28/10/2024
"La visita de mi amado Max”
Era el 27 de octubre y la brisa suave acariciaba el rostro de Ana mientras se sentaba en su jardín. Este día era especial, un día en que recordaba a su querido perro, Max, que había cruzado el arcoíris hace un año. Ana siempre creía que, aunque Max ya no estaba físicamente, su espíritu permanecía a su lado.
Esa mañana, Ana preparó una pequeña ofrenda en memoria de su fiel amigo: un tazón de su comida favorita, un juguete de peluche y algunas velas encendidas que iluminaban el espacio. Colocó todo en el patio, junto a su árbol preferido, donde solían jugar juntos.
Mientras Ana cerraba los ojos para recordar esos momentos felices, sintió una ligera brisa que movía las hojas, como si Max estuviera ahí, corriendo y jugando. Abrió los ojos y vio algo que la hizo sonreír: una mariposa amarilla danzando cerca de su ofrenda. En su cultura, las mariposas eran consideradas símbolos de almas que regresaban para visitar a sus seres queridos.
A lo largo del día, Ana notó pequeñas señales. La campana del viento sonaba suavemente, aunque no había viento. De vez en cuando, oía un leve ladrido, un eco que parecía venir de su corazón. Recordó las noches en que Max ladraba para jugar, y esa noche, al mirar las estrellas, sintió que algunas brillaban más intensamente, como si fueran los ojos de su amigo mirándola desde el cielo.
Al caer la noche, Ana encendió las velas y comenzó a contar historias de Max en voz alta. Habló de sus travesuras y de los días soleados en el parque. De repente, un juguete de peluche, que había dejado en el suelo, se movió ligeramente. Ana rió, pensando que era la forma de Max de hacerle saber que seguía ahí, cuidándola.
Cuando terminó de hablar, se sintió en paz. Sabía que, aunque su amado Max no estaba físicamente, su espíritu seguía presente, brindándole amor y compañía. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Ana dejó la ventana entreabierta, como un pequeño gesto de invitación para que su amigo siempre pudiera regresar a visitarla.
Reflexión
El 27 de octubre se convirtió en un ritual para Ana. Cada año, con su ofrenda, recordaba que el amor trasciende la vida y la muerte. Las mascotas que cruzan el arcoíris nunca realmente se van; siempre dejan señales invisibles de su presencia, recordándonos que el vínculo que compartimos nunca se rompe.