14/03/2025
Recibir una invitación de boda en Valencia no es solo un "sí, quiero", es un "sí, prepárate". Entrarás con dignidad y saldrás con "arroz" en los zapatos, un pitido en el oído y recuerdos borrosos tras el "cremaet".
El sobre, de papel grueso y tipografía elegante, puede llevar la Virgen de los Desamparados. Responder "lo intentaré" no es opción. En Valencia, faltar a una boda es casi tan grave como decir que la "paella" con chorizo no está mal. Y si en la invitación aparecen "Ferrando", "Montalt" o "Giner", prepárate: más que un enlace, es una cumbre de linajes.
El escenario es idílico: una ermita entre naranjos, aire con aroma de "azahar" y campanas repicando mientras alguien saca petardos. Aquí la emoción no se expresa con lágrimas, sino con estruendos. La "mascletà" no es ruido, es un idioma.
El banquete es resistencia pura. "Esgarraet", "clóchinas", "queso de servilleta" y "coca de dacsa" para abrir boca. Luego, el eterno debate: "¿Paella o fideuà?" Nadie gana, salvo la abuela, que todo lo sabe. Si hay arroz, hay variedad: al horno para puristas, "meloso" para modernillos.
La música es clave. Pasodobles para detectar exfalleros, "La manta al coll", algo de La Pegatina y reguetón mezclado con hits noventeros. Sin "Bomba" de King África no se cierra la pista. Si suena Chimo Bayo y ves brazos al aire, únete y grita "hu-ha".
Cuando parece que ha terminado, llega el "cremaet": café, ron, azúcar quemado y canela. Para los prudentes, "horchata" con "fartons". Y cuando todo acaba, la traca final: "coca de llanda", "turrón" de Jijona y bocatas de "blanco y negro".
Si has sobrevivido, queda la paella del domingo en casa de los suegros. Y recuerda: si la hace la suegra, se come y se elogia. Siempre.
Arte: Charlotte Abbey