Chihuahua Paranormal

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03/09/2024
EL PAGO DEL KARMA.En la soledad de su habitación en el hospital, Carmen Gutiérrez, ahora una anciana de ochenta años, ya...
03/09/2024

EL PAGO DEL KARMA.

En la soledad de su habitación en el hospital, Carmen Gutiérrez, ahora una anciana de ochenta años, yacía en la cama. Su cuerpo frágil y arrugado, era una sombra de la mujer fuerte y temida que alguna vez fue.

El silencio de la habitación, sólo era roto por el sonido constante del monitor, que marcaba su pulso débil, una cadencia que anticipaba el fin inminente.

Carmen, había dedicado su vida a la enfermería, pero no como un ángel de la guarda, sino, como una sombra oscura en los pasillos del hospital. Desde joven, había descubierto una especie de plac3r retorcido, en el sufr1mi3nto ajeno. Nunca se rebajó al nivel de los as35inos seriales, que a veces asolaban la profesión, no; Carmen, no m4t4ba. Pero cada día, con una sonrisa falsa y palabras dulces, encontraba maneras de tor-tur4r psicológicamente a sus pacientes.

A veces, demoraba la administración de analgésicos, viendo con deleite, cómo los enfermos se r3t⁰rcían en sus c4mas. En otras ocasiones, les hablaba con dur3za, recordándoles lo frágiles y dep3ndi3ntes que eran. Las compañeras de trabajo, tampoco escapaban de su cru-3ldad; Carmen, siempre sabía a quién delatar ante los jefes; a quién pi54r, para elevarse un peldaño más en la jerarquía del hospital. Era astuta, calculadora, y se ganaba el favor de quienes tenían el poder. Así, se mantuvo en su posición, intocable, durante décadas.

Ahora, todo eso quedaba en el pasado. Los años la habían alcanzado, y el destino, en su retorcida ir⁰nía, la devolvió al lugar donde había forjado su legado de maldad: el hospital.

La puerta de su habitación, se abrió, y una figura alta y robusta entró. Era la enfermera encargada de su cuidado, pero no cualquier enfermera. Su nombre, era Verónica, una mujer con una expresión dura, y una mirada fría, que hacía t3mblar a los pacientes bajo su cuidado. Carmen, la reconoció inmediatamente. Había algo en sus ⁰jos, que le resultaba familiar, una oscuridad que reflejaba la suya propia.

Desde el primer día, Verónica, comenzó a mostrar su verdadero carácter. Si Carmen pedía agua, la respuesta era una espera interminable. Si necesitaba ayuda para levantarse, Verónica aparecía sólo cuando era demasiado tarde, cuando Carmen, ya había perdido el control de su cu3rpo. Pero esto no era todo. La enfermera, sabía cómo jugar con la mente de su paciente, cómo llevarla al límite de la de535per4ción. Le hablaba con sarcasmo, recordándole lo inútil que era en su estado, cómo nadie la extrañaría cuando mur13ra...

Una noche, cuando la soledad y el mi3do la envolvían, Carmen, intentó recordar algún momento de bondad en su vida, algo que pudiera redimirla, pero no encontró nada. Y mientras Verónica le negaba la ayuda necesaria para calmar su dolor, Carmen, comenzó a comprender, que estaba recibiendo lo que había dado durante tantos años. El karma, implacable, había llegado.

Una madrugada, después de una sesión particularmente cru3l, en la que Verónica había dejado a Carmen sin sus medicamentos, la anciana, se encontró hablando con alguien más. No era una enfermera ni un médico, sino, una presencia etérea, imposible de describir, que llenaba la habitación con una luz suave y cálida.

"Carmen, hija mía. - dijo una voz, profunda y resonante - ¿Por qué te aferras al od1o, incluso ahora?".

Carmen, supo de inmediato quién estaba hablando. Intentó esconderse bajo las sábanas, pero no había escapatoria. Sabía que era su momento de rendir cuentas.

- No merezco perdón. - dijo Carmen, con voz quebr4da, por el d⁰lor y el arr3pent1miento - He hecho cosas horr1bl3s, he causado tanto sufr1mi3nto...

La voz, sin perder su calma, respondió:

- Tienes razón, Carmen. El perdón no se da, se gana. Y tu vida, ha sido un camino lleno de espinas, que tú misma plantaste. No hay esc4pat⁰ria de lo que viene.

