No tengo por costumbre escribir en Facebook, pero hoy, 26 de enero, se cumplen 10 años de mi salida de Madrid, bajo una intensa nevada, en un vuelo de Avianca, rumbo a Bogotá (Colombia), para recalar, al cabo de unos días, en principio, en San José (Costa Rica). Reconozco que no sospechaba entonces que mi destino final sería México…
La noche anterior dormí poco. Sobre las tres de la madrugada comenzó a nevar intensamente sobre Madrid. Mientras ultimaba mi maleta, miraba cómo caían los copos a través de la ventana. Que nevara justo ese día me pareció simbólico, un milagro. A las seis salí a tomar un café. Cuando regresé, sobre las siete, me puse a escribir como un poseso un poema titulado "Madrid, última nevada", que pertenece a mi serie Poemas urgentes y que fue publicado por el gran Federico Corral Vallejo en México años más tarde, en mi compilatorio de mis primeros poemas escritos en América "Sin tierra Soy" (Tintanueva ediciones, 2013).
En la calle, cada pisada crujía, era una metáfora de mi rompimiento. No en vano estaba dando en realidad el paso más rotundo de mi vida: América, el mayor crujido que haya podido concebir y experimentar, tan grande que estoy convencido hace años de que es mi único lugar posible en el mundo, empezando por México, mi patria escogida de entre todas las posibles, pero también Costa Rica, Nicaragua, Colombia, Argentina..., países éstos, como otros que no traigo a colación para no alargar en demasía la lista, que conozco y amo. De aquí que pueda explicarse mi empeño de todo este tiempo en permanecer en territorio americano. Estando en Sevilla es como si estuviera en América, pero siendo igual no es lo mismo. Y no solo porque la vieja Europa se me agotó hace tiempo sino porque hallo mi razón de ser al otro lado del Atlántico.
Sentí en su día que con aquella nevada recibía la bendición de la vida y consagraba –asumiendo sus glorias y servidumbres– mi espíritu libre –extraño, lo comprendo, y tan honesto como inevitable, y libérrimo demasiadas veces, puede ser, que yo no lo niego–. Luego llegó la propia vida y puso de manifiesto para mi asombro mi capacidad de amar y cometer aciertos y errores y asumir triunfos y condenas. En América como nunca antes viví, en el más amplio sentido de la palabra: para mí vivir es darse por completo, y, en consecuencia, al no quedarse uno para sí con vida alguna, ponerse al borde de la muerte. Es como la libertad, que tiene su mayor sentido en usarla hasta el punto en que ya no le quede a uno gota alguna de libertad, y por eso he llegado a escribir que la libertad consiste en negar la propia libertad, esto es, por vaciamiento, que puse en la pluma del protagonista de mi “El año de las tormentas”, en su primera novela, “La vida es un tango por Calderón de la Barca” (Ediciones Periféricas, México, 2019: Ultramarina Cartonera, España, 2019).
Nevaba aún en Madrid cuando mi avión estaba despegando, por lo que yo sentía que la bendición era completa, y no me equivoqué, como tampoco al irme. Ahora llevo en España poco más de un año, y todo este tiempo América ha estado en mí. En realidad, nunca se fue. Nunca me he ido. Mi amor por América es como mi amor al Real Betis: existía desde antes de que yo naciera, es incondicional, vocacional e inevitable. Son dos amores fatales en ese sentido, pero –y quizá por ello– fértiles hasta la locura. En estos últimos trece meses he pensado mucho en América , y también en relación a mi oficio de editor, formado a fondo y esbozado con anterioridad en España y llevado a la práctica en plenitud en México, oficio que me ha supuesto reflexiones diversas. Si hablamos y escribimos la misma lengua, por poner un caso, en muchos países del mundo, quizá deberíamos hacer un esfuerzo para que lo que se publica en un país se publique y conozca en otros y superar, de paso, ese sistema de localismos tan de herencia borbónica que nos impide asumir conceptos globales en nuestra propia región del mundo, que no debemos olvidar que es una, y está unida por el idioma, y en ella caben todas las particularidades, sin perder ninguna un ápice de sí mismas. No digo que no se piense en ello o que no se intente. Más bien me refiero a dos factores que inciden en la incapacidad real de hacerlo: uno es el nacionalismo y otro es el propio sector, al que la mayoría de los actores del mismo no pertenecen, acerca de lo cual podemos reflexionar, y mucho, aunque de lo que no podemos sustraernos es de la realidad, que suelo exponer con un ejemplo palmario: al contrario que en el mundo anglosajón en que todo llega a todas partes, en nuestro mundo hispano no llegamos casi ni a nuestro propio ámbito geográfico. Esto puede deberse tanto a ese afán individualista de herencia hispánica que tanto impera y autolimita como a la falta de medios reales, la burocracia desmedida o la excesiva dependencia de las administraciones públicas para iniciar emprendimientos que deberían ser empresariales y que a la hora de verdad son sobre todo de subsistencia o casi de voluntariado, diría que incluso social.
