08/12/2020
CHAO, ALMARZA, HASTA LA AMANECIDA
Os compartimos un texto que Quintín García, dominico de la comunidad de Babilafuente, ha escrito en su partida a Juan Manuel Almarza. Por el cariño y relación que Quintín tiene con Acción Verapaz, nos lo ha enviado, y lo difundimos. Como siempre, con su sensibilidad hecha palabra!!
Chao, Almarza, hasta la Amanecida
Recibo la noticia de la muerte de Almarza a media mañana e inmediatamente me asalta su rostro, ya enfermo, recluido en un silencio hiriente, de la última vez que lo vi en Villava, hará tres o cuatro años.
Pasé muy mal rato, la verdad, mirando y remirando su cuerpo, varado ya en la silla de ruedas, todavía relativamente joven, digamos. Viví ese momento, como tantos familiares, amigos y frailes cercanos, supongo, con un movimiento interior de rabia y de protesta: ¿por qué, por qué? Pero allí mismo te tragas las preguntas, le acaricias la cara, quieres decirle algo amable, y la verdad es que solo aciertas a entrever dolorosamente que así es la condición humana: somos espíritu, inteligencia, sentimientos, capacidad de decisión; nos miramos a los ojos y nos sentimos; o nos recordamos en la distancia y nos seguimos queriendo… Pero somos también biología con sus leyes, y conexiones neuronales, y cegueras, e infartos de miocardio… Y en la rueda de la fortuna de la vida, tan ignota tantas veces, a cada uno nos toca lo que nos toca en formas de vida y en formas de enfermedades y de muerte.
Confieso, no obstante, que no me duró mucho esa imagen del rostro herido y ausente por la enfermedad, y el consiguiente mal sabor de boca y de alma. Enseguida, como una especie de resorte automático, se sobrepuso a la imagen última de Almarza en silla de ruedas, una imagen primera, de cuando éramos chavales, una imagen fotografía que había recobrado del álbum de fotos precisamente este verano con ocasión de un encuentro de amistad en Candelario –Béjar- de dos y yo tres antiguos compañeros de curso desde el primer año de estudios en Corias. Es una foto en la que se nos ve de adolescentes flechas en formación militar delante de la tienda de campaña en el campamento del Frente de Juventudes donde nos llevaban. Almarza debía ser el jefe de tienda `porque está el primero de los cinco –Rorro, Constantino, Carlitos Peña, Rufino Lobo, él, y yo-. Desde luego es el más espigado, con cara de más responsable, y tiene ese aire rubio y espabilado, con los ojos destellantes, como anunciando el lejano profesor de filosofía que habría de ser.
Al hilo de esa imagen, y en mitad de una mañana especialmente fría y cenicienta, voy enhebrando recuerdos y recuerdos de los años de carrera. Luego ya las vidas se bifurcan, cada uno hemos andado nuestras propias sendas y construido nuestros paisajes interiores. Y ha sido ya tarde, de profesor él en Valladolid y Salamanca y yo en estos pueblos de Las Villas (Salamanca), cuando hemos coincidido en torno a actividades e inquietudes comunes, fundamentalmente en tareas de Justicia y Paz y en la ONG Acción Verapaz.
Estuvimos juntos de niños, de adolescentes, de jóvenes. La vida luego nos dispersó. Pero hemos sentido siempre no solo la fraternidad de dominicos, sino ese sello imborrable –no sé si eso infundirá carácter- de ser del curso. Y por tanto amigos especiales.
Mi rezo por él ahora, en esta mañana tan cruda, es sobre todo recuerdos: momentos vividos en común y sentimientos de amistad y de fraternidad. Y deseos de que descanse definitivamente en el seno del misterio de Dios.
En fin, la enfermedad y la muerte nos separan por un tiempo; nos tocan vivir a unos y a otros otras formas de vida en esa ascendente evolución de la energía. Pero nos quedan los afectos que nos permiten recordarnos, querernos, superando incluso esa barrera física de la muerte, porque “el que ama no muere”.
Hasta luego, chaval. Nos volveremos a ver en la Amanecida.
Quintín García