Carmen, sintió que la luz se retiraba, dejándola una vez más en la oscuridad de su habitación. Pero antes de que la presencia desapareciera, la voz añadió:

"Sin embargo, incluso la más oscura de las almas, puede encontrar la luz, si está dispuesta a enfrentar su propio abismo".

Carmen, cerró los ojos, no para dormir, para enfrentar la pe54d1lla que ella misma había creado. Sabía, que no habría más días, que cada minuto que pasaba, la acercaba más al final. Y en ésos últimos momentos, mientras Verónica seguía su cru3l rutina, Carmen, no se aferró a la esperanza del perdón. En cambio, aceptó que su c45tigo era justo, y que su redención, si es que existía alguna, no estaría en la v1da, sino, en lo que vendría después.

Y así, Carmen Gutiérrez, la enfermera que una vez sembró el d⁰lor, dejó éste mundo, con la misma fri4ld4d con la que había viv1do. Su última mirada, sin embargo, no fue de mi3do, sino de aceptación. El karma, había hecho su trabajo, y el ciclo de sufr1mi3nto, había llegado a su fin.

FIN.

Crédito a quien corresponda...

El Último AdiósEra una noche lluviosa cuando Ana salió del trabajo más tarde de lo usual. La ciudad, envuelta en penumbr...
03/09/2024

El Último Adiós

Era una noche lluviosa cuando Ana salió del trabajo más tarde de lo usual. La ciudad, envuelta en penumbras, parecía un laberinto de sombras que la hacían temblar. Caminaba con paso tambaleante, sujetando su paraguas con manos que apenas le respondían. Desde hacía meses, sentía que su cuerpo se debilitaba, que cada día era un esfuerzo mayor que el anterior. Había intentado ignorarlo, seguir adelante como si nada sucediera, pero la verdad era innegable: el diagnóstico había sido claro. Cáncer en etapa terminal. Su vida, contada en días, estaba llegando a su final.

En su prisa, no vio el charco que se formaba cerca de la esquina y, sin previo aviso, su pie resbaló. Todo sucedió en un instante; su cuerpo voló por los aires y sintió un dolor punzante cuando su cabeza golpeó el pavimento.

La oscuridad la envolvió, y por un momento, creyó que iba a morir allí, sola, en medio de la tormenta. Pero entonces, una voz suave y preocupada la despertó.

—¿Estás bien? —dijo un joven mientras la ayudaba a incorporarse.

Ana abrió los ojos lentamente, viendo su rostro por primera vez. Era un chico de su edad, con una mirada tan profunda que parecía poder ver su alma. A pesar de la lluvia, él no llevaba paraguas, y su ropa estaba completamente empapada.

—Te vi caer y corrí para ayudarte —explicó con una sonrisa cálida.

Ana lo miró, desconcertada, tratando de recordar si lo conocía de algún lugar. Pero no podía reconocer su rostro. Aun así, sintió una extraña calma al estar cerca de él. Agradeció su ayuda, y él la acompañó hasta la puerta de su casa, asegurándose de que estuviera a salvo.

Esa noche, Ana no pudo dormir. A pesar del dolor constante que sentía en su cuerpo, había algo en aquel joven que la llenaba de una esperanza inexplicable. Su voz resonaba en su mente, su rostro se dibujaba en sus sueños. Un deseo profundo de verlo de nuevo crecía en su corazón enfermo. Empezó a recorrer las calles por donde lo había visto por primera vez, esperando encontrarlo. Preguntó a los vecinos, a los comerciantes de la zona, pero nadie sabía nada de él.

Con el tiempo, la búsqueda se volvió casi obsesiva. Sabía que sus días estaban contados, pero también sabía que necesitaba verlo una vez más antes de que todo terminara. Una tarde, mientras caminaba por el barrio con un cansancio extremo en su cuerpo frágil, se encontró con una anciana que parecía observarla desde la ventana de una casa antigua. Ana se acercó y, con voz débil, le preguntó si había visto al joven que la había ayudado.

La anciana la miró con ojos apagados y respondió con voz baja:
—¿Un joven, dices? Hace años que no veo a ninguno por aquí... salvo, claro, a Javier.

—¿Javier? —preguntó Ana, sintiendo una punzada de curiosidad.

—Sí, un buen muchacho que vivía en esta calle… Pero murió hace ya cinco años. Su tumba está en el cementerio del pueblo.