No es raro encontrarse editores que se sienten incomprendidos cuando no una especie de misioneros abocados al martirio, incluso de su propia ruina. No lo es tampoco encontrarse “editores” que conciben todo como un engaño sistemático a costa de autores cuyas obras no seleccionan ni dictaminan, con los que no trabajan, a los que no promueven, pero a los que cobran de antemano con beneficios. Sería mejor decir en este caso que uno tiene una editorial de autoedición –así, con sus letras–, pero si bien en España sí se dice en el resto de nuestros países esa fórmula parece anatemizada, cuando con ella sí serían “editores”, pues no habría engaño. No está en la naturaleza verdadera del editor ni inmolarse ni estafar. Errores se cometen muchos, pero un editor no puede establecerse desde la mala fe o desde posturas autolesivas. Ser editor es otra cosa. Se trata de un oficio casi desconocido que requiere mucho más de lo que parece, y aún así el acceso a la profesión es sumamente sencillo.
Hay muchos editores buenos, que se esfuerzan, son autoexigentes, autocríticos, rigurosos, buscan consejos, practican la humildad para llegar a la excelencia, y muchos editores malos, que conciben esto en el mejor de los casos como simple negocio –y para eso mejor comprar y vender fruta–, cortoplacismo que no es más que un ejercicio grave de miopía cuando no rayano en lo delincuencial. A demasiados de los que llevan por título este oficio les importa la literatura lo que a un elefante el hambre en África. No entro aquí en calificar a unos y a otros; esto es una observación personal que puede ser compartida o no pero que estoy seguro que es compartible. Es solo una reflexión; no está en mi intención establecer paradigmas. Sin embargo, del hecho de que cualquiera, incluso personas que –a qué negarlo– no saben leer ni escribir, se sientan capaces de ser editores o parte del sector editorial y cultural en nuestros países, sin haberse preparado ni haber casi leído ni tener el menor conocimiento de nada, da que pensar.
Aún así, más me preocupa nuestro exacerbado regionalismo –y no digo adrede nacionalismo, palabra que a veces resulta patética–, del que es culpable en gran medida nuestra madre patria. ¿No nos debería llamar la atención que, por ejemplo, una novela escrita en Buenos Aires en rioplatense cerrado puede ser leída y comprendida a la perfección por un señor de Burgos, España, castellano hasta en los rasgos de su rostro, que habla y escribe de manera diferente, y más todavía cuando observamos que, pese a esa globalización anglosajona en apariencia tan modélica y eficiente, una novela de un australiano, escrita en su inglés, aunque se distribuya en Londres, en Los Angeles o en Nairobi, es hoy por hoy casi ininteligible para un londinense, un angelino o un keniano? ¿Qué tienen que ver entre sí un misquito, un mapuche, una persona que hable quechua o náhualt u otomí –hñähñú para mis queridos habitantes del valle del Mezquital, Hidalgo-, un chiapaneco de lengua tsotsil o un yaqui? Nada. Solo tienen en común el haber convivido durante siglos con el idioma español sin haber perdido su propia lengua, en una simbiosis de enriquecimiento mutuo sin antecedentes en la historia. ¿No es esto un milagro? Yo diría que sí, pero entendiendo bien la palabra ‘milagro’. Yo creo en los milagros y que se alcanzan con empeño y trabajo. El lema de Sediento Ediciones, mi extinta editorial mexicana era ese: Libros para creer en los milagros. Sediento desapareció, pero mi fe sigue intacta. El milagro somos nosotros, sin excepción, que estamos vivos, que podemos reinventarnos... Que sepamos ser agradecidos y asumir nuestro corazón y el corazón de los demás, tan grandes que se nos hace inconcebible. Y esto, que es también de herencia hispánica –miren por dónde–, nos marca un camino.
