15/12/2024
EN BUSCA DE LOS MONOLITOS DE LA PROFECÍA – FRAGMENTO 12º
Los días transcurrieron algo más animados mientras caminaban por diferentes zonas. Les sorprendía ver que, al principio, todos los paisajes que observaban eran parecidos a los que se podía uno encontrar en Soén. Sin embargo, después de un bosque de abedules, se encontraron una enorme pradera de altas hierbas y opulentas flores blancas. La vista se perdía en el horizonte, pudiendo ver todo lo que les rodeaba y, si bien debido a la ausencia de deformaciones en el terreno el trayecto parecía corto, todos sabían que serían varias largas jornadas.
Resignados, continuaron su camino hasta avanzado el día, momento en el que vieron a lo lejos unas figuras que parecían personas.
—Nunca vi personas desde tan lejos —comentó sorprendida Ayra.
—Lo raro es —continuó Marth— que resulta difícil calcular cuándo llegaremos allí. Parece que no estamos acostumbrados a estas distancias sin altos ni bajos en el terreno.
—Y también parece que hoy toca la comida favorita de Marth —bromeó Blady.
El rostro de Marth hizo una mueca de disgusto, como si quisiera vomitar, lo que provocó carcajadas en Ayra y Blady.
—Perdona —se disculparon—, pero has puesto una cara muy graciosa y poco habitual.
Marth tragó saliva sin tomar sus risas a mal. En el lugar en el que se encontraban, eran conscientes de que lo único que podían encontrar para comer serían cigarras y algún que otro insecto o pequeña culebra. Vyse, Ayra y Blady estaban acostumbrados a comer cualquier cosa que hubiese al alcance de la mano, en especial Vyse, que había tenido una infancia complicada, pero Marth no acababa de adaptarse a ciertos “manjares” como a ellos les gustaba denominar. Era partidario de llevar algunas provisiones encima, pero ya habían comprobado que no les compensaba el esfuerzo.
Afligido ante la noticia, intentó demorar lo máximo posible el momento de detenerse a comer, sin éxito.
Tal y como Marth había temido, a la hora de la cena formó una olla de tierra en la que metieron los numerosos insectos que habían atrapado. El crepitar de los insectos le sacaba a Marth el apetito, pero el hambre empezaba a hacer mella en él de tal manera que la culebra espetada en un palo empezaba a parecerle apetitosa y poco diferente de otras ristras de carne que se vendían en los mercados. Aun así, intentó no saborear lo que comía mientras comenzó la conversación para intentar distraer su sentido del gusto.
—¿Cuánto creéis que durará la travesía por esta pradera tan florecida?
—A saber —se encogió de hombros Ayra mientras devoraba ávidamente su parte—, pero tal y como es de llana sin poder ver ningún árbol a lo lejos…
—A lo mejor mañana damos con gente —dijo Blady—. He sentido el grupo de figuras que habíamos visto algo más adelante.
—Pues no se ve ninguna hoguera —se extrañó Vyse.
—Cierto, pero eso igual es debido a que hay algo diferente en el aire. El cielo se ve más colorido, pero, a la vez, es más difícil percibir cada cosa por separado.
—Me gustaría que Boyle pudiera traernos comida —suspiró Marth, cambiando el tema de conversación.
—Eso es imposible —le recordó Ayra—. Su forma de viajar es diferente. Solo puede estar cerca de edificios y para él es como si todos estuvieran unidos.
—Eso quiere decir que no puede caminar por esta pradera —continuó Vyse—. Él mismo dijo que desaparecería y volvería a aparecer cerca del siguiente lugar habitado. Necesita estar al lado de casas con “vida”.
—Lo sé, y lo siento —se disculpó Marth—. No es propio de mí quejarme, pero comer insectos no lo llevo muy bien.
Cuando Vyse acabó su cena, formó una pequeña flauta con su magia del frío y empezó a tocar para distraerlos. Ayra se quedó dormida mientras observaba los siete canutos de hielo de Vyse deslizándose por sus labios como la corriente de un río y se preguntaba por qué ella era incapaz de tener ese talento.
Al día siguiente, a pesar de tener hambre, Marth decidió hacer caso omiso a su estómago y se saltó el desayuno. Prosiguieron su camino entre las brumas matutinas y poco antes del mediodía, Blady les advirtió de que el grupo de cinco personas no se había movido del sitio, por lo que podrían llegar hasta ellos pasado el mediodía.
—Pues si no os importa, alcancémosles —pidió Marth—. Quizás compartan su comida con nosotros.
—No lo veo muy probable —respondió Blady—. Es demasiado extraño que no se muevan nada. Sentados en el mismo sitio, de pie o acostados, pero sin alejarse ni acercarse nada a nosotros.
—Un asesino permanece en su sitio todo el tiempo que haga falta —interrumpió Vyse recordándoles a todos su antigua profesión.
—¿Asesinos en este páramo? —se extrañó Marth—. Sus víctimas los verían a leguas y además, ¿qué asuntos pueden traer a alguien a deambular por aquí?
—Los mismos que a nosotros —se rio Ayra—. A lo mejor son forajidos y esta es su guarida.
—Lo que está claro de momento es que nada sabremos hasta que lleguemos a ellos —suspiró Marth, apurando el paso.
Los demás entendieron las ganas que tenía de comer algo que no fuera insectos o lagartos.
Los relatos de Nyx Umbrosa, " El hacedor de Mundos".
Autor: Daniel Ares Blanco.
Todos los derechos reservados
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