El corazón de Ana se detuvo por un momento. No podía ser posible. Sin embargo, algo en su interior la empujó a seguir las palabras de la anciana. Al día siguiente, decidió ir al cementerio. Caminó entre las lápidas, sintiendo el frío del viento en su piel, hasta que llegó al final de un pequeño sendero. Allí, encontró una tumba simple, con el nombre "Javier Márquez" grabado en la piedra. Sintió un escalofrío al recordar que ese nombre le resultaba extrañamente familiar.

Sus ojos recorrieron la inscripción una y otra vez, hasta que una serie de recuerdos olvidados comenzaron a emerger. Javier... Javier había sido su compañero de clase durante años, un joven tímido que siempre se sentaba en el fondo del aula. Recordó haberlo visto muchas veces, pero nunca había reparado en él. Nunca se había dado cuenta de cuánto la observaba, con esa mirada perdida que ahora podía ver con claridad en su mente.

Ana cayó de rodillas, sus manos temblaban mientras tocaba la fría lápida. Sintió una ola de culpa atravesarla; ¿cómo había podido olvidar a alguien que, en silencio, había estado tan cerca? Pero entonces, al levantar la vista, vio algo que le heló la sangre. Sobre la tumba de Javier, había un ramo de flores frescas, como si alguien las hubiera dejado allí hace solo unos minutos. Y junto a las flores, una carta con su nombre, escrita en una caligrafía que reconoció al instante: era la letra de Javier.

Con manos temblorosas, tomó la carta y la abrió. Dentro, había un mensaje simple:

_"Gracias por haberme visto, al menos una vez, aunque fuera en mi último adiós. Siempre te cuidé, Ana, y lo seguiré haciendo… hasta que tú también descanses en paz."_

Una lágrima rodó por la mejilla de Ana. Cuando levantó la vista, vio una sombra al final del sendero. Era Javier, de pie, mirándola con esa misma mirada que ahora recordaba tan bien. Ana intentó gritar, correr, pero algo en su interior la detuvo. Sintió que su cuerpo se enfriaba, su respiración se volvía más pesada.

Era como si una mano invisible la estuviera guiando. Y entonces comprendió: Javier había venido por ella, a darle consuelo en su último momento, a llevarla consigo al lugar donde siempre había deseado estar, a su lado. Una sensación de paz la envolvió mientras su visión se nublaba lentamente.

Al día siguiente, encontraron el cuerpo de Ana sobre la tumba de Javier. La expresión en su rostro, aunque frágil y serena, parecía la de alguien que había encontrado lo que había estado buscando durante tanto tiempo: un último adiós, un amor eterno, más allá del umbral de la muerte. Y así, mientras el viento susurraba entre los árboles del cementerio, dos almas finalmente se unieron en el abrazo eterno del más allá. Créditos a quién correspondan

🚨 “A pesar de que fue una foto perfecta, me gustó mucho, pero al hacerle zoom me di cuenta que no estabamos solos porque...
03/09/2024

🚨 “A pesar de que fue una foto perfecta, me gustó mucho, pero al hacerle zoom me di cuenta que no estabamos solos porque aparece la cara de alguien más 🥺.

Mis amigos me dijieron que él era el chico que trabajaba en un Yate que se hu_&$ndió (con el huracán Otis) en Acapulco.😱"

Tomado de un grupo de FB.

¿Alguien tiene más info de esta foto? 🤔

"El verdadero horror no es morir, sino regresar y ver cómo todo sigue igual sin ti."— Mary ShelleyLa última imagen que v...
25/08/2024

"El verdadero horror no es morir, sino regresar y ver cómo todo sigue igual sin ti."
— Mary Shelley

