12/05/2024
En estos tiempos cínicos enfrentarte a una película titulada «Yo fui un cavernícola adolescente» (Teenage Cave Man) se antoja un acto de fe. El descreimiento y los cánones nos han advertido de los males del cine de cartón piedra, ese cine rodado en un fin de semana, con monstruos de plástico y actores que han leído el guión cinco minutos antes de que el director grite «¡acción!» Y sin embargo, «Yo fui un cavernícola adolescente», cuyo giro de guión final se adelanta una década al célebre final de «El planeta de los simios» de Schaffner, es un ejemplo brillante del cine de Roger Corman y de su filosofía.
Roger Corman demostró que se pueden hacer grandes pequeñas películas con cuatro duros y en un fin de semana. Pero nadie le ha hecho caso… Ni siquiera sus pupilos, pues Corman impulsó, creó o potenció las carreras de Francis Ford Coppola (al que produjo su ópera prima, «Dementia 13»), Martin Scorsese, Jonathan Demme, Joe Dante, James Cameron, Jack Nicholson, Ron Howard, Gale Ann Hurd, Peter Bogdanovich (¡corred a ver «Targets»!), Dennis Hopper, John Sayles, Peter Fonda, Bruce Dern y convirtió en estrella del cine a Dick Miller, el Cary Grant del cine de serie B.
Sin Corman tampoco tendríamos un western tan notable como «Cinco pistolas», una miríada de películas que adaptan a Edgar Allan Poe («La máscara de la muerte roja», «El péndulo de la muerte», «El cuervo», «El terror», «La caída de la casa Usher», «La tumba de Ligeia»…) y esa obra maestra del cine negro zombie-vampírico que es «Not of this Earth», así como películas tan estimulantes, que en menos de una hora contienen más ideas que algunas corrientes cinematográficas completas, como «Un cubo de sangre», «Rock All Night» y «Escuela de señoritas», o clásicos archiconocidos como «La tienda de los horrores» y «El hombre con rayos X en los ojos», esta última mi preferida.
Lo más importante cuando uno se sienta a ver una película de Corman no es el presupuesto ni el resultado, no es sólo la brillantez de contar historias fantásticas (en todas sus acepciones) y el acierto con que colocaba la cámara. Lo más importante es asistir a un cineasta sin miedo. Sin miedo al ridículo, sin miedo a las expectativas de los críticos del Village Voice o del festival de Cannes, sin miedo a experimentar, a probar, a recrear… Y esa libertad, que más bien debería llamarse valentía confería a todas sus películas un diamante escondido, incluso en películas menos conseguidas, como «La mujer avispa» uno tiene la sensación de asistir al trabajo de un verdadero artista.
Eso sí, el espectador también debe sentarse ante el arte con esa misma falta de miedo, ese miedo que nos obliga a criticar, catalogar, corregir y regular nuestros gustos. Ver una película de Corman debe ser una celebración; decía Quentin Tarantino que no debemos odiar ninguna película, que todas ellas son regalos. Y en la elección entre el descreimiento y el juicio o el amor o la celebración, la libertad, la valentía y la falta de miedo, yo tengo mi elección clara. Gracias, Roger, y vayas donde vayas, ya sea a un pozo oscuro como los de Poe o un cielo límpido como los que renacen tras una bomba nuclear, ve como tú sabes: sin miedo.
El rey ha mu**to. ¡Viva el rey!