28/01/2025
- Josué, esto es una locura. ¿De verdad crees que podremos con esto? - Claudia observaba el techo lleno de grietas, mientras un trozo de yeso caía al suelo.
- Claro que sí, amor. Mira más allá del polvo y las paredes. Esto tiene potencial. - Josué sonrió, aunque sabía que su entusiasmo era una apuesta arriesgada.
La casa era una ruina. El tipo de lugar que los agentes inmobiliarios evitan mostrar, pero ellos la habían comprado con lo poco que tenían. Era vieja, oscura, con un sótano húmedo donde descansaba una caja fuerte enorme y oxidada. Desde el primer día, trataron de abrirla por curiosidad, pero desistieron tras varios intentos fallidos. La convirtieron en parte del paisaje, relegada al olvido.
Con los años, el lugar cobró vida. Josué arregló las paredes, pintó techos, y juntos convirtieron aquella ruina en un hogar cálido. Fotos de sus hijos, Mateo y Sofía, adornaban las paredes. Risas llenaban los rincones. La caja fuerte quedó cubierta por herramientas y cajas vacías, un secreto sin resolver en el sótano que a nadie parecía importar. Hasta aquella noche.
Josué abrió los ojos, confuso, cuando sintió una mano áspera tirar de él. Uno de los hombres, un tipo corpulento con un abrigo negro, lo arrastraba de la cama. Claudia gritó mientras otro sujeto, más delgado y con cabello rapado, la agarraba de los brazos.
- ¡Silencio! - gruñó el corpulento, y le dio una bofetada que resonó en la habitación.
- Papá... - Mateo apareció en la puerta, seguido de Sofía, ambos temblando de miedo.
- Tráelos aquí - ordenó el líder, con un marcado acento de Europa del Este. El tercer ladrón empujó a los niños hacia el centro de la habitación y, con rapidez, usaron cuerdas para atar a toda la familia contra las patas de la cama.
Por un rato, nadie habló. Solo se escuchaban los pasos de los intrusos recorriendo la casa, abriendo cajones y tirando cosas al suelo. Claudia sollozaba en silencio mientras los niños intentaban entender qué estaba pasando.
Josué apretaba los puños, rezando porque los ladrones se conformaran con lo que tomaran y se fueran. Pero la esperanza se desvaneció cuando el tipo corpulento regresó a la habitación con una sonrisa torcida.
- Muy bien, amigo. Ahora, ¿qué me puedes decir de esa cajita que tienes en el sótano? - dijo, cruzándose de brazos.
Josué lo miró confundido.
- ¿De qué hablas?
- No te hagas el id**ta. La caja fuerte. No está ahí por casualidad. ¿Qué guardas? ¿Dinero? ¿Joyas?
- Esa caja estaba aquí cuando compramos la casa. Nunca hemos podido abrirla. No tengo la llave.
- ¿Ah, no? - dijo el rapado acercándose a Claudia, quien trató de retroceder, aunque no podía moverse.
Ya escuchaste, preciosa. Dile a tu marido que coopere, porque si no...
El hombre deslizó una mano por el camisón de Claudia, tocándole un pecho.
- ¡Cabrones! ¡Os voy a matar! - gritó Josué.
El líder le dio un puñetazo en la cara, haciendo que cayera hacia un lado.
- Tú cállate. Aquí las preguntas las hago yo. - Luego, mirando a Claudia, agregó: - Si no quieres que sigamos, dile a tu hombre que deje de hacerse el mártir.
Claudia, llorando, negó con la cabeza.
- No sabemos nada, por favor...
El rapado no la escuchó. Levantó el camisón hasta las caderas, mientras los niños gritaban y lloraban.
- ¡Por favor, no! - suplicó Claudia.
- Deja de jugar - ordenó el líder, sacando una pi***la. Caminó hasta ella y le apuntó directamente a la cabeza.
- Escucha bien, amigo. Voy a contar hasta tres. Si no me dices dónde está la llave, la mato.
- ¡Por favor no! - gimió Josué temblando de terror.
- Uno... dos... tr...
- ¡Yo sé dónde está la llave. Está detrás de la caja fuerte! - El que había hablado era Mateo.
Los ladrones se miraron entre sí, sorprendidos.
- ¿De qué hablas? - preguntó Josué, incrédulo.
- La llave está ahí. Por favor, déjadla en paz.
Los hombres bajaron al sótano. Uno de ellos, con manos temblorosas, pasó la mano detrás de la caja y encontró la llave.
El niño no mentía.
Introdujeron la llave y abrieron la caja. Dentro había pilas de monedas de oro y joyas.
¡Esto es mejor de lo que pensaba! - exclamó el líder.
Pero entonces la puerta del sótano se cerró de golpe y las luces parpadearon antes de apagarse por completo.
El silencio inicial fue tan absoluto que los latidos de la familia parecían retumbar en la habitación de arriba. Luego, un alarido desgarrador rompió la calma, seguido de disparos y gruñidos inhumanos.
-¿¡Qué está pasando!? - gritó Claudia, con la voz rota por el miedo.
Los disparos se interrumpieron con un gorgoteo húmedo, como si alguien estuviera ahogándose. Las súplicas de los ladrones llenaron la casa, cada vez más desesperadas.
- ¡Sácame de aquí! ¡Por favor, no! - chilló uno, mientras algo arrastraba su cuerpo hacia la caja.
Los gritos cesaron abruptamente, dejando un silencio tan profundo que la familia sintió que los envolvía como un sudario.
Cuando Josué logró soltarse, bajó al sótano con una linterna. Encontró la caja cerrada de nuevo, y un rastro de sangre oscura que conducía hasta su interior. No había señales de los ladrones.
- Mateo... ¿Cómo supiste lo de la llave?
El niño lo miró, temblando.
—Una vez soñé con esto. En las paredes de la casa aparecieron palabras. Decían que la llave estaba ahí, para cuando hiciera falta.
- ¿Qué más decían?
— Que mientras cuidemos la casa, ella nos cuidará a nosotros.
Josué apagó la linterna, abrazó a su hijo y subió las escaleras. No volvieron a hablar de lo que sucedió esa noche, pero desde entonces, nadie se atrevió a abrirla de nuevo. Pero todos dormían más tranquilo