La última imagen que vi antes de morir fue el cielo nublado, con las nubes pesadas y oscuras que anunciaban una tormenta. Sentí el frío de la lluvia en mi piel, pero nada de eso me importó. En ese momento, la vida se desvanecía de mí, y el dolor, la angustia, todo se desvaneció en una calma sombría.
Morir fue extraño. No sentí miedo, solo una profunda resignación. Pensé que todo terminaría ahí, que el olvido sería mi destino, pero me equivoqué. En lugar de la paz eterna, desperté en un lugar oscuro, rodeado por sombras que susurraban mi nombre. No estaba solo, aunque no podía ver a nadie. La sensación de estar atrapado en una prisión invisible era aterradora.
El tiempo no tenía sentido en ese lugar. No sabía cuánto había pasado cuando sentí un tirón, algo que me arrastraba de vuelta al mundo que había dejado atrás. Traté de resistirme, de quedarme en ese olvido, pero era inútil. Fui empujado, forzado a regresar.
Y ahí estaba, de nuevo en el mundo de los vivos, pero diferente. No era más que un espectador, un fantasma atrapado entre dos realidades. Nadie podía verme, y aún más inquietante, nadie parecía notar mi ausencia. Los días se sucedían, y el mundo seguía su curso, indiferente a mi muerte.
Fui a mi antigua casa, esperando encontrar a mi familia devastada, llorando mi pérdida. Pero lo que vi me heló el alma. La vida continuaba como si yo nunca hubiera existido. Mi esposa reía con nuestros hijos, los mismos que pensé que me recordarían para siempre. Mi lugar en la mesa estaba ocupado, y en el armario, mi ropa había sido reemplazada. Las fotografías donde alguna vez estuve fueron retiradas, sustituidas por otras, como si mi presencia hubiera sido un borrón que necesitaba ser eliminado.
La desesperación se apoderó de mí. Grité, lloré, pero nadie me escuchó. Mi voz no tenía poder en este nuevo estado. La soledad que sentía era peor que cualquier tormento imaginable. No era solo la muerte lo que me había arrebatado la vida, sino la certeza de que mi existencia había sido completamente inútil, borrada como si nunca hubiera importado.
Me arrastré por los rincones oscuros de mi antigua vida, observando cómo todo seguía igual sin mí. Mis amigos se reunían, reían, y hablaban de planes futuros en los que yo ya no tenía lugar. Nadie mencionaba mi nombre. Era como si hubiera sido borrado de la memoria colectiva.
La ironía del destino me golpeó con fuerza. Lo que más temía en vida no era la muerte, sino ser olvidado, y eso era exactamente lo que había sucedido. El verdadero horror no era haber mu**to, sino regresar y ver cómo el mundo no se detiene, cómo las vidas de los demás continúan sin ti, como si tu existencia hubiera sido un simple suspiro en la tormenta.
Y así, condenado a vagar entre los recuerdos de una vida que ya no me pertenece, comprendí que la muerte no es el final, sino solo el principio de un sufrimiento aún más profundo.

LA SOMBRA DEL P4NTEÓN. Manuel no había sido el mismo desde aquella noche. La tragedia había teñido su vida de un dolor q...
24/08/2024

LA SOMBRA DEL P4NTEÓN.

Manuel no había sido el mismo desde aquella noche. La tragedia había teñido su vida de un dolor que solo el alcohol podía adormecer. La culpa lo consumía; él manejaba la motocicleta cuando el camión los arrolló, arrebatándole la vida a su prometida, Valeria. Las noches eran un tormento interminable, y en su desesperación, encontraba un extraño consuelo en las visitas clandestinas al panteón.

Con una botella en la mano, Manuel cruzaba la barda del cementerio, tambaleándose entre las sombras, hasta llegar a la tumba de Valeria. La soledad del lugar, rota solo por el viento y el eco lejano de susurros, era su único testigo. Pero esas noches no eran tan solitarias como Manuel pensaba.

Una de esas noches, entre sollozos y borracheras, notó figuras infantiles corriendo entre las tumbas. Al principio, pensó que su mente, nublada por el alcohol, le jugaba una mala pasada. Pero los niños estaban allí, jugando en la penumbra, sus risas huecas resonando en el silencio sepulcral. Manuel intentó acercarse, pero los niños se desvanecieron entre las lápidas, dejándole una sensación de vacío en el pecho.

Las visitas se volvieron más frecuentes y más inquietantes. En otra ocasión, una pareja de ancianos caminaba de la mano por el panteón, sus pasos resonaban sobre la grava como un eco de otro tiempo. Sus rostros, velados por la oscuridad, le causaron un escalofrío que ninguna botella pudo apaciguar.

Lo peor vino la noche en que lo vio. A lo lejos, una figura deforme, alta y delgada, se acercaba lentamente hacia él. No tenía rostro, solo una masa oscura que emanaba una presencia antinatural. Manuel sintió que el miedo le oprimía el pecho, pero no podía moverse. Cuando la criatura estuvo a pocos metros de él, le ofreció algo que Manuel no esperaba: la oportunidad de reunirse con Valeria.

