03/09/2024
EL PAGO DEL KARMA.
En la soledad de su habitación en el hospital, Carmen Gutiérrez, ahora una anciana de ochenta años, yacía en la cama. Su cuerpo frágil y arrugado, era una sombra de la mujer fuerte y temida que alguna vez fue.
El silencio de la habitación, sólo era roto por el sonido constante del monitor, que marcaba su pulso débil, una cadencia que anticipaba el fin inminente.
Carmen, había dedicado su vida a la enfermería, pero no como un ángel de la guarda, sino, como una sombra oscura en los pasillos del hospital. Desde joven, había descubierto una especie de plac3r retorcido, en el sufr1mi3nto ajeno. Nunca se rebajó al nivel de los as35inos seriales, que a veces asolaban la profesión, no; Carmen, no m4t4ba. Pero cada día, con una sonrisa falsa y palabras dulces, encontraba maneras de tor-tur4r psicológicamente a sus pacientes.
A veces, demoraba la administración de analgésicos, viendo con deleite, cómo los enfermos se r3t⁰rcían en sus c4mas. En otras ocasiones, les hablaba con dur3za, recordándoles lo frágiles y dep3ndi3ntes que eran. Las compañeras de trabajo, tampoco escapaban de su cru-3ldad; Carmen, siempre sabía a quién delatar ante los jefes; a quién pi54r, para elevarse un peldaño más en la jerarquía del hospital. Era astuta, calculadora, y se ganaba el favor de quienes tenían el poder. Así, se mantuvo en su posición, intocable, durante décadas.
Ahora, todo eso quedaba en el pasado. Los años la habían alcanzado, y el destino, en su retorcida ir⁰nía, la devolvió al lugar donde había forjado su legado de maldad: el hospital.
La puerta de su habitación, se abrió, y una figura alta y robusta entró. Era la enfermera encargada de su cuidado, pero no cualquier enfermera. Su nombre, era Verónica, una mujer con una expresión dura, y una mirada fría, que hacía t3mblar a los pacientes bajo su cuidado. Carmen, la reconoció inmediatamente. Había algo en sus ⁰jos, que le resultaba familiar, una oscuridad que reflejaba la suya propia.
Desde el primer día, Verónica, comenzó a mostrar su verdadero carácter. Si Carmen pedía agua, la respuesta era una espera interminable. Si necesitaba ayuda para levantarse, Verónica aparecía sólo cuando era demasiado tarde, cuando Carmen, ya había perdido el control de su cu3rpo. Pero esto no era todo. La enfermera, sabía cómo jugar con la mente de su paciente, cómo llevarla al límite de la de535per4ción. Le hablaba con sarcasmo, recordándole lo inútil que era en su estado, cómo nadie la extrañaría cuando mur13ra...
Una noche, cuando la soledad y el mi3do la envolvían, Carmen, intentó recordar algún momento de bondad en su vida, algo que pudiera redimirla, pero no encontró nada. Y mientras Verónica le negaba la ayuda necesaria para calmar su dolor, Carmen, comenzó a comprender, que estaba recibiendo lo que había dado durante tantos años. El karma, implacable, había llegado.
Una madrugada, después de una sesión particularmente cru3l, en la que Verónica había dejado a Carmen sin sus medicamentos, la anciana, se encontró hablando con alguien más. No era una enfermera ni un médico, sino, una presencia etérea, imposible de describir, que llenaba la habitación con una luz suave y cálida.
"Carmen, hija mía. - dijo una voz, profunda y resonante - ¿Por qué te aferras al od1o, incluso ahora?".
Carmen, supo de inmediato quién estaba hablando. Intentó esconderse bajo las sábanas, pero no había escapatoria. Sabía que era su momento de rendir cuentas.
- No merezco perdón. - dijo Carmen, con voz quebr4da, por el d⁰lor y el arr3pent1miento - He hecho cosas horr1bl3s, he causado tanto sufr1mi3nto...
La voz, sin perder su calma, respondió:
- Tienes razón, Carmen. El perdón no se da, se gana. Y tu vida, ha sido un camino lleno de espinas, que tú misma plantaste. No hay esc4pat⁰ria de lo que viene.
Carmen, sintió que la luz se retiraba, dejándola una vez más en la oscuridad de su habitación. Pero antes de que la presencia desapareciera, la voz añadió:
"Sin embargo, incluso la más oscura de las almas, puede encontrar la luz, si está dispuesta a enfrentar su propio abismo".
Carmen, cerró los ojos, no para dormir, para enfrentar la pe54d1lla que ella misma había creado. Sabía, que no habría más días, que cada minuto que pasaba, la acercaba más al final. Y en ésos últimos momentos, mientras Verónica seguía su cru3l rutina, Carmen, no se aferró a la esperanza del perdón. En cambio, aceptó que su c45tigo era justo, y que su redención, si es que existía alguna, no estaría en la v1da, sino, en lo que vendría después.
Y así, Carmen Gutiérrez, la enfermera que una vez sembró el d⁰lor, dejó éste mundo, con la misma fri4ld4d con la que había viv1do. Su última mirada, sin embargo, no fue de mi3do, sino de aceptación. El karma, había hecho su trabajo, y el ciclo de sufr1mi3nto, había llegado a su fin.
FIN.
Crédito a quien corresponda...