Podría seguir reflexionando pero no es el momento. Para ello, debo confesar que tengo un largo ensayo inédito sobre el oficio de editar que puede que algún día vea la luz por mor de la generosidad de algún editor de los de verdad, que, gracias a Dios, aún existen. Los buenos editores deberían ser especies protegidas, como primer paso para asumir la tarea de dignificar cada día más este antiguo y noble oficio. Pero este antiguo y noble oficio, al menos en nuestro ámbito, tiene retos elementales por enfrentar.
En la búsqueda de alternativas a estas limitaciones expresadas acá y a otras varias, hace años reflexiono acerca de si es posible en nuestro tiempo levantar una editorial real de carácter latinoamericano, alternativa o independiente, sin movimientos de capital desmesurados, y la respuesta ha sido siempre no. Pero como no soy de buen conformar ante las adversidades ni de aceptar imposibles llevo tiempo ideando una fórmula que supere, de paso, la imposibilidad adicional de generar una superestructura empresarial, que garantice no ya la supervivencia sino, con un concepto de empresa, la generación de riqueza, empleo y la apertura de horizontes, establezca redes y tenga proyección de futuro, sin necesidad de grandes inversores. Y creo haberla encontrado.
Basado en mi gratitud y mi compromiso, en mi donarme y en los dones recibidos por este milagro americano, en mi conocimiento y mi experiencia, hoy, 26 de enero de 2020, a diez años justos de la nevada que me bendijo en mi apuesta por América, puedo anunciar Kolaval.
La palabra ‘kolaval’ pertenece al idioma tzotzil y significa en español ‘gracias’... Toda mi reflexión de estos años tuvo su punto culminante cuando gracias a Alejandro Aldana pude ir hace unos meses a San Juan Chamula, el corazón de América, acompañado por Mikel Ruiz. Soy enemigo de hacer turismo y nunca lo hago, más bien soy un viajero apátrida que pone raíces en donde encuentra corazón, pero esa visita fue diferente a todas, me transformó ya para siempre en americano hasta la médula y me permitió dar la vuelta de tuerca necesaria para volver al origen, ser Arquímedes, recibir la dichosa palanca y saber que si en algún sitio del mundo habría que ponerla era allí. Y por eso, gracias. Y, por eso, solo ‘gracias’ puede ser el nombre de mi nuevo emprendimiento o mi locura. Y solo en tzotzil. Y solo compartido.
Pese a no haber vivido nunca exento de polémica no soy ni he sido autorreferencial. Nunca me gustó fotografiarme, por ejemplo, y en México comencé a hacerlo cuando mayores críticas arreciaban contra mi actividad pública. Siempre supe, desde el lejano día en que pude asumirme, que llegaría Chamula, aunque no me di cuenta de ello hasta hace poco, cuando, en efecto, estuve allí. Y, por ello, debo dar las gracias y dar las gracias es el motivo de mi vida. Y, por ello, cobra sentido Kolaval.
”No tengo dudas de que este sevillano que deambula por América como un holandés errante entre diputaciones e imprentas, entre amoríos y sonetos, corre con las ventajas que su fe le brinda, pagana fe de idealista consumado.” dijo de mí hace años Flavio Crescenzi, y reconozco que soy un solitario, un viajero incansable, alguien dispuesto a aportar para hacer posible lo que parece imposible, que mi fe es incurable y se plasma en mi manera de vivir, que he ido regando el mundo de compromisos, afectos y reconocimientos imperecederos con personas, ideas, realidades y sueños que no tan fácilmente me han ido tocando el corazón. Manuelito soy, ¿verdad, querida Eve Gil, que con tu corazón me has puesto el nombre a fin de agrandarme, a mí, que en el fondo lo que siempre quise fue ser una persona corriente a la que apenas nadie conociera y no es que corriente no sea es que no tengo forma de liberarme de mí mismo? Por eso también puse en marcha mi causa Libros por Yolotepec, porque al tener que aceptar que le pusieran mi nombre a una biblioteca pública, y de una comunidad indígena, asumí una responsabilidad radical a la que pienso dedicar toda mi vida. Y por eso monté mi vieja y modesta editorial o he impulsado con más éxito que reconocimiento otras, o he puesto en marcha mis programas de radio, o me he llegado a negar a mí mismo la condición de autor para darme a otros y porque creo incompatible ser editor y editarse. Soy un privilegiado: he podido cumplir algunos sueños, creo en la capacidad de cumplir muchos otros. Y mi privilegio me compromete y me honra aún más. Hasta tengo editor, quién lo diría, ¿no, querido Jonás Eveready? ¿Qué más puedo pedir si lo que tengo, y más a la vista de lo recibido, que hacer es darme de una vez y darlo todo?
