19/06/2024
PAQUITO VILLAGRÁN DE LEÓN
Más de tres semanas me tomó procesar, con incredulidad, enorme dificultad y escepticismo, la noticia sorpresiva y dolorosa de la pérdida súbita de Paquito. De un sólo golpe experimenté un duelo devastador, cuyas secuelas me acompañaran hasta que Dios disponga mi tránsito hacia donde los pájaros migran en definitiva en su último invierno. Mi perplejidad me hizo perder coherencia e ilación. En desorden me abrumaron trozos, piezas y episodios de nuestra entrañable amistad de más de tres décadas y examinar detenidamente su contribución histórica, por cierto, de importancia capital, nada menos, que en evitar, a mediados de 1980, contra todos los pronósticos, que la región se incendiará y transformara en un in****no, en una guerra generalizada de grandes proporciones, consecuentemente en una matanza demencial y en un retroceso económico, político y social sin precedentes.
A escala global, tenía lugar una guerra “fría” entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en tanto Centroamérica, fundamentalmente en El Salvador y Guatemala nos debatíamos en una sangrienta y salvaje guerra “caliente”.
El único escenario previsible era de dictaduras militares fascistas o comunistas y la conflagración regional. El panorama era desolador y delirante. La sinrazón era la norma.
Unión Soviética en Nicaragua y los Estados Unidos en el resto de la región gastaron durante varios años decenas de millardos de dólares en armas y municiones y en menor medida en programas sociales y de soporte a las balanzas de pago.
Desembocar en una guerra regional era la única salida para los extremistas y radicaloides locales y para los halcones de Washington, que, con Oliver North como operador financiero y militar, con pragmatismo pe******do llegaron al extremo de financiar a los “contras” en las fronteras de Nicaragua con dinero del narcotráfico, mientras Francia y México, entre otras naciones como Venezuela y Panamá simpatizaban abiertamente con las insurrecciones armadas en El Salvador y Guatemala. Francia y México llegaron a reconocer oficialmente como fuerza beligerante al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador.
Sin embargo, en Guatemala se abrió con discreción una pequeña ventana de esperanza: el Canciller Fernando Andrade Díaz-Durán, hombre de confianza del Jefe de Estado de facto, el general Mejía Vítores, renovó la diplomacia guatemalteca, con un grupo muy joven de profesionales de alto calibre, con visión de Estado y grandes capacidades estratégicas y tácticas, grupo en el que destacaba Paquito, y condujo con claridad y una lucidez sorprendente, un conjunto de maniobras y operaciones diplomáticas estratégicas que en apenas dos años, entre 1983 y 1985, de manera brillante e impensable, súbitamente desactivaron la guerra, desmantelaron las dictaduras militares e instauraron la democracia, sin que los extremistas y radicaloides pudiesen percatarse y reaccionar.
Cuando se vinieron a dar cuenta, la eficaz estrategia de “neutralidad” de Guatemala logró viabilizar los buenos oficios del Grupo denominado Contadora, integrado por México, Panamá, Colombia y Venezuela en 1983, para lograr una salida negociada a los conflictos en la región y restablecer la paz en las naciones de América Central; realizar elecciones en Guatemala para una Asamblea Constituyente y la confección de una Constitución en 1985 y llevar a cabo elecciones presidenciales en Guatemala, asombrosamente, con igualdad de oportunidades políticas, transparencia y justicia electoral, que llevaron a Vinicio Cerezo a la Presidencia en 1986 y a la instauración de una verdadera aunque incipiente democracia en el país.
Durante el gobierno de Cerezo, la política de “neutralidad” recibió el apellido de “activa”; el Lic. Mario Quiñonez Amézquita, un hombre serio, diligente y correcto fue nombrado Canciller, sin duda con el beneplácito de Fernando Andrade, Paquito y José Luis Chea, del equipo político-diplomático del ex Canciller Andrade, muy jóvenes vice Cancilleres. Juntos prosiguieron con la ejecución rigurosa de la estrategia diplomática que trajo la paz y la democracia a la región a finales de la década de 1980. Quizá, si Vinicio Cerezo no se hubiese ido con tanta frecuencia, de jueves por la tarde a lunes por la mañana, a la finca Santo Tomás de descanso, el premio Nobel de la paz hubiese sido suyo y no del expresidente Arias de Costa Rica.
De país “paría”, a velocidad de vértigo, con Fernando Andrade y Paquito a la cabeza, Guatemala alcanzó la presidencia del Grupo de los 77 (países desarrollados y en vías de desarrollo), y muy pocos años más tarde (1991), con Paquito como artífice, Guatemala fue aceptada como miembro del Grupo de Países “No Alineados” a las dos grandes potencias de esos tiempos.
Fernando Andrade Díaz Durán, Paquito Villagrán, José Luis Chea, Lico Urruela y el reducido grupo de profesionales visionarios y diligentes que renovaron la Cancillería en 1980, a los que se sumaron Edmond Mulet, Tono Arenales, Lars Pira, entre otros, sentaron las bases para que el grupo conocido más tarde como “países amigos” (donantes y cooperantes) tuvieran a Guatemala en su agenda prioritaria de política exterior y la acompañaran hasta unos cinco años después de la firma de los acuerdos de paz: es decir, más de quince años de estrecho acompañamiento y cooperación económica.
En todos estos hechos históricos, Paquito tuvo un papel clave y preponderante, que volvió a realizar en 2023 y 2024, aunque en esta segunda ocasión, contó con la contribución indiscutible del ex presidente ladrón Alejandro Giammattei, su concubino Miguel Martínez y el Pacto de Corruptos, que lo ayudaron a desvestir y desnudar la narco clepto dictadura fascista multipartidista prevaleciente en Guatemala y a poner una vez más a nuestro país en la agenda prioritaria de Europa y los Estados Unidos.
