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01/02/2025
EN BUSCA DE LOS MONOLITOS DE LA PROFECÍA – FRAGMENTO 60º
Prácticamente un día entero de camino les había llevado a llegar al terreno conocido como “lateral malo”, sin detenerse y a paso rápido. Se dirigieron a la posada que habían elegido siguiendo el mapa, pues ya era noche avanzada y estaban famélicos, aparte de que sufrían un pequeño malestar por tener que viajar sin fijarse en los alrededores, pero un encargo era un encargo.
Por fortuna para ellos, la posada apenas albergaba huéspedes, y pudieron ser atendidos por la cocina a pesar de la hora. Pagaron el trato recibido con suma generosidad y luego se retiraron a descansar. Al día siguiente tendrían mucho que hacer.
Amaneció con niebla y un frío que calaba los huesos, lo que indicaba que no iba a llover. Por fortuna, la esfera antimagia no afectaba esa parte de la ciudad, por lo que mientras otros usaban capas de piel de borrego para cubrirse del frío, ellos empleaban sus magias ante las atónitas miradas de los viandantes.
Caminaron sin preocupaciones y pudieron observar un gran contraste dentro de la ciudad. El “lateral malo” estaba separado, no por muros, sino por los sentimientos de las personas. Edificios altos, esculturas y diversos adornos, de repente parecían transformarse en casas de paja y barro de un solo piso. Caros y buenos materiales de construcción acariciaban a sus hermanos más baratos. La ropa de los caminantes también marcaba la línea divisoria, y parecía que las personas del “lateral malo”, que tan solo portaban un taparrabos o camisas rotas en un día tan frío, sabían que no podían cruzar esa línea imaginaria.
Caminaron por lo que dejaban de ser calles y se convertían en trozos de selva con restos de civilización, hasta llegar a una zona cubierta por diversas pieles. Allí, a cubierto de los ojos del cielo, pero no de los brazos del frío, pudieron observar a tres personas bien vestidas que tutorizaban a un grupo de desaliñados. Se acercaron para comprobar que de allí debían de salir los trabajadores de la parra, como les había informado el encargado de la herrería días atrás.
—Buenos días tengáis —saludó un hombre con una barba lineal y sin bigote—. Me llamo Patroclo y vuestros rostros me son desconocidos. ¿Os puedo ayudar en algo?
—Sí —respondió Blady—. ¿Qué lugar es este?
—Debéis de ser forasteros —dedujo Patroclo observándolos—. Este lugar es una zona de penurias y vicios. Afortunadamente, el rey piensa en sus súbditos y nos ha encargado a mis compañeros y a mí la tarea de enseñarles los conocimientos que podamos a estas pobres masas. Nuestro deber es enseñar aquello que les pueda permitir desempeñar un trabajo y vivir dignamente.
—¿Vosotros decidís qué trabajo realizarán?
—Oh, no, no —respondió como un maestro paciente—. Nosotros solo enseñamos y corregimos sus errores. Cada semana viene un enviado del rey y, basándose en los trabajos disponibles y nuestras valoraciones, se lleva a algunas personas o ninguna. De esta manera, conseguimos erradicar poco a poco la pobreza y la miseria de la ciudad.
—A mí me parece que solo cambian de tipo de pobreza —susurró Ayra recordando la ausencia de libertad de los trabajadores.
—¿Y bien? —preguntó Patroclo—. ¿Tenéis deseo de aprender algo? Todo esto está pagado por el rey y nosotros intentamos enseñar a todo aquel que muestre interés.
Blady y Marth agradecieron el ofrecimiento, para desdicha de Ayra y Vyse, pero pronto abandonaron las enseñanzas que Patroclo y sus compañeros ofrecían porque eran muy básicas para ellos.
—Será mejor que demos una vuelta por aquí cerca hasta que llegue el enviado —sugirió Marth tras descubrir que algunos de los presentes estaban realizando diversas pruebas de conocimientos porque hoy podrían ser elegidos para tener un trabajo.
