22/09/2025
En una reciente emisión de "Entre Viñetas", Pavel Ortega menciona que el trabajo más reciente de un autor "está buenísimo", después acota que no lo leyó aún y repite "pero está buenísimo". Esto, hablando de su estancia en un evento que cuenta con unas premiaciones muy... peculiares.
Presento extractos de "Favorecer el ruido, no la lectura", por Juan Domingo Argüelles donde habla del ensayo "Organizados para no leer" de Gabriel Zaid
(...)La acción misma de leer, (...)es una práctica más escasa incluso entre los que pertenecen al medio literario; ese medio que ya ni siquiera necesita leer los libros de sus amigos que reseña si da por sentado que son buenos (¿y cómo no habría de ser así?), y que espera que esa reseña sea retribuida con igual o mayor “generosidad”. A esto llamó alguna vez Zaid “la crítica literaria como una obra de caridad” y también, valga decirlo, como pago de favores que, como es obvio, corrompe la objetividad.
Pero, en esa periferia de la cultura sin lectura, están los conectes, el clientelismo y el tráfico de influencias. Así, un editor institucional que no puede publicar su libro en la editorial donde trabaja, le publica un libro a un argentino, español o italiano acá en México, y esos extranjeros que son editores de instituciones allá en sus tierras o que saben cómo se corta el bacalao y cómo se reparten las cartas, corresponden al editor institucional mexicano publicándole en el extranjero. “¿Vida literaria?” No. Nada tiene que ver esto con la vida literaria que es leer, escribir y hasta publicar si es posible.
Por eso hay escritores “consagrados” a los que muy poca gente ha leído en realidad. No hace falta leerlos si tantas personas dicen que son magníficos, y hasta quienes apenas han oído sus nombres dicen que son excelentes. Este prejuicio favorable obra milagros cuando de leerlos se trata: se les lee para confirmar que son buenísimos, porque de otro modo, si se obrara con plena sinceridad, se sabría que se ha perdido el tiempo. Por ello, la sinceridad se anula, el juicio estético se pierde, la crítica se extingue y el lector que no había leído esa “obra maestra” y que, al leerla, llegó a parecerle una porquería, prefiere nadar siguiendo la corriente en la que van todos, no sólo para no parecer un estúpido, sino también porque es probable que llegue a creer, sinceramente, que si no comprendió la grandeza de esa obra mediocre es porque de plano es un im***il y más le vale ocultarlo para no ser excluido del poder dominante de “la vida literaria”. Por ello, lo más sensato, concluye, es leer en el prestigio, en la fama, en la reputación, en la celebridad, pero no así en los libros. ¿Cómo podría ser malo el libro que el poder dominante de la academia o de “la vida literaria” encumbran?
(...)
Bien advierte Zaid que hasta en los concursos literarios que se conceden a la “gran trayectoria literaria”, suele votarse “de oídas”. Por ejemplo, cuando entre los candidatos al premio está aquel que “es un encanto en las cenas, sale en los periódicos y la televisión [y] tiene buen currículo (es decir: si otros jurados ya le dieron premios, distinciones y nombramientos, si me han hablado de sus muchas cualidades) […] los resultados pueden ser vergonzosos: ignorar obras valiosas que no fueron leídas; encumbrar a mediocres que no han sido leídos; multiplicar los intereses creados a favor del ruido, no de la lectura”.
Que yo sepa, Gabriel Zaid no ha cultivado el cuento, pero el siguiente párrafo de “Organizados para no leer” tiene todas las características para ser un cuento o apólogo sobre esa periferia de no lectores denominada “la vida literaria”. Me atrevo a intitular este cuento (perdóneme, don Gabriel) “La sociedad de los lectores muertos”, y dice así:
“Un perfecto mediocre, tesonero y simpático puede hacer la carrera señalada por Jules Renard (Journal). El primer premio se lo dieron porque ‘¡Pobre, no le han dado ninguno!’. El segundo, porque acaba de recibir el otro. El tercero, porque ya tenía dos. El cuarto, porque lo exigió. El quinto, porque, después de tantos premios, no darle éste llamaría la atención (se pensará que lo excluimos por razones ideológicas o prejuicios contra las minorías). El sexto, porque premiarlo se volvió costumbre. Los siguientes son una avalancha. La sociedad, las instituciones, el Estado se premian a sí mismos al reconocer a los monstruos sagrados”.