Mi historia podría ser la tuya, o la de cualquier persona que se ha labrado su futuro con muchas horas de trabajo, persistencia y tesón. Unos inicios inciertos que por aquél entonces discurrían ente el estudiar o trabajar. Donde la vida seguía su curso quisieras o no.
Decidí ser peluquera con dieciséis años. Una edad prematura que muchos pensaban que era una idea con fecha de caducidad. “Cosas de la edad”, pensaban muchos. Entendiendo esa edad adolescente donde me gustaba peinar a mis amigas o hacerme peinados yo misma como parte de una diversión momentánea.
Lo que poca gente sabe es que mi decisión no tenía el origen en ser niña. Decidí ser peluquera porque a esa edad, un día me quemaron el pelo en una peluquería. Una negligencia que ocurre en demasía cuando no se hacen las cosas con pasión y devoción.
Fue tanta mi indignación, sin comprender realmente cómo podían unas profesionales cometer ese error tan grave, que estuve un año entero trabajando para poder pagarme la matrícula.
A mis jóvenes dieciocho años entré en la Academia Olga Difusión, y al año ya me dieron el título. Fue un año aprendiendo hasta el más mínimo detalle para que, el día de mañana, si tenía mi propia peluquería, la excelencia en el trabajo y la experiencia de mis clientes, fueran siempre dando lo mejor de mi. No solo a nivel profesional, si no también personal.
Estuve un buen tiempo trabajando los fines de semana, y finalmente, entré en la prestigiosa cadena Cebado. Allí estuve diez años como ayudante, pero ese mismo futuro incierto también me esperaba allí. Así que la incertidumbre fue el detonante para armarme de valor e irme a trabajar en otra peluquería.
Allí aprendí a trabajar algo que no le damos valor. Algo que es tan sumamente inconmensurable, que de ello depende lograr todos tus retos: La autoestima. Sin duda trabajé conmigo misma, desde lo más profundo de mi, para que ese amor propio y con la suficiente confianza en mi misma, me ayudaran a tomar decisiones.
Y justo de decisiones se trataba en aquél momento. Toda decisión conllevaría una consecuencia en ese momento. Como todo en la vida. En la mía, en la tuya, y en la de cualquiera. Tocaba dar otro paso importante en mi vida. ¡Ser emprendedora y empresaria a la vez!
Sí, sí, ese paso que nadie te cuenta cómo será, pero que tú sabes que debes darlo. Una decisión ardua, complicada y atrevida. Pero, ¿qué es si no la vida, un lugar para aquellos valientes que queremos mejorar el mundo? Y lo hice. Con esa fuerza y confianza, esas ganas, esa ilusión y ese momento infinito de cumplir un sueño enorme. De cumplir un sueño palpable. Materializar todo aquello porque lo que había estado trabajando tantísimos años atrás.
Inquieta por naturaleza, he hecho cursos en Londres, Milán, España, y sigo formándome para dar siempre lo mejor a mis clientes. Porque cuando trabajas para personas, y no para números, la experiencia a través del conocimiento lo es todo. La pasión con la que atendemos a las personas que depositan su confianza en nosotros… lo es todo.
En ese transcurso de mi vida viví experiencias que me han hecho ser la profesional que soy hoy, pero también la mujer que soy en estos momentos.
Dos décadas en las que mi persistencia y mi búsqueda hacia la excelencia me han hecho aprender, no solo a nivel profesional, si no sobre todo a nivel personal.
Mi historia permaneció a contra corriente. Siendo honestos, los primeros años de emprendimiento suelen ser los más arduos, los más complejos, los más difíciles. Esos que besas el lodo, pero te levantas y sigues al frente.
Quizá por mi ingenuidad ante las caídas, o tal vez por mi fortaleza y perseverancia, fueron años de total aprendizaje y de luchar por lo que quería. No fueron difíciles, fueron de batallar por lograr mis sueños.
Pero la vida fue transcurriendo, y llegaron los vaivenes de la sociedad, de la crisis, de no saber por donde tirar. Años en los que la vulnerabilidad me hicieron más humana, pero también más resiliente.
Entendí los conceptos de perseverar y de resistir a partes iguales. Con decepciones incluidas, para qué no contarlo. Pero también fueron lecciones de aprendizaje… de vida. Una vida que permanece unida al tesón de mis circunstancias, de mi familia, de mi equipo y de mis clientes a quienes agradezco lo que soy y quien soy hoy.
La vida me ha regalado personas maravillosas que tal como han llegado a mi vida para mejorarla, también volaron para seguir creciendo.
Otras personas de las que el único recuerdo es parte del aprendizaje de cómo no hacer las cosas. Y otras tantas que, afortunadamente, siguen en mi vida formando el maravilloso equipo que es hoy Karoma Estilistas.
Hemos logrado crear un equipo humano, concienciado, marcado por unos valores humanos que no se estudian en las escuelas. Unos valores que nacen de la esencia de uno mismo bajo el aprendizaje de la familia.
Y de eso va, de familia. Este equipo de personas que se han ganado un lugar en Karoma Estilistas, pero también en mi vida personal. Personas que me han hecho mejor profesional, pero sobre todo mejor persona.
Hoy Karoma Estilistas es lo que es gracias a este equipo de seres humanos que se dejan la piel a diario para cubrir necesidades, pero también para satisfacer los deseos de nuestros clientes. Para emocionarles, para robarles sonrisas con lo que hacemos en Karoma Estilistas. Porque sabemos que la confianza lo es todo. Y vosotros, los clientes, la depositáis en nuestras manos, ¡y nunca mejor dicho!
Pero la vida es la suma de pequeños momentos y de cumplir retos, así que, casi veinte años después, he tomado de nuevo las riendas de esa aventura llamada emprendimiento. Los sueños se cumplen cuando, por mucho vértigo que sientas, te lanzas. Y si es acompañada, además de más lejos, llegarás más y mejor arropada.
Así que hemos abierto otro local, en otra zona y con maravillosos profesionales con nombre y apellido propio a los que adoro. Otro paso más. Otra aventura más. Otro reto en el que me encantaría que fueras también tú protagonista de mi historia.