04/08/2024
La música es la solución. Mi artículo para La Verdad de Murcia.
Buenos días.
Cuando ando por las ciudades observo mucho a la gente y me pregunto cuántos de ellos están a punto de echarse a llorar. La presión es infinita, parece imposible que nuestra fragilidad permita que soportemos que nuestras vidas se midan en el tiempo que duran las hipotecas, que soportemos a jefes para los que empatía debe ser una escritora griega, que resistamos la adolescencia de nuestros hijos y los bandazos que en nuestros dañados corazones provoca la muerte de nuestras madres y abuelas. Todo eso es una mínima parte de lo que viaja dentro de nosotros. Me refiero a la gente corriente porque luego está la extraordinaria, la que aguanta la presión de un submarino sumergido a 300 metros, algunos héroes como mi hermano, gente que podrían sacar del mar ellos solos el navío que los presos arrastran en el principio de la peli de 'Los miserables'. Entre todos formamos una comunidad de dolientes que caminan todo el año en pos de subsistencia o de colmar ambiciones, obsesiones que ocupan cada espacio mental que vivimos, pero que se desvanecen cuando alguno de nuestros hijos sufre. Entonces no hay presión ni dolor, no hay tiempo ni falta de él, solo hay una imperiosa necesidad de recuperar su sonrisa. Creo que los que tenemos hijos vivimos solo por eso una vez que los hijos llegan. Entre nosotros, entre todos los que cualquier mañana pasamos por la Trapería o por Callao o por Consell de Cent, camina Ansiedad, la protagonista invisible de un tercio de nuestras vidas, la mala de un cuento que habrá que escribir un día.
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Ansiedad, la de 'Del Revés 2', crece con cada niño asesinado por Israel en Gaza, con cada imagen de políticos que pisan nuestra dignidad en vez de representar y defender la grandeza de este pueblo que, demasiadas veces, ha caminado desasistido por la historia. Ansiedad alcanza el tamaño de los edificios más altos de cada calle cuando leemos que París se ha gastado 1.400 millones en que el Sena esté limpio para un triatlón mientras desahucian a personas que cobran 800 € y tienen hijos. El mundo se debería mover en una proporción en el que los hijos de p**a fuesen un 25% frente a un 75% de buenas personas, pero a veces nos acercamos peligrosamente al 'fifty-fifty'. Y entonces Ansiedad crece como un globo que ocupa todo el espacio que habitamos consumiendo nuestro aire, devorándolo todo y girando como un torbellino en pensamientos circulares, improductivos. Cuando llega julio estamos tan dañados por todo lo vivido que se nos olvida todo lo bueno que ha pasado, que suele ser más que lo malo. Pero Ansiedad lo quiere todo, como esos tipos que acabarán simbolizando nuestro tiempo, esos a los que todas las desgracias de la gente le vienen bien, desde las guerras a la necesidad.
En esa olla exprés que es la vida llegué el sábado pasado al Auditorio Paco Martín de Cartagena. Carolina y yo nos sentamos en lo alto, donde se ven los barcos y, a la vez, las luces del Teatro Romano y los cantantes son chiquititos. También donde te da la brisa y te quedas embobado mirando la plataforma petrolífera que estos días están reparando en el puerto. Empezó a tocar Depedro y estábamos allá arriba mirando y oyendo pero sin ver ni escuchar. En mi cabeza giraban una factura, un texto que tenía que entregar, el cierre de temporada, un transporte y lo mucho que echaba de menos a mis hijos, que estaban de campamentos. Vivimos dos vidas: una, la que nos pasa por delante, y otra, la que gira en nuestro cerebro improductivamente, como Ansiedad en la segunda parte de 'Del revés', una peli de niños que es para los adultos dañados, como yo.
Y Carolina dijo las palabras mágicas: vámonos abajo a bailar.
Peleamos por las escaleras hasta llegar a los poquitos metros que hay delante del escenario, donde la música suena tan fuerte que sabes que al día siguiente tendrás pitos, o como decimos los cursis, acúfenos. Depedro bailaba y nosotros bailábamos. Por un momento olvidé parte de mis problemas, Ansiedad se deshinchó y Fod trajo cerveza a esa caldera en la que sudábamos y bailábamos. Acabó el concierto e hicimos chistes sobre Xoel López; que si vendría bien para dormir, que si no era la alegría de la huerta... el punk que vive en mí escupe por un colmillo y se hace el hombre cuando suenan baladas y medios tiempos.
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Pero lo que salió fue una apisonadora. Empezaron a caer himnos y el tiempo cambió su configuración para hacerse ritmo, música que se llevaba con el viento terral que venía de la llanura todo el mal, todo el daño en un exorcismo que duraría lo que durasen las canciones. Xoel y su banda, con un poderoso Chapo al bajo, conjuraron al bien que hay en nosotros mediante canciones que en disco eran lentas pero que tomaron el ritmo de aquella noche. Desde abajo miré hacia atrás y vi la infinita pared de gente bailando y siendo feliz, coronada por las banderas de Sonia Navarro en el Castillo de los Patos y vi volar, perderse como ceniza, todo el daño y las p***s. Y bailamos y nos besamos, y nos quisimos. Entonces alcé las manos y toqué el cielo.
Y para eso sirve la música. Y para eso sirve La Mar de Músicas
Desde abajo miré hacia atrás y vi la infinita pared de gente bailando y siendo feliz, y vi volar el daño y las p***s. Y bailamos y nos besamos, y nos quisimos