Por ello y muchos otros motivos de diferente índole, Kolaval nace hoy como una editorial, agencia literaria y promotora cultural y social de ámbito latinoamericano con vocación de servicio. No requiere gran inversión sino la suma de voluntades, aunque se construye bajo principios de viabilidad financiera. En 2020 se pondrá en marcha en España, México, Colombia y Argentina, merced a estrechos vínculos personales e institucionales que ahora cobran una nueva dimensión basada en la decisión de trabajar juntos, de unir territorios, romper fronteras, compartir lo común y conocer lo diferencial. En Colombia, a través de Agencia Ciudadana, cuyo lema, La construcción constante de un mundo común, es que ni soñado, y cuya subdirectora, Merceditas Beltran Fletscher, será la cabeza gestora de la Kolaval colombiana. En Argentina, gracias al Centro de Estudios Sociales y Políticos Desiderio Sosa, con Francisco Gonzalez Cabañas, su director, como líder argentino de Kolaval. En España mediante la constitución de una sociedad que en la actualidad está gestándose y en y por la que tendrán mucho que decir Alberto Avila Salazar, Antonio Ruiz Bueno y otras personas. Y en México... Dejo México a las noticias que serán conocidas en los próximos días y semanas. En todos los países habrá un director general y un director editorial, colaboradores, equipos..., que a su vez lo serán del proyecto en su globalidad. Hay personas maravillosas que son profesionales extraordinarios en nuestros países. Será una labor capital poner de acuerdo en el seno de Kolaval a un buen ramillete de ellos: editores, gestores culturales, libreros, expertos en logística..., que tienen en común, para nuestra mayor fortuna, su amistad personal, lo cual es un privilegio y un honor que de igual modo pongo con ahínco al servicio del proyecto.
Kolaval publicará al menos una colección común a todo su ámbito territorial, además de las colecciones y series que se publiquen, de ámbito nacional, en cada país. Para la generación de un catálogo editorial serio dedicaremos un esfuerzo grande en la búsqueda de los mejores originales posibles, aunque también serán aceptadas, tras una debida y contrastada dictaminación, propuestas no solicitadas para la publicación de libros. Se buscarán alianzas efectivas con otras editoriales, instituciones, emprendimientos, agentes sociales y culturales..., no solo para la publicación de obras y la realización de proyectos sino también para compartir conocimiento, sistemas de trabajo, medios o incluso equipos, cumpliendo así nuestra vocación más que de puente de red, pues un puente une un punto con otro mientras que una red lo une y lo comparte todo.
En Kolaval la horizontalidad será innegociable: todo podrá llegar a ser leído en todas partes, con base también en nuestra propia capacidad interna de comunicarnos y de conocernos y en que todo se compartirá bajo un mismo sello. Me tocará coordinarlo todo, siguiendo con fidelidad un plan de negocio que pronto será conocido, pues yo creo en el libre acceso a la información y no en las patentes, como creo en los liderazgos compartidos y no personalistas. Nuestra fe se basa en que no es lo mismo tener una idea que poderla realizar, y nosotros tenemos la fortuna de poder llevar a cabo nuestro sueño.
Y esto es solo el comienzo, pues está en nuestro ánimo seguir expandiendo nuestra red a otros países cuya realidad conocemos y apreciamos, mediante convenios de unión en red o de colaboración con instituciones y proyectos locales legalmente constituidos, pues otro de los principios de Kolaval es actuar en todo momento en el marco de las obligaciones fiscales y legales que correspondan a nuestra actividad allá en donde tenga lugar. No escatimaremos en nada, y tampoco en nuestras obligaciones ciudadanas, garantes de nuestros derechos civiles.