Fernando Andrade y Paquito y su generación de estrategas de la diplomacia, pusieron de manifiesto que las guerras y las dictaduras de cualquier corte ideológico son absolutamente evitables, innecesarias y desproporcionadas y que con inteligencia y sentido común pueden desmantelarse.
Paquito fue un luchador incansable, muy consciente de los azotes que nos agobian: la corrupción y la impunidad disfrazadas de radicalismos y extremismos sin raíces genuinas, pues representan mera demagogia para distraer la atención de los narco clepto regímenes autoritarios, los monólogos políticos, los supuestos dogmas y ortodoxias religiosas fundamentalistas, los abusos del poder, el terrorismo de Estado, y las estrategias represivas para imponer la unanimidad política y el pensamiento único.
Nos deja Paquito y su envidiable capacidad estratégica, en medio de un panorama desolador, lleno de mediocridad política y burocrática, donde predomina la firme voluntad de las elites fascistas dominantes, de no aceptar ni estar dispuestos a convivir incluso con los que piensan de manera muy semejante a ellas, debido a su enorme “peligrosidad”: son demócratas, plurales y creen en el mercado y en el sistema de precios, menos aún con quienes piensan diferente, fenómeno que explica el progresivo envilecimiento de nuestra sociedad.
Paquito encarno en su vida la integridad, honradez, rectitud, vasta cultura, inteligencia, entrega, perspicacia, sentido común, entereza, paladar cosmopolita exigente y sofisticado, sarcasmo sutil e ironía fina, modestia y humildad, tacto, prudencia y sobre todo eficacia, autoridad moral, aristocrático sentido del humor, principios y convicciones firmes, valor y absoluto respeto a su prójimo.
Cuando llegaron al poder el fascismo y el crimen organizado de la mano del FRG, Paquito se negó a seguir instrucciones abusivas y absurdas del energúmeno de Paco Reyes y renunció inmediatamente de la embajada en Alemania.
Diplomático consumado, estratega político experimentado, intelectual y académico distinguido y prestigioso, escritor, ensayista y columnista persuasivo e influyente. Con una capacidad sin límites de prodigar amor, afecto, amistad, conocimiento y cultura. Tuvo que sobre llevar con estoicismo la pérdida prematura de su amada madre y de su hijo mayor.
No obstante, a Pancho Villagrán Kramer, uno de los grandes eruditos en la historia de Guatemala y padre de Paquito, lo conocí desde niño, y años después, de joven adulto solía recibir su visita un par de veces por semana, a Paquito lo conocía sólo de vista. Fue hasta 1990, a mis 34 años, en Washington DC, cuando nos conocimos, en el hotel Highland, en la avenida Connecticut. Por iniciativa de Fito Paiz y la moderación y conducción de Harvard y CEPAL, un grupo de chapines discutimos el caso de Guatemala y confeccionamos estrategias de mediano y largo plazo con su correspondiente paquete de políticas de corto plazo para superar sus desafíos y problemas de país. Acudieron ministros de Estado, incluyendo el de la defensa, el general Bolaños; el gabinete económico; miembros de la Junta Monetaria e invitados del sector privado, entre ellos, mi querido amigo Manfredo Lippmann, que, de entrada, con su característica simpatía, buen humor y carisma, ayudó a que el general Bolaños y yo limáramos asperezas. También concurrieron funcionarios de la embajada en Washington, entre ellos Paquito y Otto Pérez, que en aquellos tiempos era el agregado militar en Washington y amigos contemporáneos que en ese entonces cursaban programas de maestría en la escuela de gobierno Kennedy, en Harvard, como Richard Aitkenhead y Estuardo Méndez y mi querido amigo, destacado empresario y lúcido economista Luis Enrique González.
Desde ese ejercicio académico en 1990, hasta finales de abril de 2024, nos vimos con Paquito dos o tres veces por año, en Washington o en Guatemala. Incluso, en noviembre de 2003, junto a mi familia, Paquito me acompaño a una cena en la que el International Center for Journalists (ICFJ) me entregó el prestigioso premio Knight en Washington. Donna y Paquito también nos acompañaron en 2016 a festejar en Washington, en una cena memorable, la graduación de su programa de maestría, en la universidad de Georgetown, de Ramón Ignacio, el más pequeño de mis tres hijos.
Nos hablamos durante décadas un par de veces por semana, hasta que pocos años antes de la pandemia lo hicimos todos los días, incluyendo el día que Giammattei y Consuelo Porras me aislaron e incomunicaron en una bartolina en Mariscal Zavala. Paquito fue de los primeros que vinieron a verme en prisión y no lo dejaron entrar, a pesar de su elegante tacuche. Sin embargo, persistió, hasta que finalmente pudo entrar a verme. Vino a Mariscal desde Washington en once ocasiones, la última a finales de abril, pocos días antes de su fallecimiento, junto a su amada esposa Donna. Pocas veces reímos tanto los tres juntos.
De la misma forma que hicimos amistad con Pancho, su padre, Paquito hizo gran amistad con Jose Carlos -Josecito como aún lo llamo yo- mi hijo mayor. En una sola ocasión, tuve el privilegio de reunir a Pancho, Paquito y Josecito, en un almuerzo de domingo, en mi vieja y querida casa de la zona 12.
Su legado a Guatemala es enorme e invaluable. Con sus ejecutorias y acciones ennobleció a muchas generaciones de sus orgullosos ancestros, a su amada esposa Donna y a su amadísimo hijo Max, a quienes esperamos honrar y servir como lo hicimos invariablemente con Paquito.