había convertido en un tormento interminable. No podía escapar del dolor, de la sensación de estar atrapado en un cuerpo que no le pertenecía. La oscuridad dentro de él se hizo más fuerte, y la esencia de lo que una vez fue Joel comenzó a desvanecerse, consumida por el poder oscuro que Helena había invocado.

Helena, incapaz de soportar lo que había hecho, decidió poner fin a su sufrimiento. En un último acto de amor, llevó a Joel de regreso al altar y desató un hechizo que rompería el vínculo entre su alma y el cuerpo profano que había creado. Joel sintió un dolor indescriptible mientras su espíritu se liberaba, y en su último aliento, la miró con una mezcla de gratitud y tristeza.

Cuando el cuerpo de Joel se desmoronó en el suelo, Helena se quedó sola en el claro del bosque, rodeada de las mismas sombras que una vez la habían obedecido. Sabía que había condenado a la única persona que había amado, y ese peso sería su castigo eterno.

Desde entonces, la bruja Helena vaga por el mundo, buscando redención, pero sabiendo que nunca la encontrará. El amor de su vida se había convertido en su peor pesadilla, y el recuerdo de Joel la perseguirá por toda la eternidad.

El sereno era el personaje encargado de vigilar las calles y regular el alumbrado nocturno de lámparas de aceite, cebo o...
07/08/2024

El sereno era el personaje encargado de vigilar las calles y regular el alumbrado nocturno de lámparas de aceite, cebo o queroseno.

Solía ir armado con una macana y usaba un silbato para dar la alarma en caso necesario.

Daba anuncios de la hora, el clima, protegía de robos y procuraba mantener el orden. Los primeros serenos se documentan en 1715.

Se dice que cuando daba la media noche gritaba “las doooce y tooodo sereno”, posible razón de su nombre.

Su presencia daba tranquilidad a los vecinos y cuando alguna persona veía algo a distancia sin reconocerlo, exclamaba: “Será el sereno, pero no se ve su linterna”.

Por lo que la expresión coloquial, “Será el sereno” se refiere a un momento de incertidumbre.

Relato: Terror en el marEl mar siempre había sido un refugio para Marta. Las olas y la brisa salada le proporcionaban un...
07/08/2024

Relato: Terror en el mar

El mar siempre había sido un refugio para Marta. Las olas y la brisa salada le proporcionaban una paz que no encontraba en ningún otro lugar. Por eso, cuando decidió pasar una semana en una cabaña aislada junto a la costa, estaba segura de que sería una experiencia revitalizante. Sin embargo, no tenía idea de la oscuridad que la aguardaba bajo la superficie.

La primera noche, Marta escuchó un extraño canto proveniente del mar. Era una melodía hipnótica y melancólica que la atrajo hacia la orilla. La luna llena iluminaba el agua, creando un sendero de luz que parecía invitarla a seguirlo. Fascinada, Marta se adentró en el agua, sintiendo una extraña urgencia de encontrar el origen de aquella música.

El agua estaba sorprendentemente tibia, envolviéndola como un abrazo. Marta nadó mar adentro, siguiendo la melodía que se hacía más fuerte y clara. Pronto, se dio cuenta de que había llegado a una zona donde el agua era anormalmente profunda. La luz de la luna apenas penetraba las oscuras profundidades, y una sensación de inquietud comenzó a crecer en su interior.

De repente, la música cesó y Marta se encontró flotando en un silencio sepulcral. Justo cuando estaba a punto de regresar, algo frío y viscoso rozó su pierna. El pánico la invadió, pero antes de que pudiera reaccionar, una mano cadavérica emergió del agua y la sujetó con fuerza. Marta gritó, pero el agua ahogó su voz.

La figura que emergió ante ella era una visión de pesadilla. Era una mujer con cabellos enredados de algas y ojos vacíos y apagados. Su piel estaba pálida y arrugada, como si hubiera estado sumergida en el agua durante siglos. La criatura la miró con una tristeza infinita antes de hablar en un susurro gélido.

"No debiste venir aquí," dijo la figura. "Este es el dominio de los ahogados, de aquellos que nunca encontraron descanso."

Marta trató de zafarse, pero más manos surgieron de las profundidades, arrastrándola hacia abajo. La desesperación la invadió mientras sentía que el aire se le escapaba y el agua llenaba sus pulmones. Antes de ser completamente sumergida, la figura de la mujer susurró: "Ahora eres una de nosotras."

La oscuridad y el frío envolvieron a Marta mientras era arrastrada al fondo del mar, donde la esperaban los espíritus inquietos de los ahogados. Nadie volvió a verla, y la cabaña quedó abandonada, solo para ser habitada por el viento y las olas.

Desde entonces, se dice que en noches de luna llena, un extraño canto puede escucharse cerca de la orilla. Los locales advierten a los curiosos que no sigan la melodía, pues temen que el mar reclame otra víctima, añadiendo una nueva voz al coro de los perdidos.

Había sido una noche de fiesta intensa, llena de risas y copas. Carmen y sus amigos se habían reunido en el bar del barr...
07/08/2024

Había sido una noche de fiesta intensa, llena de risas y copas. Carmen y sus amigos se habían reunido en el bar del barrio, donde la música y el alcohol fluían sin cesar. Sin embargo, la noche había tomado un giro inesperado para ella, quien, después de demasiadas copas, apenas podía mantenerse en pie.

Sus amigos, cansados y ebrios, decidieron que era hora de irse. En lugar de llevar a Carmen a su casa, la dejaron sentada en un banco, en un parque solitario, con la promesa de que volverían por ella en un rato. La muchacha, incapaz de resistirse al sopor del alcohol, se recostó en el banco, cerrando los ojos y sumergiéndose en una bruma etílica.

La oscuridad del parque solo era interrumpida por la débil luz de una farola parpadeante. Un coche se detuvo a pocos metros de donde Carmen descansaba. Tres jóvenes, risueños y envalentonados por su propia embriaguez, la habían estado observando. Uno de ellos, el más atrevido, bajó del coche y se acercó a ella.

—Mira lo que tenemos aquí, chicos —dijo con una sonrisa maliciosa.

Antes de que Carmen pudiera comprender lo que estaba ocurriendo, los tres la subieron al coche. Ella intentó resistirse, pero su cuerpo no le respondía. La llevaron a un descampado a las afueras de la ciudad, un lugar desolado y oscuro.

Uno a uno, los jóvenes comenzaron a abusar de ella. Carmen, en su estado de semiinconsciencia, sentía el dolor y la humillación, pero no podía hacer nada para detenerlos. La noche avanzaba, y los gritos de la joven se ahogaban en la vastedad del descampado.

El último de los chicos, en su excitación y brutalidad, no se dio cuenta de que Carmen ya no respiraba. La había asfixiado, sin siquiera darse cuenta de que sus manos se habían convertido en instrumentos de muerte.

Cuando los jóvenes se percataron de la inmovilidad de ella, un pánico frío se apoderó de ellos. Sin perder tiempo, subieron al coche y abandonaron el cuerpo sin vida de Carmen en el descampado, huyendo a toda velocidad de la escena del crimen.

El silencio volvió a reinar en aquel lugar desolado, mientras el cuerpo de Carmen permanecía allí, abandonado y profanado, en la oscuridad de la noche.

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