El joven, quebrado por el dolor y la culpa, casi aceptó. El deseo de estar con Valeria lo envolvía, y extendió su mano hacia aquella abominación. Pero entonces, en un instante de lúcida claridad, Manuel escuchó la voz de su amada decirle: "No vayas, yo no estoy ahí" entonces reaccionó y vio algo en los ojos de la criatura. Un vacío eterno, una promesa de sufrimiento sin fin. Valeria no estaba allí; lo que le esperaba era un destino mucho peor.

Manuel retrocedió, temblando, mientras la figura se desvanecía en la oscuridad. Desde esa noche, dejó de visitar el panteón en la oscuridad y también dejó el alcohol. Optó por ir durante el día, bajo la protección del sol, sin descuidar nunca la lápida de su amada. Se arrodillaba frente a ella, llevando flores y manteniendo la promesa de reunirse algún día con Valeria, pero solo cuando la muerte natural lo llamara, sin prisas ni atajos sombríos.

AUTOR: César Reflexiones.

Si te cuesta dormir... tal vez aquí tengas la respuesta 📸😨
22/08/2024

Si te cuesta dormir... tal vez aquí tengas la respuesta 📸😨

El Reloj Silencioso..😳😱Laura siempre había tenido un temor latente a la muerte, pero en los últimos meses, ese miedo hab...
22/08/2024

El Reloj Silencioso..😳😱

Laura siempre había tenido un temor latente a la muerte, pero en los últimos meses, ese miedo había comenzado a consumirla. Cada pequeño dolor, cada latido irregular de su corazón, la convencían de que su fin estaba cerca. La obsesión creció hasta el punto de que dejó de salir de casa, temerosa de que cualquier accidente o enfermedad la reclamara.

Una noche, mientras se acurrucaba en su cama intentando encontrar consuelo en la rutina, escuchó un ruido inusual. Era un tic-tac suave, casi imperceptible, que resonaba en la oscuridad de su habitación. Se incorporó lentamente, buscando el origen del sonido, pero no había ningún reloj en su dormitorio.

El sonido persistió, un ritmo constante que parecía provenir de las paredes mismas, como si estuviera incrustado en la estructura de la casa. Laura se levantó, su corazón latiendo con fuerza mientras seguía el sonido por el pasillo. Cada paso que daba, el tic-tac se hacía más fuerte, más definido, como si la estuviera guiando.

Finalmente, llegó a la sala de estar. Allí, en el centro de la habitación, vio un viejo reloj de pie, uno que nunca había visto antes en su vida. El reloj era antiguo, con una caja de madera oscura y tallados intrincados que parecían formar rostros que la observaban. El péndulo se balanceaba suavemente, marcando un tiempo que parecía ajeno al mundo exterior.

Laura se acercó, hipnotizada por el movimiento del péndulo y el sonido del tic-tac que ahora era ensordecedor. Pero lo que más la perturbó fue la ausencia de manecillas en la esfera del reloj. No había forma de saber qué hora marcaba, solo el ritmo constante e implacable del tiempo avanzando.

De repente, el tic-tac se detuvo. Laura sintió cómo el silencio llenaba la habitación, un silencio pesado, casi tangible, que le oprimía el pecho. El péndulo había dejado de moverse, y la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder se apoderó de ella.

Intentó alejarse del reloj, pero sus pies parecían clavados al suelo. El aire a su alrededor se enfrió, y una sombra comenzó a formarse detrás del reloj, creciendo lentamente, expandiéndose por la habitación como una mancha de tinta.

La sombra tomó forma, convirtiéndose en una figura alta y delgada, con un rostro oculto bajo una capucha oscura. Laura sintió un frío helado recorrer su cuerpo, su respiración se volvió errática mientras intentaba gritar, pero su voz no salía. Sabía, sin necesidad de ver su rostro, quién estaba frente a ella.

La Muerte había venido por ella.

La figura extendió una mano huesuda, y el reloj volvió a sonar, un tic-tac que esta vez parecía sincronizarse con los latidos acelerados de su corazón. Cada tic era una cuenta regresiva, cada tac un paso más cerca del fin.

Laura intentó retroceder, pero no pudo moverse. La Muerte avanzó lentamente, y con cada paso que daba, sentía cómo la vida se le escapaba, como si el tiempo mismo estuviera siendo arrancado de su ser. El reloj continuaba, inmutable, marcando un tiempo que ya no le pertenecía.

