15/01/2025
𝑺𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒊𝒂 - 𝑯𝒐𝒚 15 𝒅𝒆 𝒆𝒏𝒆𝒓𝒐 𝒄𝒆𝒍𝒆𝒃𝒓𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒂 𝑺𝒂𝒏 𝑷𝒂𝒃𝒍𝒐 𝒆𝒍 𝑬𝒓𝒎𝒊𝒕𝒂ñ𝒐, 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒏 𝒉𝒂𝒍𝒍ó 𝒂 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒔𝒐𝒍𝒆𝒅𝒂𝒅 𝒅𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐.
Cada 15 de enero la Iglesia recuerda a San Pablo el Ermitaño, conocido también como ‘Pablo de Tebas’ o ‘Pablo el Egipcio’. Este santo forma parte de los denominados ‘Padres del desierto’ o ‘Padres del yermo’.
El apelativo “ermitaño” (una derivación del griego eremítes, ‘del desierto’) tiene su origen en el estilo de vida que asumió el santo: Pablo se entregó a Dios apartándose del mundo para vivir en el desierto, en una “ermita” -generalmente un lugar aislado como una cueva o una cabaña precaria, la cual solía disponerse a manera de habitación-. Allí, en soledad y silencio, Pablo se dedicó a la meditación y la oración.
La forma de vida de este santo, original de Tebaida (Antiguo Egipto), se convertiría en fuente de inspiración para muchísimos otros cristianos a lo largo de la historia, quienes -como él- buscaron a Dios lejos del ruido y la frivolidad de las ciudades. El cristianismo ya había visto con beneplácito el desierto, los bosques apartados o las montañas escarpadas en los tiempos de persecución; por lo que estos se habían convertido en lugares “familiares” para quienes deseaban vivir su fe: habían sido refugio u oasis en los momentos más difíciles.
Con el tiempo, la influencia de Pablo de Tebas en la cultura cristiana fue tal que todo aquel que adoptaba el aislamiento como camino para crecer en el espíritu empezó a ser llamado “ermitaño”.
San Jerónimo de Estridón, en el siglo V, consignó el año 228 como el del nacimiento del santo y a Egipto como su patria; señalando así mismo que habría quedado huérfano muy pequeño, a la edad de 14 años.
𝑬𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐: 𝑬𝒏 250 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒍𝒍ó 𝒖𝒏𝒂 𝒈𝒓𝒂𝒏 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒆𝒄𝒖𝒄𝒊ó𝒏 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒓𝒊𝒔𝒕𝒊𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒐𝒓𝒈𝒂𝒏𝒊𝒛𝒂𝒅𝒂 𝒑𝒐𝒓 𝒆𝒍 𝒆𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒅𝒐𝒓 𝑫𝒆𝒄𝒊𝒐, 𝒚 𝒖𝒏 𝒋𝒐𝒗𝒆𝒏 𝑷𝒂𝒃𝒍𝒐 𝒔𝒆 𝒗𝒊𝒐 𝒐𝒃𝒍𝒊𝒈𝒂𝒅𝒐 𝒂 𝒆𝒔𝒄𝒐𝒏𝒅𝒆𝒓𝒔𝒆. 𝑺𝒖 𝒄𝒖ñ𝒂𝒅𝒐 𝒍𝒆 𝒃𝒓𝒊𝒏𝒅ó 𝒑𝒓𝒐𝒕𝒆𝒄𝒄𝒊ó𝒏 𝒊𝒏𝒊𝒄𝒊𝒂𝒍𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆, 𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒍𝒖𝒆𝒈𝒐, 𝒆𝒏 𝒂𝒄𝒄𝒊ó𝒏 𝒅𝒆𝒔𝒉𝒐𝒏𝒆𝒔𝒕𝒂, 𝒍𝒐 𝒅𝒆𝒏𝒖𝒏𝒄𝒊ó 𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒂𝒖𝒕𝒐𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅𝒆𝒔 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍 𝒑𝒓𝒐𝒑ó𝒔𝒊𝒕𝒐 𝒅𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒅𝒂𝒓𝒔𝒆 𝒄𝒐𝒏 𝒔𝒖𝒔 𝒃𝒊𝒆𝒏𝒆𝒔. 𝒆𝒍 𝒔𝒂𝒏𝒕𝒐, 𝒆𝒏𝒕𝒐𝒏𝒄𝒆𝒔, 𝒉𝒖𝒚ó 𝒂𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐.