El resto del grupo estuvo de acuerdo y se alejaron en dirección a donde la maleza era más densa.
—Hola —saludó un pequeño golfillo delante de ellos—. ¿Vosotros no vais a estudiar?
—No, ¿y tú?
—Tampoco. No me gusta lo que está pasando —confesó el vivaz muchacho de ojos azul cristalino y piel blanquecina.
—¿No se supone que están estudiando para poder tener trabajo y comida? —le preguntó Blady con curiosidad por la respuesta.
—Sí, pero he visto cómo acaban y no me gusta. Antes todos jugábamos juntos, buscábamos algo de comer y aunque no había mucho, la gente era más feliz. He visto a los que trabajan. No son felices, no se ríen como antes.
—Pero tienen comida —trató de explicarle Marth, aunque sabía lo difícil que sería mostrarle la importancia de ello a un niño.
—¿De qué vale la comida? Ellos viven en una jaula sin barrotes, no son libres. Yo puedo ir adonde quiera, pero ellos no.
—Muy bien dicho, chico —le felicitó Ayra dándole un par de monedas—. Nosotros cuatro disfrutamos de esa libertad. Aunque a veces aceptamos trabajos para poder vivir, realmente viajamos a donde queremos.
—Eso es —sonrió el chico—. Tenéis lo necesario para poder comer y disfrutar. ¿Jugáis conmigo?
Se miraron entre ellos.
—Vale, no tenemos nada mejor que hacer de momento —contestó Ayra.
—Contad hasta cuarenta y tratad de encontrarme —pidió.
Ayra sonrió mientras el chico se internaba en la maleza. Con la magia, cualquiera del grupo podría saber dónde estaba. Sin embargo, para asombro de los cuatro, dejaron de percibirlo tan pronto lo perdieron de vista.
—¿Cómo puede ser eso? —se preguntaron cuando se dieron cuenta de que ninguno de ellos podía detectarlo.
—Quizás ese chiquillo nos puede enseñar más que esos maestros hoy —sonrió Blady—. Pero primero contemos, es parte del juego.
Tan pronto acabaron de contar, partieron tras el chico. La humedad del clima había permitido que las pisadas quedasen marcadas en la tierra, y las siguieron con atención, ya que no podían emplear la magia.
Tras unos minutos de caminar, se encontraron con que las pisadas desaparecían en un pequeño arroyo.
—Muy inteligente —sonrió Marth—. ¿Y ahora corriente arriba o corriente abajo?
—Corriente arriba, diría yo —contestó Blady.
—No sigo ese razonamiento —confesó Marth—. ¿Me lo explicas?
—Es corazonada. Si yo tuviese por aquí un lugar secreto, me escondería en él y procuraría que no me faltase de nada, y menos agua. Es verdad que hay agua arriba y abajo, pero cuanto más arriba, menos riesgo de que otros la ensucien.
Marth chasqueó la lengua.
—Es un niño. No sé yo si pensará en esos detalles, sobre todo cuando hay adultos que no lo hacen.
—No los pensará —confirmó Vyse—, pero seguro que lo aprendió por experiencia. A menudo la vida te hace despertar antes.
—Pues vamos allá —cedió Marth.
No tuvieron que caminar mucho tiempo para ver unas pisadas frescas que salían a lo más alto del terreno.
—¿Qué os decía? Y seguro que tiene un refugio en un árbol para evitar a los depredadores o poder observar la ciudad.
Siguieron las pisadas un poco más hasta quedar rodeados de altos árboles extraños, donde las huellas desaparecían sin dejar rastro alguno.
—Esto sí que es extraño —murmuró Blady—, pero ya sabéis que todo tiene una lógica.
Los relatos de Nyx Umbrosa, " El hacedor de Mundos".
Autor: Daniel Ares Blanco.
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