En Kolaval todo se hará con imprentas y distribuidores locales, y con la máxima transparencia. No habrá con nosotros autores que no sepan cuántos ejemplares de sus libros se editaron en cada lugar, se distribuyeron y en dónde, cuántos se vendieron, donaron, emplearon en la promoción de los mismos, ni que se vean obligados a comprar ejemplares para que sus obras sean editadas, práctica perversa con la que algunas “editoriales” están estafando a “sus” autores. Nosotros no seremos coleccionistas de contratos editoriales ni almacenistas u ocultadores de ejemplares, porque entendemos que todo pasivo –y ambas cosas lo son– es causa de ruina y porque creemos en lo valioso –y ambas cosas lo son–, en su justa medida, y que son para compartirlas no para meterlas en un búnker. No firmaremos contratos que no podamos ejecutar ni haremos promesas imposibles de cumplir ni brindis al sol. En Kolaval no caben los discursos, la gramática parda ni los secretos. Seremos capaces de mantener nuestra palabra en todo momento. Seremos honestos y leales por sistema. No venderemos humo. No seremos enterradores del talento cuya custodia se nos conceda sino que apostaremos por ello para hacerlo crecer, sabiendo que el beneficio del autor es nuestro beneficio y el beneficio de todos. No esclavizaremos a los autores ni secuestraremos sus obras. No nos hipotecaremos ni hipotecaremos a nadie. Aplicaremos criterios empresariales de aprovechamiento rentable de los recursos en beneficio de todos. En Kolaval queremos servir, no ser servidos. Creemos en la libertad y en la buena fe. Creemos en las personas. Nunca publicaremos a nadie que sea mala gente. Obras y proyectos de calidad hay muchos. Por eso podremos elegir. Kolaval nace para demostrar que la literatura y la cultura son un motor para la paz y la convivencia, y laboraremos en defensa del derecho al diálogo y la participación, la calidad, la accesibilidad, el precio justo, el esfuerzo y el compromiso. Kolaval no nace para ser protagonista sino para ser vehículo. Buscará su felicidad para hacer felices a los que nos rodeen.
Kolaval nace con la misión de ser un emprendimiento comprometido con la promoción y el desarrollo de la cultura, de la literatura, de las artes y de proyectos de desarrollo comunitario basado en el esfuerzo y el talento de profesionales y equipos de trabajo cualificados, establecidos en diversos países que también buscarán partners financieros y de todo tipo que favorezcan la consecución de estos objetivos, mediante una clara vocación de dar todo de nuestra parte en tareas de vinculación efectiva y eficiente a través de la promoción de la lectura y el fortalecimiento de su quehacer bajo un código ético, a fin de lograr una actividad cultural y social enriquecedora y diversa y aportar a la transformación del mundo, para convertirlo en un lugar más plural, en el que concurran, en convivencia democrática y libre, todas las opiniones y visiones, así como en la tarea de generar vías de acceso reales a un renovado y despierto compromiso ético y cívico con la sociedad.
Kolaval nace con la visión de trascender como proyecto multicultural y convertirse en masa crítica en cada uno de los países en que se implante, y con visión latinoamericana, basado en principios operativos de vinculación, eficiencia y viabilidad, a través de la publicación de obras literarias de ficción y no-ficción de calidad, el impulso de escritores y artistas actuales y el desarrollo de proyectos sociales y comunitarios, fruto de un profundo compromiso cultural y social, y convertirse en un proyecto de referencia de ámbito internacional, fortaleciendo los países en que está nace o irá implantándose a través de acciones transformadoras en distintos ámbitos de la realidad.
Kolaval nace para quedarse, prosperar, generar riqueza material e inmaterial, ser un instrumento para la felicidad y el desarrollo de las ideas y los sentimientos. Poco a poco Kolaval se irá dando a conocer, pero ahora podría decir que Kolaval, de algún modo, es fruto de la nevada de aquella mañana mágica en que comenzaron a nacer todos los milagros. 10 años después de haber salido de Madrid, con los pies más en la tierra que nunca, puedo decir que sigo volando. Aunque ya mi vuelo no es solo mío. Aunque yo soy el que importa menos. Porque puedo decir que Kolaval no es un emprendimiento personal sino que en Kolaval todos son y serán protagonistas.
Y por eso y todo, en el principio de todo, gracias. Perdón, kolaval.