Al principio la soledad lo atormentaba, pero después empezó a darse cuenta de que esta podía ser aprovechada como medio para encontrarse con Dios. El desierto se convirtió en el “lugar” donde Dios podía hablarle y él escuchar su voz. Vivir en silencio, desapegado a las comodidades y seguridades mundanas, se presentaba como espacio fértil, donde podía experimentar el amor divino.
Pablo, de esta manera, se percató además de que podía sacar provecho de sus circunstancias para ayudar espiritualmente a quienes permanecían en el mundo: empezó por hacer penitencias y elevar oraciones por la conversión de todos aquellos que ‘quedaron atrás’. Seguir los pasos de Jesús en soledad no era una “huida”, precipitada por algún temor o frustración personal, era, por el contrario, una forma de redimir aquello que se había alejado de Dios.
𝑨𝒎𝒊𝒈𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒂𝒏 𝑨𝒏𝒕𝒐𝒏𝒊𝒐 𝑨𝒃𝒂𝒅, 𝑷𝒂𝒅𝒓𝒆 𝒅𝒆𝒍 𝒎𝒐𝒏𝒂𝒄𝒂𝒕𝒐.
Muchas historias se cuentan sobre Pablo el Ermitaño. Una, muy conocida, relatada por San Jerónimo en su Vita Sancti Pauli primi eremitae [Vida de San Pablo, primer eremita] señala que este se alimentaba solo de los frutos de una palmera, y que cuando aquella no tenía dátiles, un cuervo le llevaba todos los días la mitad de un pan.
San Antonio Abad, padre del monacato, oyó en sueños que había otro ‘ermitaño’ más antiguo que él, así que emprendió un viaje para encontrarlo. Cuando estuvo cerca de la cueva que habitaba San Pablo, cierto ruido o movimiento debe haberlo sorprendido, de manera que este tapó la entrada con una piedra temiendo que se tratase de una fiera.
San Antonio entonces tuvo que acercarse lo suficiente y suplicarle que retirase la roca para poder saludarlo. San Pablo finalmente salió y se produjo el encuentro de dos hermanos en Cristo. Los dos santos, sin jamás haberse visto antes, se saludaron llamándose cada uno por su nombre. Luego se arrodillaron y dieron gracias a Dios. Aquel día, un cuervo les llevó un pan entero y cada uno tomó la mitad.
𝑴𝒐𝒓𝒊𝒓 𝒄𝒐𝒏 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒂 𝒗𝒊𝒄𝒕𝒐𝒓𝒊𝒂. 𝑳𝒐𝒔 𝒍𝒆𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒚 𝒆𝒍 𝒎𝒂𝒏𝒕𝒐
Al día siguiente, continúa San Jerónimo, San Pablo se refirió a su propia muerte. Le dijo a San Antonio que veía el momento final cada vez más cerca, y le pidió que fuera de vuelta al monasterio de donde vino para que le traiga el manto que el obispo San Atanasio le había regalado. Pablo deseaba ser amortajado con esa vestimenta.
San Antonio, sorprendido por el vaticinio y el pedido, fue a traer el manto. Al regresar, se encontró con que Pablo ya había mu**to; sin embargo, alcanzó a contemplar cómo el alma del santo se elevaba al cielo, rodeado de ángeles, bajo la mirada de los apóstoles desde lo más alto.
En la cueva yacía el cadáver del ermitaño, de rodillas, con los ojos mirando al cielo y los brazos en cruz. Pablo había mu**to en oración. La tradición señala que llegaron dos leones del desierto que cavaron un hoyo en el que San Antonio puso el cuerpo del santo, cubriéndolo con el manto de Atanasio.
𝗗𝗲𝘀𝗰𝗮𝗿𝗴𝗮 𝗹𝗮 𝗮𝗽𝗹𝗶𝗰𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗱𝗲 𝗘𝗺𝗮𝘂́𝘀 𝗥𝗮𝗱𝗶𝗼 𝗱𝗲𝘀𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗣𝗹𝗮𝘆 𝗦𝘁𝗼𝗿𝗲 𝗼 𝗹𝗮 𝗔𝗽𝗽 𝗦𝘁𝗼𝗿𝗲.
𝗣𝗹𝗮𝘆 𝗦𝘁𝗼𝗿𝗲
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𝗔𝗽𝗽 𝗦𝘁𝗼𝗿𝗲.
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