Finalmente, la figura se detuvo frente a ella, su presencia era abrumadora, llenando la habitación con un frío que se filtraba hasta los huesos. Laura sintió que su corazón se detenía con el último tic-tac del reloj. No hubo dolor, solo un vacío que la invadió por completo.

Cuando la Muerte extendió su mano, Laura la tomó sin resistencia. Sabía que su tiempo había llegado, que no podía huir de lo inevitable. Con un último suspiro, cerró los ojos y se dejó llevar por la oscuridad.

A la mañana siguiente, los vecinos encontraron la puerta de Laura entreabierta. Al entrar, la hallaron sentada en su silla, con los ojos cerrados, como si estuviera en paz. No había rastro del reloj, ni del frío que había llenado la casa la noche anterior. Solo quedaba el cuerpo de Laura, y una quietud que nunca antes había sentido.

La Muerte había cumplido su promesa, y el reloj había marcado su último tic-tac.

Fin.

😈😈

NOCHE DE TERROR DERECHOS DE AUTOR : ALEX MORALEX GÓMEZ.Esa noche, como siempre, esperaba el último autobús que salía a l...
22/08/2024

NOCHE DE TERROR

DERECHOS DE AUTOR : ALEX MORALEX GÓMEZ.

Esa noche, como siempre, esperaba el último autobús que salía a las once de su parada y a las once y quince u once y veinte estaba pasando por donde yo estaba. Esta era mi rutina de cada noche. La parada donde estaba normalmente era concurrida por varias personas, pero aquella noche en especial no había nadie más que yo, probablemente porque la noche era lluviosa y fría, y me imagino que las personas se habrían ido pronto a casa y los que trabajaban o estudiaban tal vez salieron temprano para huir de la lluvia. Yo, por el contrario, tenía que estar allí porque mi trabajo era de entrega a otra persona que llegaba a recibirme.

Estaba en espera del autobús cuando, a la distancia, vi un hombre que caminaba llevando un abrigo y un sombrero, al parecer de un color oscuro, porque donde estaba no se diferenciaba muy bien qué color era. A pesar de la lluvia, no parecía molestarle, porque no corría a resguardarse, sino que simplemente caminaba despacio, como si nada le importara.

En el primer momento que lo vi, estaba a unos cien o ciento cincuenta metros, pero a medida que se fue acercando, un frío fue llenando mi cuerpo y el viento empezó a golpear mi cara y a silbar entre el techo del paradero de buses. Me pareció extraño que el clima hubiese cambiado tan de repente, porque, aunque la noche era fría, en ese momento se hizo casi insoportable. Así que me acurruqué dentro de mi chamarra y seguí muy pendiente de aquel hombre que caminaba en dirección mía.

A medida que se iba acercando, el frío se hacía más intenso, la lluvia más fuerte y el viento golpeaba con más fuerza, pegando así en el techo del paradero de buses, y el viento susurraba como si fuera la conversación de seres siniestros y misteriosos que llegaban con la noche y con la lluvia.

Mientras más cerca estaba el hombre, más golpeaba la lluvia. Ya no me podía aguantar porque ya era tanto el viento y la lluvia estaba entrando a raudales a donde yo estaba. Así que me resguardé a un lado de uno de los postes, esperando cubrirme un poco de aquella fuerte lluvia.

Cuando el hombre estaba a pocos pasos de mí, pensé que iba a entrar en el paradero de buses, pero simplemente desapareció. Se volvió lluvia y viento al desaparecer, y todo volvió a la normalidad. La noche volvió a ser apacible, la lluvia volvió a hacer una simple llovizna y el viento una simple ráfaga que golpeaba en los cristales del paradero de bus.

Yo, al ver que aquel personaje se perdió en la noche, mejor dicho, desapareció, me eché la bendición y empecé a rezar por lo que acababa de ver. Era un personaje que nunca antes había visto, tenebroso y extraño.

Cuando llegó el bus, en él solo había una persona que estaba sentada en la última banca. Al subirme, el conductor me dijo: “En esta noche fría, nadie quiere viajar”. Me senté a un lado del conductor y empezamos a hablar de las inclemencias del clima y cómo hoy nadie más había viajado en aquel último recorrido. Pero yo le dije: “Entonces, el hombre que hay en la última banca, ¿quién es?” Me dijo: “No, en la última banca no hay nadie, desde que salí no he recogido a nadie más que a usted”.

