24/11/2024
“Eran los años 50, papá me dio un abrazo en la cocina y se fue al cuarto, no quería verme partir; aún siendo el hombre de la casa, era menos valiente que mi mamá. Ella, por el contrario, me acompañó hasta la puerta, allí me dio su bendición y me vio abordar el carro que esperaba por mí. Dentro estaban un amigo y otro pariente que irían conmigo al puerto.
Le di un beso a mamá en la frente y le dije; nos vemos pronto, aunque ese pronto en realidad fuera una mentira.
El carro se fue alejando, dejando atrás una juventud marcada por la guerra y la hambruna. Pedí a Dios y La Virgen de Fátima que protegieran a mis padres mientras yo estuviese fuera de casa.
Así abandoné Portugal y llegué a un país llamado Venezuela. Un país tan distinto al mío, donde nadie tenía problemas con nadie, donde la gente era alegre. Por momentos me preguntaba ¿si acaso era otro planeta? ¿Por qué nosotros en Europa no podemos ser como ellos?
Trabajé en la construcción por mucho tiempo, pero una fractura en una pierna me obligó a abandonar ese trabajo. Gané mucho dinero y logré mandarle a mis padres tanto como pude, para que repararan la casa y tuviesen para comer.
Al quedarme sin trabajo, debía buscar algo nuevo; entonces apareció un paisano que era panadero y me ayudó a entrar como aprendiz donde él trabajaba.
Allí conocí al amor de mi vida, María; hermana de este paisano llamado Alberto.
Nos casamos y tuvimos 2 hijos.
María y yo trabajamos tan duro como pudimos y con el tiempo nos rentamos un local en una avenida muy transitada. Abrimos nuestra propia panadería, a la cual le pusimos PANADERÍA FÁTIMA; Atendida por Fernando y María.
Vendíamos muchos tipos de panes, pero la cosa no marchaba bien. Hasta que un día entro un cliente y me dijo:
-Mira, Joao, el problema es que tú debes vender cosas que le gusten al venezolano, como el cachito, los pasteles y pan de jamón; ahora que estamos en Navidad.
Por un momento no le hice caso. Yo estaba seguro que lo que vendíamos era suficiente, pero María me dijo:
-Fernando, intentemos hacer lo que el hombre nos dice.
Sé que muchos se preguntarán ¿Por qué el hombre me habría llamado Joao y mi mujer Fernando?
Mi nombre es Fernando, pero aún al día de hoy no comprendo porque el venezolano a todos los portugueses les llamaban Joao. Es que incluso en la televisión era frecuente ver personajes de portugueses y siempre se llamaban Joao. Y a todas las mujeres les decían María. Suerte que ella sí tenía ese nombre.
Hice caso a mi esposa en que hiciéramos lo que aquel hombre nos recomendó.
Con el paso de los días nuestro negocio fue mejorando sus ventas y tuvimos que contratar 3 personas.
Gracias a nuestra Panadería pudimos pagar los estudios de nuestros hijos que se graduaron en la universidad.
Compramos una casa en Portugal donde solíamos ir una vez por año para estar con nuestras familias.
Aunque eso lo hacíamos en verano, porque las navidades las pasábamos en Venezuela; esas fechas allí no se comparaban con ningun otro lugar del planeta. Aún estando sin familia, estar entre venezolanos era como tener a toda la familia junta.
Bebíamos chicha de maíz, comíamos asado negro, ensalada de gallina, hallacas y el imperdible pan de jamón. La música de Billos y Los Melódicos no podían faltar, así como tampoco las gaitas de Betulio Medina y Neguito Borjas.
En todas las casas era la misma cosa, los mismos olores y la misma alegría.
Los fuegos artificiales del 31 adornaban el cielo de Caracas, Maracaibo, Barquisimeto, Mérida, Oriente y cada pueblo de esa hermosa tierra venezolana.
Pensé que allí viviría por siempre y que mi cuerpo reposaría en sus tierras, pero no. Todo de pronto un día cambió, todo se derrumbó en pocos años, no hizo falta guerra alguna como la que vivimos en Europa; simplemente bastó una mala idea comprada por la gente y darle tanto poder a quienes no debían.
Miles empezaron a emigrar de aquella hermosa Venezuela que ya no era tan hermosa como antes, mis hijos se fueron, pero María y yo nos rehusábamos a irnos. Todo se volvió insostenible para nosotros y el negocio se fue por completo a la quiebra.
Perdimos todo; entonces no había otra elección que irnos de nuevo a Portugal; un lugar donde nacimos, pero que no lo sentíamos nuestro.
Recuerdo haber llorado mucho, un montón de lágrimas caídas sobre el mosaico del piso en Maiquetia. Ni cuando dejé Portugal había llorado de esa manera.
Cuando llegué a Venezuela dentro de mis tesoros más preciados en la maleta se encontraba una foto de mis padres y una estampita de la Virgen de Fátima.
Ahora que el viaje era a la inversa, llevaba conmigo la misma foto de mis padres, pero una estampita de la Virgen de Coromoto.
Aterrizamos una tarde de lluvia y frío en Portugal, los 365 días de calor allí habían terminado para siempre, empezar de cero y con casi setenta años.
María y yo, tardamos un año intentando rebobinar nuestro cerebro, adaptarnos a aquel lugar, donde nacimos, pero que ya hacía tantos años que habíamos dejado de sentirnos parte de ello.
Mientras tomábamos un café, María me dijo:
-Abramos una panadería. Aún tenemos algo de dinero para rentar un local aquí.
-María, ya no somos tan jóvenes.
-Pues, yo no me siento así, además no pienso pasarme los años que me queden, deprimida extrañando mi país.
Muchos familiares y paisanos nos criticaban por hablar así; pero solo quien ha vivido en Venezuela sabe lo que se siente en el corazón al estar lejos de ella.
Entonces hice caso una vez más a María y rentamos un local. Abrimos una panadería en una popular zona de Lisboa.
Mandamos a hacer un aviso inmenso con el nombre del negocio, *PANADERÍA COROMOTO*; atendida por María y Joao.
Pues sí, Joao el venezolano. Fernando, el portugués, ya hacía mucho que no existía.
Pintamos un mural inmenso con imágenes del Obelisco de Barquisimeto, el puente sobre el lago de Maracaibo, el parque Canaima, el teleférico de Mérida, el templo de la Virgen de Coromoto, las playas de Morrocoy, de Choroni y de Oriente.
En Navidad seguimos celebrando nuestra cena al estilo venezolano y recalentando las hallacas y el pan de jamón el 25 de Diciembre y el 1° de Enero.
Sigo alzando mi copa y cantando:
AMIGO, EN ESTA NOCHE MUERE UN AÑO, LA VERDAD PARECE EXTRAÑO QUE SE VAYA TAN LIGERO.
Sigo alzando mi copa y deseando que a cada venezolano que allá se quedó, que Dios le bendiga y le proteja; que a cada venezolano que se fue, le vaya bien y que esto simplemente sea una pausa en su vida para un pronto regreso.
GRACIAS VENEZUELA.
TODO TE LO DEBEMOS A TI. “