Volteé a mirar asustado, pensando que tal vez había sido una mala pasada de mi imaginación o de mi visión, y en realidad allí no había nadie. El último asiento estaba vacío, pero yo estoy seguro de que vi a alguien sentado. No puedo asegurar si era el mismo personaje que había llegado a la parada del autobús.

Cuando me bajé, faltaba más o menos un cuarto para la medianoche. Desde la parada a mi casa había algo más de dos calles. Empecé a caminar lento y tranquilo, a pesar de lo que había vivido, porque ya la lluvia había acabado y la Luna iluminaba en todo su esplendor.

Pero pocos pasos después de emprender camino a casa, escuché pisadas tras de mí. En ese momento, no pensé en un ladrón; solo pude pensar en ese personaje que había en el paradero de buses y en ese personaje que vi sentado en el autobús. Ahí estuve seguro de que era la misma persona, o al menos la misma aparición.

Volteé a mirar atrás, pero no vi a nadie. Lo que sí sentí fue que, en ese momento, el viento empezó a ser más fuerte y empezó a silbar entre los aleros de las casas. Sin más, empecé a correr. Eso que se me había parecido en la parada de buses estaba atrás de mí, como enloquecido corrí hasta la casa; no sé si me siguió, pero el viento fuerte y ese murmullo que traía su sonido me acompañó hasta que entré en casa. Al estar dentro, el viento se aplacó y la noche volvió a ser plácida y clara.

Seguí haciendo este recorrido cada noche, después de que vengo desde mi trabajo, pero nunca volví a vivir algo como lo de esa noche. No tengo la respuesta de qué fue lo que vi, pero sé que lo recordaré cada noche que llego a la parada de autobuses.

MORALEX

"A guante del ladrónJoe, un chico de 17 años, caminaba por la acera cuando chocó con un hombre de traje y le robó la car...
04/08/2024

"A guante del ladrón

Joe, un chico de 17 años, caminaba por la acera cuando chocó con un hombre de traje y le robó la cartera. Más adelante, tropezó con una anciana y, aprovechando su distracción, le robó el dinero de dentro del bolso. Luego, continuó su camino, silbando alegremente.

De repente, escuchó la sirena de la policía. Asustado, Joe comenzó a correr. Dobló en una esquina y vio una vieja tienda de juguetes. Sin pensarlo dos veces, entró en la tienda y se detuvo para recobrar el aliento.

Una vez dentro, Joe observó las estanterías llenas de juguetes extraños: coches, muñecas de porcelana, trenes y bolas de colores. Todo eso transmitía una sensación de nostalgia y misterio. Al escuchar al viejito dueño de la tienda preguntar si quería algo, Joe se sobresaltó y dio un pequeño salto. Rápidamente, dijo que solo estaba de paso y que había entrado en la tienda por error.

El viejito, con una sonrisa amable, sugirió a Joe que echara un vistazo a la tienda, ya que podría encontrar algo de su interés. Luego, el dueño de la tienda se alejó, desapareciendo al fondo del establecimiento. Con las manos en los bolsillos y una mirada desconfiada, Joe comenzó a caminar por el pasillo, examinando los juguetes a su alrededor.

Con una mirada de interés, Joe vio un guante. Lo tomó y notó que era completamente negro, con un texto tejido que decía "La Guante del Ladrón". El viejito se acercó y explicó que ese guante había pertenecido a un ladrón famoso, que con él lograba robar todo lo que quería. Esto despertó aún más la curiosidad de Joe, quien rápidamente se puso el guante en la mano y lo levantó, mirándolo con fascinación.

Él dijo que se quedaría con el guante. Cuando el viejito informó que el precio era de 18 dólares, Joe respondió que no iba a pagar y salió corriendo de la tienda. El viejito preguntó a dónde iba, pero Joe ya estaba afuera. El viejito, que al principio parecía preocupado, cambió su expresión por una sonrisa maliciosa y murmuró que Joe pronto descubriría de lo que el guante era capaz.

Joe entró en su casa, un apartamento viejo y abandonado en el centro de la ciudad. Las paredes estaban manchadas y descascaradas. Cuando pisó la alfombra, varias cucarachas salieron corriendo debajo de ella. Abrió la nevera, donde había una pizza vieja con una rata comiéndola. Espantó a la rata diciendo "¡Fuera de aquí!" y tomó la pizza, mordiendo un pedazo.

Luego, se sentó en el sofá, que liberó una nube de polvo. Joe entonces declaró que se sentía como un rey y que ese era su castillo. Mordiendo otro pedazo de pizza, miró su mano vestida con el guante y dijo con confianza que a partir de ahora su vida sería aún mejor.

Al día siguiente, la primera prueba de las propiedades sobrenaturales del guante llegó rápidamente. Joe logró robar con facilidad el collar de una mujer en la fila del banco. Luego, pasó cerca de un policía multando un coche en la acera y robó sus esposas. Inmediatamente después, vio a una madre alimentando a su bebé en una parada de autobús y, aprovechando su distracción, robó el biberón.

Se dirigió a un callejón, volteó un contenedor de basura y metió todos los objetos robados dentro. Comenzó a reír, diciendo lo fácil que había sido y que el guante era realmente sobrenatural. De repente, un periódico llevado por el viento le golpeó la cara. Joe retiró el periódico y leyó que una joya rara estaba en exhibición en el museo, y que ese sería el último día.

Una sonrisa se dibujó en su rostro y, pateando el contenedor con los objetos, dijo: "¿Por qué preocuparme por robar estas porquerías cuando hay una joya que vale millones? Podría hacerme rico de la noche a la mañana y vivir verdaderamente como un rey." Entonces, con las manos en los bolsillos, caminó con confianza fuera del callejón.

Cuando llegó la noche, Joe usó una ganzúa para abrir la puerta del museo. Entró sigilosamente y pronto escuchó pasos. Se escondió detrás de una cortina y vio pasar a un guardia del museo, distraído con una hamburguesa en la mano. Tan pronto como el guardia pasó, Joe salió de detrás de la cortina, aliviado de haber escapado por poco.

Entonces abrió un pequeño mapa que tenía guardado en el bolsillo y localizó la sala principal. Al llegar allí, vio la joya dentro de una caja de vidrio sobre una columna blanca. Joe se acercó, abrió la caja y sonó una alarma. El lugar, que estaba oscuro, comenzó a parpadear con luces rojas. Intentó salir, pero su mano, que llevaba el guante, no obedecía; lo hizo regresar a la caja e intentar tomar la joya. Sin embargo, estaba atascada y no salía, parecía estar pegada a la caja.

Joe se preguntaba qué estaba pasando y por qué su mano se movía sola. Entonces se dio cuenta de que era el guante, que estaba haciendo que su mano se moviera involuntariamente y deseaba la joya a toda costa, después de todo, era la mano del ladrón. Mientras tanto, escuchaba pasos de guardias acercándose rápidamente.

En un mezcla de desesperación y una sonrisa nerviosa, Joe intentaba liberarse, pero su mano lo impedía, continuando intentando sacar la joya que no salía. Fue en ese momento que los guardias lo encontraron y apuntaron sus armas hacia él.

Uno de los guardias ordenó que levantara las manos o sería disparado. Joe levantó una de las manos, pero la otra no obedecía. El policía insistió en que levantara la otra también, pero Joe no podía hacerlo. El guardia comenzó a contar hasta diez, amenazando con disparar si Joe no obedecía.

1, 2, 3... Joe tuvo que enfrentar la realidad de que el guante era realmente sobrenatural y estaba controlando su mano. La cuenta continuó: 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10. El policía disparó y Joe fue alcanzado, cayendo al suelo. Aún caído, su mano seguía extendida, tratando de agarrar la joya, lo que hizo que el policía disparara nuevamente, repetidamente, hasta que el brazo de Joe cayó sin vida al suelo.

La sirena dejó de sonar y las luces del lugar volvieron a la normalidad, iluminando la escena trágica.

Al día siguiente, el viejito de la tienda leyó en el periódico que un ladrón llamado Joe había sido mu**to al intentar robar la joya del museo. El viejito rió y, doblando el periódico, lo tiró al bote de basura. Poco después, escuchó la campana sobre la puerta de la tienda de juguetes, indicando que alguien acababa de entrar. El viejito salió de detrás del mostrador y vio a un policía caminando hacia él. Se detuvo y dijo que quería vender un objeto antiguo.

El policía sacó la guante del ladrón de su bolsillo, y el viejito abrió una sonrisa macabra. Después de que el policía vendió el guante, el viejito lo volvió a colocar en el estante, mientras sonreía y decía: "Bienvenido de vuelta a casa."

**Autor:** July Núñez

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